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La Criatura Surgida Del Mar
La Criatura Surgida Del Mar
La Criatura Surgida Del Mar
Libro electrónico320 páginas4 horas

La Criatura Surgida Del Mar

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Información de este libro electrónico

Después de volver a casa a través del portal a través del tiempo, Kirk intenta recuperar su vida normal. Durante un viaje de vacaciones a Asturias, tiene la ocasión de ver con sus propios ojos una criatura marina con aspecto de mujer, y poco después llega a sus manos una moneda antigua con la inscripción de la Atlántida. El descubrimiento será el inicio de una emocionante búsqueda para saber qué clase de criatura es esa, y cuál es su propósito, para lo cual contará con la ayuda de dos hermanos, Rober y Evan Muro, investigadores de misterios, que esperan en última instancia descubrir la Atlántida.

IdiomaEspañol
EditorialE. A. Mora
Fecha de lanzamiento30 ago 2021
La Criatura Surgida Del Mar
Autor

E. A. Mora

I have a bachelor’s degree in mathematics.I completed my university degree in 2014.Since then, I work as a freelance math content writer, LaTeX typesetter, illustrator, and editorial designer.

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    La Criatura Surgida Del Mar - E. A. Mora

    LA CRIATURA SURGIDA DEL MAR

    SAGA DEL PORTAL LIBRO 2

    E. A. Mora

    LA CRIATURA SURGIDA DEL MAR

    Saga del Portal Libro 2

    © 2020 E. A. Mora

    Autor: E. A. Mora

    Foto de portada: © 123RF Limited

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    25 DE ABRIL

    Creaste el grupo SOS

    Hola a tod@s. Si estáis leyendo esto, significa que de un modo u otro he logrado enviar este mensaje de socorro. Necesitamos que vengáis a ayudarnos urgentemente a la ubicación que os envío. No sé cuánto tiempo disponemos, 4 o 5 días como mucho.

    Nuestras vidas y la de otras personas corren peligro. Hay que llamar a la Policía.

    Han pasado muchas cosas, así que os mando toda la información en el siguiente texto, para que podáis conocer todo con detalle, mientras emprendéis el viaje.

    Sois nuestra única esperanza.

    Os quiero.

    21:37

    LA CRIATURA SURGIDA DEL MAR.doc

    21:37

    LA CRIATURA SURGIDA DEL MAR

    CAPÍTULO I

    EL REGRESO

    Es cierto eso que dicen… que no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde.

    Cuando se oye en boca de otros suena al típico refrán de nuestros abuelos o nuestros vecinos. Una frase que nadie se atreve a discutir, como si fuera uno de los diez mandamientos, pero cuyo significado no cobra sentido hasta que realmente te pasa a ti. Y para ese entonces, ya es demasiado tarde. Ya has perdido algo tan valioso que te hace recordar amargamente ese dicho.

    En ocasiones, en muy pocas ocasiones, existe la posibilidad de recuperar lo perdido, y eso da otra dimensión a la frase. Una mezcla de dicha inmensa y temor a volver a perderlo en el futuro.

    Y eso es lo que me pasó a mí.

    Perdí algo… y lo recuperé. ¿Cuántas personas pueden decir algo así?

    El regreso a casa después de mi viaje fue emocionante pero también perturbador.

    Me causó una verdadera conmoción verme de repente en mi hogar, rodeado de mis padres y mis hermanos. Les había añorado mucho, y el reencuentro fue algo que no me esperaba. El sentimiento me desbordaba, pero ellos actuaban como si no hubiera pasado nada. De hecho, para ellos no había pasado nada.

    Cuando desperté en mi habitación, para mí había pasado más de un año, pero para ellos yo nunca me había marchado. Ya que el portal permaneció abierto durante años, desde que lo abrieron hasta que Freya y yo lo cerramos, el tiempo fue avanzando en ambos lados, y al cruzarlo de vuelta no volví al momento en que me marché, sino al momento en que lo cerré.

    Al reescribirse la historia, el portal nunca había existido, de modo que yo nunca salté del precipicio de Roses, ni entré en el portal. Nunca fui a una isla situada a 2.400 kilómetros de distancia, ni empecé una nueva vida. Ni os conocí. En la realidad, seguí viviendo ajeno a todo ello, excepto por unos extraños sueños o visiones que me conectaban con mi estancia en la isla. Ahora sé que eran recuerdos. Al menos, esto es lo que parecía desprenderse de una serie de dibujos colgados en mi pared que intentaban detallar, con más o menos precisión las criaturas voladoras que nos atacaron en la isla.

