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Rowena
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Libro electrónico437 páginas5 horas

Rowena

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Michaela, is a young and brilliant writer, which is facing a difficult time in her life: just lose her only family, her husband.

After overcoming this trance, begins to pay attention to many dreams, which decides to compile to write a new novel.

She doesnt know, that those dreams, will cause a dramatic change in her life. Shell be guided by them, to discover that the reason for her sorrows until today, are part of the plan that the destiny has prepared, to recover her life.

All of these events lead her to discover the death of a young woman called Rowena, find true love, peace and harmony so desired, and the home she always wanted.

Shell begin a personal journey of self-discovery and a new beginning, with the help of the Universe

The author offered an entertaining story, full of edges, which aims to make us reflect on the impermanence of our lives, and move us with everyday and mundane things. It is an invitation to appreciate what we have and makes us happy, and appreciate even more, every single day.

(Spanish Edition)

IdiomaEspañol
EditorialXlibris US
Fecha de lanzamiento8 sept 2010
ISBN9781453535332
Rowena
Autor

M. Santos López

Mónica Santos López es rioplatense. Nació en Montevideo en el verano de 1967, aunque reside en Buenos Aires desde su infancia. Esta maestra, con un título universitario en administración y un master, se descubre a si misma como escritora, en esta, su primera novela. Un relato entretenido y lleno de aristas, que aspira a hacernos reflexionar sobre lo efímero de nuestras vidas, y a emocionarnos con cosas cotidianas y mundanas. Es una invitación a valorar lo que tenemos y nos hace felices, y valorarlo aun más, día a día.

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    Rowena - M. Santos López

    Copyright © 2010 by M. Santos López.

    Library of Congress Control Number: 2010910152

    ISBN: Hardcover 978-1-4535-3532-5

    ISBN: Softcover 978-1-4535-3531-8

    ISBN: Ebook 978-1-4535-3533-2

    All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmitted

    in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system,

    without permission in writing from the copyright owner.

    "The events and characters in this story are fictitious.

    Any resemblance to reality is purely coincidental"

    This book was printed in the United States of America.

    To order additional copies of this book, contact:

    Xlibris Corporation

    1-888-795-4274

    www.Xlibris.com

    Orders@Xlibris.com

    81643

    A Carlos y Celeste,

    Quienes comparten un amor único,

    Y que es para siempre

    A Sean y a Sonnie,

    Quienes son el gran regalo

    Que me ha dado el Universo.

    . . . "La muerte no es más que un sueño

    Y un olvido" . . .

    Mahatma Gandhi

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    DICIEMBRE

    Me levanté esa mañana con una sensación extraña. Estaba inquieta, expectante, como cuando debes esperar a alguien que está llegando tarde. Traté de despejar mi cabeza de todo pensamiento negativo. Yo y mi tonta costumbre de dejarme llevar por ellos, como si fueran presentimientos ¡Tonterías!

    Fue un día igual a cualquier otro: ordené la casa, hice compras y preparé la cena, ya que Papá nunca estaba para el almuerzo.

    Después de dejar todo ordenado, simplemente me senté en la mecedora junto a la ventana en mi cuarto, a ver como bajaba el sol y pensar en sus hermosos ojos, azules y grises al mismo tiempo.

    El teléfono sonó y me sobresalté. No esperaba el estridente sonido de la campanilla. Corrí escaleras abajo para atender.

    -¿Hola? – pregunté con cierto temor.

    -¿Rowie?—Y entonces mi alma se iluminó como un faro.

    -¡Mi vida! ¡¡¡Qué alegría escucharte!!!—soné clara y alegre, pero en menos de un segundo, mi entusiasmo se convirtió en preocupación—¿Estás bien? ¿Dónde estás?

    -Estoy en la base y estamos por salir, pero no podía dejar de escuchar tu voz antes de irnos. ¡Te extraño!

    -Y yo a ti, no sabes cuánto ¿No habrá ningún tipo de riesgo donde vas?

    -El destino es Hawaii y sólo llevaremos provisiones. Totalmente de rutina y somos varios . . . no puedo darte más detalles. Tú sabes ¿Qué hacías?

    -Pensaba en ti . . .

    -Amor, faltan tan sólo unas semanas para Navidad y prometieron que nos enviarían a casa. ¿Has visto a J.J?

