Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Cómo trabajar con jóvenes apáticos: Sobreviviendo a los insoportables
Cómo trabajar con jóvenes apáticos: Sobreviviendo a los insoportables
Cómo trabajar con jóvenes apáticos: Sobreviviendo a los insoportables
Libro electrónico300 páginas4 horas

Cómo trabajar con jóvenes apáticos: Sobreviviendo a los insoportables

Calificación: 3 de 5 estrellas

3/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¡¿Cómo manejar a esos jóvenes que desbaratan las reuniones?! Ya sea el que se sienta atrás que siempre causa problemas o la chica que tiene una mirada de indiferencia, la apatía de los jóvenes puede entorpecer tu ministerio. No permitas que los problemas de disciplina te arruinen tus reuniones. En este libro práctico encontrarás un acercamiento positivo a la disciplina. Te ayudará a encontrar las razones detrás de los problemas de conducta y te equipará para que tu disciplina no desintegre al grupo.
IdiomaEspañol
EditorialZondervan
Fecha de lanzamiento21 dic 2010
ISBN9780829782363
Cómo trabajar con jóvenes apáticos: Sobreviviendo a los insoportables
Autor

Les Christie

Les Christie (DMin, Trinity International University) is a national speaker and youth ministry veteran. He chairs the youth ministry department at William Jessup University, in Rocklin, California where he has taught the Gospel of John for the last 15 years, and is also an adjunct professor at Western Seminary. Les is the author of more than a dozen books, including  Awaken Your Creativity and When Church Kids Go Bad.

Lee más de Les Christie

Autores relacionados

Relacionado con Cómo trabajar con jóvenes apáticos

Títulos en esta serie (100)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Cristianismo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Cómo trabajar con jóvenes apáticos

Calificación: 3 de 5 estrellas
3/5

9 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Cómo trabajar con jóvenes apáticos - Les Christie

    1

    ¿Por qué los chicos actúan de esa manera?

    No resulta fácil ser líder de jóvenes o padre en estos días. Tal vez hayas escuchado esa expresión antes ¿no es cierto? Ambos constituyen trabajos duros (ha sido así por mucho tiempo), sin embargo por más difícil que sea la paternidad o el liderazgo de jóvenes, formamos parte de una larga tradición que ha pasado de un siglo a otro. Considera los siguientes ejemplos, aunque no sean tan modernos:

    Ejemplo 1:

    Un padre enojado le pregunta a su hijo adolescente: «¿A dónde fuiste?» El chico, que trata de ocultar por qué llegó tan tarde la noche anterior, le contesta: «A ningún lado». El padre le responde: «Crece ya. Deja de andar por ahí, en correrías por las calles, ve a la escuela. Día y noche me torturas. Día y noche desperdicias tu tiempo en pura diversión». (Traducido de una tablilla de arcilla de cuatro mil años de antigüedad).

    Ejemplo 2:

    No veo esperanza para el futuro en gente tan dependiente y frívola como los jóvenes de hoy. Ciertamente todos los muchachos son descuidados más allá de las palabras. Cuando yo era chico se nos enseñaba a ser discretos y respetuosos con los adultos, pero en el presente los jóvenes son extremadamente hiperactivos e impacientes. (Hesiod, poeta de la antigua Grecia).

    Ejemplo 3:

    A los jóvenes de hoy les gusta el lujo. Son irrespetuosos, tienen malos modales, sienten desprecio por la autoridad, no respetan a los adultos, y hablan tonterías en lugar de trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando un adulto entra al cuarto. Ellos contradicen a sus padres, hablan demasiado cuando están juntos, se ríen y juegan con la comida, ponen sus piernas sobre la mesa y aun tiranizan a los adultos. (Sócrates).

    Ejemplo 4:

    El mundo está pasando por tiempos difíciles. Los jóvenes de hoy en día no piensan más que en sí mismos. No tienen reverencia por los adultos ni por la gente de edad avanzada. Son impacientes hasta el cansancio. Hablan como si lo supieran todo, y lo que entendemos por sabiduría, ellos lo consideran una tontería. ¿Y qué decir de las chicas? Son impúdicas y atrevidas, poco femeninas en su hablar, en su comportamiento y en su forma de vestir. (Pedro, el ermitaño, 1274).

