La adolescencia: un puente para recorrer
Por Fernando Otero
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Este es un libro para adolescentes basado en historias de alumnos a lo largo de mi carrera como profesor.
De pequeños, no nos planteamos muchas cosas: queremos a papá y a mamá y ya está. Pero al crecer, empezaste a notar en tus padres cosas que no te gustan. Deseas tener tus propias ideas. Te enojas con más frecuencia y además, no te comprenden: ¡es imposible hablar con ellos! Tus intereses y tus gustos no son los de tus padres, pero en el fondo son tus padres y los quieres.
Pretendo darte algunas ideas para que tú las pienses por tu cuenta. No tienes por qué estar de acuerdo con todas. Son fruto de situaciones reales de mis alumnos en el transcurso de los años.
Ellos me planteaban situaciones, opiniones, quejas, dolores y alegrías iguales a las que tu pasaste, pasas o pasarás.
No soy un amigote más de mis alumnos porque los respeto. Me doy cuenta que ellos lo prefieren así. Amigos ya tienen; yo soy su profesor.
Los nombres y lugares los cambié a propósito para evitar que se identifiquen las personas. Respeto mucho a cada alumno y respeto mucho más la confianza que han puesto en mí. Los sentimientos son algo muy serio como para ir ventilándolos: ellos me abrieron su intimidad y yo trato de ser muy leal a esa confianza.
En este clima de respeto y confianza iré contando experiencias de mi vida docente para que tú puedas identificarte, descubrir a otros chicos y chicas y así conocerte un poco más. Tendrás más posibilidades de conocer el porqué de tus actuaciones.
No te quedes en la superficie; bucea en lo profundo de tu intimidad y descubre los motivos de fondo. Sé crítico contigo mismo; no te olvides que siempre se puede comenzar a mejorar.
Eres muy valioso para que te vuelvas pesimista.
Fernando Otero
Nací en la ciudad de Montevideo, Uruguay.En mi casa teníamos distintos animales y me gustaba cuidarlos. Pienso que por eso estudié veterinaria. En cierta oportunidad me invitaron a dar clases de biología y me gustó tanto la docencia que nunca la abandoné. Espero que no se rían, pero actualmente llevo más de veinticinco años siendo profesor.He trabajado como directivo de centros educativos y he desarrollado una intensa actividad como asesor académico en Colombia, Paraguay y Uruguay.Tanto en los talleres de ciencias naturales que realicé con alumnos pequeños, como al dar clases de biología en bachillerato, me fui dando cuenta que el conocimiento y el amor por la naturaleza que nos rodea ayudan a mis alumnos a ser más comprensivos entre ellos facilitando la empatía y a valorar sus diferencias.El trato y la amistad con cientos de estudiantes adolescentes me ayudó a conocer sus inquietudes, sus dudas y sus éxitos.
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La adolescencia - Fernando Otero
Para comenzar…
Quizás tú eres parecido a algunos de los cientos de alumnos que he tenido como profesor.
Seguramente ya pasaste la etapa escolar, de lo contrario, no leerías estas páginas. De pequeños, no nos planteamos muchas cosas. Queremos a papá y a mamá y ya está. Les hablabas a tus compañeros de todas las cosas lindas que te regalaban y de lo buenos que eran contigo: eran tus ídolos.
Pero al crecer, empezaste a notar en tus padres cosas que no te gustan. Deseas tener tus propias ideas. Te enojas con más frecuencia y además, no te comprenden: ¡es imposible hablar con ellos! Tus intereses y tus gustos no son los de tus padres, pero en el fondo son tus padres y los quieres.
Reconozco que no te gusta leer mucho. Pero sé también que cuando un libro te agrada no paras hasta terminarlo; eres capaz de pasar despierto toda la noche porque estás atrapado. Recuerda la fila de chicos y chicas esperando que saliera cada libro de Harry Potter.
De todas maneras escribiré poco.
Pretendo darte algunas ideas para que tú las pienses por tu cuenta. No tienes porqué estar de acuerdo con todas. Son fruto de situaciones reales de mis alumnos en el transcurso de los años.
Ellos me planteaban situaciones, opiniones, quejas, dolores y alegrías iguales a las que tu pasaste, pasas o pasarás.
No era un amigote más de mis alumnos porque los respetaba. Me daba cuenta que a ellos les gustaba. Amigos ya tenían; yo era su profesor.
Los nombres y lugares los cambié a propósito para evitar que se identifiquen las personas. Respeto mucho a cada alumno y respeto mucho más la confianza que han puesto en mí. Los sentimientos son algo muy serio como para ir ventilándolos: ellos me entregaron su intimidad y yo trato de ser muy leal a esa confianza.
En este clima de respeto y confianza iré contando experiencias de mi vida docente para que tú puedas identificarte, descubrir a otros chicos y chicas y así conocerte un poco más. Tendrás más posibilidades de conocer el por qué de tus actuaciones y de las de tus padres.
