El Misterioso Tesoro De Roma
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En la vida, como supongo que en la de todos, he tenido muchos momentos buenos y felices y también difíciles y tristes, pero ninguno tan destacado como lo que me aconteció aquella semana que tanto me marcó mi forma de pensar y mi futuro.
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El Misterioso Tesoro De Roma - Juan Moisés De La Serna
El
Misterioso
Tesoro
de
Roma
Juan Moisés de la Serna
Editorial Tektime
2019
El Misterioso Tesoro de Roma
Escrito por Juan Moisés de la Serna
1ª edición: diciembre 2019
© Juan Moisés de la Serna, 2019
© Ediciones Tektime, 2019
Todos los derechos reservados
Distribuido por Tektime
https://www.traduzionelibri.it
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
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Prólogo
Si me lo hubiesen contado no lo habría creído, ¿quién me lo iba a decir, que un viaje de carrera se podría convertir en mi mayor aventura y que gracias a ello pude salvar la vida de la persona que luego sería mi esposa por treinta felices años?, mi memoria a veces me juega malas pasadas y me es difícil recordar lugares o fechas, para eso voy a relatar los hechos lo más fidedignos posible de forma que este texto me sirva de diario.
En la vida, como supongo que en la de todos, he tenido muchos momentos buenos y felices y también difíciles y tristes, pero ninguno tan destacado como lo que me aconteció aquella semana que tanto me marcó mi forma de pensar y mi futuro.
Dedicado a mis padres
Índice
CAPÍTULO 1. EL DESEADO VIAJE
CAPÍTULO 2. LA PRIMERA SORPRESA
CAPÍTULO 3. MI ESTANCIA EN ROMA
CAPÍTULO 4. EL VATICANO
CAPÍTULO 5. BUSCANDO ENTRE LOS RECUERDOS
CAPÍTULO 6. UNA SORPRESA INESPERADA
CAPÍTULO 7. ANTES DEL REGRESO
CAPÍTULO 8. LA VUELTA
CAPÍTULO 9. EL INDALO
CAPÍTULO 10. UN EXTRAÑO DÍA
CAPÍTULO 1. EL DESEADO VIAJE
Si me lo hubiesen contado no lo habría creído, ¿quién me lo iba a decir, que un viaje de carrera se podría convertir en mi mayor aventura y que gracias a ello pude salvar la vida de la persona que luego sería mi esposa por treinta felices años?, mi memoria a veces me juega malas pasadas y me es difícil recordar lugares o fechas, para eso voy a relatar los hechos lo más fidedignos posible de forma que este texto me sirva de diario.
En la vida, como supongo que en la de todos, he tenido muchos momentos buenos y felices y también difíciles y tristes, pero ninguno tan destacado como lo que me aconteció aquella semana que tanto me marcó mi forma de pensar y mi futuro.
Un amigo hace tiempo me convenció de dejar mis memorias por escrito, pero no es hasta estos últimos días en que me he decidido a ello, quizás no lo hay hecho antes por pereza o porque creía que todavía me quedaban muchos años por delante, pero ahora es diferente…
Nadie me ha dicho cómo hacerlo y no estoy seguro de que todo salga bien, quizás omita muchos detalles, puede que hasta confunda los nombres, pero mi mente está clara en cuanto a los acontecimientos que me ocurrieron.
Con mis ochenta años recién cumplidos me doy cuenta de que mucha de la emoción vivida en esa fecha fue fruto más de mi inexperiencia y desconocimiento en mucho, que poco a poco he ido aprendiendo y comprendiendo en mis posteriores averiguaciones y viajes.
Mi habitación llena de fotos y recuerdos como estatuas y monumentos en miniatura, alfombras bordadas con temáticas locales, me devuelve a alguno de mis muchos lugares donde he vivido.
Si me preguntasen de dónde soy, no podría responder con rotundidad, sé el lugar y el día en que vi la luz por primera vez tal y como se recoge en mi pasaporte, pero luego… he vivido en tantos lugares y continentes, a veces con estancias de tres meses, otros de años y en todas he tratado de ayudar y colaborar en lo que he podido.
Por ello a lo largo del tiempo he sido merecedor de algunas medallas y otros reconocimientos, aunque para mí el mejor agradecimiento a mi labor lo veía día a día en la cara de mis alumnos, en la felicidad de sus rostros que reflejaban por igual ilusión, deseo y esperanza.
¡Mis queridos alumnos…!, han sido siempre mi gran fuente de inspiración, aunque en varias ocasiones se lo he comentado creo que nunca me han llegado a creer del todo, pero he aprendido más de ellos de lo que hayan podido sacar de mí.