    Ejemplo 5:

    Nuestra tierra está en degeneración, nuestros hijos ya no obedecen a sus padres. (Palabras talladas en una piedra seis mil años atrás por un sacerdote egipcio).

    Ejemplo 6:

    De Jericó, Eliseo se dirigió a Betel. Iba subiendo por el camino cuando unos muchachos salieron de la ciudad y empezaron a burlarse de él. «¡Anda, viejo calvo!—le gritaban—. ¡Anda, viejo calvo!» (2 Reyes 2:23, escrito en el siglo noveno antes de Cristo).

    Desde el principio de los tiempos, cada generación de adultos ha sostenido que la generación de jóvenes de ese momento era mucho peor que la de su propia generación. Los adultos tenemos tendencia a idealizar el pasado.

    Quizás pienses: «Bueno, tal vez aquellos adultos en el pasado remoto hayan idealizado sus años de adolescencia, pero yo realmente era un adolescente mucho más amable, gentil, compasivo y de mejor comportamiento que la mayoría de los chicos de hoy en día». Conozco esa sensación. Me sentía de la misma manera hasta que un par de años atrás vi un viejo episodio de televisión de los años sesenta (la época de mi adolescencia). El programa se llamaba Dragnet y era una de las primeras series policiales de la televisión de aquel entonces. En ese episodio, titulado La granada, los protagonistas del programa, los oficiales Joe y Bill, hablaban en su automóvil acerca de los adolescentes de la generación a la que yo pertenecía. Me reí al escuchar que hacían la misma clase de comentarios que generalmente se esbozan sobre los jóvenes de hoy en día, solo que varias décadas atrás: «Los chicos de hoy en día han perdido el concepto del respeto», «Por qué los chicos no pueden ser simplemente chicos», «Nunca fui de ese modo cuando era unjovencito».

    Tengo un letrero en mi oficina que dice así: Cuanto más viejo me pongo, mejor he sido en el pasado». Como adultos, reprimimos los recuerdos acerca de cómo nos sentíamos y actuábamos en nuestra temprana adolescencia. Nos olvidamos lo que era tener catorce años. Creo que esa falta de memoria es, en cierto sentido, un regalo de Dios. Él pone un programa en nuestros cerebros que se activa cuando cumplimos veinte años y empieza a borrar los recuerdos de todas las tonterías que hicimos, dijimos y pensamos durante nuestra adolescencia. Esto puede resultar un alivio para muchos de nosotros que sentimos que es preferible olvidar esas cosas; sin embargo como padres y como líderes de jóvenes es preciso entender y recordar aquellas cosas que hacíamos cuando éramos adolescentes. Solo así nos constituiremos en buenos líderes y mejores padres.

    La lucha por encajar

    La próxima vez que te reúnas con tus amigos más cercanos a cenar intenten jugar el juego de «recuerda cuando…». Solicítale a tus amigos que recuerden su tiempo de adolescencia. Traigan a la memoria la forma en que se sentían por su apariencia física (tal vez la forma de su cabeza, el tamaño de su nariz, su estatura). El modo en que les afectaban los comentarios que les hacían al respecto. Te maravillarás de los recuerdos vividos que los adultos conservan acerca de las críticas o de los sentimientos de rechazo que experimentaron en su adolescencia. Es importante recordar lo sensibles que son los adolescentes a la crítica y el rechazo. Ellos quieren ser aceptados y que la gente los quiera, tal como lo querías tú cuando tenías su edad.

    Hace no mucho tiempo, jugamos a «recuerda cuando…» con mis amigos. Sentada confortablemente en su silla, Sharon recordó un apodo que le habían puesto cuando se encontraba en la secundaria. Ella tenía una mancha roja en su labio superior y los chicos la llamaban «cara de perro» e incluso le gritaban cosas como: «¡Hey perrito!». A ella le había costado muchísimo superar esa situación y recuerda que incluso había contemplado el suicidio como una opción. Mark habló acerca de su timidez cuando era adolescente y recordaba que su madre no le permitía contestar por sí mismo, sino que ella daba las respuestas. Juan sacó a relucir el sentimiento de inseguridad que tenía acerca de su cuerpo y cómo nunca quería ducharse en el vestuario junto a sus compañeros ni asistir a piscinas públicas. Él se acordaba que muchos de los estudiantes corrían a las regaderas con una toalla en la cintura para no exponerse frente a los demás.

