Avenida de Mayo
Por Silvio Mattoni
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"En Avenida de Mayo, la poesía se despliega como una investigación en torno a algo que rodea lo que hay y que es, propiamente hablando, lo que no está, o lo que está sin estar: hálito, aliento, aire o psique, ese algo circula entre los cuerpos, entre los seres, y les da no un aura, pero tal vez un borde que permite, efímeramente, retratarlos en poema. Y al mismo tiempo, eso es intangible, es indiscernible, es imposible de localizar. De allí el movimiento circular de algunos poemas y su aire casi melancólico (Anahí Mallol en Revista Otra Parte).
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Avenida de Mayo - Silvio Mattoni
Prólogo
La primera vez que me encontré con un poema de Silvio Mattoni fue en el año 2005, a los veintidós años. Participaba de un taller y cayó en mis manos una fotocopia de cinco centímetros por quince, con las letras medio borrosas, como si el pequeño papel hubiese pasado por muchas y desconocidas manos. Del poema sólo recuerdo el título: Tía de las niñas; y el primer verso: No sé qué hacer mi pensamiento es doble. El efecto fue inmediato y sumamente contagioso, como si me estornudaran en la cara. Nunca volví a leer ese poema, ni siquiera leí el libro, Hilos, en donde está incluido. Para el ejercicio escribí un poema tomando ese verso con el éxtasis de la influencia alrededor mío y con el sabor de haber encontrado algo distinto, único. Más tarde, ese mismo año, leí Excursiones y de ahí uno de mis versos preferidos: y el día se atesora. Dice: nada es eterno / pero hay tiempo y deseo todavía. El libro de ensayos El cuenco de plata llegó como regalo de cumpleaños de mi tía y así, de casualidad o deliberadamente buscados: El bizantino, Tres poemas dramáticos, El descuido, El presente, Koré; y algunas de sus traducciones: Bonnefoy, Marteau, Michaux, Marguerite Duras, etc. Una vez que terminé mi lectura de Avenida de Mayo apareció súbitamente esa mañana de invierno en la que leí ese primer verso y, si bien han pasado siete años, el asombro es el mismo: la sensación inmediata de la presencia de un estilo que, como tal, se encuentra más allá de lo reflexivo.
Leo a Mattoni como si sus poemas fueran pinturas animadas, repletas de voces que, de tan anacrónicas y ajenas, se vuelven íntimas y actuales; como si el nombre propio apareciera en ese yo que habla de aparentes banalidades, descuidos infantiles y pausas con recuerdos caprichosos. Y estos caprichos del descuido ¿no son acaso un modo de poder construir un relato propio por fuera de las experiencias que son ofrecidas como bienes de mercado, útiles? ¿Un sistema de autodefensa que posibilita la sorpresa y el asombro? Lo cotidiano le sirve a Mattoni para ir construyendo un sentido que por lo evidentemente banal se convierte en su reverso: una señal de la experiencia y también, de ese modo, la