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Ser Felices Para Siempre
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Libro electrónico206 páginas2 horas

Ser Felices Para Siempre

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Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha buscado de manera incansable la felicidad, pero sin tener mucho éxito. El mundo occidental nos presenta fórmulas “mágicas” que nos prometen acceder a tan importante meta, pero nos perdemos en sus intrincados mecanismos y terminamos siendo presas de la frustración y la amargura. En Ser felices para siempre se nos presenta una reflexión que, sin pretender dar respuesta a esa búsqueda inmanente a la naturaleza humana —para la cual no existen recetas posibles—, nos acerca a su comprensión desde el lenguaje de lo sencillo, desde el reconocimiento de lo evidente en nuestra propia existencia, pero que ha sido dejado de lado en pos de un sueño hecho utopía. La clave está en lo que tenemos frente a nosotros mismos, de allí esa ceguera que nos impide crecer y alcanzar la vida plena.

IdiomaEspañol
EditorialEmooby
Fecha de lanzamiento14 jun 2011
ISBN9789897140136
Ser Felices Para Siempre
Autor

Ricardo Gil Otaiza

Escritor venezolano nacido en Mérida (1961). Farmacéutico (ULA). Diplomado Internacional Plantas Medicinales de México (Chapingo, México). Magíster en Educación Superior, Mención Docencia Universitaria (UFT). Magíster en Gerencia Empresarial (UFT). Doctor en Educación, Mención Andragogía (UNIEDPA), Doctor en Ciencias de la Educación (URBE), Postdoctor en Gerencia en las Organizaciones (URBE). Autor de 27 libros. Investigador activo en las áreas de Etnobotánica (Plantas Medicinales), Educación Superior, Gerencia y Complejidad, incluido en el SPI (PPI Nivel II en Ciencias Sociales). Columnista del diario merideño Frontera y de El Universal de Caracas. Profesor Titular de la Universidad de Los Andes (ULA, Mérida, Venezuela) en el área de Farmacognosia. Conferencista. Ha recibido diversos premios y reconocimientos. Ex decano de la Facultad de Farmacia y Bioanálisis de la ULA (2002-2005).Ha publicado: Espacio sin límite (Novela, 1995); Paraíso olvidado (cuentos, 1996); Plantas usuales en la medicina popular venezolana (divulgación, 1997); Corriente profunda (poesía, 1998); El otro lado de la pared (cuentos, 1998); Breve diccionario de plantas medicinales (divulgación, 1999); Una línea indecisa (novela, 1999); La universidad como proyecto de Estado (ensayo, 2000), Manual del vencedor (poesía, 2001); Herbolario tradicional venezolano (divulgación, 2003, 2005 y 2009), Hombre solitario (cuentos, 2003), En el Tintero volúmenes 1 y 2 (ensayos y artículos, 2004), Ser felices por siempre (ensayo-reflexión, 2005), Los libros todavía estaban allí (crítica literaria, 2006), Tulio Febres Cordero (biografía, 2007), Perspectivas de la educación superior en un mundo globalizado (estudio, 2007), El extraño vicio de escribir (crítica literaria, 2008), Cuentos de monte y culebra (antología, 2009), Tulio Febres Cordero. Genio y figura (2010), Breve diccionario del naturismo (divulgación, 2010), Universidad de Los Andes: fundación en tres actos y un epílogo (ensayo, 2010), Trilogía de espectros (Primer Premio de Narrativa de la Asociación de Profesores de la Universidad de Los Andes, 2010), Tiempos complejos. ¿Fin del método científico? (Primer Premio de Ensayo de la Asociación de Profesores de la Universidad de Los Andes, 2010), Jiménez Ure ante la crítica gilotaiziana (ensayos, 2010), Cuentos. Antología Personal (cuentos, 2010), y La impronta intercultural como arquetipo en el mundo de Tulio Febres Cordero (ensayo, 2010).

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    Ser Felices Para Siempre - Ricardo Gil Otaiza

    HABÍA UNA VEZ un hombre autosuficiente, que a lo creado intentaba aplicarle la lógica y el intelecto. No quería comprender —tal vez por vicio de la razón que todo pretende explicar— cuán importante es ser simplemente un humano, sin más togas y sin más birretes que la piel que le fue dada como regalo, y tuvo con dolor (también con reticencias) que pasar por un duro proceso de auto-conocimiento y de reflexión sincera, para comprender muchas cosas que estaban a flor de piel como el rocío de la mañana, y poder sentarse una noche a dar inicio a un libro que jamás pensó ni creyó posible escribir.