Bueno que me pierdo, cada cosa a su tiempo, pues no pretendo contar mi vida entera, sino únicamente dejar constancia, casi a modo de manifiesto, sobre lo que fue sin duda la época más intensa e importante de todos mis años vividos.
Era de madrugada, de un día de verano…, ¡no, de primavera!, ahora recuerdo que alguno de mis compañeros de viaje todavía estaba afectado por no decir intoxicados por la recién celebración que sería ahora denominada la fiesta de la primavera que congregó en el campus a tantos jóvenes.
Aunque no todos éramos estudiantes, sí sabíamos disfrutar de la fiesta por igual, con música y bailes, compartiendo y conviviendo con los amigos, un momento de esparcimiento alejado de la presión de los estudios y de las restrictivas clases.
Incluso hubo quien se había traído algo para picar, que le había preparado su madre, ¡afortunado él!, que todavía podía disfrutar de los manjares de la cocina familiar y no como la mayoría recluidos en el campus comiendo aquellos insípidos platos que sabían a comida de hospital.
Ésta a pesar de estar bien cocinada o guisada, era insípida y todos los días sabía igual, aunque nos cambiaban el menú para que nos alimentásemos bien, con un equilibrio nutricional adecuado a nuestra constante actividad física e intelectual, pero por mucha variedad que hubiese, estaba hecho sin esa pizca de amor y cariño que añaden nuestras madres, cual condimentos secretos de los grandes cocineros.
Pero no todos se divirtieron igual, los más insensatos vaciaron las cervezas, como si fuese agua de la fuente, que habían traído en aquellos barriles, aun a sabiendas que estaban prohibidos.
El resto que éramos un poco más conscientes de que teníamos clases por la tarde nos limitamos a disfrutar del momento, sin buscar los excesos.
Al final me tocó llevar a uno de esos compañeros que bebió a su cuarto, con un intenso olor a cerveza que tiraba de espaldas, ya que por él era incapaz de llegar pues sus piernas no aguantaban ni su propio peso.
Y cuando intentaban andar solos, lo hacían tambaleando durante unos breves pasos hasta que se caían de repente, sentándose en el suelo, como si de bebés aprendiendo a andar se tratasen, sin apenas haber avanzado más de dos metros.
Mientras balbuceaban repitiendo una y otra vez que tenían que regresar a su cuarto, como si la culpa se hubiese apoderado de su mente y no viesen que no podían llegar más allá, siendo imposible hacerles razonar para qué permaneciesen quietos y sentados en el lugar hasta que se le hubiese pasado el mareo y con ello poder emprender aquella estoica misión casi imposible de realizar como era volver a sus aposentos.
Una visión deplorable de unos grandes deportistas como era alguno de ellos y ahora en cambio eran incapaces de mantenerse en pie más de unos minutos.
Alguno de nosotros tuvimos que intervenir llevándolos a sus dormitorios a que descansasen lo que restaba de noche, sabiendo que al día siguiente se iban a encontrar indispuestos y con grandes dolores de cabeza, pero era lo que les correspondía por sus excesos.
La mañana había amanecido radiante, no recuerdo una tan soleada y eso que apenas eran las seis, pero estaba tan emocionado que necesitaba levantarme y ponerme a hacer algo, pero ya lo tenía todo preparado.
Los muchos años de disciplina en esta academia me habían convertido en un hombre de provecho, recto en sus pensamientos, ordenado y previsor, tanto que hacía casi una semana que había preparado mi maleta de viaje.
Sobre la ropa que iba a llevar, algunos chicos habían propuesto que todos fuésemos vestidos de forma similar, quizás un mismo tipo de prenda o portando algo de un color, pero la idea fue descartada por la mayoría ya cansada de llevar uniforme de diario como para vestir otro parecido en el viaje.
Únicamente me llevé un par de pantalones, varias camisas, un chaleco, calcetines y ropa interior, lo que ocupaba la mayor parte de la maleta junto con la guía de viaje del país y un cuaderno para tomar notas de los más importantes acontecimientos de cada día.
Es precisamente éste el que estoy consultando para recordar los datos más sobresalientes del viaje pues de mi memoria hace tiempo que dejé de fiarme, desde que un día me encontré en mitad de la calle, andando tranquilamente y me detuve, y me quedé quieto durante un momento con la mente en blanco.
