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El Espía
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Libro electrónico262 páginas4 horas

El Espía

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Ya el silencio se había apoderado de cada una de las estancias de la casa, tanto que a veces me costaba ir hacia allá, donde habían sucedido tantas y tantas cosas en familia.
Al principio ponía la televisión o la radio, para escuchar una voz allá donde estuviese en la casa, y eso me consolaba, pero luego, ¡me parecía tan absurdo, engañándome a mí mismo!, haciendo como si estuviese acompañado, cuando ya no quedaba nadie.
Alegrías, penas y tristezas, escuchadas por cada rincón de aquel hogar, en el que con tanto esmero siempre mi mujer había trabajado por mantener en orden y limpio.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento23 mar 2019
ISBN9788893983334
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    Vista previa del libro

    El Espía - Juan Moisés De La Serna

    Índice de contenido

    CAPÍTULO 1. La Memoria

    CAPÍTULO 2. La Despedida

    CAPÍTULO 3. La Comunidad

    CAPÍTULO 4. La Ley del Siete

    CAPÍTULO 5. El Superviviente

    CAPÍTULO 6. La Decisión

    CAPÍTULO 7. El último recuerdo

    El

    Espía

    Juan Moisés de la Serna

    Editorial Tektime

    2019

    El Espía

    Escrito por Juan Moisés de la Serna

    1ª edición: marzo 2019

    © Juan Moisés de la Serna, 2019

    © Ediciones Tektime, 2019

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Tektime

    https://www.traduzionelibri.it

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por el teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

    Prólogo

    Ya el silencio se había apoderado de cada una de las estancias de la casa, tanto que a veces me costaba ir hacia allá, donde habían sucedido tantas y tantas cosas en familia.

    Al principio ponía la televisión o la radio, para escuchar una voz allá donde estuviese en la casa, y eso me consolaba, pero luego, ¡me parecía tan absurdo, engañándome a mí mismo!, haciendo como si estuviese acompañado, cuando ya no quedaba nadie.

    Alegrías, penas y tristezas, escuchadas por cada rincón de aquel hogar, en el que con tanto esmero siempre mi mujer había trabajado por mantener en orden y limpio.

    Hay momentos en la vida

    que tenemos que atrapar

    guardarlos con gran cariño

    y tratar de no olvidar.

    Pero nunca esperemos

    que siempre sea igual

    si la memoria nos falla

    los recuerdos se irán.

    Por mucho que pretendamos

    intentarlos recordar

    se los llevó un mal aire

    y no los devolverá.

    Recuerdos y más recuerdos

    ya están en el olvido

    pues la memoria al fallar

    se los llevó, se han ido.

    AMOR

    Dedicado a mis padres

    Índice de contenido

    CAPÍTULO 1. La Memoria

    CAPÍTULO 2. La Despedida

    CAPÍTULO 3. La Comunidad

    CAPÍTULO 4. La Ley del Siete

    CAPÍTULO 5. El Superviviente

    CAPÍTULO 6. La Decisión

    CAPÍTULO 7. El último recuerdo

    CAPÍTULO 1. La Memoria

    Ya el silencio se había apoderado de cada una de las estancias de la casa, tanto que a veces me costaba ir hacia allá, donde habían sucedido tantas y tantas cosas en familia.

    Al principio ponía la televisión o la radio, para escuchar una voz allá donde estuviese en la casa, y eso me consolaba, pero luego, ¡me parecía tan absurdo, engañándome a mí mismo!, haciendo como si estuviese acompañado, cuando ya no quedaba nadie.

    Alegrías, penas y tristezas, escuchadas por cada rincón de aquel hogar, en el que con tanto esmero siempre mi mujer había trabajado por mantener en orden y limpio.

    Poco a poco fui cerrando las estancias, esas que ya no usaba para nada, o las que con solo verlas me traían al presente tantos recuerdos vividos, la mayoría de ellos alegres, lo que extrañamente me producía un gran dolor, quizás por añorarlos, o puede que sea por la seguridad que tenía de que nunca se volverían a repetir, que todo lo vivido allí, quedaría solo en mi memoria, mientras esta durase.

    A pesar de que en varias ocasiones le había dicho a mi mujer de trasladarnos a otro sitio, ya fuese por motivo de trabajo o por nuestra jubilación, ella siempre había dicho que no, que su lugar estaba allá donde sus recuerdos permanecían, allí había visto crecer a sus hijos, y conocía a todo el vecindario, y eso le hacía sentirse a gusto.

