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Cuando tu adolescente se convierte en un extraño
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Cuando tu adolescente se convierte en un extraño
Libro electrónico247 páginas5 horas

Cuando tu adolescente se convierte en un extraño

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La adolescencia es un momento aterrador y complicado tanto para los adolescentes como para sus padres. Mantener el tren de los altibajos de la adolescencia en los rieles requiere trabajo y sabiduría. Muchos padres, simplemente, no saben por dónde empezar. Con la ayuda del Dr. Jantz, pueden dejar de preocuparse por la turbulencia de la adolescencia y tomar medidas. El libro incluye recursos, preguntas de reflexión y consejos, desde una perspectiva cristiana, que ayudarán a los padres a convertirse en un puerto seguro para su adolescente en medio de la tormenta al descubrir el futuro diseñado por Dios y la promesa que les esperan.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2013
ISBN9780825485268
Cuando tu adolescente se convierte en un extraño
Autor

Greg Jantz

Gregory Jantz es un autor exitoso de 26 libros, reconocido a nivel internacional y experto en salud mental. El doctor Jantz es fundador de un centro de recursos de consejería y salud, conocida como "Un Lugar de Esperanz", con sede en Seattle.

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    Excellent book and clearly written! A must read for parents.

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Cuando tu adolescente se convierte en un extraño - Greg Jantz

casa.

1

¿Quién eres tú, y qué has hecho con mi niño?

Parece que tu hijo lleva días metido en su cuarto, saliendo periódicamente y respondiendo a las preguntas con huraños monosílabos.

Tu hija está deprimida, llorosa e irritable; en un instante te pide que lo dejes todo para atender sus necesidades, ¡y al minuto te pide que te vayas y la dejes sola!

Este año tu hijo no quiere jugar al tenis, aunque le fue bien el año pasado. Cuando le preguntas por qué, realmente no sabe darte una respuesta que no sea que ya no le interesa. Pensándolo bien, hay muchas cosas en las que ya no parece estar interesado. Es como si ocupara su tiempo en algo, pero no sabes bien en qué. Cuando era más pequeño, su vida era un libro abierto; ahora, ha cerrado la tapa y te ha dejado fuera.

Tu hija es constantemente negativa, con todo. Parece que nunca sale nada bien; nunca se ve bien; tú nunca haces nada bien. Solía ser una niña bastante feliz, pero ahora resulta difícil estar a su lado, lo cual parece funcionar porque igualmente te resulta difícil verla.

Tu hijo se queja de dolores de cabeza y de no sentirse bien. Es difícil conseguir que se levante en la mañana para ir a la escuela. Si pudiera dormir hasta el mediodía, crees que lo haría, y sospechas que lo hace cuando te tienes que ir temprano a trabajar.

Tu hija raramente viene a la mesa para comer. En cambio, dice que ya ha comido, toma una bolsa de patatas fritas y un refresco, y se va a su cuarto. Cuando le preguntas al respecto, te dice que está demasiado ocupada como para pasar tiempo con la familia y prefiere trabajar en su cuarto, pero realmente no sabes bien lo que hace ahí dentro.

Tu hijo solía pasarse horas hablando de todo tipo de cosas; ustedes solían pasar tiempo juntos. Ahora, que le hagan una endodoncia parece estar primero en su lista de prioridades antes que pasar tiempo contigo.

Por muy segura que esté tu hija de que preferiría no pasar más tiempo con la familia, parece que esa es la única cosa de la que está segura. Tarda horas en vestirse en la mañana, tiene la silla con un montón de ropa descartada. Parece que no sabe lo que quiere hacer o lo que quiere comer, y conseguir que se siente a hacer sus tareas de la escuela te parece algo casi imposible.

Sabes que tu hijo tiene ropa limpia porque tú haces la colada, pero parece que siempre se pone la misma ropa con la que jurarías que se fue a la cama. Nunca se peina, y te preocupa saber con cuánta frecuencia hace cosas como cepillarse los dientes y ponerse desodorante. Parece que nunca está tranquilo el tiempo suficiente como para que tú lo puedas realmente averiguar. En lugar de eso, ves más su espalda saliendo por la puerta que cualquier otra parte de su cuerpo.