    Yo no me olvido del miedo que sentí durante una reunión de jóvenes en el penúltimo año de la secundaria, justo después de haberme convertido. El grupo de jóvenes de la iglesia tenía un círculo de oración en el que todos nos tomábamos de las manos y cada uno debía orar en voz alta. Nunca había orado en público, y a medida que se acercaba mi turno, más nervioso me iba poniendo; hasta había empezado a transpirar y temblar. Cuando me tocó a mí, balbucee algo rápidamente (no tengo idea qué fue lo que oré) y entonces di paso al siguiente para que pudiera orar. Desde ese día recuerdo el intenso miedo que sentí de ser humillado en frente de mis compañeros.

    Es fácil olvidar o minimizar la intensidad con la que los chicos pasan por las pruebas o las tribulaciones por el simple hecho de que ya somos adultos. Recientemente leí en un periódico la historia de un chico de una pequeña escuela al que otros compañeros le hacían burla porque tenía sobrepeso. Ellos lo llamaban «gordo», «panzón» o «bola de grasa» y lo tomaban de punto constantemente. Él era un chico simpático que nunca les causaba problemas a sus maestros o padres pero un día explotó. Trajo un arma a la escuela, le disparó a varios de sus compañeros, y luego se puso la pistola en la sien y activó el arma. Su suicidio explica claramente cómo llegó a un límite en el que no pudo tolerar más el ser ridiculizado.

    La montaña rusa física y emocional del adolescente

    En el área emocional, los chicos viven en una montaña rusa que los lleva del valle de la muerte al monte Everest. Es probable que como líder juvenil te haya tocado experimentarlo. Una semana, la reunión del grupo resulta fantástica, (los chicos se comportan bien, escuchan atentamente y hacen increíbles preguntas; uno sale del encuentro montado en una nube, la vida es perfecta, el ministerio es exitoso y amamos a los chicos). Pero la semana siguiente la reunión resulta un desastre. Abandonamos el lugar preguntándonos si alguno de ellos volverá la próxima vez o si se llamarán unos a otros durante la semana con un mensaje de este tipo: «Oye, creo que fuimos demasiado buenos la otra noche, asegurémonos de causar algún tipo de problema la semana que viene». En momentos así, sentimos que toda la enseñanza les entró por un oído y les salió por el otro, y eso puede ser increíblemente frustrante.

    La adolescencia es un periodo de transición, un periodo de cambio, y la característica prevaleciente en todo cambio es la inestabilidad. Eso lo vemos en el rápido, intenso y siempre variable mundo emocional de los adolescentes. Inclusive un estimulo relativamente pequeño, en algunas ocasiones puede disparar una reacción muy intensa en ellos. El doctor Keith Olson describe la variedad de emociones intensas que una chica adolescente puede experimentar en el breve período de una mañana:

    6:30 a.m.: Jennifer se despierta a regañadientes, jurándose a sí misma que ese será un día desastroso.

    6:50 a.m.: Jennifer está eufórica porque aún le sientan bien sus pantalones favoritos.

    7:00 a.m.: Está disgustada porque su cabello no cae como ella quiere que lo haga. Sabe que se sentirá humillada cuando otras chicas la vean.

    7:30 a.m.: Se siente emocionada y asustada a la vez porque Jeff la llama y le ofrece llevarla a la escuela esa mañana.

    7:50 a.m.: Jennifer tiene un sentimiento de orgullo, y hasta de arrogancia porque sus amigas la ven en el auto de Jeff cuando buscan donde estacionar.

    7:55 a.m.: Jennifer se siente indignada y enojada cuando una de sus amigas, en un tono burlón, hace un comentario sobre el transporte especial en el que ha llegado esa mañana.

