Por muy difíciles que sean las cosas...
Por Eli Key
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En la vida, las situaciones que en ocasiones nos tocan vivir, no siempre son las adecuadas. A veces, resultan inhóspitas, críticas, desordenadas, y plagadas de un sin fin de situaciones -unas buenas, otras, malas-; sin importar que, la desesperanza es lo último que debemos abrazar. El protagonista de este libro, es un muchacho urbano, sencillo, con errores e impulsos que muchas veces lo traicionan. Como sea el caso, Robert, que así se llama, deberá lidiar con algunos aspectos que las mujeres suelen traer consigo. Y si de amor se trata, buscará la manera de poder lograr su objetivo, así los traspiés se encuentren a la orden del día.
Eli Key
Eli Key, de 22 años; oriunda de Gualeguaychú. Provincia de Entre Ríos, Argentina, es estudiante de marketing y trabaja como niñera para poder pagarse sus estudios. A partir de los doce años comenzó a escribir, y no fue hasta que leyó a Charlotte Brontë ya sus hermanas Anne y Emily, que comenzó a interesarse seriamente en la literatura. Después de conocer a Emily Dickinson; Richard Bach; Patrick Leigh Fermor; Megan Mayhew Bergman y Joan Didion, entre otros; se decidió a incursionar en ideas más decentes y prolijas, relativo a la narrativa y a las prolijidades de los textos. A partir de los dieciocho años, se arrojó de lleno a escribir todo cuanto pudiera salir de su pluma. Después de probar en varias plataformas digitales y de explorar los blogs, se decidió autopublicar en Draft2 Digital. Y mientras el país donde vive se debate en un mar de angustias y déficit económico; ella se esfuerza cuanto puede para depurar sus obras. La vida no es fácil, se hace lo que se puede con lo que se tiene, pero al final de una tormenta siempre sale el sol; es lo que dice siempre.
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Por muy difíciles que sean las cosas... - Eli Key
Por muy difíciles
que sean las cosas...
Corazones entrelazados 5
Eli Key
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Contenido
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
Se veían aquí y allá algunas figuras agraciadas, con un estilo de belleza muy singular; un estilo, según creo, jamás visto en Inglaterra: un estilo sólido, firme y escultural. Sus formas no son angulosas: una cariátide de mármol es casi tan flexible; una diosa de Fidias no resulta más serena y majestuosa. Tenían los rasgos que los pintores holandeses eligen para sus madonas: las facciones típicas de las tierras llanas, armoniosas y redondeadas, ingenuas e impasibles; por la profundidad de su calma inexpresiva, de su serenidad desapasionada, sólo pueden recordarnos a los campos nevados del Polo. Las mujeres así no necesitan adornos, y casi nunca los llevan; el pelo sedoso, cuidadosamente trenzado, ofrece sobrado contraste con las mejillas y la frente, todavía más suaves que los cabellos. Nunca resultan, al vestir, demasiado sencillas; el brazo opulento y el cuello perfecto no precisan pulseras ni cadenas.
(Villette ¬─ Charlotte Brontë
PRÓLOGO
Sentados sobre la banca de una plazoleta, me había tocado de cerca, sentir la fuerza de su valor. Ella estaba a dos pies de mí; y en tanto yo, rebuscaba unos papeles dentro de mi bolso, pude percibir que me observaba; lo hacía con un semblante sereno, pacífico, cubierto de quietud. Su tez, esbozó una clara luminosidad al igual que una diminuta chispa se refleja en el espejo durante una noche de lluvia.
CAPÍTULO 1
En una casa ubicada en las cercanías de Colton, Elizabeth, con sus manos apoyadas sobre el marco de la ventana, observaba la luna, y a su luz derramándose sobre la ciudad, cubierta de espejismos y candilejas en el asfalto, luces en los callejones, y las miradas que se perdían, en un mundo que simulaba estar lleno, cuando en realidad, estaba vacío, inerte, deambulando sin vida, por los amplios corredores de los que sufrían, de los que se desangraban a través de las grietas de sus armaduras, entretanto la angustia, fulminaba sus energías, y la amargura les negaba respirar con calma.
Sus recuerdos viajaron hasta esos momentos donde su honor, dignidad y reputación, fueron arrojados a un hato de cerdos desalmados. En realidad, no quiso pensar demasiado en ello. Pero el rememorar vino solo, como cuando uno se distrae en el ambiente circundante, y un inesperado pensamiento se cuela por la mente.
Se reclinó sobre la silla. Paseó su mirada a través de la habitación. Y después, de una de las gavetas, recogió un escrito que hubo encontrado cierta veza en una biblioteca y comenzó a leerlo.
«El lugar donde vivo es una idea destructiva de perturbación constante, y se supone que es mi hogar, pero en lugar de ello, vivo rodeado de pequeñas serpientes turbulentas, las cuales no me puedo quitar de encima. Es una demente alteración que arranca trozos de tranquilidad y quiebra el ánimo en sobresaltos desmedidos. ¡Cómo desearía irme lejos y apartarme de los torrentes venenosos que han lacerado mi corazón! Si embargo... no puedo, no puedo mudarme. Desearía poder marcharme lejos, morir a quienes me conocen, ser ausente en vida, vivir en la soledad de no ser nadie, y de estar en cualquier parte sin tener que dar explicaciones a nadie; caminar, sentarme y resguardarme en la soledad, esa vieja amiga mí que, por mucho me ha asistido y jamás me ha abandonado. Y en medio de todo ese deambular, poder dormir al abrigo de las estrellas o, de un buen techo que no me reconociera.... No obstante, y a pesar de eso, no tengo lugar donde ir o escapar, simplemente, estoy acorralada, y en medio de ese lúgubre hechizo mal intencionado, me siento frustrada por la incertidumbre.