    -Pasó por aquí ayer y por suerte no estaba sola, Papá estaba en casa.

    -Todavía no entiendo por qué te pones así.

    -No lo sé, me pone nerviosa. Es la forma en que me mira. No sé . . .

    -Vamos, cosas de niños ¿Recuerdas cómo solíamos divertirnos cuando salíamos todos juntos? Parece que hace un siglo de todo eso, y sólo ha pasado un año.

    -Sí, lo sé. Pero él ha cambiado.

    -Es todo esto de no poder enlistarse . . . Sabes que es difícil para él.

    -Hablemos de otra cosa. ¿Cuándo llegarán a Hawaii?

    -Mañana. Prometo tratar de llamarte en cuanto aterricemos. Cuento los días para que volvamos a estar juntos.

    -Yo también.

    -Rowena . . . —y de repente, hizo silencio por un segundo, aunque pareció durar horas. Además me llamó por mi nombre completo. Escuché como tomaba aire antes de volver a hablar.

    -Es una tontería, pero ¿me responderías algo?

    -Lo que quieras—contesté sin dudar.

    Su entonación era del todo inusual. Todas esas llamadas telefónicas, durante tantos meses, me habían enseñado a percibir cómo se sentía: cuando estaba preocupado, angustiado o contento. Esto era diferente.

    -Dime que no importa cuánto tiempo pase, cuán lejos estemos, o cuántas cosas se interpongan entre nosotros . . . cumplirás tu promesa, ¿verdad? ¿Esperarás por mí? Juro que no importa donde esté, volveré por ti. Siempre voy a estar para protegerte, para cuidarte . . . para amarte ¿Lo prometes?

    Sus preguntas me hicieron sentir un dolor agudo, como si alguien me apretara el corazón y no lo dejara latir.

    – ¿Por qué me preguntas estas cosas? No vas estar expuesto a nada peligroso, ¿no es cierto? Me dices la verdad, ¿simplemente van a llevar provisiones? ¿O es algo más? ¿Por qué dudas de mi amor por ti?

    -Por favor, respóndeme . . .

    -Escúchame bien: no importa el tiempo ni las distancias ni las circunstancias que han convertido a este mundo en una completa locura, yo siempre estaré esperándote. Siempre. Yo soy tuya y tú eres mío, ¿recuerdas? Ojalá pudiera hacerte comprender con palabras lo que siento por ti, para que dejes esas dudas de lado. No tienes idea como se me estruja el corazón al escucharte preguntarme estas cosas. ¿Por qué la incertidumbre?

    -Tuve un sueño muy extraño anoche. No me hagas caso. Sólo quería escucharlo . . . escucharte. Lo necesitaba—sentí voces, gritos, ruidos de otros hombres en el fondo.—Debo irme. Estamos por salir

    -Rob . . . —Prácticamente le grité—Vuelve a mí, pronto. Estaré aquí, esperándote. Te amo.

    -Te amo. Nos veremos para Navidad, lo prometo.

    Cortó. Y no pude más que abrazarme y ponerme a llorar, porque su ansiedad se convirtió en mi angustia.

    Traté de calmarme y fui a lavarme la cara. Papá estaría por llegar pronto a casa. No quería que viera que había estado llorando porque iba a relacionarlo con él y tendríamos una discusión. Papá no quería a Rob, aunque nunca supe por qué. Asimismo, escuchar su voz, fue lo mejor que me había pasado hoy.

    Me dirigí instantáneamente a la cocina y fui a buscar mi caja de los tesoros, como le decía, que contenía cosas invaluables para mí.

    Al abrirla, lo primero que podía verse era su foto. Allí estaba, sonriente en su uniforme. Y en otra, estábamos los tres en tiempos más felices, antes de que Rob se uniera a la armada y J.J se volviera un amargo. Recordar los ojos azules de J.J, que parecían hechos de hielo, me daba escalofríos. Cerré la caja y la dejé en su lugar, para volver nuevamente a la cocina.

    Traté de pensar en otra cosa. Encendí la radio para escuchar algo de música, mientras terminaba de hacer la ensalada y ponía la mesa. Billie Holiday cantaba All of me y parecía que todo me hablaba de él. Era la canción que sonaba en la fiesta de la escuela, la primera vez que bailamos juntos.