    En el transcurso de tan solo noventa minutos Jennifer ha experimentado sentimientos intensos de apatía, pereza, emoción, humillación, emoción, orgullo, arrogancia, indignación y enojo. Y aunque la influencia cultural y social pueda llevar a que las chicas sean más expresivas que los chicos en cuanto a sus sentimientos intensos, podemos estar seguros de que los chicos sufren los mismos vaivenes.

    Los problemas románticos constituyen, a menudo, un gran trecho de esa montaña rusa en la que los adolescentes están montados. Las jovencitas a las que su novio ha dejado o los chicos que han sido rechazados varias veces por la chica de sus sueños están deprimidos y mal humorados, no muestran interés en la iglesia ni e el grupo de jóvenes y los obsesiona el pensamiento de las oportunidades de romance que se están perdiendo.

    Las diferencias que notamos semana a semana en el comportamiento de nuestros chicos tienen mucho que ver con los cambios drásticos a nivel físico que atraviesan los púberes. Los adolescentes permanentemente están preocupados por algo:

    Por su crecimiento: Se inquietan por estar creciendo demasiado rápido, demasiado lento, o desparejo.

    Por su desarrollo: Se afligen porque desarrollarse demasiado, o muy poco, o en los lugares equivocados.

    Por su aspecto físico: Se preocupan por su estatura, por su peso, por su condición física o por sus problemas de piel.

    Por cómo besar: Se inquietan por cómo respirar durante un beso prolongado y temen que eso los meta en una situación embarazosa.

    Por si saben besar: Quieren saber si existe una manera correcta de besar y ellos la desconocen.

    Por el rechazo: Los angustia que la persona con la que salen les diga que no saben besar.

    Por su busto: Las chicas s se preguntan si sus pechos son suficientemente redondos, si tienen la forma correcta, o si se encuentran en la posición adecuada.

    Los chicos adolescentes se preocupan de que ellas tengan unos senos muy grandes.

    Por los bigotes: Los varones se preocupan si es que no les crecen los bigotes.

    Las chicas se inquietan de que les puedan crecer.

    Los adolescentes algunas veces sienten que sus cuerpos conspiran contra ellos. Pero los grandes cambios físicos que ocurren en la vida de los púberes no son únicamente los que tienen que ver con las hormonas, el cabello y los granos. En años recientes, algunos neurocientíficos, como el doctor Jay Giedd, y los institutos nacionales de salud han descubierto que el cerebro del adolescente sufre una remodelación masiva en su estructura básica en aéreas que afectan desde la lógica hasta el lenguaje, desde los impulsos hasta la intuición, según The Primal Teen, [El adolescente primario] Bárbara Strauch, página 13. Ahora sabemos que el cerebro continua cambiando y que no está completamente formado hasta los veinticinco años (mi esposa bromea en cuanto a que este proceso puede tomar veinte años más en la mayoría de los hombres). El punto es que Dios no ha terminado con la mente de los adolescentes.

    Todo eso sin contar con el gran sufrimiento por el que pasan los chicos de entre doce y veinte años por la desesperanza que les provoca el sentirse inferiores a los demás. Este es un sentimiento espantoso que a nadie le gusta: el complejo de creer que uno no es tan bueno como los demás, de considerarse un perdedor, de sentir que uno es feo, lento, o carente de habilidades. Se trata de ese depresivo sentimiento de falta de dignidad. Los varones a menudo sacan a relucir su condición física con respecto a otros menos desarrollados, demostrándoles su poder de muchas maneras. Por lo general este tipo de chicos carece de habilidades verbales, y cree en una versión distorsionada del modelo de vida que sostiene que las acciones hablan más fuerte que las palabras. Comprender los cambios emocionales y físicos por los que atraviesan los adolescentes ayuda a entender su comportamiento y sus cambios tan drásticos de humor.

    Cómo han cambiado las cosas

    Tal como lo he señalado, no creo que los chicos de hoy sean tan diferentes de los de nuestra generación. Desde los principios de la civilización, los jovencitos han tenido las mismas necesidades: sentirse amados, deseados, seguros, protegidos, cuidados. Los desafíos que les presenta la adolescencia, los cambios en su cuerpo y en sus funciones cerebrales, la montaña rusa de sus emociones, el profundo deseo de encajar en su grupo, no son exclusivos de esta generación de jóvenes.