    Ese hombre soy yo...

    Forzando un proemio

    AQUÍ ESTOY, comenzando a escribir sobre algo que no tenía previsto. Había tomado la firme decisión de plasmar mi tercera novela y cuando me aprestaba a eso, una ráfaga interna, algo así como una llamarada centelleante, me impulsó a sentarme a escribir sobre el hombre, sus miserias y su destino. Hace un par de días que finalicé un poemario y heme aquí lanzado de nuevo al mar en este bote que representa la palabra, y no sé si llegaré a la otra orilla. Son tantas las cosas que pretendo decir, que tendré —por fuerza— que ordenar mis ideas y presentarlas de una manera precisa. No intento escribir un ensayo académico, ni erudito, sustentando cada idea con una bibliografía y un autor; deseo, eso sí, desembarazarme de tantas cosas, decir tantas otras, que me atrevo a hacer lo que nunca había hecho: alejarme de la academia y del intelectualismo para dejar que hable la voz del corazón, sin artilugios, sin sorpresas idiomáticas, sin bárbaras jugarretas de las que hacemos uso quienes trajinamos la palabra. Por primera vez en mi carrera literaria me siento desnudo ante el lector, ante usted, sin más atavismo que la palabra sencilla, directa, para expresar que soy otro hombre, que dentro de mí no albergo en estos momentos otro interés que transmitir un mensaje y contar lo que ha sido mi paso por este mundo y dejar sobre la mesa las lecciones que he aprendido en un proceso duro, recio, del cual he salido con otra visión del planeta y de las personas. Sin embargo, me inquieta el hombre y su destino. Me inquieta mi vida, y también la suya.

    Aunque creo que hemos tomado un rumbo equivocado y que de no tener las previsiones necesarias saldremos heridos, no le traigo recetas para ser feliz, ni fórmulas mágicas para salir adelante, porque yo mismo no las tengo; quiero tan sólo que me acompañe en esta travesía para que usted y yo logremos de la mano exorcizar los mismos demonios que nos atenazan y que nos impiden ser lo que deseamos ser, y ahora.

    Vamos, pues, en este viaje en la palabra y en el ensueño por una utopía que no sé cuánto tiempo durará. Si en algún momento siente molestia o incomodidad con mi pensamiento y con mis propuestas, simplemente sáltese el párrafo o la página, tome su destino debajo del brazo y eche andar. Si piensa como yo y dentro de su corazón abriga las mismas inquietudes y los mismos anhelos, tal vez usted no necesita leer lo que aquí me propongo expresar, y es su libre decisión devolver el libro a su anaquel; pero allí será palabra muerta que la corroe el tiempo inefable, y yo deseo vida para los dos.

    El caos y el SER HUMANO

    DE VERAS QUE ME TIENE HORRORIZADO EL SER HUMANO. Nunca antes en mi existencia, ya no tan joven como para no haber acumulado algo de experiencia, había tenido que vivir y sufrir cómo se lastima la dignidad humana, cómo se atenta contra el espíritu, cómo nos alejamos inexorablemente de unos valores que alguna vez fueron el sostén de la civilización. Desde mi celda personal, que es más o menos lo que todos entendemos por cuerpo, percibo con horror la destrucción de la que es capaz ese mismo ser que también puede ser bondadoso, generoso y amigo de la verdad. No sé, y de allí su potencial peligro, en dónde están los límites entre uno y otro hombre, entre uno y otro corazón.

    Cuando me levanto y me asomo a través de la ventana de la casa en donde vivo con mi cuerpo, puedo ver cada mañana el esplendor de la sierra nevada, y los picachos en los que se desborda el hielo perpetuo. De igual manera en el ser humano se desbordan las pasiones, lo subliman, lo atan y lo impulsan a realizar lo que jamás hubiese creído poder llegar a realizar. Nos encontramos presos dentro de una cultura que ha desviado su objetivo fundamental: hacer feliz al hombre y la mujer. Quizás por perversión, o tal vez por disfunción del pensamiento, el alma humana se debate entre ser feliz a secas, olvidándose de todo lo demás, y de compartir un pedazo de cielo con el otro de más acá o de más allá. Creo que hemos optado por la primera de las opciones, dejando de lado la felicidad del otro; y lo que es peor aún: matándolo para que no nos estorbe en el deseo.

