Disciplina y límites mapas de amor
Por María Rosas
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María Rosas
Estudió Sociología y un posgrado en Economía. Su formación académica no es el Periodismo, sin embargo, desde hace más de 25 años lo ejerce como su principal pasión; esto, por supuesto, después de la vida con sus hijos Daniel y Lucía. Ha colaborado en diversas publicaciones como Expansión, Harvard Business Review, La Opinión de Los Ángeles, Marie Claire, Padres e Hijos y El Universal, por mencionar algunas. Fue consultora del Banco Interamericano de Desarrollo en proyectos de Educación Inicial y el Departamento de Educación de Puerto Rico le solicitó el libro Maternidad y Paternidad responsables como libro de texto para los estudiantes del último año de High School. Entre 2000 y 2007 fue directora y editora de la revista Aprendamos juntos de Papalote, Museo del Niño. En la actualidad es editora, conferencista y escribe sobre la familia, los hijos y crianza, segura de que al hacerlo puede contribuir a que los padres de familia hagamos mejor nuestra tarea. Escribe cada sábado la sección “Muy padres” para el periódico El Gráfico de El Universal.
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Comentarios para Disciplina y límites mapas de amor
7 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Muy bueno. Me ha gustado mucho. Da ejemplos y recomendaciones claras sobre cómo establecer límites de forma sana.
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Disciplina y límites mapas de amor - María Rosas
Dedicatoria
Este libro fue escrito pensando en todos los padres de familia que están convencidos que a los niños no hay que contradecirlos, ni negarles nada. Más aún, que piensan que padres e hijos deben ser sólo amigos. Estos papás me ayudaron a comprender lo necesarios que son los límites a tiempo, casi desde que los chicos son muy pequeños. Estos límites, junto con una disciplina amorosa, son los pilares de la formación emocional de nuestros hijos. Sin miedo, atrevámonos a ejercer nuestro rol como adultos, hagámosles más fácil el camino, aprendamos a ponerles un límite por su propia seguridad física y emocional.
Presentación
Recuerdo con claridad cuando me dispuse a plasmar en papel todo cuanto sabía o creía saber acerca de la formación y educación de los hijos. Los míos, para empezar, como base exploratoria, sin duda constituirían una historia ejemplar. Y por qué no, si palpaba cotidianamente las esencias más puras referentes a los temas que nos conciernen a la mayoría de los padres, si había vivido y continuaba experimentando en todo su esplendor y dolor los matices de la maternidad, si reconocía en la imagen que devuelve el espejo a una mujer entregada a la superación y felicidad de sus hijos. No estaba del todo errada, sin embargo, al exhalar sobre el respaldo de mi silla cómplice y después de meses de estirar las piernas, comprendí que los hilos de mi narrativa habían creado un tejido indestructible entre mis sentimientos y mi realidad como madre. Fue al leer, preguntar, acomodar, suprimir y reconocer que advertí la inmensidad del entendimiento: son los niños quienes nos cargan de energía para llevarlos y traerlos; son los niños los que proyectan metas personales al descubrir el mundo a través de nuestros pasos; son ellos quienes nos abrazan en las noches más confusas y solitarias; son nuestros hijos los que trazan con envidiable precisión el compás de la unión familiar. Cierto es que como padres nos graduamos a la par de ellos, también lo es que el manual de convivencia, desarrollo y armonía lo redactamos juntos, como núcleo. Comparto entonces, esta colección, Aprender para crecer, a todos aquellos padres que dividen sus horarios entre visitas al pediatra y partidos de futbol, también a todas las madres que comprenden de desvelos y zurcidos invisibles —los del alma incluidos. Este compendio de experiencias, testimonios, confesiones y recomendaciones enaltece las voces de especialistas, cuidadores, profesores, madres y padres que provienen curiosamente de diversos caminos, pero que y porque la vida la trazamos así, se han detenido entre cruces y por debajo de puentes a tomar un respiro y tenderse la mano. Que sea ese el propósito de nuestra paternidad: sujetar con disciplina, amor, diversión, cautela y libertad las manos de nuestros hijos y que permitamos que continúen impulsándonos a ser no sólo mejores ejemplos, también sólidos y eternos encuentros. Disciplina y límites: mapas de amor circunda lo que se considera como la columna vertebral de un ser humano, sin importar su edad: la formación. Encontrarás un sinnúmero de testimonios y consejos prácticos, clínicos también, sobre las diferentes tácticas para evitar que nuestros hijos se conviertan no sólo en pequeños monstruos, sino en intratables, insociables y ásperos adultos.