No te quedes en la superficie; bucea en lo profundo de tu intimidad y descubre los motivos de fondo. Sé crítico contigo mismo; no te olvides que siempre se puede comenzar a mejorar.
Eres muy valioso para que te vuelvas pesimista.
El patio del recreo
Aunque resulte divertido, tus padres son personas corrientes, iguales a millones de seres humanos que existen en nuestro planeta.
Los niños pequeños ven a papá y a mamá como héroes que les solucionan todo. No tienen nada de qué preocuparse, porque atrás está mamá que lo levanta cuando se cae, lo cura cuando se lastima, lo limpia cuando se ensucia. Le regalan juguetes, y si se portan bien, le dan un premio.
¡Cuántos refrescos y hamburguesas habrás comido con tu mamá o tu papá después de salir del médico o del colegio!
Tratabas de ser un chico o una chica buena para que ellos estuvieran contentos. Les hacías dibujos con tus primeros marcadores. Si papá llegaba tarde del trabajo, le dejabas tu obra artística sobre la almohada con un te quiero mucho, escrito con una letra horrible y te acostabas esperando el beso de tu padre cansado.
Cuando te venían rabietas, llorabas, gritabas y pateabas. Tus padres manejaban la situación lo mejor que podían. Te hacían distraer y al poco tiempo te olvidabas. No podías estar mucho tiempo enojado con tus padres. Ellos te daban cariño, protección y mimos. Eran los mejores padres del mundo.
Pero poco a poco la situación comenzó a cambiar, sin saber el por qué.
A tus amigos les sucede lo mismo. Empiezas a notar defectos en tus padres que antes no tenían.
Tu padre llega tarde de trabajar y no te presta atención. Pasa por tu habitación, te saluda rápidamente y se va a hacer sus cosas. Hasta te interrumpe tu juego en la PC: ¡tuviste que perder la concentración para saludarlo!
Tu madre usa tanto el teléfono que no te lo deja a ti. Por suerte, tienes tu propio celular. A tu madre no le gusta chatear; cosa que te facilita mucho y te da mayor libertad.
En las comidas tus padres hablan del trabajo, de los parientes, del dinero y prestan atención a tu hermanito que siempre tira la comida fuera del plato. Te hacen tantas preguntas que te sientes un acusado. Por suerte comes poco y rápido y te vas a tu habitación para seguir chateando con tus amigos mientras piensas: ¿qué les pasa a mis padres?..., antes no eran así.
Hace unos años, llegó Ricardo a visitar el colegio donde cursó la primaria. Actualmente es ingeniero. Recorrimos las instalaciones mientras recordábamos anécdotas de sus compañeros.
Cuando llegamos al patio del recreo se quedó asombrado y confuso.
― Este patio lo cambiaron, ¿verdad?
― No –le dije– es el mismo de hace veinte años, solo se pintó y se colocaron esos bancos.
― ¡No puede ser! Aquí jugábamos sesenta al fútbol al mismo tiempo. Además esas ventanas no estaban… ¡es tan chiquito! -exclamó un poco defraudado.
― No, Ricardo –le contesté–. Las ventanas siempre estuvieron y el patio es el mismo. ¡El que creciste fuiste tú!
Nos reímos un rato. Creo que miró rápidamente mi pelo canoso y apartó la vista. Seguimos caminando en silencio. Nos despedimos con un fuerte abrazo.
Noté en su mirada cariño, respeto y mucha confusión.
A Ricardo le pasó algo muy lógico. Había dejado de ser un chiquito y ahora medía 1,80 de altura. El patio no se había achicado.
Lo mismo te sucede a ti. Aunque es verdad que, no es lo mismo tener que educar a un chico de cuatro años que a uno de catorce, tus padres no cambiaron mucho. Siguen siendo las mismas personas de antes, con las virtudes, y quizás con los mismos defectos. El que cambiaste fuiste tú.
Es lógico que pienses lo contrario. Ahora tienes otra visión de la realidad y de las personas. Otra perspectiva. No vayas a enjuiciar con excesiva rapidez.
Te gusta que te comprendan y a tus padres también. Los juicios duros sólo lastiman y crean una distancia que luego no es fácil desandar.
A nadie le gusta que le pongan etiquetas: perezoso, aburrido, quejos; a ti tampoco. La vida de cada persona se va construyendo con los años. Siempre se puede cambiar y mejorar. Aunque no somos una computadora, necesitamos continuamente actualizar nuestro programa.
Tus padres han ido forjando sus vidas con éxitos y fracasos; momentos difíciles y momentos agradables. Han tenido la generosidad de hacer sacrificios para que tengas lo que tienes sin que te dieras cuenta.
Ahora –como empiezas a conocerte más– descubres aspectos nuevos en tus padres que no te agradan. Resulta simple echar culpas a la edad, al ambiente, etc. Nos encanta buscar culpables y hacemos diagnósticos para todo: el problema es…, la causa de esto es… Tu vida y la de tus padres es muy valiosa para culpabilizarla de todo lo malo que vas viendo.
Cuando estés calmado vete al campo, a la playa o al jardín. Siéntate