Vives con el alma en un hilo; por un lado, quieres mantener las reglas y responsabilidades familiares por el bien de los niños más pequeños; pero por otro, es una auténtica tortura conseguir cualquier tipo de compromiso por parte de tu hija adolescente para hacer sus tareas. Ella siempre promete hacerlas después pero, de algún modo, ese después parece no llegar nunca. Suele ser más agotador seguir pidiéndole que haga sus tareas, así que terminas haciéndolas tú.

Las mañanas de los domingos son incluso peores que las del resto de la semana. Conseguir que tu hijo se levante y se prepare para ir a la iglesia parece que no vale la pena. Él solía ir de buena gana, pero ahora siempre hay una razón para no ir. Conseguir que entre en el auto es una discusión de treinta minutos.

Todo esto no sería tan malo si no tuvieras esa sensación en tu interior de que tu adolescente no es feliz. Es como si él o ella caminase por ahí en un torbellino de descontento, frustración e irritación. A veces es tan impenetrable que te cuesta sacar a la persona que realmente hay dentro. Es doloroso porque esa persona es aún tu niño, a pesar de la edad que tenga.

Un viaje difícil

Pocas cosas producen más temor en el corazón de los padres que la inminente adolescencia de sus hijos. Han oído historias horribles de familiares y amigos, y les asusta lo desconocido y cómo les irá con sus propios hijos. ¿Se convertirá ese niño de carita feliz en algún tipo de monstruo tétrico? ¿Se convertirán las escaramuzas infantiles del ayer en una guerra declarada? ¿Se convertirán los días de tener a sus amigos en casa todo el tiempo en años de salir para estar con esos amigos en otros lugares?

La mayoría podemos recordar sentirnos torpes, sin atractivo, ansiosos o agobiados cuando éramos adolescentes. Recordamos vivir bajo nuestro propio remolino de descontento, especialmente con nuestros padres y con nuestros propios cuerpos. A veces parecía que vivíamos dentro de una caja, con los cuatro lados presionándonos y apretándonos. Otras veces, tan solo queríamos estallar y salir de esa caja. Durante varios años, nuestra vida fue una montaña rusa: fue un viaje salvaje, aterrador y emocionante. Como padres, no es algo que necesariamente estemos anhelando repetir con nuestros propios hijos.

La montaña rusa de la adolescencia es tan frecuente, tan estereotípica en algunas formas, que pasa a ser un tipo de taquigrafía cultural. Tan solo pronuncia las palabras angustia adolescente ante un grupo de padres de adolescentes, y asentirán con su cabeza. Es un eslogan universal para cualquier cosa, desde enojo explosivo hasta la desesperación de que todo se ha perdido. Incluso los niños que sortean sus años de adolescencia con relativa calma, pasan por tiempos de vueltas completas dobles con subidas que te encogen las tripas y aterradoras caídas en picada, porque nadie es totalmente inmune a la adolescencia; o a la vida, en realidad.

Sabías que ese viaje llegaría algún día. La mayoría de ustedes hace años que se pusieron en la fila voluntariamente, cuando llevaron a ese hermoso y dulce bebé del hospital a casa. Ha sido un proceso de años, pero ahora estás de nuevo en medio de esa fase tumultuosa de la vida conocida como adolescencia. Pero esta vez no eres tú el que está sentado en el asiento del conductor; vas en el viaje, pero lo alto que subas o lo lejos que caigas ya no depende meramente de ti. Precisamente cuando pensaste que era el momento de ir soltándole poco a poco, la conducta de tu hijo no hace otra cosa que el que quieras estar más pegado a él, o a veces te hace considerar seriamente soltarlo del todo por pura exasperación. Francamente, ya fue bastante difícil sobrevivir a tus propios años de adolescencia; ¿cómo podrás ayudar a tu hijo a sobrellevar los suyos?

Es un periodo raro de la vida para los padres. Sigues siendo responsable de tu hijo adolescente físicamente, moralmente y sin duda alguna económicamente, pero tu adolescente está despegando, probando y experimentando con asumir cada vez más responsabilidad propia. ¿Hasta dónde debería llegar esa experimentación? ¿Hasta dónde es suficiente, y cuándo es demasiado lejos?