    ¡Cuántos crímenes se cometen a diario en mi país y en el mundo entero! Tal vez por demoníaca inferencia de la razón nos hemos transformado en nuestros principales depredadores: en aves de rapiña de las que hay que cuidarse, so pena de perecer en nuestras propias manos. A todo le tememos, de todo desconfiamos, nos encerramos en pequeñas fortalezas, utilizamos cerraduras especiales, puertas y rejas blindadas, pero el temor continúa desafiándonos en nuestro infinito desconsuelo. Un amigo, un vecino, el panadero, el carnicero, el cura, el profesor, el hijo o el nieto hoy pueden ser nuestros potenciales asesinos. Caminamos por este mundo como maníacos depresivos, fisgoneando a los lados o hacia atrás para así evitar ser atacados. La espléndida experiencia de poder salir a la calle con una sensación infinita de libertad, en la que nos sentíamos dueños del mundo y de las cosas, ha desaparecido. En su lugar quedan seres asqueados y dispuestos a batirse con cualquiera a duelo en defensa de la vida, o de la dignidad. Nada ni nadie puede ayudarnos en esta rueda sinfín en la que se debate la existencia, ya que estamos inmersos en un sistema de múltiples complicidades. No te toco y tú no me dañas. Pero a veces el mecanismo no funciona, y mientras yo te considero persona, tú me insultas y me catalogas como a un tonto, exento de fuerza y de decisión. Es entonces cuando yo reacciono y entro en un círculo perverso de odios, de rencillas, de ataques contra la persona y su libertad; hasta que uno de los dos pierde el juego, que vendría a constituir una especie de ruleta rusa perversa y demoníaca.

    Paseo por las calles de mi ciudad. Me apeo cerca del centro y me introduzco en la orfandad de una civilización desvalida y sin rumbo. Veo los rostros de las personas y nada percibo en ellos, salvo que todos miran hacia un norte indefinido, difuso, que nada tiene que ver con lo que alguna vez se llamó vida. Cientos de miles de personas caminan por las calles del mundo, y estoy seguro que muchos no saben hacia dónde van, qué buscan, qué merecen como seres vivos. Unos miran escaparates y se quedan perplejos frente a una infinita gama de posibilidades de saquear los bolsillos; otros, quizás no tan apurados, se dan a la tarea de no hacer nada, de quedarse varados frente a un vacío que ni ellos mismos comprenden. En cada ser yace una angustia, una incomodidad interior que lo hace indefectiblemente desgraciado e insincero, consigo mismo y con los otros. El hombre anda en una búsqueda infructuosa de lo que nuestra cultura ha dado por denominar como felicidad.

    La felicidad es posible

    MUCHAS VECES me he hecho la pregunta: ¿qué es la felicidad? De veras que le he hallado múltiples respuestas; algunas han colmado mi necesidad intelectual, y una sola me ha satisfecho el corazón: vivir a plenitud cada instante, aunque sea con algo nimio, superfluo y sencillo. Recuerdo que cuando era adolescente solía pensar en el futuro que me aguardaba como profesional, y dentro de mi inmadurez me imaginaba rodeado de comodidad, de confort, con un auto lujoso aparcado frente a mi casa, con decenas de personas recibiendo ipso facto mis indiscutidas órdenes, con una cuenta de varios dígitos en el banco, con una casa de playa equipada para recibirme en épocas vacacionales, con una avioneta lista para llevarme a cualquier destino..., con cantidad de cosas que cualquier muchacho de mi edad —para ese entonces veintidós años— pudiera desear. ¡Qué choque es a veces la realidad! Vivimos hundidos en falsos espejismos que nos distraen y confunden, hasta hacernos perder la razón por completo.

