Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El amo bueno
El amo bueno
El amo bueno
Libro electrónico84 páginas1 hora

El amo bueno

Calificación: 4 de 5 estrellas

4/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El amo bueno es una novela. Una gran novela. Pero también es la prueba de que literatura siempre puede decir algo nuevo, escribir la palabra justa, tener una mirada propia, allí donde parece que ya ha sido todo escrito. Es decir: La dirección del ausente retoma una ya larga tradición de novelas que se ocupan de la memoria del Holocausto, de los restos de un pasado que no termina de pasar. Sin embargo, lo hace de un modo tan extraordinario, tan conmovedor y a la vez profundo, tan sutil y brillante, que al leerla sentimos que toda la literatura comienza de nuevo. 
Novela conmovedora. Ya lo dijimos. Vale la pena repetirlo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 may 2016
ISBN9789873731617
El amo bueno

Relacionado con El amo bueno

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para El amo bueno

Calificación: 4 de 5 estrellas
4/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El amo bueno - Damián Tabarovsky

    Tabarovsky, Damián

    El amo bueno

    / Damián Tabarovsky

    1ª ed.

    -

    Ciudad Autónoma de

    Buenos Aires

    :

    Mardulce

    , 2020.

    Archivo Digital: descarga.

    ISBN

    978-987-3731-61-7

    1.

    Novela

    .

    Ⅰ. Título

    CDD A863

    ISBN edición impresa:

    978-987-3731-21-1

    © 2016 Damián Tabarovsky

    © 2016 Mardulce

    Scalabrini Ortiz 874, departamento 8

    c1414cnv Buenos Aires, Argentina

    mardulceeditora.com.ar

    Diseño de colección y cubierta: trineo.com.ar

    ISBN: 978-987-3731-21-1

    Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin previo aviso a los titulares del copyright

    Impreso en Argentina

    Información de Accesibilidad:

    Amigable con lectores de pantalla: Si

    Resumen de accesibilidad: Esta publicación incluye valor añadido para permitir la accesibilidad y compatibilidad con tecnologías asistivas. Las imágenes en esta publicación están apropiadamente descriptas en conformidad con

    WCAG 2.0 AA

    .

    EPUB Accesible en conformidad con:

    WCAG-AA

    Peligros: ninguno

    Certificado por: DigitalBe

    Damián Tabarovsky

    El amo bueno

    A Tomi

    Me contó Fogwill (pero ahora Fogwill está muerto: nadie puede dar fe que lo hablado es cierto. Habrá entonces que confiar en mi palabra) que a Charlie Parker le gustaba la música, quiero decir, cualquier música en cualquier situación. No se porqué Fogwill me contó eso, a él no le gustaba Charlie Parker, ni mucho menos el jazz, que le parecía la música de Cortázar, del escritor progresista de los 60. Cuando murió llevaba consigo ese reproductor digital con música clásica alemana, insoportable, que después hubo que soportar en ese velorio que le armaron en la Biblioteca Nacional. La música salía de esa maquinita hacia un parlante fuerte, grande, alemán también, y la gente lloraba, y yo también, pero no a causa de su muerte, sino por la música que escuchaba, insoportable. Quizás lo que le interesó de la anécdota de Parker es que el saxofonista también era insoportable, al menos en la forma en que escuchaba música en cualquier lugar, de cualquier modo. Un día, bajo una nevada aterradora, cercano a la Navidad, se topó por la calle con una banda de niños huérfanos que desafinaban, una a una, cada nota de viejos villancicos. Parker estaba con un amigo, aterido, y alcanzó a decir que era la mejor banda que había visto en su vida. El amigo entró al subte, y Parker se quedó solo, parado frente al grupo de niños desdichados, disfrutando de algo que nadie, o casi nadie, alcanza jamás a disfrutar: una belleza vulgar. Deberíamos volver, una vez y otra vez, siempre sobre lo mismo, sobre lo que es necesario aclarar, repetir, cincelar, convertir en novedad. ¿Pero valdría la pena el esfuerzo? Hay que hacerlo, pero sin esfuerzo. Como un ritornello, una repetición que avanza por semejanzas, por equivalencias; una repetición paradójica: la repetición de las singularidades. ¿Podría definirse como la generalidad de la singularidad? La paradoja nunca es una coartada (así la piensa el pequeño fascista, como lo hubiera llamado Fogwill. Pero Fogwill ahora está muerto y al pequeño fascista se lo invita a mesas redondas). Podría decirse, sí, que la repetición expresa una singularidad contra lo general, o mejor dicho, como la universalidad de lo particular. Es, al mismo tiempo, caso y teoría. Pero nunca ejemplo. Nunca se desprende de una generalidad mayor. Frente a la ley, la ironía.

