El pacto
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Juan Carlos Hurtado
Juan Carlos Hurtado Manyari nació en Lima en el distrito bajopontino del Rímac, en Lima, en 1972. Es titulado en Ingeniería Industrial en la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Hijo de Ida Manyari Ortiz y de Hugo Hurtado Salazar, es el quinto de seis hermanos. Es un apasionado lector de obras de misterio, esto gracias aq la influencia que tuvo su padre. El pacto es su primera novela, la cual lleva una mezcla de fantasía con la realidad que vivió en su niñez. Este libro ha sido escrito para que tanto sus experiencias, así como los relatos escuchados a través del tiempo, se mantengan.
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El pacto - Juan Carlos Hurtado
Palabras preliminares
Crecí escuchando muchas historias y leyendas de tesoros escondidos, de fantasmas y otras actividades paranormales. Las historias venían tanto de amistades como de la familia, y así tuve la suerte de escuchar de primera fuente estos relatos increíbles. ¿Quién, en su sano juicio, los haría conocidos sabiendo que podrían obtener una respuesta de incredulidad o de burla? Por ese motivo muchas veces no salen a la luz, se quedan en un círculo íntimo —un grupo muy cerrado—, o quizás en el olvido. Pero siempre existe esa persona audaz que, sin importar las habladurías del resto, las cuenta y pasan de boca en boca adquiriendo nuevas versiones; porque cada quien le dará su toque personal, distorsionando poco a poco el mensaje original, haciéndolo menos creíble.
La historia central de esta novela se la escuché a mis abuelos maternos, con quienes compartí muchos momentos durante mi niñez y parte de mi adolescencia. Sus relatos eran fascinantes y se remontaban a la época de su juventud. Cuando visitaba a mis viejitos los encontraba sonrientes, alegres de tenernos cerca y siempre interesados en que supiéramos todo sobre la gran familia de la que somos parte. En cada narración salía a relucir algún hecho que bordeaba con lo desconocido. Al escuchar sus historias, en vez de asustarme, pedía que no escatimaran en detalles. Y en eso eran expertos mis abuelos.
Recuerdo que ayudaba a mi abuelo en sus trabajos de carpintería. Su taller estaba instalado en la casa de su hija menor, mi tía, en Lima, adonde se mudó desde la ciudad de Jauja, trayendo consigo lo necesario para continuar con su pasatiempo. Cada vez que podía lo acompañaba a escoger y comprar madera, luego a trabajarlas lijándolas o cepillándolas; de ese modo aprendí algo del manejo de sus herramientas. Mi abuelo también tenía la sana costumbre de salir todas las mañanas a caminar antes del desayuno y paseábamos horas alrededor de la urbanización donde vivíamos. A veces él caminaba solo, llegaba al lugar donde yo practicaba fútbol; disfrutaba verme jugar y, al término, regresábamos juntos.
A mi abuela la visitaba a menudo ya que no salía mucho de casa. Siempre la encontraba peinando su larguísima cabellera plateada. Luego de acomodarse el cabello con un moño impresionante por la cantidad de cabello que tenía, le ayudaba con lo necesario en la cocina. No era un experto, pero algo podía hacer. Al terminar sus quehaceres me premiaba con historias que encendían mi curiosidad y hacían volar mi imaginación. Sus relatos me transportaban en el tiempo y el espacio, a sus noventa años bien vividos tenía una memoria prodigiosa, la cual era capaz de recordar los más pequeños detalles.
En esta novela narro mis propias experiencias a través del personaje John Jiménez, un hombre común y corriente que lleva esa fascinación por lo desconocido, una gran determinación y, sobre todo, tal como le inculcaron desde niño, un inmenso amor por su familia, a la cual respeta y protege por sobre todas las cosas. Es una persona afortunada a quien la vida le dio una nueva oportunidad cuando lo perdió todo.
Confío en que muchas personas se sentirán identificadas con los pasajes de esta historia. Espero la disfruten.