Pero ¿qué ocurre si tu adolescente está experimentando algo más que los altibajos normales de la adolescencia? ¿Cómo saberlo? Es más que probable que lo único con lo que cuentes sea lo que tú mismo experimentaste de adolescente, pero ¿realmente es ese el punto de referencia que deberías usar con tu propio hijo adolescente? ¿Qué tal si hay cada vez menos subidas y muchas más bajadas? ¿Se encuentra tu adolescente en una fase, o esa fase se ha convertido en algo más serio? Como padre o madre, se espera que sepas la diferencia, sin entrenamiento alguno y mientras estás tú mismo en medio del momento. Deberías ser capaz de diagnosticar a un adolescente que tiene como la misión de su vida darte la menor cantidad de información posible. Eso no parece ser una receta para el éxito.

Ninguno de nosotros quiere que sus hijos sean desgraciados al hacer su transición de niño a adulto. Y, francamente, ninguno de nosotros quiere ser desgraciado al soportar un aluvión incesante de estados de ánimo y comportamientos de adolescentes. Navegar por esta época de la vida puede ser complicado, y es perfectamente entendible buscar algunas respuestas y algo de ayuda. Para eso ha sido pensado este libro. Está escrito para darte información para que puedas entender mejor

•  lo que significa el comportamiento de tu adolescente;

•  cuándo relajarte y dejarte llevar por la ola de una fase adolescente sin que pulses el botón de pánico;

•  cómo los adolescentes descarrilan y cómo ayudarles a volver al carril;

•  cómo saber si el comportamiento refleja ser un adolescente o si es algo más serio como una depresión clínica;

•  con qué conductas puedes trabajar y con cuáles no;

•  cómo ayudar a tu adolescente a entender el futuro y la promesa diseñados por Dios que le esperan en el umbral de sus años adultos;

•  cuándo es momento de conseguir ayuda profesional para tu adolescente y cómo escoger la mejor opción para tu familia y situación.

Como consejero profesional durante más de veinticinco años, he dedicado una parte considerable de mi consulta a trabajar con adolescentes. Me he dado cuenta de que son increíblemente directos y valientes, aunque a la vez son vulnerables y están confundidos. A menudo hacen lo que mejor les parece para tratar su situación. Desdichadamente, con mucha frecuencia recurren a comportamientos arriesgados y destructivos como estrategias para pasar por este periodo turbulento. Cuando estas conductas terminan adoptando una desagradable vida propia, el viaje en la montaña rusa se vuelve muy peligroso. Pero no tiene por qué ser así.

Los adolescentes están a las puertas de su futuro. Aún están arraigados a su niñez pero pueden ver fácilmente la vida madura en la distancia. Están deseando crecer y al mismo tiempo van arrastrando sus pies. Los adolescentes están en una misión hacia esa vida adulta en la distancia; tan solo necesitan ayuda para navegar por ese camino. Tú no puedes dar los pasos por ellos, pero puedes ayudarles despejando el camino. Es importante para su desarrollo que recorran este viaje bien y por sí solos, contando con tu apoyo.

Los desvíos en esta edad tienen consecuencias de largo alcance. Cerrar la puerta del cuarto, ya sea como adolescente o como padre, no va a hacer que el problema desaparezca. Como padre, tienes que estar listo para ayudar, aunque tu adolescente insista en que no quiere ayuda de ningún tipo. Esto no es intromisión, sino crianza.

Como los adolescentes se ven a sí mismos diferentes y, por consiguiente, ven de modo diferente a los padres, tu compromiso con el futuro de tu adolescente es más complicado. Cuando tenía cuatro años y medio y se daba un golpe con el bordillo de la acera en un dedo del pie, un beso, un abrazo y una tirita infantil eran algo mágico. Cuando ahora se da un golpe en el corazón debido a su primer rechazo romántico, es un poco más complicado. Cuando a ella no le gustaba el modelito de ropa que le elegiste a los cinco años, tenías otros entre los que escoger. Cuando no se gusta a sí misma con trece años, es un poco más complicado. Cuando se trataba de una pelea de voluntades cuando él tenía ocho años, podías ganar y a la vez darle un abrazo al final del día. Cuando se trata de una pelea de voluntades a los quince años y él no está dispuesto de ninguna manera a ceder ante ti, es un poco más complicado. Cuando ella tenía diez años y querías que pasaran tiempo juntas, ella no quería hacer otra cosa. Cuando tiene dieciséis y quieres que pasen tiempo juntas y ella tan solo te mira con asombrosa incredulidad y adopta una expresión del tipo cuando el infierno se congele, es un poco más complicado.