    Papá volvió a casa alrededor de las 7 y cenamos tranquilamente. No hablamos mucho. Él también había cambiado.

    Era el dueño del diario local y, últimamente, no volvía a casa al mediodía, como antes, para almorzar. En estos días de inquietud, parecía que estaba todavía más deprimido. Durante muchos meses ya, por las noches, se encerraba en la biblioteca a beber. Y esta noche no sería diferente.

    Lavé los platos y luego me senté en la mesa de la cocina. Tomé el diario y empecé a leer, viendo que esto de la guerra en Europa no mostraba ningún progreso. Al contrario, empeoraba.

    No quería pensar en la posibilidad de que entráramos en guerra. Pensar en la probabilidad de que él fuera a pelear tan lejos de mí, o incluso que no volviera . . . No podría soportarlo, de eso estaba segura.

    Tomé de mi bolsillo la foto que no había guardado, y volví a mirarlo. Y ahí estaba sonriéndome, como diciéndome que todo iba a estar bien.

    Fui a golpear la puerta de la biblioteca para avisar que me iba a dormir. Cuando la abrí, Papá estaba en la penumbra de la luz de la chimenea, con un vaso de brandy en la mano y un cigarro en la otra. Levantó la cabeza y me dijo:

    -¡Lilly, amor!—y estiró ambos brazos hacia mí, en un gesto afectuoso.

    Me sorprendí y, al mismo tiempo, me asusté. Entonces, abrí más la puerta y prendí la lámpara de pie que estaba junto a la entrada, para que pudiera verme bien.

    -Papá, soy Rowena . . . ¿Estás bien?—Entonces, dejó el cigarro apoyado en el borde de la mesa, se quitó los lentes y se refregó los ojos con la mano libre.

    -Ah, eres tú ¿Qué quieres?—preguntó, malhumorado. En su voz se notaba el efecto del alcohol.

    -Si no te molesta me voy a dormir. ¿Quieres qué te traiga algo?

    -No . . . Déjame solo—dijo en voz baja, pero de forma autoritaria. Lucía miserable.

    -Buenas noches entonces—respondí muy bajito y cerré la puerta suavemente.

    No quise presionarlo, ya que no quería iniciar ninguna discusión. Necesitaba paz en mi cabeza para escuchar la voz de Rob diciéndome que me amaba, antes de dormirme. Eso era todo.

    Al entrar en mi cuarto, podía ver a través de las ventanas una noche estrellada, incluso, no tuve necesidad de prender la luz. La luna llena, enorme y plateada, hacía que todo se viera azul. Me asomé para ver el bosque, el río y pensar en él, una vez más.

    ¡Todo era tan hermoso! Había nevado y estaba todo cubierto por un manto blanco, con poca bruma. Ojalá no hiciera tanto frío como para sentarme junto al río y disfrutar de la noche. Aunque faltaría algo, porque él no estaría aquí.

    Cuando estaba por correr las cortinas, algo llamó mi atención . . . parecía que había alguien junto al árbol, cerca del río, y creí que era mi imaginación porque juraría que era Rob. En realidad deseaba que así fuera. Seguramente, era mi enorme deseo de verlo.

    Cerré las cortinas y me acosté, aunque sabía que me costaría conciliar el sueño. Empecé a recordar nuestra despedida. Sus brazos rodeándome, su perfume, su boca en la mía. Eso bastó para quedarme dormida.

    No sé cuánto tiempo dormí, pero era muy de madrugada cuando me despertaron unos ruidos, gritos, portazos o algo parecido. No podía definir qué era. Pasaron unos minutos y luego escuché como Papá me llamaba . . .

    -¡¡Rowena!! . . . ¡¡Rowena!!—y la voz se perdió entre más ruidos.

    Y al prender la luz, me pareció que había humo en mi cuarto. Me puse los zapatos que estaban junto a la cama, y el tapado corto que estaba colgado del perchero, detrás de la puerta. Al abrirla, vi que estaba lleno de humo. Me apresuré a bajar la escalera.

    -¿Papá? ¿Dónde estás? ¿Qué está pasando? Papá?!?!?!—pero no podía ver bien.

