Escritos de un insomne
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Escritos de un insomne - Damián Tabarovsky
Damián Tabarovsky
Escritos de un insomne
ISBN: 978-956-9131-899
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Escritos de un insomne
Damián Tabarovsky
Selección y edición:
Guido Arroyo González
Escritos de un insomne
Damián Tabarovsky
ISBN: 978-956-9131-53-0
DE ESTA EDICIÓN
© Alquimia Ediciones, 2015
Colección: Estados de Excepción
Edición y selección: Guido Arroyo
Corrección: Julieta Marchant
Diseño editorial: Estudio Navaja
N. DEl E.: Este libro reúne textos publicados en distintos medios por Damián Tabarovsky. En la primera sección, se agrupan dieciocho columnas aparecidas en la revista española de literatura Quimera, en la cual Tabarovsky publicó veinticuatro columnas entre mayo de 2011 y diciembre de 2013. La segunda sección reúne los ensayos El doble intervalo
, publicado originalmente en la revista de letras y artes Otra Parte, número 10, verano 2006-2007, y Literatura argentina reciente: cuanto más marginal, más central
, que apareció en la revista Letras Libres, número 191, noviembre de 2014, en su edición mexicana, y número 158, en su edición española. La tercera sección se compone de treinta columnas, publicadas en el diario Perfil en su edición dominical. Fueron elegidas entre las cientos de columnas publicadas entre marzo de 2013 y febrero de 2015.
Tanto en la primera como en la tercera sección, se ha realizado un montaje temático en desmedro de uno cronológico para potenciar el flujo de la lectura. Los textos han sido publicados respetando las versiones originales, aunque con pequeñas enmiendas ortográficas.
Escritos de un insomne
Teoría francesa
Ahora que la filosofía francesa parece estar extinguiéndose (quizás ya se extinguió y ni siquiera nos dimos cuenta) o sobrevive desvirtuada bajo el disfraz de los cultural studies en las universidades de la costa este de Estados Unidos (especie de cóctel donde se mezcla todo sin gusto a nada); ahora que su pérdida de potencia es evidente, que ya no dice nada sobre nuestra época, que ya no le importa a nadie; quizás entonces sea el tiempo de volver a releer alguno de esos textos. Al menos si pensamos a la literatura como una experiencia negativa, a la sintaxis como un campo de batalla y al lenguaje no como un instrumento dócil sino como un amo impiadoso frente al que la escritura se revela en busca de su propio mito: el afuera (el lenguaje perforado).
Por supuesto, la mía (que no soy filósofo o, como diría Pessoa, que no soy nada) es una lectura lateral, excéntrica, incidental. El sentido se encuentra hilando cuentas, y la literatura –al menos la que a mí me interesa– es siempre un trabajo intelectual (la literatura se opone al populismo). Recuerdo ahora una frase de Lyotard sobre la que vale la pena detenerse: No puedo encender el fuego, no conozco la plegaria, ya no sé cómo encontrar el sitio en el bosque, ya ni siquiera sé contar la historia. Lo único que sé hacer es contar que ya no sé relatar esa historia. Y eso debería ser suficiente
. No se trata de declarar la imposibilidad de narrar, al contrario, es el elogio de la narración en su grado extremo: la novela contemporánea narra la imposibilidad de narrar, es la narración de su propia imposibilidad. ¿Cómo escribir en la época de las posnarraciones? Posnarración significa primero la angustia de las influencias: el peso de la herencia, los grandes maestros modernos, las vanguardias históricas, la tradición de lo nuevo. Pero también indica el momento en que el relato adopta, como nunca antes, otros soportes: los medios de comunicación, la telenovela, la publicidad, internet, el noticiero, el mensaje de texto, el suspenso en tiempo real (¿encontraron a la chiquita desaparecida en Portugal?). El relato mediático es de una eficiencia demoledora. Funciona en la plenitud de la creencia, en la transparencia de la seducción. Pero si la novela narra la imposibilidad de la narración es precisamente porque –ajena, distante u opuesta a esa hegemonía– introduce a la paradoja como su motor, al contrasentido como su modus operandi, a la ineficiencia como su ética y al malestar como su forma de estar en el mundo.
Vuelvo a Lyotard: Que Celan ‘después’ de Kafka, Joyce ‘después’ de Proust, Nono ‘después’ de Mahler, Beckett ‘después’ de Brecht, Rothko y Newman ‘después’ de Matisse, que los segundos, incapaces de ser los primeros, pero capaces por su incapacidad misma, que aquellos sean y hayan sido suficientes para dar un testimonio negativo de que la ‘plegaria’ es imposible y también la historia de la plegaria, pero que sigue siendo posible el testimonio de esta imposibilidad
. El testimonio es una acción de a dos. Alguien da (testimonio), otro recibe (el testimonio). ¿Ante quién testimonia la literatura en la época de las posnarraciones? ¿Ante el mercado? ¿Ante la academia? O dicho de otro modo: ¿qué institución autoriza a la literatura? La literatura contemporánea es el testimonio del estado latente de la lengua en un momento dado. Por supuesto, esto no ocurre muy a menudo (no lo vamos a ver en los ganadores del Premio Planeta, ni en el gran escritor humanista, ni en el escritor biempensante de mercado, ni en el escritor solemne, ni en el escritor que ingenuamente cree que para escribir hay que haber vivido muchas cosas, ni en el escritor epigonal), pero cuando sucede, la literatura se autoriza sola, se realiza en acto. Quiero decir: la literatura es acto. Disuelve las jerarquías del sentido común y luego se disuelve ella misma cada vez que alcanza a descubrir el secreto. El secreto nunca lo supe, y si lo supe, lo olvidé. Apenas recuerdo la consigna: transformar lo contingente en necesario.