Introducción
Imaginemos que vamos caminando por la calle y de repente nuestro hijo de dos años de edad se suelta de nuestra mano y sale corriendo sin fijarse si vienen automóviles o no. O que estamos en el supermercado un domingo a las cinco de la tarde y nuestra hermosa hija de cuatro años hace una pataleta que inmediatamente nos convierte en víctimas de la mirada de los ahí presentes. Pensemos también en lo que nos provoca que nos hablen de la escuela del hijo de nueve años, por tercera vez en el mes, para informarnos de su mal comportamiento. O que nuestra preadolescente de apenas 11 años nos azota en las narices la puerta de su habitación cuando le exigimos que no nos conteste groseramente. ¿Alguna de estas anécdotas suena conocida? Sin duda, madres y padres por igual hemos enfrentado por lo menos una vez en nuestra vida situaciones similares. ¿Cómo las hemos afrontado?, ¿cómo hemos manejado esos momentos en los que lo único que deseamos es desaparecer a nuestros hijos, o salir corriendo a la calle y no volver? Todos los padres nos hemos sentido enojados, frustrados, desalentados y muy desorientados cuando nos damos cuenta de nuestras reacciones frente a los momentos difíciles de los niños Gritos, golpes, ofensas, malos tratos, ¿acaso sirven para mejorar la conducta del niño? Este libro trata de eso. Habla de la forma en la que los papás encaramos la imposición de límites y disciplina en la educación de nuestros hijos; habla también de lo importante que es considerar ambos, límites y disciplina, como mapas del camino que llevará a nuestros hijos a ser mejores personas, más responsables, más tolerantes y, por qué no decirlo, más felices. Éste no es un compendio de recomendaciones de psicólogos y terapeutas infantiles o familiares. Es un testimonio de todos los que estamos aprendiendo a ser padres sobre la marcha. Yo, por ejemplo, no soy pedagoga, psicóloga o pediatra ni tampoco experta en cuestiones de crianza y desarrollo infantil. Soy mamá. Y desde que nacieron mis hijos (Daniel y Lucía) me he dedicado a la tarea de entrevistar a cientos de madres sólo para reforzar la idea de que, aunque no sepamos todo de cómo educar niños, no lo hacemos tan mal. Por supuesto, incluyo el enfoque de algunos expertos porque siempre es orientador. Pero destaco las experiencias cotidianas de quienes suben, bajan, entran, salen, recogen niños, trabajan, preparan cenas, pelean contra la televisión y el Nintendo, gritan, se enojan y lloran a solas en la noche con sentimiento de culpa por el miedo a no estar cumpliendo cabalmente su función: la de madre. Este libro forma parte de una colección de solidaridad y complicidades maternas, pensada como un material que nos permitirá conocer los testimonios de otros padres. Disciplina y límites: mapas de amor es una obra que nos brinda la oportunidad de reflexionar acerca de la relación padre-hijo.
Reza un refrán que echando a perder se aprende
. Pues aunque me apene reconocerlo, en la educación sí aplica y si no nos apoyamos en los límites, en la disciplina y en permitir que nuestros hijos enfrenten sus buenas dosis de frustración ellos serán los principales afectados, ya que no conocerán el mejor camino hacia el crecimiento, no tendrán herramientas para encarar la vida adulta y vivirán eternamente enojados.
Capítulo uno
Hijos disciplinados: ¿misión imposible?
Tres semanas antes de la fecha de su aniversario de bodas, Laura y Jorge nos invitaron a la comida con la que lo celebrarían. Lo hicieron con tanta anticipación, supongo, porque sabían que generalmente se nos dificulta dejar encargados a los niños. Pero en esa ocasión no teníamos pretexto para faltar y los chicos no vendrían con nosotros. Logramos que Lucía se quedara con la abuela, y Daniel iría de excursión con los boy scouts , la cual duraría por lo menos hasta las seis de la tarde.
Después de mucho tiempo de no salir juntos, la idea de hacerlo sin hijos y comer en compañía de un grupo divertido de amigos, nos parecía a mi esposo y a mí un verdadero regalo enviado del cielo.
Sin embargo, con los hijos nunca se sabe lo que nos depara el destino, y esta vez no fue la excepción: mi hija quiso acompañarnos y el paseo de Daniel acabó antes de lo planeado. Debido al imprevisto retorno de nuestro scout, mi esposo tuvo que abandonar la comida a las cuatro de la tarde, con la idea de regresar. Pero no volvió. Al llegar al parque por el niño, el jefe del grupo de los excursionistas se quejó amargamente sobre el comportamiento de Daniel, al punto que advirtió al pequeño que si durante la semana siguiente se portaba mal en casa no podría volver al grupo.
La única educación eterna es ésta: estar lo bastante seguro de una cosa para atreverse a decírsela a un niño.
G. K. Chesterton
La consecuencia de la conducta rebelde del niño ya había sido anunciada por el instructor. Era suficiente, y Daniel lo lamentaba de verdad, porque finalmente había logrado integrarse —y yo diría que incluso había llegado a querer— al clan de niños exploradores, y lo que menos deseaba era perderlos. Pero igual que muchos padres de hoy, estamos convencidos de que los niños vienen tremendos
y nunca hay suficientes sanciones para su mal comportamiento, así que Guillermo, mi esposo, decidió aplicar el castigo de inmediato y lo llevó directo a casa después de recogerlo; además, le prohibió ver su programa de televisión preferido durante una semana. Por supuesto, tuvo que quedarse en casa con el niño y no regresó a la comida.
¿Sería suficiente reprimenda para Daniel? ¿Entendería el niño que debía portarse bien tras aquella