    Al llegar abajo, encontré que parte de la pared de la biblioteca estaba en llamas. Por suerte, la puerta del escritorio estaba abierta, porque lo encontré desmayado. Observé como parte de la pared que da al exterior de la casa y parte del recibidor, estaban echando humo terriblemente. Me quemaba la garganta y me lloraban los ojos. Tiré de mi padre por los brazos todo lo que pude pero pesaba mucho.

    -¡Papá! Papá, despierta por favor. ¡¡¡Despierta!!! Debemos salir de la casa.

    Tomé el teléfono que estaba sobre el escritorio.

    -¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

    -¿Hola?

    -Soy Rowena Carlston, por favor, necesito ayuda. La casa está en llamas ¡¡¡ Ayúdenme!!!

    -No se preocupe señorita. La ayuda va en camino.

    Y eso fue todo. El hombre en el teléfono no dijo más y colgó. Volví junto a mi padre e intenté tirar de él para alejarlo del fuego.

    De repente, vi la alfombrilla que estaba usualmente a los pies del escritorio, y se me ocurrió que si lograba rodarlo sobre ella, sería más fácil deslizarlo fuera de allí. Cada vez había más humo, más y más calor.

    Me apuré en hacerlo rodar sobre la alfombra y funcionó. Salí al pasillo y lo arrastré por él, hacia la cocina.

    Abrí el grifo, llené una taza con agua y me di vuelta para echársela encima. Él no despertó. Luego hice lo mismo conmigo. Parecía que era aire en vez de agua lo que me tiré encima. Y me acordé. Si el fuego llegaba al piso superior, perdería mi foto favorita de Rob, pero sobre todo, perdería mi anillo. ¡Eso sí que no podía pasar!

    Corrí con todas las fuerzas que tenía escaleras arriba, y parecía que cada pierna me pesaba cientos de kilos. Entré en mi cuarto y en la pared que daba al exterior, el fuego comenzaba a avivarse, haciendo que empezara a echar mucho humo. Y entonces, una de las cortinas de la última ventana mostró fuego y empezó a arder.

    Me incliné sobre la mesa de noche, abrí el cajón superior y busqué en el fondo para sacar el pequeño cofrecito de terciopelo negro. También tomé la foto que había sobre ella. Coloqué ambas cosas dentro de la funda de la almohada y traté de salir lo más rápido posible.

    Escuchaba crujir la madera, vidrios que se rompían y también el sonido de lo que parecía una sirena, como un eco lejano en el despunte del alba. Tal vez, los bomberos.

    Llegué al borde de la escalera para volver a bajar y dudé un momento, me sentí mareada y mi corazón latió muy fuerte. Tomé coraje y bajé corriendo. Al alcanzar el primer descanso, pude ver que las llamas terminaban de prender en el living. La puerta del frente estaba abierta. ¿La había abierto yo? No importaba.

    Corrí a la cocina porque debía guardar mi tesoro en mi lugar seguro. Debía asegurarme de que no corriera ningún riesgo de perderlos. Así no habría posibilidad de que se me cayeran en medio del caos.

    Cerré de un golpe y noté que Papá ya no estaba allí, tal vez ya estaba afuera. Me precipité sobre la puerta de la cocina que salía al patio trasero. ¡Cerrada! Tiré de ella con fuerza y desesperación, pero no se abrió. Corrí por el pasillo, camino al hall, para salir por la puerta del frente.

    Entonces, alguien me empujó y caí pesadamente al suelo. Me golpeé contra algo duro y con ángulos. Me sentí débil, mareada y casi no veía . . .

    -¿Dónde estabas maldita?—gritaba—¡Levántate de una vez!—y me tomaba de un brazo.

    En ese momento, me golpeó con fuerza la cara, pero no sufrí dolor alguno. No podía ver, sólo sentía los golpes y que me sostenían de un brazo. Escuchaba gritos, lejos y cerca, todo muy confuso e inentendible. Quien fuera que me sostenía me soltó, y al caer, sentí como si me hundiera en el piso.

    Humo, calor, ecos de gritos . . . Era como estar en una neblina que me envolvía y no me permitía tomar conciencia de lo que pasaba. No podía defenderme, ni ver claramente dónde estaba o lo que sucedía y, mucho menos, pararme sobre mis pies.