    Pero todo eso sí que sucedió para mí. Y el sentimiento de añoranza de mi hogar y de ausencia de mi familia era real. Cuando, a la mañana siguiente, entré en la cocina y vi a mis hermanos almorzando y a mi madre tomando un café junto a la ventana, como solía hacer, me embargó un sentimiento que me conmocionó. Tuve que salir corriendo escalera arriba para que no me vieran llorar, con el pretexto de que había olvidado algo.

    Me sentía sobrecogido por el cambio tan repentino. Apenas unas horas antes, me encontraba en un lugar remoto sin esperanza de volver a ver otra vez a mi familia, y al despertar, la había recuperado.

    Mis padres estaban igual que siempre, tanto en aspecto como en costumbres y mis hermanos habían crecido. Mi hermana empezaba a maquillarse y parecía una pequeña mujer adolescente. Mi hermano pequeño había pegado un estirón. Durante el primer desayuno con ellos, busqué en la mirada de mi madre algún signo de envejecimiento, de dolor por mi ausencia o incluso de preocupación por mí, y sólo encontré el mismo amor y paciencia de siempre. Su atención a los detalles delató algo extraño en mí esa mañana. Algo que ella no sabía identificar, pero que yo sí que sabía: mis viajes, aventuras y avatares durante el último año. Me sentía como Ulises regresando a casa.

    —Buenos días, cariño —dijo ella cuando volví a la cocina después de recomponer mis emociones. Me observó fijamente unos instantes y me acercó una taza de café. – ¿No has dormido bien? Te noto… cansado.

    No podía ni hablar. Si lo hubiera hecho, seguramente mi voz temblorosa y el nudo en mi garganta habrían suscitado más preguntas. Así que me encogí de hombros y negué con la cabeza intentando disimular mientras cogía la taza y daba el primer sorbo.

    Mi padre estaba pendiente de las noticias matutinas mientras terminaba de desayunar, y advertí que se había dejado barba. Cuando le hice un comentario al respecto, aquella tarde, dijo que le daba un aspecto más distinguido, ahora que le habían ascendido.

    Mi casa estaba prácticamente igual. Mi perro seguía igual de cariñoso que siempre, pero noté que había envejecido. Unas matas de pelo en su lomo empezaban a blanquear y a perder brillo. A veces se acurrucaba a mis pies, como solía hacer, cuando me sentaba en el sofá a ver la televisión y ya no tenía tanta energía como antes. Al fin y al cabo, dicen que un año humano equivale a 7 años de perro. Y según esa lógica, yo había estado fuera 7 años de perro.

    Los siguientes días fueron un redescubrimiento tras otro. Dado que el año que había estado fuera, el tiempo había transcurrido de forma paralela en esa realidad, la vida había seguido adelante. Yo no tenía recuerdos de lo que había pasado aquí durante ese tiempo, y por eso casi todo era nuevo para mí.

    Antes de marcharme acababa de empezar el primer año en la universidad, en la facultad de física. Y ahora descubrí que estaba en mi segundo año.

    Había hecho nuevos amigos, y tenía nuevas aficiones, pero conservaba mis libros y mis juegos. Mis películas de ciencia ficción y mis libros de rol se habían ampliado conforme pasaba el tiempo, pero mi habitación apenas había sufrido cambios. Un nuevo poster de un mapa estelar de nuestra galaxia había sustituido a un antiguo poster de un fanzine rolero. En mi tablero de corcho, había un folleto clavado con una chincheta cuyo título rezaba: Masters de futuro: Astronomía y Astrofísica.

    Mis padres me habían regalado un coche de segunda mano, según sus propias palabras, para que me animara a sacarme el carnet de conducir. Pero por algún motivo, yo me resistía y seguía yendo a la universidad en tren. Es posible que un recuerdo traumático del pasado relacionado con un coche me hubiera causado cierto rechazo a sacármelo durante todo ese tiempo. Es posible que ese recuerdo esté relacionado con la muerte de uno de mis mejores amigos del instituto, y es posible que también el sentimiento de culpa tuviera algo que ver. Aún no me siento capaz de hablar de ello, porque rememoro el dolor, la tristeza y la sensación de culpabilidad que me llevó al precipicio un año y medio antes… quizá otro día os lo contaré.