Estaba tratando de recordar a dónde me dirigía, qué es lo que iba a hacer y lo más preocupante no sabía de dónde venía ni siquiera en dónde vivía, todo a mi alrededor me parecía extraño y novedoso, y si había pasado anteriormente por esa calle no me sonaba de nada.
Me puse muy nervioso mirando por todo el lugar, veía a las personas pasar despreocupadamente como una madre con un hijo corriendo al lado del carrito que empujaba, en cuyo interior descansaba plácidamente un bebé vestido de rosa, con un lazo alrededor de la cabeza del mismo color.
Luego pasó un señor que llevaba con una cadena a un perro y bajo el brazo portaba un periódico enrollado, ¡quizás a eso había salido!, a comprar el periódico, pero ¿dónde estaría la tienda?, ¿y cuál sería el diario que normalmente leía?
Mi respiración se aceleraba a medida que pasaba el tiempo sin respuesta, mirando a todos lados, tratando de parar a las personas que pasaban tranquilamente, para preguntarles si me conocían de algo y si me podían ayudar a volver a casa.
Los coches iban y venían en la carretera próxima hasta que uno de ellos se detuvo y sin salir del mismo el copiloto me preguntó con tono afable,
―¿Tiene usted algún problema?
No sabía qué responder, ni siquiera sabía por qué habían parado, era posible que me conociesen de algo, quizás fuesen vecinos, amigos o familiares… puede que hasta mis propios hijos y no era capaz de acordarme.
Giré para darle la espalda, avergonzado por mi situación, me sentía tan inútil y desconcertado que empecé a temblar de la desesperación, mirando a todos lados, sabiendo que me habían preguntado directamente, pero no conocía la respuesta, no sabía… ni cómo me llamaba.
―¡No se preocupe señor!, ¡déjenos ayudarle!, lo primero que debemos de saber es su nombre y si vive por aquí cerca ―insistió el hombre mientras bajaba del coche y se dirigía a mí, dejándose ver una oronda silueta, revestida de una llamativa camisa azul y pantalón del mismo color.
Seguía desconfiando de aquel que, aunque usaba un tono tranquilizador, se acercaba a mí con demasiadas confianzas y eso que no le recordaba de nada, para mí es como si fuese la primera vez que le hubiese visto y eso que me esforzaba por recordar, pero… sin éxito.
―No se preocupe soy policía ―afirmó mientras se ponía sobre la cabeza aquel peculiar sombrero que rápidamente reconocí―, ¿no tiene ninguna identificación?, ¡quizás en su cartera!
A pesar de que me hizo ilusión haber reconocido su profesión, era incapaz de pronunciar ningún sonido, pues mi boca estaba como estropajosa, con una gran sensación de sequedad y no conseguía balbucear palabra alguna.
Pero, aunque no hubiese tenido estas dificultades para expresarme no sabría qué decir pues no conseguía concentrarme, mientras mi respiración se aceleraba por la confusión del momento. Apenas sí podía oír lo que sucedía a mí alrededor, escuchándolo como si estuviese muy lejos, como si no fuese conmigo.
―Mire en su bolsillo trasero ―insistió con tono casi paternal aquel pequeño hombre, del que apenas se distinguía el cuello que debía separar la cabeza del resto del cuerpo, mientras me ponía una mano sobre el hombro.
―¿Detrás? ―respondí entre dientes casi de forma imperceptible mientras me recuperaba gracias a aquel pequeño toque que me había hecho sobre el hombro el cual lo había sentido como una gran muestra de cariño, tal y como solía experimentar cuando me abrazaban mis hijos al principio y mis nietos después.
Inspirando profundamente algo acongojado por la situación, eché la mano aún temblorosa hacia atrás y para mi sorpresa toqué algo duro en el bolsillo, lo saqué y allí estaba lo que decía el policía, una cartera con la foto de identificación de alguien, que supuse sería mía y por eso lo llevaba.
Esos fueron unos días duros para mí, los médicos me mandaron reposo y que comiese muchos frutos secos, unos cien gramos de nueces al día, pero siempre que podía, los cambiaba por avellanas que me gusta más. Menos mal que los enfermeros me atendieron diariamente hasta que pude valerme de nuevo por mí mismo, aunque nunca volvió a ser como antes.
Ahora llevaba siempre en casa y en la calle un colgante que tenía un botón, que apretaba cuando me encontraba en alguna dificultad, o cuando no sabía dónde estaba o cómo volver a mi casa. Tras pulsarlo, estando en la calle, sólo debía de esperar unos minutos para que alguien se acercase a ayudarme.
Si estaba en casa se encendía la televisión y una amable jovencita me