    Y así Fogwill me contó una segunda historia de Charlie Parker, mucho mejor que la primera, o tal vez igual, solo que más interesante, más acentuada, seguramente más auténtica. Cierta vez Parker iba en auto con un amigo, por el campo. Era verano y discutían sobre asuntos menores. Los árboles, las ardillas, el pasto seco, el alambre de púa, las vacas. De repente el amigo dice que a las vacas les gusta la música; sí, que a las vacas les gusta la música, que las tranquiliza, las calma, las modera y las vuelve más felices. Entonces, como un rayo, el rayo negro de la muerte, Parker toma el saxo –un saxofón alto– salta del auto, salta una tranquera, corre unos metros, y se para frente a una vaca. Y toca. Toca diez, quince, veinte minutos. Casi una hora. El amigo espera en el auto como quien espera la nada. Están en la nada: el campo. Vuelve Parker al auto. Arrancan. Hay un silencio, largo, largísimo. Y Parker dice: Es el mejor público que tuve en mi vida. Dobla ahora el auto una curva, se lo ve detrás de unos árboles, el paisaje es bello, parece el de la campiña francesa. Pero es poco probable que lo sea: aunque hacia 1949 y 1950 Parker estuvo en Europa, raro hubiera sido que anduviera en auto por el campo. Podría ser entonces cerca de Los Ángeles, pero cerca de Los Ángeles no hay campo; hay desierto, viento, calor diurno y frío nocturno. Quizás fuera cerca de Kansas, donde nació Parker, pero tampoco hay pruebas de ello. Es un enigma. Otro más, como tantos. Pero ahora el auto vuelve a doblar otra curva, y vuelven a verse idénticos árboles, y se escuchan las carcajadas de Parker y de su amigo; quizás todo se haya tratado de una gran broma, el chiste inacabado del arte. Una broma demencial, claro.

    Pero allí está todavía la vaca. Un poco como la vaca de Omar Vignole, El hombre de la vaca. El escritor paseando con su vaca por la calle Florida, usando como bastón un grueso garrote, publicando el libro con su foto en la tapa, al lado de la vaca y delante de un policía con cara de asombro, con un prólogo del editor en donde se lee El hombre de la vaca, que lanzamos a la calle, es un cuaderno biográfico de un escritor cristiano argentino, seguido de lecturas públicas del autor en las calles porteñas: de pronto un camión se detenía en Perú y Avenida de Mayo, y de él descendían el escritor y la vaca, en medio de un alboroto y con intervención policial por medio (de ahí la foto de la tapa del libro). Tiempo después Vignole comenzó a llevar a la vaca al Luna Park, y terminó peleando –él, no la vaca– en combates de catch, terribles luchas contra personajes con nombres como El vengador de Calculta, en los que Vignole salió ileso de milagro. Por supuesto que de Vignole no hay ninguna entrada en Wikipedia, no se ha escrito ninguna biografía, no se lo recuerda en la ciudad. Neruda lo menciona en Confieso que he vivido. Lo hace con respeto y cariño, aunque sin haber entendido demasiado. Como quién dice: Aquí hay algo especial, un tipo paseando con una vaca por la calle Florida, mejor asegurarme de nombrarlo en mis memorias, quizás es un genio y sea un papelón no nombrarlo. Los escritores como Neruda pasan la vida evitando el papelón. No es el caso de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1