    Hubo de pasar varios años para que dentro de mí se aplacaran los ímpetus juveniles y los deseos materialistas, y comprender que la felicidad no se parece en nada a lo que me planteaba muchos años atrás. He visto mucha miseria, he visto fallecer decenas y decenas de personas, he visto enfermos en estado terminal, he percibido mujeres hambrientas mendigar un pedazo de pan para sus hijos, he visto niños famélicos caminar por las calles de mi ciudad y de otros lugares, sin futuro y sin esperanza. Todo ello hizo posible que dentro de mi ser se amalgamaran miles de situaciones hasta hacerme comprender que la felicidad no se puede comprar, no se adquiere en el abasto, ni el centro comercial de moda. La felicidad es un largo proceso que implica crecimiento como persona y el comprender que yo no puedo estar gozoso si a mi lado muere de hambre otro ser. Que yo no puedo ostentar lujos ni confort si un rancho miserable se levanta al lado de mi casa y en él vegetan otras personas por falta de alimento, de amor y de atención. Yo seré feliz en la medida en que la humanidad también lo sea, porque soy parte de ella. Nada ni nadie podrá negarme el derecho a sentirme conectado con un pensamiento universal que estamos compartiendo con otros lejanos seres, en otros confines del planeta. Comprendí con dolor que la felicidad no es comprar el traje de moda, o adquirir objetos de marca, sino poder disfrutar de esos tips, de esos pequeños instantes que conforman espacios que juntos hacen la felicidad.

    Nada hay más hermoso que compartir un trozo de pan con quien no lo tiene. No he encontrado mayor gozo que cuando comparto una sonrisa con un niño o con un anciano. Me ha hecho muy feliz el poder disfrutar de la naturaleza, el respirar el aire fresco que llega desde la montaña, o que nos regala el impetuoso mar Caribe. Mi dicha ha sido suprema cuando he podido desprenderme de algo que sentía muy valioso para mí y se lo he entregado sin miramientos a otra persona que también lo necesitaba. He dormido tranquilo cuando he llamado a alguien que se encontraba solo y le he dedicado minutos de mi tiempo para intercambiar experiencias y decirle cuánto la estimo.

    Qué bueno es despertarse una mañana y poder sentir que los rayos del sol que entran por la ventana calientan nuestro rostro somnoliento. O salir al balcón o asomarse a la ventana y poder respirar la primera bocanada de aire, y que nadie te pase factura por eso. Caminar descalzo sobre la arena y sentir cómo los minúsculos granos entran por la piel, la laceran y te devuelven la certeza de tu existencia. Ver llegar a los mercados las verduras frescas, o captar su delicioso olor que te inunda hasta alcanzar cada espacio de tu cuerpo. Ver entrar a tu casa a una persona que dabas por perdida y poder darle un abrazo con el que zanjas todo vestigio de rencor o de indiferencia. Estrechar con calidez la mano de un amigo y sentir por leves instantes la camaradería y el gozo de compartir ideas e impresiones y saber que formas parte de un mundo hermoso, que espera ansioso que tú lo vivas a plenitud.

    El gozo del compartir

    ME HE AVERGONZADO al abrir un día el closet y constatar que había decenas de prendas de vestir que no usaba y se estaban cubriendo con moho por no querer egoístamente desprenderme de ellas. Busqué varias bolsas plásticas y durante horas me di a la tarea de enrollar cada pieza y las fui empaquetando con la absoluta convicción de que alguien en otro sitio, lejano o cercano, sería muy feliz de poder saciar la desnudez con aquello que a mí no me hacía falta.

    Si un objeto no nos hace falta, alguien sí lo necesita, de eso estoy completamente seguro; basta tan sólo que busquemos a ese alguien e intentemos compartir. El egoísmo nos hace miserables y ruines, nos aleja de ese espíritu primigenio e innato del que fuimos dotados al llegar a la Tierra, por el que distintas civilizaciones pudieron sobrevivir y por el que nosotros cometemos las más grandes atrocidades contra la naturaleza del hombre, y de todo lo que lo rodea.

    Nuestra civilización está enferma de egoísmo y lo alimenta con necesidades ficticias creadas por los medios y por la publicidad, que nos hacen inmensamente desdichados y dependientes. El no compartir nos acerca cada día más a la condición de seres desgarrados que no hemos aprendido que la angustia y el dolor del otro, son mías también. El comer, el beber, el abrigo, el afecto y la compañía son necesidades universales que no debemos obviar en el hermano, a menos que nos hagamos cómplices de su miseria y de su inmensa orfandad existencial.

    Es fácil compartir si nace del corazón. Cerca de nosotros de seguro que hay alguien que nos necesita y tal vez no nos hemos dado cuenta de es; o nos hemos hechos los locos tratando de aminorar el remordimiento y la intranquilidad de la conciencia. No podremos dormir si al lado hay una familia que no tiene techo. No podremos comer si nos miran seres hambrientos y

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