    Y de pronto la neblina se cerró sobre mí, y no sentí ni escuché nada más. Todo se hizo silencio y oscuridad, para luego ser todo luz.

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     -1-

    El viaje

    El panorama era hermoso. Cientos de verdes pinos en un bosque generoso y tupido. Me hacía sentir cómoda, como cuando uno es feliz de volver a casa, después de un largo viaje. Raro ¿no?

    Sentí una brisa fresca en la cara y olor a pino. El sonido de un río o arroyo se escuchaba de fondo, al igual que el cantar de los pájaros. Un sol bien amarillo se asomaba por detrás del bosque, haciendo que pareciera una postal, con un cielo teñido de cientos de matices de rosado y púrpura.

    Y yo, vestida con ropa deportiva corría por un sendero, tranquila y relajada, rodeada de unos pastos altos, con flores blancas en la punta. El camino se abría más adelante para llegar al borde de un río, y yo lo seguía al mismo paso.

    En un momento, me topaba con un árbol enorme y añejo. Debajo de el, se encontraba un banco de madera muy viejo, con patas de hierro bellamente trabajadas. Continuaba por el sendero, que se desviaba entre unos arbustos muy altos y frondosos.

    Me llevaban a una calle por la que bajaba caminando tranquilamente. Ella me conducía a una reja baja pero ornamentada, como el banco junto al árbol.

    Frente a mí, detrás de la reja, un camino lleno de flores guiaba a una casa blanca, bellísima, de techos grisáceos. El generoso jardín lleno de margaritas, jazmines y rosas, despedía un perfume delicioso.

    Me sentía feliz. El sol amarillo ya comenzaba a calentar por encima del verde bosque, dándome de lleno.

    De pronto, tuve frío. Algo helado se enredaba en mi pierna y no veía qué era. Me acariciaba, pero era tan frío, que cerré los ojos a ver si me soltaba.

    Cuando los volví a abrir, me encontraba en nuestra habitación. El viento silbaba en las ventanas y aún no amanecía.

    Miré el reloj: decía las 5:00 A.M. en grandes luces verdes. Y entonces, terminé de despertar para darme cuenta de que lo frío que sentía no era otra cosa que la mano de mi esposo, que acariciaba mi pierna.

    -Mmm . . . Estás helado—murmuré sin moverme e intentando volver a cerrar los ojos.

    -¡Buen día para ti también, mi vida!—se reía por lo bajo mientras seguía acariciando mi pierna, desde la pantorrilla hasta el muslo. Me dió un beso en el hombro y sus dedos helados comenzaron a caminar por mi muslo, hasta llegar a mi cadera.

    -Es muy temprano ¡Duérmete!—Y mientras tanto, sentí su mano meterse por debajo del pijama, haciéndome estremecer. Yo todavía mantenía la misma posición, de costado y dándole la espalda, debajo del edredón.

    -Richard, te juro que si no sacas esa mano helada de ahí . . . te va a costar caro—Y se rió con todas las ganas.

    -¿Te das cuenta? Uno trata de motivar a su amada esposa y así es como le pagan—Y seguía riendo.

    Me di vuelta y lo miré. Sus ojos, enormes y tiernos, me miraban con picardía. No pude más que sonreírle.

    -¿Te sientes bien? ¿Tienes frío? Tus manos realmente están heladas.

    -No, estoy bien. Es que me levanté al baño y me las lavé con agua fría a propósito . . . je

    -Eres un . . .

    Y empezamos a luchar, riéndonos, hasta que con fuerza me tomó entre sus brazos y me apoyó en su pecho.

    -¿Sabes qué día es hoy?

    -¿El día en que nos vamos de vacaciones después 4 años?—pregunté con mi mejor sonrisa.

    -Además, por supuesto. No, hoy es un día más importante que eso. Hoy, hace exactamente un año, nos anunciaban que entraba en remisión.—Me dijo con una media sonrisa.

    Y traté de no cambiar la cara ante su optimismo, porque el camino había sido tan largo y tan duro, que deseaba realmente creer que era una etapa superada en nuestras vidas. Ya no quería que pensáramos más en medicinas, doctores, quimioterapia, ni nada por el estilo.