    Mi viaje a la isla me dio el tiempo suficiente para aprender a vivir con esa culpa. Esos meses viví un torbellino de emociones. Primero la huida, luego la esperanza de esperar una nueva vida, luego los remordimientos y finalmente la aceptación del dolor.

    Pero lo que vivimos allí los últimos días antes de marcharnos me enseñó que el pasado no es inalterable. No es inmutable. Realmente existe una manera, por imposible que parezca, de cambiar el pasado. Nosotros lo hicimos. Y si cambiamos el pasado una vez, tenía que haber alguna manera de cambiarlo de nuevo.

    Así que el regreso a casa trajo de vuelta antiguos fantasmas del pasado y, aunque había aprendido a vivir con ellos, no dejaba de pensar que, si encontraba el libro de hechizos que contenía el ritual para abrir un portal en el tiempo, podría deshacer la muerte de mi amigo.

    Durante semanas ese pensamiento volvía una y otra vez, como una especie de mensaje desde algún lugar lejano.

    A veces me encontraba en el tren mirando por la ventana e imaginando una realidad en la que mi amigo me acompañara a la universidad y charlábamos como solíamos hacerlo en otros tiempos. También recuperaría a mis otros amigos, con quienes fui perdiendo contacto desde entonces, quizá debido a mi propio aislamiento. Empecé a pensar que todo podría arreglarse abriendo un portal en el tiempo y cambiando las cosas.

    Pero había varios obstáculos insalvables, como el simple hecho de que desconocía donde encontrar el libro. No conocía ni siquiera su título. Incluso existía la posibilidad de que aún no hubiera sido escrito, ya que, según pudimos averiguar, el ritual se hizo en el año 2.045, cuando empezó todo.

    Intentar hacer memoria se convirtió en una obsesión para mí. Pasaba largos ratos recordando con detalle todo lo que sucedió, y todo lo que averiguamos, para encontrar pistas que me ayudaran a encontrar el libro o a la persona que lo llevó a la isla. Pero, aunque tenía un nombre (Luis), no tenía ningún apellido. También sabía que había emprendido su viaje en el puerto de Cádiz, pero eso no me daba ninguna pista para localizarlo.

    Así que empecé a buscar información en internet sobre la posible existencia de ese (u otros) libros que pudieran ayudarme a cambiar el pasado. Unos años antes habría considerado esa posibilidad como una fantasía, pero después de vivir en mis propias carnes la existencia de la magia, de la posibilidad de viajar en el tiempo y de las abominables criaturas desconocidas en nuestro planeta, todo era posible.

    Esta experiencia dio un giro en mis creencias. Lo que antes sólo era ficción, de repente era real.

    Ahora se abría la posibilidad de que las personas que un día consideraba simples pirados (supuestos magos, mentalistas, tarotistas, ocultistas, hechiceros y adivinos), quizá eran en realidad estudiosos de esos misterios que predicaban. Quizá habían vivido una experiencia que les había hecho despertar y darse cuenta de que existe algo que no se ve a simple vista: la magia. Pero no sólo eso, la llegada de las criaturas de otros mundos habitados por gigantescos seres extraterrenales, una especie de dioses eternos esperando en el fondo de un lago, suscitaba muchas preguntas hasta ahora no resueltas por la ciencia. La lista de hechiceros, magos y estudiosos de lo esotérico en la historia era larguísima, pero descifrar quienes eran reales y quienes eran un fraude, requería demasiado tiempo.

    Llevado por estos pensamientos, me sumergí durante semanas en internet en búsqueda de conocimiento.

    Examiné durante meses el ilegible Manuscrito de Voynich, el Malleus Maleficarum sobre brujería medieval, el extraño Codex Gigas, el Lemegeton Clavicula Salomonis de invocación de demonios, el Grimorio de magia de San Cipriano, el Grimorio de magia de los cátaros del Papa Honorio, el libro de vampiros De Masticatione Mortuorum in Tumulis, los libros de Aleister Crowley, Dogma y Rituales de Alta Magia de Eliphas Lévi, el Mago de Francis Barret… Muchos de esos libros simplemente estaban en internet. El interés en su estudio durante cientos de años había hecho posible que algunas de esas obras se hubieran salvado de la quema durante la inquisición, se hubieran conservado en lejanas bibliotecas, y en las últimas décadas, se hubieran fotografiado y estudiado por decenas de eruditos especializados.