Cada fase de la vida tiene sus propios retos. La crianza de los hijos nunca ha sido para los débiles de estómago (especialmente durante los primeros años), los pusilánimes, o los que se comprometen a medias. Puede resultar tentador pasarse al asiento de atrás cuando tus hijos llegan a la adolescencia, pensando que has hecho la mayor parte de tu trabajo y que puedes dejarte llevar hasta su vida adulta con el impulso previo de tus años de crianza. Eres mayor, estás más cansado, y tu participación no muy activa en su vida parece ser lo que quieren los adolescentes. Es tentador, sí, pero no cedas. Sigues siendo el padre o la madre; sigues siendo el adulto, y aún tienes trabajo que hacer. Aunque no lo parezca, tu adolescente anhela desesperadamente estar conectado a ti. Él o ella necesita (observa que no dije quiere) tu aceptación, reconocimiento y aprobación. A pesar de cuánto discutan y digan lo contrario, los adolescentes, inclusive el tuyo, aún no tienen la vida resuelta. No necesitan que vivas su vida por ellos, pero sí necesitan tu guía y tu apoyo, incluso cuando no haya otra cosa más lejos de su mente y de su corazón.

Y cuando esa montaña rusa descarrila, los adolescentes necesitan a alguien que se dé cuenta y dé los pasos inmediatos para hacer que todo vuelva a su sitio. Colaborar con tu adolescente para navegar con éxito por la adolescencia es una de las cosas más difíciles que harás nunca. También tiene el exorbitante potencial de ser lo más satisfactorio.

Aplicación personal

Cuando piensas en que tu niño se va a convertir en un adolescente, ¿qué tres palabras o frases vienen con más rapidez a tu mente?

1.

2.

3.

Para cada una, identifica un incidente o evento específico que valide este sentimiento en tu mente. Por favor, recuerda que esto podría ser algo de tu propia adolescencia que estés proyectando en tu hijo adolescente.

Si la actitud de los padres del adolescente se pudiera resumir en una sola palabra, podría ser preocupados. ¿Alguna de las tres palabras que has escrito entran en la categoría de temor o preocupación? Si es así, ¿qué te preocupa o asusta?

Para ayudarte a recordar que todo este trabajo y esfuerzo valen la pena, me gustaría que crearas un fotomontaje del adolescente en cuestión, usando al menos cinco fotografías de tu hijo, desde la infancia hasta la actualidad. Cómo crear el montaje y dónde ponerlo es cosa tuya, siempre y cuando sea fácilmente accesible. Aquí tienes algunas ideas, o puedes crear tus propias ideas: una colección de marcos en tu mesita de noche, un salvapantallas en tu computadora, descargas en tu teléfono celular o simplemente fotos sueltas en tu bolso o cartera. Cómo accedas a ellas no es tan importante como verlas regularmente. Necesitas recordar y recordarte a ti mismo que todo esto vale la pena y que amas a tu hijo o hija adolescente, incluso cuando su comportamiento parezca estar específicamente diseñado para cuestionar seriamente ese amor.

2

¿Qué ocurre con tu hijo adolescente?

Su puerta estaba cerrada, como de costumbre. Había silencio: algo habitual. Si él estaba en la computadora, ella le oiría, pero si estaba escuchando música, tendría sus auriculares puestos y ella no le oiría. No estaba segura de cuál de las dos cosas le hacía sentir mejor porque, francamente, ambas cosas le asustaban un poco. Todo había comenzado con un sentimiento de intranquilidad hacía unos tres meses. Juan no se estaba comportando con normalidad, y no es que hubiera algo en concreto que Tamara pudiera señalar, pero las cosas parecían no ir bien. Había estado postergando realmente pensar en sus preocupaciones desde entonces, diciéndose a sí misma una y otra vez que él estaba entrando en la adolescencia y que esa era la causa.