    Por otro lado, yo creo que el mundo en el que los chicos están creciendo es completamente diferente del que enfrentaron las generaciones previas. Uno de los más grandes cambios es el modo en el que la violencia y la amenaza de violencia determinan la vida de muchos de los adolescentes de hoy.

    Una chica de tercer grado en el estado de Nueva Orleans, en los Estado Unidos, tomó una Magnum 357 y la llevó a su escuela para protegerse de un chico que constantemente la molestaba. Michael, el hijo de diecisiete años de Margaret Ensley, recibió una bala en el corredor de su escuela en California (su madre dice que el chico que le disparó pensó que Michael lo miraba de un modo burlón). En las calles de muchas ciudades las chicas llevan consigo pequeñas armas en sus bolsos o navajas en sus bolsillos para usarlas como defensa personal si resultan víctimas de un intento de violación. Los responsables de hacer cumplir la ley y los oficiales de salud pública describen de esta manera la epidemia de violencia juvenil de los últimos años: «Estamos hablando de chicos cada vez más jóvenes que cometen crímenes cada vez más serios», señala el abogado de Indianápolis Jeff Modsett. «La violencia se ha convertido en un estilo de vida».

    Entre los años 1987 y 1994 el número de adolescentes arrestados por asesinato en países como Estados Unidos se incrementó en un 85%, de acuerdo con el Departamento de Justicia. La buena noticia es que en el año 2003 el porcentaje bajó de nivel. Sin embargo, los chicos de diez a diecisiete años ahora son responsables del 17% de los casos de violencia que acaban en arresto. Los adolescentes no solo son los que perpetran estos crímenes, además resultan las víctimas. Una encuesta llevada a cabo en el 2005 por Uhlich Children‧s Advantage Network (UCAN), una agencia orientada hacia los niños en riesgo y sus familias, ubicada en Chicago, concluyó que el 39% de los adolescentes tienen miedo de recibir un disparo en algún momento de sus vidas. La National Education Association estima que unos cien mil estudiantes portan armas dentro de las escuelas. El Departamento de Justicia sostiene que cada año cerca de un millón de jóvenes de entre doce y diecinueve años son violados, golpeados, o asaltados, generalmente por sus pares.

    John Taylor Gatto, declarado el Maestro del año en la ciudad de New York en 1991, hizo este triste comentario acerca del mundo juvenil en el que intentaba introducirse: «Poco a poco me he ido dando cuenta de que lo que yo enseño es esto: Un currículum de confusión, posicionamiento en la clase, justicia arbitraria, vulgaridades, rudeza y una falta de respeto por la privacidad. Enseño cómo encajar en un mundo en el que no quiero vivir».

    La era de la información

    Hace mucho tiempo, los jóvenes aprendieron a vivir teniendo a los adultos como mentores. Puedo recordar historias de mi tatarabuelo en Inglaterra, que a la edad de catorce años se fue a vivir con un tutor y su familia hasta cumplir los veintiuno. Durante esos años aprendió el oficio de la carpintería. Y esa era la única manera de aprenderlo.

    Los cambios debidos a la tecnología han transformado drásticamente la forma en que la información pasa de una generación a otra. Esto comenzó con el descubrimiento y popularización de la imprenta, lo que convirtió al libro y a la página impresa en la principal fuente de transferencia de conocimientos.

    Con la aparición de la televisión, la tecnología de la información sufrió más transformaciones aun, cuando la imagen televisada se convirtió en algo disponible para las masas y cambió los valores y el estilo de vida de los adolescentes alrededor del mundo. Los comerciales de televisión les enseñan a los chicos que los bienes materiales hacen que la vida valga la pena y que cada problema se puede resolver en treinta segundos. Además, la televisión no siempre transmite un cuadro adecuado de la vida, en especial de los adultos, a los que presenta como idiotas que no tienen idea de cómo funciona el mundo. Como botón de muestra de la paternidad en las familias de la TV solo tenemos que mirar programas como Dos hombres y medio, Los Simpson o Matrimonio con hijos.

    Las computadoras personales

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1