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Libro electrónico142 páginas1 hora

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Salomé es una joven parisina de 32 años. En busca de amor y afecto, empieza una relación con Ethan, un músico que conoció meses antes con quien no tiene esperanza de un futuro. A pesar del sufrimiento que le produce esta relación tóxica, Salomé no puede dejarlo. Un día entabla una relación con un colega (Alban) quien, en sus encuentros, le ofrece la ternura que ella busca. A partir de ese día, Salomé intentará crear la relación ideal entre estos dos hombres a fin de encontrar el equilibrio que tanta falta le hace. Ethan le ofrece felicidad carnal y Alban ternura. Lamentablemente nada de esto es tan fácil como Salomé hubiera esperado. En primer lugar, aún cuando Alban le ofrece el afecto y la ternura que necesita, también espera los mismo de Ethan y nunca logre llenar sus vacíos. En segundo, aparece un tercer personaje en su vida, Jack. Después de pensar que este rubio llamado Jack era un desconocido que se había tomado la libertad de darle consejos sobre su vida amorosa, Salomé se da cuenta que, de hecho, Jack es un personaje creado en su mente que la orienta al momento de elegir. Con la ayuda de Jack y su médico, Salomé llegará a entender en el trascurso de la novela que su insaciable falta de amor y deseos están vinculados a su padre, quien las abandonó a su madre y a ella siendo pequeña. A veces consciente de su debilidad hacia los hombres y en otras ocasiones muy enojada con ellos, Salomé navega entre la rabia y la tristeza. El destino le ayudará (aunque no lo entienda de inmediato) cuando Ethan termine por irse de gira varios meses sin la posibilidad de regresar a París y Alban se vea obligado a regresar con su ex esposa, que está hospitalizada. Ante lo difícil que le es recuperarse de la pérdida de estos dos amores, Jack la convencerá de que aproveche la oportunidad de su partida para intentar reconstruir la relación con su padre y, con ello, reconstruirse a sí misma. Le escribe a su padre una carta para extenderle la mano y abrirse la puerta a un nuevo futuro. Salomé entiende que, al separarse de estos dos hombres, está haciendo lo correcto para tranquilizar a la pequeña niña lastimada que siempre ha estado escondida en el fondo del adulto en que se ha convertido pues que tal vez sólo eran una forma de reemplazar el amor paterno.

IdiomaEspañol
EditorialEsther
Fecha de lanzamiento12 jul 2018
ISBN9781547539475
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    Influencia - ESTHER HERVY

    Influencia

    de

    Esther J. Hervy

    Para Xavier,

    -1 —

    Toqué la pantalla con el dedo y se envió el mensaje, salió hasta su destinatario. No tardé mucho en arrepentirme por mi imprudencia, espero que el mensaje se pierda en el limbo del ciberespacio, que se enrede en la telaraña de las conexiones y sea un eterno prisionero. ¿Pero, qué ocurrencia? Apenas despierto y aún sin pensar claramente, lo consideré indispensable, incluso inevitable. Ahora no estoy tan segura, pero ya es muy tarde, ya no puedo retractarme. Intento convencerme de que hice lo correcto. ¿Cuál es el futuro de una relación si no puedes compartir lo que sientes? No puedo guardarme todo, quedarme callada, actuar como si no pasara nada. Después de todo, él tiene la culpa. El otro día, mientras estábamos en brazos del otro y después de hacer el amor, me preguntó por qué no había encontrado al hombre que me hiciera feliz. Sé que él ve a alguien más, a pesar de que tenemos varios meses de dormir juntos. Lo sé y lo acepto. Yo acabo de salir de una relación dolorosa y él está aquí, me escucha, me reconforta. No quiero involucrarme tan pronto en una nueva relación. Me da miedo. Temo sufrir de nuevo, no tener la oportunidad de reconstruirme. Una vez me platicó de una chica con la que sale, dice que no la ve muy seguido. A decir verdad, no sé mucho acerca de esa relación, nunca me platica. Por mi parte, le digo que estoy bien con lo que vivimos, sin ataduras, que no me interesa nada más.

    Pero ese día no supe qué contestarle, excepto que no tenía idea. En ese momento, no me di cuenta de que me impactó, que la pregunta se me quedó en la memoria, hasta esta mañana.

