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Díganle adiós al ratón
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Libro electrónico92 páginas1 hora

Díganle adiós al ratón

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A veces la vida pasa entre uno y otro chale. Así le ocurre a Axel, protagonista de Díganle adiós al ratón, quien lucha por mantener un empleo y olvidar a su exnovia. Sin embargo, esa calma depresiva es un lujo en estos tiempos, y a sus problemas no tardará en sumarse un misterio: los gatos muertos que aparecen alrededor de su casa. Vía el humor y la ternura, en la primera novela de Zauriel conviven narcos, alumnos de talleres literarios, policías, un fantasma y el gatito Darion. Díganle adiós al ratón es una investigación (y una ampliación) de las posibilidades de la novela de aprendizaje.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 mar 2022
ISBN9786071674166
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    Díganle adiós al ratón - "Zauriel" Alejandro Martínez Hernández

    CARTA

    Todavía traigo un chale con tu nombre, Isabelita.

    San Pancho está chido, pero no estás aquí, nomás tengo tus mensajes de vez en cuando.

    Aunque no me haces falta, a veces, solo a veces, siento que te necesito.

    Ayer me reclamaste por mis publicaciones del Face, porque me comento con mis ex. Hablo con Edith y dices que solo eres un juego para mí. Pero chica, tú fuiste la que decidió cortar hace un mes.

    Primero dijiste que te daba igual y que la chingá, después que te dolía que yo hablara con ella. ¡Ay!, si supieras…

    Mientras escribías esos mensajes, yo estaba durmiendo con Teresa. La conocí por Fabián. ¿Te acuerdas de él? El vato del que te conté; lo conocí en el curso al que vine hace dos años.

    Siempre creí que la primera vez que me acostara abrazando a alguien que no fuera una almohada, sería contigo, en alguno de los viajes que tanto planeábamos. En lugar de eso, Tere vino a mi casa, dizque a ver al gato; acabo de adoptar uno, se llama Darion (pardito en blanco y negro, tiene una mancha con forma de corazón en el hombro). Alargamos la mano al mismo tiempo para acariciarlo, una cosa llevó a la otra, ya sabes, lo típico; el roce nos hizo vernos a los ojos, unos diez segundos, antes de atascarnos a besos y manoseadas hasta quedar en calzones.

    Aunque terminamos cogiendo como por dos horas (con descansos, obviamente), no sentí nada y estoy seguro de que ella tampoco.

    No la miré como te miraba a ti, sus ojos me daban igual. Su piel no se notaba tan viva como la tuya, la de ella era áspera, pero es lo que hay, ¿no?

    Nos quedamos jetones en extremos opuestos de la cama.

    Si me dijeras hay que regresar, te diría que nel, para después salir con ah, te creas, sabes que jalo. Tú no me vas a decir eso y yo no te voy a andar rogando. No mucho.

    No quiero coger nada más. O sea, sí quiero coger y está chido, sin embargo, no es lo mismo a cuando tú y yo salíamos por tacos o al parquecito ese en donde nos conocimos y siempre olía a mota, o al cine a no ver películas. Nos la pasábamos muy bien, ¿no? Por eso se me sigue haciendo muy chale que me hayas cortado por llegar pedo a tu casa, neta no sabía que estaban tus papás.

    Quizá haya más chales y más nombres en esta historia, pero ahorita solo eres tú y mis maneras de no pensarte tanto.

    CRUDA

    No mames, pinche drama que hice por una morra. No vuelvo a beber triste(za).

    Hoy estaba parado en la calle, mirando mis agujetas desabrochadas. Cuando levanté la mirada vi a un don gordito, de unos cincuenta años, cachetes caídos y gorra, más ido que yo.

    Primero inhaló tres veces seguidas, como si oliera algo (a lo mejor porque no me puse desodorante en la mañana y andaba bien hediondo), movió su nariz chata y empezó a respirar pesadamente, nomás viéndome. Le iba a preguntar si se le ofrecía algo, cuando dijo:

    —Jugo de durazno.

    —¿Eh?

    —Yo antes estaba como tú, nadie me daba la mano, andaba perdido, hasta que empecé a tomar jugo de durazno. Licúa unos tres duraznos en un litro de agua y así tómatelo, sin azúcar, te levanta el ánimo. Y, acuérdate: todo está en la mente.

    —Órale, gracias —dije, sacado de pedo.

    —No te ves muy convencido, ha de ser porque andas triste. Es más, te vendo un gramo de esperanza.

    —¿De qué?

    —Esperanza. Ven, acá te lo doy.

    —Híjole, no traigo varo, carnal. Para la otra.

    —Es más, te la regalo.

    —Gracias, pero no, mejor luego. ¿Va?

    Frunció el ceño, me dijo: órale, ahí cuando ocupes…, dio la vuelta y se fue.

    A medida que se alejaba escuché que gruñía bien raro, como cuando te acercas a un perro que está comiendo, hasta me pareció oír un ladrido a lo lejos. Yo creo que eso último ya lo aluciné por la desvelada.

    —¡AXEL! —gritó alguien.

    Volteé.

    Era Tony.

    —¿Qué pasó, we?

    —Chingo sin

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