J. C. H.
El pacto
Al borde del abismo
El viento acaricia con suavidad mi rostro empapado por las lágrimas, aquellas que brotaron de estos ojos cansados por varias noches sin dormir. Pero ¿cómo cerrar los ojos ante un espectáculo tan imponente como aquella puesta de sol en el horizonte?
¡»Qué hermosa vista! «
La vista del astro rey entre nubes multicolores casi unidas con el horizonte, y su reflejo en el mar apacible de aquel viernes, distraería la atención de cualquiera. Es una vista tranquilizadora y emotiva. Lástima que sea la última vez que goce de este espectáculo, al menos en vida.
Tengo —literalmente— la ciudad bajo mis pies. Veo personas que intentan hablarme para convencerme que no lo haga, o eso quiero creer. Simplemente observo cómo mueven los labios, y yo sin tomarles atención. Estoy tan concentrado en lo mío que lo único que escucho es el silbido del viento en esta terraza, sientiendo una brisa fresca que viene desde la playa y que en algo apacigua el fuego que me quema por dentro. Algunas personas me miran con cierta lástima, otros ven aterrorizados la escena. A cincuenta metros debajo de mí, una multitud en la calle observa, seguro con morbo, y espera el fatal desenlace. Todos se arremolinan, parece un espectáculo circense. Los patrulleros van llegando y la policía acordona el lugar, arrimando unos metros a los curiosos. Debe haber personas que se pregunten quién soy y por qué lo hago; otros querrán asegurarse que yo no sea un conocido suyo. Ya nada me importa, es como si estuviera dentro de una burbuja infranqueable, y aunque parezca fuera de lugar, me siento seguro en ella. Solo escucho el silbido del viento y disfruto, por última vez, aquella hermosa vista del atardecer que me distrajo de mi misión.
«¡Aquí nuevamente! ¡Qué primera plana para las noticias de mañana!»
La última vez que contemplé la ciudad desde este lugar fue en una situación diferente. Era asiduo cliente del restaurante que está en el primer piso de este céntrico edificio miraflorino. Siempre visité este local con amigos y familiares, cuando todo era felicidad. A veces, ingresaba con mi novia —hoy mi esposa— y, aprovechando que nadie vigilaba el ingreso al edificio, nos íbamos a escondidas al último piso. Ahí había una terraza común para los dueños y usuarios de las oficinas de los pisos inferiores. Desde ahí se podía apreciar el mar. Y así juntos, abrazados uno al otro, contemplábamos el atardecer mientras nos hacíamos promesas de amor.
¡Cómo ha cambiado todo!
En mi trabajo solía enfrentarme a situaciones difíciles, como a esos clichés que todos colocan en su hoja de vida: «trabajo bajo presión». En realidad, no estaba preparado para afrontar esa situación, ¿quién lo estaría? Creo que a cualquiera lo llevaría a la locura. Puedo lidiar con personas, pero contra lo desconocido ¿cómo? Nadie pudo ayudarme para deshacerme de esta maldición que ha ido, poco a poco, consumiendo mis energías, matando mis relaciones personales y laborales, dejándome a su merced, frágil y fácil de vencer.
Mirando hacia el vacío, mi corazón está a punto de explotar. Tengo mucho miedo. Pero no hay otra alternativa.
Se vienen tantos recuerdos a mi mente y, a medida que pasan uno a uno, me convenzo de que hago lo correcto. Y mientras esos recuerdos se van esfumando de mi mente, trato de mantener el equilibro en los pocos centímetros del borde del muro en el que me encuentro parado, prácticamente la mitad de mis pies están en el aire. Cualquier ráfaga de viento podría desestabilizarme y hacerme más fácil el trabajo, me estoy dando fuerzas para terminar con esta pesadilla.
Una voz dentro de mí me dice: «¡Basta de dudas! ¿Qué te detiene?». Es la voz de mi conciencia que retumba en todo mi ser. Debí escucharla siempre, pero no pude. Fui débil e