    Enviado. Se entregó el mensaje. Se me hace un nudo en la boca del estómago que sube hasta la garganta. Con esta revelación, me he expuesto por completo. La apuesta es mucho más difícil de lo habitual. Me doy cuenta de que puedo perder lo poco que me pertenece. Me da miedo que ayer se convierta en la última vez. Me da miedo no volver a sentir sus manos sobre mi cuerpo, sus labios sobre los míos, esta fuerza descomunal que emerge de nuestro ser al estar juntos. Una lágrima se asoma por el rabillo del ojo. No tengo que leer la respuesta para saber lo que dice. Apago el teléfono en un intento por posponer la respuesta, como si no leerla aliviara. Me hago tonta sola. ¿Y si decide hablar por teléfono? Me siento ridícula. Soy una estúpida al pensar por un momento que sentíamos lo mismo. Escucharlo iría más allá de lo que puedo soportar.

    Nerviosa, me levanto y empiezo a dar vueltas en la sala, entre el sofá y la mesa de centro. Mientras el teléfono no suene, no lo sabré. Mientras no lo sepa, habrá esperanza. Me hace mucha falta. Lo quiero tocar, besar, tener entre mis brazos. Me duele el vientre, el corazón, el alma. No entiendo qué me pasa, sólo sé que lloro más, y las lágrimas son una forma de defensa. Siento que mi cuerpo arde por dentro. Quiero que desaparezcan estas emociones. Me tengo que librar de este peso, esta losa. Voy a explotar. Me miro en el espejo. No me soporto. No me entiendo, ya no. Era como si hubiera bloqueado mis sentimientos durante estas semanas y de pronto les hubiera dado rienda suelta, desenfrenadamente, sin precaución alguna. Mi corazón y mi cuerpo se ahogan en este inesperado ataque. Todo sucede muy rápido, y es demasiado.

    Aviento mi teléfono sobre el sofá y corro al baño. Me meto debajo del agua caliente, me siento en la tina y dejo que las lágrimas fluyan. Parezco una niña chiquita, frágil e indefensa. El agua que cae sobre mi rostro se mezcla con las lágrimas, al tiempo que se escucha en la radio esta canción— I heard the wind chime beneath my feet, I felt the earth shake inside me — justo así, un terremoto dentro de mí... Me quiero quitar de la cara esa tristeza, que se escurra por el desagüe conforme me enjuago. Pero no fluye, nada se va, todo se me queda. ¿Por qué? ¿Por qué siento eso ahora? ¿Por qué, si yo pensaba que todo estaba bien? ¿Que me iba bien?

    Logro salir de la regadera y, después de evitar mirarme al espejo, regreso a la sala. Miro el teléfono. Ya debió haberme contestado. Quiero saber, pero no me atrevo a encender de nuevo el teléfono, me cuesta mucho trabajo... A pesar de todo, en un arrebato de valor, con el corazón a mil por hora y el sentir de la sangre correr por las sienes, cojo el celular. Como era de esperar, siento la vibración en la mano, lo que indica que acaba de llegar un SMS. Sin pensarlo, abro el mensaje. No me sorprende, ya lo sabía. Se tomó su tiempo para contestarme, para pensar y elegir las palabras a fin de no herirme.

    « Entiendo ... Ahora me doy cuenta que la otra noche te incomodé con tanta pregunta, te ofrezco una disculpa. Está bien que seas franca, que me hayas dicho lo que sientes. Sé que no es fácil ... Mi intención no es causarte inestabilidad ni que seas infeliz ... Eres alguien a quien aprecio y lo menos que quiero es lastimarte. Necesitas a alguien a tu lado. Por mi parte, mi corazón pertenece a otra persona ... Si quieres, nos podemos ver en la tarde y platicar. Si prefieres que no nos veamos, lo comprendo. Un beso»

    Ni siquiera puedo culparlo. Debería estar enojada, pero no es así. Sé que, a su manera, me quiere. Me lo demuestra con su mensaje. El hecho de cuidar lo que escribe es una muestra de que, de cierto modo, me procura. Me quiere, no como me gustaría, pero me quiere.

    Creo que puedo decir «Se acabó».