    Recopilé todo lo que pude y compré algunos libros que trataban sobre ellos. Otros, imposibles de localizar, sólo se podían estudiar a través de personas que decían haberlos tenido en sus manos.

    Uno de ello fue el Necronomicón. Busqué su rastro a través de decenas de obras, pero después de meses siguiendo pistas inútiles, no logré encontrar ninguna evidencia cierta sobre su paradero. Muchos intentaban emularlo, y otros hablaban de él, pero jamás encontré una pista clara. A día de hoy, ni siquiera tengo pruebas sobre su existencia.

    Pasé días y días buscando algo que me pudiera llevar hasta el hechizo que hizo posible abrir el portal en el tiempo… pero no encontré nada parecido a lo que buscaba.

    Fue así como conocí a los hermanos Muro.

    Los hermanos Muro, Rober y Evan, se definían como investigadores del misterio. Habían escrito varios libros sobre fantasmas en edificios encantados, historia oculta de antiguas civilizaciones y las creencias sobre vampiros en Rumanía. Sus investigaciones eran plasmadas en una web, que les servía de plataforma para sus negocios y sus libros.

    Se ofrecían como profesionales para resolver misterios e investigar cosas paranormales, lo que les reportaba, por una parte, ciertos ingresos, y, por otra, material para nuevos libros.

    Para la gente normal y corriente podían ser embaucadores, charlatanes o farsantes, pero para las personas creyentes podían ser la ayuda que necesitaban para resolver alguna cuestión desesperada. Una manera de intentar conseguir respuestas sobre algo relativo a sus ancestros o antepasados, una casa antigua, un antiguo crimen sin resolver… Eran lo más parecido a los Cazafantasmas.

    Uno de sus libros recopilaba varias de sus investigaciones, y revelaba cómo una importante familia castellana los contrató para averiguar qué pasó con el bisabuelo desaparecido durante la guerra sin dejar rastro. Los hermanos Muro lograron dar con la triste historia de la familia: al parecer, a la muerte de su esposa, el buen hombre quedó al cuidado de sus hijos, y para no ser obligado a ir a la guerra, los cuatro vivieron escondidos en el caserón familiar durante años, hasta que el hombre falleció. Los hijos lo enterraron en el jardín de la casa, y vivieron solos hasta que fueron mayores de edad. Jamás revelaron a nadie lo que había sucedido, pero al fin se halló la tumba y las pruebas de ADN no ofrecían dudas.

    Un auténtico misterio resuelto. Me quedé fascinado.

    Cuando contacté con ellos, preguntando por el tipo de libros que buscaba, me sorprendió descubrir que eran bastante jóvenes (unos 30—35 años) teniendo en cuenta el largo currículum de su página web.

    Rober, el hermano mayor, era licenciado en Antropología e Historia, además de un abanico de títulos científicamente cuestionables, como parapsicología o ufología. A pesar de ello, tenía la apariencia de un profesor universitario. Lucía un aspecto aseado, con un perfecto corte de pelo y camisa y pantalón oscuro perfectamente planchados. Usaba gafas sin montura, lo cual le daba un aire moderno a la par que intelectual.

    Su conducta, serena y reflexiva, le daba el típico aspecto de persona culta y formada. Su manera de hablar era muy técnica y era fácil perderse en términos científicos, matemáticos o esotéricos. Palabras que para mí estaban vinculadas a la ciencia ficción, en su boca adquiría nuevos significados lógicos o incluso matemáticos. Era difícil saber si se creía lo que decía.

    Evan, el hermano menor, era todo lo contrario.

    En su currículum público sólo figuraba la licenciatura de arqueología, pero tenía toda una colección de títulos menores relacionados con habilidades, más que conocimientos: idiomas (incluso lenguas muertas), egiptología, criminología, fotografía, primeros auxilios, licencia de navegación y de piloto, etc. Una lista tan dispar que era difícil de imaginar qué tipo de persona podía acumular todo ese conocimiento.