    Por alguna extraña razón, ella prefería dejar las cosas como estaban como decía ella, sin cambiar nada de la casa, ni un solo cuadro o fotografía, y cuando le preguntaba el motivo, ella solo decía que así estaba bien.

    Había tenido dificultades para salir de vacaciones, ya que en varias ocasiones, cuando ya éramos mayores, y nuestros hijos ya habían partido a otros lugares a trabajar, cuando ya estábamos solos los dos, a pesar de eso, ella siempre esperaba que apareciese alguno por casa, y ponía alguna excusa para no estar más de dos o tres días alejados de aquel lugar.

    Pero ¿cómo iban a aparecer?, si algunos vivían en otros continentes, y con el que estaba más próximo, apenas manteníamos contacto después de que tuvimos aquella discusión.

    Algo de lo que aún me arrepiento, no tanto porque fue del todo innecesaria, si no por las consecuencias que tuvo en nuestra relación. Mi mujer desde ese momento me miraba diferente, yo sé que tenía la razón, y que nuestro hijo se equivocaba, pero ella como madre, no entendía por qué no apoyaba a nuestro hijo cuando más lo necesitaba.

    Lo más difícil para mí fue su pérdida, cuando pienso en ese momento, apenas puedo respirar, tantos años de convivencia, y aunque no siempre fue pacífica, siempre hubo mucho amor y respeto entre nosotros.

    En los últimos años, casi teníamos vidas separadas, si es que se puede llamar así, nos respetábamos, nos queríamos, pero cada uno trataba de desarrollar sus propias actividades sin contar con el otro, muy al contrario de cuando nos conocimos que queríamos hacer todo junto, y estar compartiendo el mayor tiempo posible.

    Quizás sea la costumbre, pero ya casi no nos veíamos más que para comer y cenar, ella tenía planeada cada tarde, un actividad diferente, unas veces salir con las amigas, otras a visitar a algún pariente de ella, otras…, a mí que me gustaba estar tranquilamente en casa, me lo pasaba con mis anotaciones y cálculos, casi sin darme cuenta de que ella había salido, pero…. cuando falleció….

    Todo cambió, ahora tenía más tiempo para mis cosas, nadie que me pudiese decir que llevaba demasiado tiempo con ello, nadie que me recordase que tenía que parar para descansar, nadie que… pero para mí todo aquello que hacía, a lo que dedicaba tanto tiempo y que creía tan importante, para mí, todo aquello había perdido su sentido.

    La casa poco a poco se había convertido en un mausoleo, ¡no sé por qué!, pero ella a medida que pasaban los años, iba rellenando las paredes con fotos de sus hijos, y sus nietos, las que íbamos recibiendo de vez en cuando, con motivo de un nuevo nacimiento o alguna celebración.

    Ahora apenas puedo reconocer a los que hay en esas fotografías, no es solo por la vista, que para eso tengo las gafas de leer y ver las cosas con esos detalles que sin ellas sería imposible, es que las caras ya no me dicen nada.

    Cuántas veces me habré parado para comentar con mi mujer esa o aquella foto, sobre lo felices que se ven, y las ganas que teníamos de volverlos a ver, en cambio ahora, están ahí, como paradas en el tiempo, como si fuesen de otra vida, de la que ya no me siento parte.

    Sin ella, no me imagino un pasado, en cada uno de los lugares que hemos ido, ella ha estado ahí, en cada celebración a la que hemos asistido, ella estaba ahí, y en tantas y tantas fotos, estábamos los dos, pero ahora, salvo a ella, me cuesta reconocer al resto de las personas de las fotos, y…. además, no hay a quién preguntar, ni siquiera con quién comentar sobre aquellas fotos.

    Ahora son parte de la pared, como si de un papel pintado se tratase, ya no me paro a mirarlas, pues para mí son extraños, que un día compartieron mi vida pero que ahora ya ni los siento lejanos, simplemente no los siento.

    Cuando voy por el pasillo, en ocasiones miro las fotos que hay colgadas, son de lugares y personas totalmente desconocidos, curioso por intentar adivinar quienes son o qué hacen, pero no, ¡no alcanzo a recordar!

    Viene una asistenta a casa, de vez en cuando a hacer un poco de limpieza, al principio preguntaba sobre mis nietos, y le indicaba las fotos de ellos, pero ahora, ni sé dónde están esas fotos, ni sé cuántos nietos tengo.

