HA CAÍDO EL SOL EN LA PLAYA DE VENICE, EN LOS ÁNGELES, y desde el techo del hotel californiano escogido como base para la sesión de fotos con Esquire, la única luz que queda es la de las lámparas de gas. El fuego danza en cilindros verticales iluminando decenas de rostros; uno de ellos el de Mauricio Ochmann, quien –con su sonrisa– me indica que está listo para platicar, mientras se sacude lo que queda de arena en él tras la sesión de fotos.
Al saludarlo le recuerdo que la primera vez que lo vi en el cine fue en Message in a bottle (1999) de Luis Mandoki, cuando Mauricio tenía 21 años y aparecía en una escena como asistente de Robin Wright (Kevin Costner), periodista obsesionado por averiguar quién era el autor de una carta de amor enviada a altamar dentro de una botella, como si los siguientes pasos de su vida dependieran de ese misterio.
“Saber quién y de dónde soy es algo que traigo conmigo desde que me subí por primera vez a un escenario. Ahora lo entiendo, ha sido una urgencia por pertenecer a algo. Aún recuerdo cuando me vestí del pingüino de Mary Poppins a mis cinco o seis años, sintiendo que era mi guarida mientras en mi casa no entendían el porqué de mi fascinación y mi deseo de