Quisiera no salir, ni asomar la cabeza por nada del mundo, mantenerme alejada sin la miseria colectiva a la que de continuo he sido expuesta, y al final del día, callar para que ningún ser vivo escuche mi voz. Pero los oigo corretear por fuera, gritando, como diminutos vándalos destructores de la calma, van y vienen: son ellos, mis enemigos del alma, a quienes no puedo combatir. Y ahora mismo, los estoy escuchando correr en tropel, corriendo de aquí para allá, mientras sus cuidadores les importa un bledo lo que ellos hagan, porque se encuentran más concentrados en sus patéticas vidas narcisistas, que ocuparse de lo que en verdad importa. Y todos son dominantes de todo, mentirosos, bravucones, pendencieros.
Llenos de vicios, se escurren en sus vidriosas madrigueras de alcohol y cigarros, con obscenidades, y en la más absoluta insensibilidad hacia el respeto de otros. Definitivamente... no sé qué voy a hacer, no sé lo que haré. El miedo me inunda los poros, y ya no lo soporto; me es imposible resistir todo esto. La vida se escapa por los poros de mi existencia, se escapa por esas filtraciones provocadas por la angustia del destierro, ¡del exilio!, a la que he sido sometida.
La amargura es intensa, la impotencia me revuelve los sentimientos, y el deseo de salir corriendo sin importar lo que pase conmigo, es cada vez más factible como aterrador. ¿Acaso se alza en vuelo celestial el alma que ha sido afligida? En todo caso, ¿adónde se ha ido? Una no puede decir a voluntad, si navegamos o no, por un mar de consecuencias irrelevantes a lo largo de la vida. Cada día tiene su particularidad, como lo es cada noche, y lo que ha ocurrido el día anterior, ha de esperarse, a que se resuelva el día siguiente o los subsiguientes. A pesar de ello, todo nuestro itinerario es un secreto, un código que espera ser descifrado conforme avanzamos, y eso es algo que expresamos a través de nuestras acciones, interpretaciones y palabras que formulamos, como resultado de lo que tenemos para decir.
>> ¿Y eso? Suele engañar a la voluntad, en el menor de los casos. Y, resulta desalentador atrapar el presente cuando tu pasado ha sido duro. En esta vida, por todos los medios, debes intentar resolverlo, y no permitir que se disuelva sin antes haber respondido el acertijo. En la materia de las cosas, todo tiene un principio y un final. ¿Dónde nos encontramos en estos momentos? Por ejemplo, has tenido un accidente, a pesar de ello, todavía no estás muerto, pero en tu subconsciente, anulado por la crisis del minuto, piensas que ya culminas tu vida y partes rumbo a tu hogar en los cielos, sin embargo, una vez allí, un terrible juicio cae sobre tus hombros, y lo siguiente, es que, te expulsan de ese maravilloso lugar, y a través de ese umbral de misericordia, eres lanzado a un mundo de desgracia y ruina, es decir, regresas de nuevo a la tierra, frustrada, desesperada.»
Dejó el texto a un lado de su mesa de luz, y pensó en el momento que se encontró con ese viejo amigo de la preparatoria. A pesar de ello, ¿tendría lugar para una posible amistad con un hombre, ella que trabajaba sin descanso en su empresa, y que ahora, contaba con presiones laborales que le ocupaban todo el tiempo? ¿Se permitiría divagar en sentimientos que, antes clasificó como meros sentimentalismos sin sentido y emociones ocultas en botellas de plástico? Pensativa y en combate con esas deducciones análogas, se fue a dormir. La noche conjuró rostros que se entrelazaron con los años y los recuerdos. Tibias láminas transparentes que contenían las historias de un pequeño mundo privado y muy personal, cruzaron frente a su memoria inconsciente.
Afuera, se acallaban los sonidos del día, y se extendían los otros, aquellos que convivían con los retratos de la arena, los trajes enmohecidos, los polvos de maquillaje, las flotantes enredaderas que vestían a los candelabros, y las hendiduras en los sentimientos de quienes habitaban al refugio de las sombras, escondidos los demás; sintiendo la pasión y el romance, en las alforjas de un destino que acariciaba las mejillas, al igual que cuando la miel se untaba sobre el pan.
Al día siguiente, Robert se levantó temprano y bebió de su café con crema de leche en tanto revisaba su Curriculum Vitae. Con sumo esfuerzo había conseguido que le dieran una entrevista por la tarde, en un centro comercial de la ciudad.
Esa mañana, con total lucidez, y con una motivación que influía en su sano juicio, se había despertado animado. Las siluetas blanquecinas de sus cortinas, se le antojaron mudos espectros visitándolo con el hambre y la renta para pagar. Al igual que su cama que le resultaba tan vacía y solitaria, que emulaba el lecho de un abandonado facsímil alterado involuntariamente. Los impacientes recuerdos del pasado, y de una época dorada, se manifestaban a través de unas inmóviles grietas, similares a unos ojos misteriosos que husmeaban su condición.
«Además está Elizabeth», pensó para sí mismo.
Precisamente en esa hora, la mencionada dama atribulada en su alma por una cuestión familiar, decidió caminar en lugar de ir a trabajar. El día cálido la llevó sin dirección sin rumbo fijo, hacia cualquier parte. Caminó con calma, fijándose por donde iba, memorizando ciertos detalles a su alrededor. Avanzaba despacio, pensativa, adentrada en el placer que le proporcionaba la actividad de pensar con claridad.
Vestida con una blusa blanca con inscripciones chinas