    Apenas aparentaba dos o tres años menos, pero su imagen a simple vista era la del típico hermano pequeño, malcriado y rebelde. Igual de alto, aunque más delgado y más rubio, vestía colores militares, y llevaba el flequillo revuelto y hacia arriba, un peinado que se había puesto de moda últimamente.

    Su comportamiento también era muy distinto al de su hermano. Era más expresivo, y también más impulsivo.

    Ellos eran los investigadores de campo, por llamarlo así, y luego estaba Lei, la tercera de los hermanos Muro. A ella no la conocí personalmente, porque se encargaba de toda la cuestión informática y gestión de recursos desde su casa en algún lugar a las afueras de Madrid. Ella no había venido a nuestro encuentro, en una cafetería del centro.

    —…Libros mágicos, ¿verdad? ¿Qué necesitas exactamente? —me preguntó Rober relajadamente, mientras bebía un sorbo de su café, frente a mí.

    Me quedé en silencio un momento, abrumado por la vergüenza que me causaba estar hablando en público de algo así. Medité un momento e intenté imaginarme en cuánta gente, antes que yo, habría pasado por este café con sus extrañas historias. La familiaridad con la que Evan se había dirigido al camarero, me sugería que eran muchas. Dudaba de si darían credibilidad a mis palabras, o si me tomarían por otro loco más. Si les revelaba que había viajado en el tiempo ¿me creerían? Estaba seguro de que no era el primero que había llegado hasta ellos con una historia tan chiflada, pero no estaba dispuesto a que se echaran unas risas a mi costa. Había viajado desde Barcelona para entrevistarme con ellos y saber si había algo real en sus investigaciones, pero no quería contarles nada de mí.

    Al cabo de unos instantes, y después de cierta insistencia por parte de ellos, me decidí a responder, no sin miedo de aparecer en alguno de sus libros.

    —Portales para viajar en el tiempo —dije al fin.

    Ambos asintieron en silencio durante un momento y se miraron discretamente entre sí. Rober se quitó las gafas y se dispuso a limpiarlas con un pañuelo de papel, mientras Evan se apoyó sobre los codos y se aproximó hacia mí.

    —No recuerdo haber leído nada sobre eso. Sólo testimonios de personas que aseguran haber visto gente del pasado o del futuro, pero… nada escrito. ¿Tienes alguna evidencia de que eso sea posible?

    El otro hermano se puso las gafas de nuevo y me miró fijamente, como si intentara averiguar si me estaba riendo de ellos o trataba de engañarlos.

    —No, la verdad es que no. Sólo… —dije al fin, dejando inacabada la frase mientras intentaba decidir si debía facilitarles algo de información.

    Los hermanos me miraban con expectación inquisitiva, pero acababa de conocerlos y me pareció demasiado pronto para explicarles lo que yo sabía.

    Intenté recordar todo lo que había pasado en los últimos años, buscando algo consistente que pudiera usar como evidencia. Pero no tenía nada que pudiera demostrar la existencia de viajes en el tiempo, portales interdimensionales, o de la existencia de criaturas extraplanetarias.

    En el momento en que me encontraba, nuestro futuro había cambiado, y no tenía ni un simple apellido a quien dirigirme para demostrar la certeza de mis recuerdos. Sólo tenía a mis amigos, pero en el mejor de los casos, ellos tampoco podían aportar más que recuerdos. Ninguna prueba.

    Finalmente terminé la frase con una evasiva.

    —Sólo unos sueños.

    Evan retrocedió y apoyó la espalda en su silla.

    —¿Sólo unos sueños? ¿Son persistentes? Puedes contárnoslo…

    —Aún no estoy preparado —respondí.

    Y esa fue toda mi experiencia con los hermanos Muro por el momento. Rober me entregó una tarjeta con su número de teléfono y se ofreció por si conseguía algo de información más consistente. O por si quería encargarles alguna investigación.

    —Nos encantaría colaborar contigo en el futuro. Si tienes alguna información interesante, o alguna experiencia que valga la pena. O si te decides a contarnos tus sueños… Evan y yo estamos a tu disposición.

    Asentí y les di las gracias por su atención. Estreché sus manos y me marché, guardando su tarjeta en el bolsillo.

    Durante el viaje de vuelta a casa, me pregunté en varias ocasiones si había hecho lo correcto.