    Habíamos salido de este doloroso penar, y tal vez, pudiéramos ser, en cierta forma, libres, aunque no sabíamos si era definitivo. Sólo el tiempo lo diría. Puse una mano sobre su mejilla para hacerle un mimo.

    -Sí, mi cielo. Y muy merecido lo tienes, porque nadie mas que tú ha luchado tanto por estar bien.

    -No te olvides de algo muy importante: nunca lo hubiera podido lograr sin ti—Entonces, irguió la cabeza para besarme. Un beso largo, dulce. Nos abrazamos con fuerza. Apoyé mi cabeza sobre su pecho y nos quedamos así, sin decir nada, un largo rato.

    La enfermedad de Richard había sido una batalla inigualable. Él era el Caballero y yo su dama, la que lo motivaba y lo apoyaba, para continuar en la cruzada. No quería volver a revivir ni uno solo de esos recuerdos. Ansiaba desterrarlos de mi cabeza y vivir, a partir de ahora, con otras perspectivas. Creí que nunca lo íbamos a conseguir. Ahora, sólo pensábamos en recuperar nuestra vida suspendida en el tiempo. A pesar de que yo tenía 26 y el 34, no nos sentíamos como los jóvenes que éramos.

    -Richard, son las 7. ¿Qué te gustaría que te prepare de desayuno?

    -Lo que quieras. ¿Queda algo más por meter en el equipaje?

    -No, dejamos todo listo anoche.

    -Bueno, será mejor levantarse.

    Por la ventana, empezaba a filtrarse el sol que salía muy suavemente. Estábamos en invierno y ayer había nevado todo el día. Sin embargo, hoy teníamos un hermoso cielo azul, muy luminoso. Nos daba su bendición.

    Gracias a Dios, no íbamos a acampar. Yo lo odiaba, pero a Richard le encantaba, y casi siempre accedía por darle gusto. Pero dadas las circunstancias no lo creí conveniente, así que habíamos alquilado una hermosa casa en Mallets Bay, con vista al Lago Champlain, cerca de Burlington, en Vermont. Un lugar hermoso.

    El camino, seguramente para las 9, debería estar despejado, así que con toda tranquilidad nos levantamos para vestirnos y desayunar. Habíamos cargado nuestra camioneta con dos valijas enormes, porque la ropa de invierno es mucho más voluminosa. Y además, sin que se diera cuenta, cargué un pequeño maletín de primeros auxilios, por si acaso. Él se había sentido bien por muchos meses. Diría yo, que casi un año y medio sin ningún tipo de episodios. Había hablado con su médico y me había dicho que me despreocupara y que disfrutáramos de nosotros.

    ¡Estaba tan contento! Como un niño al que le prometen ir a la juguetería. Cerramos la casa y con su mejor sonrisa, me miró y me dijo:—¡Allá vamos!

    El día se había compuesto del todo. Eran más de las 10 de la mañana y el cielo mostraba apenas, algunas enormes y algodonosas nubes. Un sol grande y brillante, y un cielo azul como pocos, nos acompañaban. No volvería a nevar, por lo menos no hoy, aunque hacía muchísimo frío, manteniendo enormes bancos de nieve a ambos lados de la autopista.

    Pusimos la radio y comenzó a sonar It’s my life de Bon Jovi, y empezamos a cantar, como hacíamos siempre que salíamos de viaje en auto. La autopista era apacible, aunque húmeda todavía. Cruzaba algún que otro auto o camión de carga por la vía contraria.

    Me sentí tranquila, aliviada. Me acomodé en el asiento, reclinándolo un poco y volví a ponerme el cinturón de seguridad. Al estar tan relajada, pronto el sueño me empezó a ganar. Creo que realmente necesitaba salir de casa. Paz, era todo lo que mi mente quería y en este preciso segundo, la tenía. Él estiró su mano y me acarició la mejilla.

    -Duerme un rato, así el otro tramo manejas tú.

    -¿Te sientes bien? ¿No te sientes cansado? – pregunté y soné preocupada.

    -Nooo . . . estoy bien. Por favor Micky, no me persigas.

    -Perdóname. Costumbres que uno adquiere y que son difíciles de descartar—Le sonreí y él me devolvió la sonrisa.

    -Ok. Pero si descansas ahora y cambiamos más tarde, llegaremos antes del atardecer. Solamente pararemos lo mínimo y necesario.