    Apenas tengo ganas de hablar, pues no tengo nada que decir, mis recuerdos son dolorosos, no porque no haya vivido mucho y tenga mucha experiencia, sino porque los recuerdos más importantes para mí, son precisamente los de mis grandes amores, y esos, por desgracia ya no están conmigo.

    Puedo recordar como si fuera ayer, a mi primer amor, ella trabajaba en un bar en la carretera, cerca de la gasolinera, a la salida del pueblo.

    Yo siempre repostaba lo mínimo para que anduviera mi vehículo, para tener que acudir al día siguiente de nuevo a echarle gasolina, y con ello tener alguna excusa para entrar en aquel bar a desayunar.

    Al principio no me había fijado en ella, era una chica nueva en el pueblo, quizás alguien de paso. Su amable sonrisa y su pelo negro rizado me hizo enloquecer. No estaba seguro de si ella se había siquiera fijado en mí, acostumbrada a que todos los que se acercaban a tomar algo la alagasen, pero mi insistencia dio sus frutos. Tras unos cuantos meses de acudir a diario allí, un día me dijo:

    –¡Está bien!, dime de verdad, ¿qué quieres?

    –¡Pues hoy me apetece un especial de la casa! –la contesté.

    –¡No, en serio!, de todos los clientes que tenemos, tú eres el único que viene todos los días, haga frío o calor, e incluso cuando la gasolinera está cerrada, entonces ¿qué quieres?

    Me quedé cortado, y haciendo de tripas corazón acerté a decir:

    –¡A ti!

    –¿El qué? –preguntó ella asombrada.

    –Sí, todos estos días, semanas y meses, te he querido a ti, y por eso he venido a verte, ¡pasar un día sin verte es como quitarme el sol de la mañana!

    Ella se fue casi corriendo a la cocina, creo que confundida por mis palabras o algo así, y al poco regresó y dijo:

    –¡Me voy, este es mi último día de trabajo!, estaba aquí únicamente para ganar algo de dinero, antes de seguir mi camino, has sido muy amable todo este tiempo, y te lo agradezco.

    –Pero, yo…. me acabo de declarar.

    –Sí, lo sé y han sido palabras muy bonitas, pero ha sido demasiado tarde, si me lo hubieses dicho antes, quizás hubiésemos podido aprovechar el tiempo de otra forma, ahora… es demasiado tarde –Dicho eso se dio la media vuelta y siguió con su trabajo.

    No pude probar bocado, a pesar de lo suculento que parecía estar todo lo que me había servido, apenas permanecí en aquel lugar cinco minutos más y salí casi corriendo, ¡no me lo podía creer!, me había acostumbrado a verla todos los días, a su linda sonrisa y a sus cabellos negros, y ahora… me abandonaba.

    Pensé, no sé, hablar con el jefe, para decirle que la pagase más, incluso pensé pagarle al jefe por la diferencia del aumento de sueldo, pensé hablar con ella y pedirle que no se fuera… pensé… pero al día siguiente, cuando regresé, creyendo que había sido un mal sueño, ya no estaba ella, ni al siguiente, ni al siguiente… hasta que me hice a la idea de que no la volvería a ver, que mi gran amor había desaparecido de mi vida, y ya nunca volvería a encontrar una persona así, ella era única.

    Son recuerdos dolorosos, aún puedo recordar su sonrisa y su cabello, sobre todo aquel cabello, como me gustaba, parece que la estoy viendo, como si fuese ayer, retirándoselo de la cara, cuando se le caía aquella mecha traicionera que se escapaba, y poniéndosela detrás de la oreja con el dedo.

    Aunque no fue un amor correspondido, nunca la he podido olvidar, ya que fue mi primer amor.

    De ella no tengo fotos, tantas y tantas repartidas por toda la casa, pero de esa etapa de mi vida no hay nada.

    Tampoco me quedan, ni amigos, ni vecinos, nadie conocido, o ya han dejado este mundo, o se han ido a los asilos.

    El barrio ya no es lo que era, ahora todos tiene mucha prisa, no salen a cortar el césped por la mañana, ni a jugar con los niños los fines de semana, a veces, se me hace raro estar por aquí, todo está tan cambiado.

    Conozco cada casa, cada árbol, pero la gente, me es tan desconocida que no sé… no me siento cómodo cuando salgo a la calle, a pesar de que las personas con las que me cruzo siempre me muestran una sonrisa tras saludarme.