    Las siguientes semanas dejé de lado mis investigaciones. Si los hermanos Muro, que presumían de conocimientos en todos los ámbitos de lo paranormal, no habían sido capaces de hallar nada sólido relacionado con los viajes en el tiempo, significaba que yo estaba muy por delante de ellos en ese aspecto, y eso me frustró.

    Sus investigaciones eran concienzudas y a menudo llegaban al fondo de misterios o leyendas locales, pero otras veces sólo destapaban un enigma, sin dar una respuesta al mismo. En una ocasión localizaron un barco español hundido cerca de la costa gallega, emprendiendo toda una expedición de rescate de objetos antiquísimos.

    Pero sus investigaciones siempre se basaban en cuestiones materiales comprobables. En cuestión de viajes en el tiempo no podían ayudarme.

    Así que relajé mi búsqueda durante un tiempo, y me centré en mis estudios. Me operé la vista para dejar atrás las gafas que tanto me habían molestado en la isla, y finalmente me saqué el carnet de conducir, aunque seguía yendo a la Universidad en tren.

    De vez en cuando, seguía rastreando internet en busca de noticias o curiosidades que pudieran darme alguna respuesta a mis preguntas. Pasaba horas leyendo artículos y revistas sin ningún resultado concreto.

    …Y sobre todo, me planteaba una pregunta de difícil respuesta: si viajara dos o tres años al pasado, y evitara la muerte de mi amigo… si yo jamás hubiera saltado del precipicio y viajado a la isla… ¿Habría logrado Freya cambiar el futuro apocalíptico y deshacer el portal del tiempo, sin mi ayuda?

    CAPÍTULO II

    EL CHICO DE CUDILLERO

    Transcurrieron los meses, y con el devenir del tiempo, sin prisa, pero sin pausa, me planté en mi tercer año de universidad. Mi intención de cambiar el pasado nunca desapareció, pero dado que no tenía pistas sólidas, estaba en un stand by mientras el mundo avanzaba y consolidaba mi intención de estudiar Astrología cuando terminara la carrera de física.

    La existencia de mundos exteriores habitados por seres vivos, aunque fueran horripilantes o incluso peligrosos, era una de las cosas que más me interesaba. Sobre todo, porque esos seres, que yo mismo había visto, podían suponer una amenaza futura para la humanidad. No dejaba de preguntarme porqué aún no habían sido descubiertos… a pesar de las innumerables misiones espaciales que se habían hecho.

    Concentrado en mis estudios, pero sin perder el contacto con mis amigos, me encontré en una etapa de serenidad en mi vida, cuya única preocupación era el próximo examen.

    Con la llegada de la Semana Santa, y aprovechando las vacaciones universitarias, mis amigos de estudios y yo decidimos hacer una escapada. Teníamos libre la semana completa, más el fin de semana anterior y el lunes de Pascua. 10 días en total para alejarnos de mundanal ruido.

    Uno de mis amigos, Eric, nos ofreció pasar unos días en Asturias. Su familia tenía un viejo caserón en Avilés, y tenía intención de venderlo. Nos propuso que, a cambio de limpiarlo un poco y hacer unas buenas fotografías para la inmobiliaria, podríamos pasar allí toda la semana. No sólo tendríamos alojamiento gratis, sino que, además, desde allí podíamos alcanzar casi cualquier lugar de la costa asturiana en menos de una hora. Podríamos salir, comer fabada, beber sidra, hacer rutas por los Picos de Europa, navegar en kayak… una semana no nos bastaría para todos los planes que programamos.

    Eric y Alex eran compañeros de facultad. Mientras que Eric era una persona despierta y activa, con los pies en el suelo, pero siempre con proyectos y planes, Alex, en cambio, era todo lo contrario. Era un genio, pero su vida personal era muy aburrida. A veces se perdía en cavilaciones teóricas que costaba seguir, pero en cambio no tenía memoria para recordar aniversarios o fechas importantes. La mayoría de ellas se celebraban en su casa porque era lo que tocaba, no porque tuvieran una connotación emocional o un significado especial. No tenía iniciativa para hacer planes de fin de semana ni de vacaciones, y seguramente si no hubiéramos decidido salir, estaría en su casa leyendo y haciendo vida normal, con sus aburridos padres. Pero se amoldaba a las propuestas

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