Es hora de aludir a otro decadente francés, la última cita por hoy, Jean-Luc Nancy: "¿Qué queda del arte? Acaso solamente un vestigio (…). Suponiendo que del arte no queda en efecto sino un vestigio –a la vez una huella evanescente y un fragmento casi inaprehensible–, ella misma podría ser apropiada para encaminarnos tras la huella del propio arte. O, al menos, de algo que le fuera esencial, si se puede formular la hipótesis de que aquello que queda es también aquello que más resiste".
Literatura de garaje
Un lugar común dice que todo lo que escribimos es autobiográfico. Redactamos un texto sobre astrofísica, una historia acerca de las estepas rusas, un soneto sobre el Real Madrid, y se supone que, en realidad, estamos hablando de nosotros mismos. Desconozco cómo se constituyó esta idea, quizás como una despedida póstuma del psicoanálisis vulgar o tal vez como un modo de la epopeya cotidiana del narcisismo del yo en los medios de comunicación, en los blogs, en las antologías de escritores imberbes; el triunfo del sujeto sin subjetividad. Peor son aún otras fórmulas tales como toda literatura es política
y cosas por el estilo. Decir que todo es algo ya es totalitario. Sigo pensando a la literatura como una práctica caracterizada por su autonomía relativa. Es decir, es autónoma pero relativamente. Y por ese relativismo se cuela la historia, la sociedad, la economía y la política. La literatura es una práctica social que pone en cuestión la idea misma de práctica social. Porque si toda literatura fuera política, por qué no pensar también la frase a la inversa: toda política es literatura. Los eslóganes son funcionales porque se pueden dar vuelta como un guante (miseria de la filosofía/ filosofía de la miseria). Es obvio que no toda literatura es política, el problema es otro: que no toda literatura es literatura.
Vuelvo al principio, entonces. Si todo es autobiografía camuflada, me tomo el atrevimiento de informar, a continuación, sobre un hecho biográfico no encubierto: recientemente me he mudado. Dato menor que no creo que le interese a alguien, pero ya que estamos en el terreno de la confesión, continuemos. Con mujer y dos hijos pequeños, me he cambiado a un casa más grande en un barrio algo más alejado del centro (aunque no en el suburbio, sino dentro de Buenos Aires, a veinte minutos en subte de las librerías de la avenida Corrientes). La casa es promisoria a futuro, pero por ahora está en obra, y hoy le falta una habitación. Así, luego de varias idas y venidas, decidí instalar mi biblioteca y escritorio en el garaje. Le hicimos una limpieza de cara (pintamos las paredes, pusimos veladores), pero el piso tiene todavía una seca mancha (no sé si de aceite o grasa) y no pudimos sacar las canillas y una rejilla en el suelo. Y de repente, mientras escribía mi primer artículo en mi nuevo estudio, atisbé el fantasma de una gran tradición: el rock de garaje. Esa música cruda, directa e irresistible de viejas bandas norteamericanas de clase B, inspiradas por otras inglesas como The Kinks o The Who. Y, sobre todo, pensé en Los Saicos. Fundadora absoluta del rock en castellano, creada en Lima en 1964 y disuelta en 1966, en apenas dos años se encargó de transformar la apática vida limeña en algo maravilloso, visceral y rebelde. Su tema más famoso es Demolición
, cuya letra repite obsesivamente estas dos frases: Echemos abajo la estación del tren
y Demoler
. Tan sólo en los acordes iniciales, la primera frase se repite cinco veces y la siguiente palabra tres. Pero ¡qué primeros acordes! Mezcla de rockabilly con surfer, de fondo se escuchan unos ta-ra-ta-ta
y un griterío que recuerda al mejor Screamin’ Jay Hawkins, el de I Put a Spell on You
(Screamin’ saliendo de un ataúd, con unos cuernitos en la nariz, prendiendo su boquilla, antes de ponerse a gritar enloquecidamente). Los Saicos fueron punk diez años antes de que existiera el punk. La alegoría de demoler la estación del tren es tan obvia como en general son las alegorías punk: la gran estación de tren –en Lima, en Buenos Aires, en Nueva York– encarna el poder imponente de la obra moderna, el cruce entre arquitectura y tecnología, entre circulación capitalista y masificación, entre control social y disolución de la identidad. Pero precisamente la potencia de la alegoría reside en su literalidad. La literalidad es el gran fantasma idiota de la literatura, que no sabe qué hacer con ella: si se acerca demasiado, muere en el intento. Alejarse es la única solución, eso es evidente, sin embargo la respuesta radica en el cómo (cómo alejarse de la literalidad: otra forma de llamar al estilo, a la sintaxis, a la respiración).
Y mientras tanto pensaba en si es posible una literatura de garaje como lo fue el rock de garaje. Una literatura rápida, que juegue con la ironía, la digresión, el salto de un tema a otro, la puesta en suspenso del sentido, pero instalada siempre como pregunta filosófica, como metaliteratura, como un artificio absolutamente erudito e intelectual, como una crítica radical al estado de las cosas. De eso se trata.
La literatura librada a su suerte
¿Ya conté el chiste de Verdaguer? Creo que todavía no. Una vez le preguntaron al genial cómico argentino cuál era el secreto de su éxito, y respondió: Hay dos formas. O cambiar cada noche de repertorio, o cambiar cada noche de público. Yo opté por este último camino
. Quiero decir: tanto el chiste como lo que estoy por escribir a continuación (una frase sobre Cortázar y los sesenta) ya fueron escritos por mí en algún libro de ensayos escandaloso, en alguna novela que nadie leyó o quizás también lo mencioné en alguna charla. Poco importa. Repetirse y repetirse es parte del encanto del trabajo intelectual, no como forma de autoplagio (lo