«Mamá, ¿por qué él tiene colita y yo no?». Típica pregunta de niños –así planteada o a la inversa– que, sin embargo, suele coger fuera de juego a los padres. Y más si se les ocurre formularla a voz en grito en medio del parque. Hacer como si nada y seguir la conversación con el resto de los progenitores no es la mejor opción. La persistencia de los pequeños no conoce límites: «¡Mamaaaaa! ¿Por qué yo no tengo colita? Yo también quiero». Entonces todo el mundo se vuelve hacia ti. Ignorar las miradas inquisitivas y, de paso, las preguntas comprometidas es todo un riesgo. ¿Darle largas a tu hija diciéndole que cuando sea mayor ya se lo explicarás? Replicará que ya lo es, aunque levante medio metro del suelo. Entonces, ¿qué hacer?
La curiosidad a