    -Está bien ¿No tienes hambre? Traje unos sandwiches y hay café en el termo.

    -No cielo, estoy bien. Más tarde. Descansa un rato y para cuando te llame, pararemos y ahí sí, hacemos un break y comemos algo. ¿Te parece?

    -Está bien . . . Pero prométeme que si te sientes cansado o molesto, me dices, ¿ok?

    -Te amo—Y me miró, mostrándome paciencia y una enorme sonrisa. Le sonreí en respuesta, mientras me hacía una caricia.

    Me relajé todo lo que pude, y puse un CD de música romántica, del tipo de los que uno mezcla en casa. Entre la música y el ronroneo del auto, me dormí. Durante el camino me desperté varias veces. Especialmente cuando dejamos la autopista para tomar Main St. y cruzar el viejo puente de hierro verde. Se había vuelto a nublar. Luego me volví a dormir, no sé por cuanto tiempo, en realidad. Perdí total noción de dónde estaba o cuánto tiempo había pasado.

    De pronto, un sacudón me despertó y abrí los ojos. Vi como un camión se nos venía de frente, tratando de frenar con todo lo que tenía. Empezó a deslizarse por el pavimento de forma lateral, hacia nosotros.

    No podía gritar, apenas respirar. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. Todo parecía como en cámara lenta. Segundos . . . fueron sólo segundos y silencio.

    Richard hizo una maniobra para esquivar la carga y la camioneta giró en ángulo, deslizándose también, en sentido contrario. La puerta trasera del lado izquierdo pegó contra la caja del camión, lo que provocó que los vidrios de ese lado explotaran, haciendo que cambiáramos de ángulo.

    Nos seguimos deslizando por el asfalto, para romper el guardrail, delante del cual había mucha nieve. La camioneta se resbaló muy rápido y rodó sobre sí misma ladera abajo.

    Lo único que veía eran miles de cosas girando a mí alrededor, ruido a metal y vidrio, ramas rotas, olor a hierba, la bocina que sonaba sin cesar y la sensación de estar en un carrusel, que nunca pararía. Golpeamos algo muy fuerte, y di mi cabeza sobre el lado derecho del auto, creo . . . Todo era muy confuso.

    El carrusel se había detenido. Silencio absoluto. O al menos eso era lo que percibía. Me sentía atrapada, mareada, no podía enfocar bien la vista, todo era borroso. Tampoco podía gritar, no tenía fuerzas. Sentía dolor, pero no podía darme cuenta qué era exactamente lo que me dolía.

    Cuando pude girar levemente mi cabeza, todo lo que mi aturdimiento y los restos de las cosas que había dentro del habitáculo me dejaron, miré a Richard: la cabeza hacia adelante, los ojos cerrados, la boca semiabierta, apoyada la frente sobre el airbag. No veía sangre. Sentí gritos a lo lejos y luego, cada vez más cerca.

    -Señora, no se mueva. Quédese muy quieta.—no podía ver quién me decía esto. Y entonces me desmayé.

    Cuando volví en sí, tenía una enorme luz encandilante sobre mi cabeza, y había muchísima gente en batas amarillas a mi alrededor. Escuchaba sonidos extraños y tenía algo sobre mi cara, una mascarilla de oxígeno. Quise levantar la mano para sacármela y me dolió y, a su vez, alguien sujetó mi codo.

    -Señora Marshall, tranquila. Esta en el ER del Bellevue Hospital, al que fue trasladada. Soy la Dra. Brady. No trate de hablar. Ha sufrido un accidente automovilístico. Tiene un traumatismo de cráneo importante y la pierna izquierda rota, al igual que su muñeca derecha. Pero a pesar de todo, se encuentra usted fuera de peligro. Cálmese y trate de estar relajada. Le vamos a suministrar un sedante para que descanse. Aprovecharemos eso, para hacer algunos estudios. Todo va a estar bien.

    No podía articular una sola palabra, estaba muy cansada. Sentí como algo tibio caminaba bajo la piel de mi brazo. La habitación y las personas empezaron a desdibujarse, haciéndose todo aún más borroso.