    Ethan y yo nos conocimos hace seis meses. Fue un poco antes de verano, a mediados de mayo. Para ser precisa, ya nos habíamos visto dos años antes cuando dio un concierto en un bar e intercambiamos unas cuantas palabras. Pero esa vez no fue de importancia, nunca nos habíamos visto y a no ser por dos o tres correos electrónicos, no habíamos hablado desde entonces. Ese famoso día de mayo, volvía de lo que sería mi último viaje a Nueva York y acababa de recoger mi equipaje cuando lo vi pasar frente a mí. Al principio no me acordaba de él. Sólo sabía que ya nos habíamos visto en alguna parte. Me le quedé mirando, intentando recordar dónde había visto esa cara antes cuando él volteó y nuestras miradas se encontraron. Desaceleró su paso y se le iluminó la cara. Se detuvo y en tono vacilante me preguntó :

    −  ¿Salomé?

    Sonrió conforme se acercaba a mí y fue cuando me acordé.

    −  ¿Ethan?  ¿ Ethan Mills ?

    −  Salomé...

    −  Salomé Lucciani.

    −  ¡Exacto!, dijo mientras se aproximó y me dio un beso.

    −  ¡Qué sorpresa!, exclamé. Qué gusto verte.

    −  ¿De dónde vienes?, me preguntó, señalando mi equipaje.

    −  De Nueva York. ¿ Y tú ?

    −  Los Ángeles.

    −  ¿De vacaciones?, le pregunté.

    −  Fui a ver a mi papá, allá vive.

    −  ¡Ah, claro! Es verdad, ¡si tu eres estadounidense!

    −  No, no, sólo mi padre, yo estoy bien aquí, sonrió. Y tú, ¿tomaste unas vacaciones en la costa este?

    −  Pues más o menos... podría decirse. ¿Todavía tocas?, pregunté.

    −  Sí, siempre, con conciertos aquí y allá, reemplazos en grupos. En fin, nos las arreglamos. No me va tan mal, podría ser peor.

    −  Qué bien poder vivir de tu pasión. Eres muy afortunado.

    −  Sí, y de ser un empleado. Bueno, un poco...

    −  Ah obvio, me apresuré a agregar. No quise...

    −  Pero no te preocupes. Y se rió. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas ahora?

    −  Ah, acabo de cancelar un cambio de vida, dije suspirando.

    −  ¿Así, nada más?

    −  Sí. Pero son buenas noticias.

    −  ¿Y por qué no me platicas de esta buena noticia con un café?

    −  Si quieres, respondí sonriendo.

    Nos dirigimos a un café en el pasillo principal del aeropuerto y pedimos la orden. Platicamos de nuestra vida, yo, con mi pequeña taza de café y él, frente a su jugo de manzana. Tenía un grato recuerdo de nuestra breve conversación de nuestro primer encuentro y no ha cambiado, es amable, siempre sonriendo. Durante la siguiente hora ya estaba yo explicándole a grandes rasgos por qué había sido mi último viaje a Nueva York. Al menos bajo esas condiciones.

    −  ¡No era el hombre adecuado para ti! concluyó, mientras alzaba su vaso y fingía beber.

    −  De eso, estoy segura, le respondí, sonriendo. Y topé mi taza contra su vaso.

    No vivíamos muy lejos el uno del otro así que compartimos el taxi. Él se bajó primero. Intercambiamos nuestro número telefónico y prometimos llamarnos pronto. ¿Qué había hecho? De haber sabido el giro que tomaría esta historia, habría regresado sola. ¡Qué simple sería si todos tuviéramos el don de la clarividencia! Lamentablemente, no sabía más que cualquier otro. Es más, cuando me llamó varios días después y me invitó a un restaurante, acepté encantada su invitación. Te puedes imaginar el resto. Nos vimos dos o tres veces y luego, la tercera noche, subió a mi departamento. Fue fantástico desde el principio. Una compatibilidad carnal como nunca antes había conocido. Una explosión de sensaciones.

    Esta noche del 12 de mayo sellé mi derrota.

    -2 —

    Estoy en la oficina, al fondo. Está oscuro y no estoy sola. Él está ahí, frente a mí, me sonríe. Yo estoy recargada en la pared, me mira desde la mesa sobre la que está sentado. Siento una cierta tensión en el ambiente. No me quita la mirada, finalmente se incorpora

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