Al pasar por su cuarto mientras recorría el pasillo de camino a su habitación, Tamara arrastró sus pies y dejó su bolso en el vestidor. Había sido un largo día en el trabajo, y estaba contenta de haber llegado a casa. Se imaginaba una cena tranquila y algo de tiempo para relajarse. Julia estaba en casa de una amiga y llegaría a casa en una media hora, justo el tiempo suficiente para que Tamara pudiera preparar algo y poner la mesa. Hacía mucho que no hacía espaguetis, y era la comida favorita de Juan, o al menos siempre lo había sido. Ahora ya no lo sabía, porque parecía que muchas de las cosas que ella pensaba que sabía de él estaban cambiando.

Había oído a muchos padres gemir y reír, a veces simultáneamente, acerca de perder a sus hijos durante estos años de adolescencia. Historias de niños felices y contentos que se transformaban en unos auténticos extraños, saliendo finalmente de la hibernación emocional a los veintitantos años. Tamara no quería esperar tanto. Podía sentir que Juan estaba entrando en ese patrón y no tenía ni idea de qué hacer. ¿Era solo una etapa? ¿Despertaría de ella? ¿Cuánto era demasiado tranquilo? ¿Qué hacía él tantas horas seguidas metido en su cuarto? ¿Por qué ya apenas hablaba con ella?

Tamara no quería husmear y arriesgarse a que él se alejara aún más de ella, pero su sentimiento de intranquilidad crecía. Con Julia, de algún modo sabía lo que esperar; después de todo, Tamara misma fue adolescente también. Con Juan, entraba en juego el asunto del género, y ella sentía que iba a la deriva en aguas desconocidas. Ningún niño quería una madre controladora que se entrometiera en su vida, pero ¿eran sus preocupaciones excesivas, o tan solo estaba siendo una mamá preocupada? Tamara quería hablar con él, preguntarle qué le estaba ocurriendo, pero tenía miedo a su reacción, miedo a que la rechazase, así que siguió caminando por el pasillo, pasando de largo por el cuarto de él, sin decir nada. Quizás el olor de la cena conseguiría sacarle de allí.

Tratar con los hijos en general no es una tarea fácil. Cada etapa del desarrollo tiene sus propios retos, y cada padre está equipado, o no, para manejar esas etapas. Algunos padres tienen dificultades con la etapa de niño pequeño, y se sienten totalmente agobiados cuando el bebé llora inexplicablemente y no es capaz de articular lo que le ocurre y es inmune a cualquier tipo de razonamiento verbal. Otros padres aprietan los dientes con la rebelde y desafiante etapa de los dos años, cuando el precio de la crianza es una vigilancia eterna, debido a que todo lo que puede suponer un problema atrae la atención del curioso e inseguro niño. Hay algo reconfortante, casi, cuando los hijos llegan a la edad escolar; ya hablan y es más fácil saber las cosas. Pueden ser dulces y simpáticos, quieren estar contigo y son en gran parte moldeables. Después llega la adolescencia, y toda la suerte está echada. Lo que parecía funcionar ya no funciona. Tu relación comienza a dar un giro considerable, a cámara agonizantemente lenta, y parece un eternidad insoportable durante un periodo de años. Tus hijos llegan a la adolescencia y es como si chocaras contra una pared a cuarenta por hora. Al menos, eso es lo que dice la sabiduría popular. Quizá puedas identificarte con la observación que hizo esta mamá: Todos los libros acerca de la crianza de los hijos que había leído me avisaban de la ‘terrible edad de los dos años’, pero ninguno me preparó para la ‘traumática adolescencia’.

Te acuerdes o no particularmente de tu propia adolescencia (y muchas personas hacen muchos esfuerzos por no acordarse, por varias razones), hay algunas características universales que se han convertido en estereotipos para los adolescentes. El mal humor, la irritabilidad, el aislamiento y el amplio y disperso enojo son parte de la etapa de la adolescencia. El deseo del adolescente de estar con amigos y definitivamente no estar con mamá o papá puede ser una bofetada en la cara para un padre, porque sucede de repente, a veces en

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