     -2-

    La verdad

    Música . . . escuchaba música. ¿Debussy? Claro de luna en piano. Lo conocería en cualquier parte. El abuelo lo tocaba cuando era una niña. Pero surgía de algún rincón que no podía distinguir.

    Veía borroso al principio, como si estuviera mirando a través de un tubo: el centro claro, pero el resto se esfumaba, confuso.

    Mi vista se aclaró de a poco, y miré mis pies. Tenía unos zapatos bajos, de dos colores y con cordones. Bajaba la escalera que estaba frente a mí, y podía escuchar que la música sonaba más fuerte.

    Venía de la habitación que se veía desde el pie de la escalera. Crucé una puerta de madera de color claro, y ahí, sentado al piano, había un muchacho extremadamente guapo.

    Su cabello era color caramelo, corto, engominado y peinado hacia atrás, pero que luchaba por arremolinarse. Llevaba camisa blanca y pantalones grises. Parecía muy alto y atlético. Tocaba el piano a las mil maravillas.

    Levantó la cabeza, me miró, y sentí un impacto enorme. Sonrío y todo se iluminó. Sus ojos eran de un extraño color azul acerado. Mandíbula cuadrada, cejas pobladas pero armoniosas, muy masculino. Hermosa sonrisa, de esas que son imposibles de no responder con otra de la misma intensidad. Levantó una ceja sin dejar de sonreír y preguntó: ¿te gusta?

    Estaba embelezada. No entendía . . . nunca lo había visto. Pero ante él, estaba muy feliz. Cuando iba a preguntarle quién era, una luz brillante me dio de lleno. Me encandilaba y no me dejaba ver.

    Y aún podía escuchar la bella melodía, que desgarraba mi corazón con una profunda sensación de pérdida, como si me arrebataran algo. Las últimas sutiles notas del piano, me trajeron el sonido de una voz muy cercana a mí, en un susurro.

    -Micky ¿Puedes escucharme?—me decía. Una voz familiar, pero que todavía no distinguía quién era.

    -Por favor señora: Le voy a pedir que aguarde a que la paciente despierte por si misma . . . si no le molesta.—exigió alguien muy irritado, firme, pero en voz baja.

    -¡Mil disculpas!—contestó la voz de la mujer, y pude percibir como se alejaba.

    No podía terminar de salir de este sopor. Sentía que el sol calentaba la piel de mi brazo. ¿Habría una ventana cerca mío? Traté de hacer un esfuerzo y abrir los ojos. Mis párpados parecían pesar toneladas. No sabía ni recordaba dónde estaba.

    Cuando finalmente pude abrirlos, como somnolienta, observé que estaba en una habitación blanca, no muy grande. Había flores en una mesita cercana. Rosas blancas, una de mi preferidas. A mi izquierda, una ventana, por donde se filtraba la luz del sol, a través de una persiana americana semiabierta.

    Me descubrí con un vendaje en el brazo derecho, que colgaba de un montón de hilos, al igual que mi pierna izquierda. Empecé a darme cuenta de la situación y a recordar. Estaba en el hospital. La mujer, la que me decía que estaba fuera de peligro, en la bata amarilla. Sentía molestias en todas partes, no diría que fuera dolor.

    Giré la cabeza hacia la derecha, lentamente. Observé la puerta de salida. Al final de la habitación había otra puerta, y entre ambas, un sillón de dos cuerpos de un horrible color turquesa suave.

    En el estaba sentada una mujer rubia, elegante, con una camisa verde oscura de seda y falda al tono, jugando con un cigarrillo apagado en sus manos. Se movía inquieta, mientras miraba el piso.

    -Alex . . . —Dije con una voz ronca y desarticulada. Como con la resaca de una noche de juerga. Ella levantó la cabeza, se paró de un salto y se acercó rápidamente a la cama.

    -Micky, Cariño ¿Cómo estás?—parecía muy nerviosa—Qué pregunta estúpida ¿Te duele algo? ¿Quieres que llame a la enfermera?—hablaba muy rápido, mientras acomodaba mis sábanas.

    -Alex, ¿qué pasó? ¿Dónde está Richard? Necesito saber dónde está Richard, por favor . . . —dije lentamente. Me faltaban fuerzas.

    Levantó la mano y apretó el botón sobre la cabecera de mi cama. No me respondió. Sólo tomó mi mano,

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