    Aún, de vez en cuando viene alguien en mi búsqueda, para que les hable de mi pasado, de mis experiencias, como si estas fuesen importantes, pero a mí me cuesta mucho aceptar que el tiempo ha pasado y que mis mejores momentos están ya tan lejos, que más bien parece que fueran de otro.

    Los años pasan, y cada vez dejan más huella en mi salud, y por desgracia, me están arrebatando lo más preciado que tenía, mi memoria, todo el resto, mis pertenencias, ¡no me importa si se llenan de polvo!, pero mis recuerdos parecen irse borrando poco a poco, difuminando como la niebla de la mañana, y con ellos tantas y tantas vivencias.

    Alguien me ha sugerido que escriba un libro, ¡a mi edad, como si eso fuese fácil!, incluso me han propuesto hacer un documental de mi vida, pero no lo he visto claro.

    Tantas cosas que podría decir, pero no me siento con fuerzas para recordarlo todo, y menos delante de una cámara y con extraños escuchándolo.

    Cada vez que recuerdo un hecho, me emociono, ya que lo vivo como si estuviese pasando en ese momento, pero luego, cuando se acaba, me queda una profunda tristeza, al darme cuenta que es solo un recuerdo, algo del pasado, que ha quedado relegado en el tiempo, casi olvidado.

    No sé por qué pero mis recuerdos de la juventud y de la infancia son cada vez más nítidos, apenas puedo recordar lo que comí ayer, pero sí las de aventuras que tuve cuando era pequeño, o las cosas más destacadas que me sucedieron durante la secundaria.

    Tantas personas con las que hablé y me crucé, tantos a los que amé y me amaron, familiares, amigos y conocidos, todo ese cariño y emoción compartido, y ya no sé dónde está ninguno.

    Seguro que han hecho sus vidas, y que están disfrutando de sus hijos e incluso sus nietos, allá donde estén, pero ¡a veces me hace tanta falta no sentirme solo!

    Lo peor son las noches, en ocasiones cuando trato de dormir me invaden cantidad de recuerdos, de experiencias acontecidas en la casa, ¡las vivencias de un anciano, se puede decir, pero es que es toda una vida, día tras día, ¡cuántas cosas vividas!, y me pongo a pensar, y un pensamiento lleva a otro, y a otro, y a veces pasan las horas y no consigo dormir, hasta que el cansancio y agotamiento me hacen caer rendido.

    En otras ocasiones, son mis achaques los que me impiden conciliar el sueño, ¡cuando no es una cosa es otra!, si estoy demasiado tiempo con una postura, ya se está quejando la rodilla o la espalda, así cada noche hasta que por fin duermo.

    Eso sí, el despertador me llama todos los días a las seis de la mañana, tal y como lo ha hecho desde que empecé a trabajar, allá cuando era joven.

    Una manía mía, según decía mi querida esposa, que nunca abandoné, ni cuando ya con la edad dejé de tener obligaciones, pero siempre me ha gustado aprovechar el tiempo, y no dejar que el sol saliera antes que yo.

    Quizás fuese la fuerza de la costumbre, o puede que sintiese a gusto sabiendo qué es lo que me tocaba hacer cada mañana, sea como fuere, y por mucho que ella me intentó convencer, siempre me despertaba a esa hora, hubiese salido el sol o no.

    Todos los días nada más levantarme buscaba un espacio abierto y hacía mis ejercicios, unos cuantos estiramientos, para tener algo de flexibilidad, los suficientes para desperezarme antes de lavarme la cara con agua fría.

    ¡El secreto de mi cutis terso es el agua fría por las mañanas!, había escuchado decir a algún actor famoso, que presumía de una piel tersa, a pesar de sus muchos años.

    A mi edad, no lo hago por la estética, o por la piel, simplemente para despejarme, pero si bien, aquello fue necesario durante mucho tiempo, me hacía estar listo para salir a trabajar y empezar el día, ahora… muchas veces me quedo delante del espejo del lavabo preguntándome, ¿Y ahora qué?

    Me vuelvo a lavar la cara, con la esperanza de que se me ocurra algo por hacer en el día, y nada… miro al espejo, y este me devuelve un rostro que apenas reconozco, unas arrugas que nunca estuvieron ahí, ahora cubren todo la faz y no solo eso, también veo las manos…

    No sé muy bien cómo se sentirán los demás al envejecer, pero en mi caso, no ha sido algo agradable, ver cómo poco a poco todos mis sueños e ilusiones se han ido diluyendo con el tiempo.

    Es mucho lo que he conseguido, pero ¿para qué?, ¿quién se va acordar de mí, de mi trabajo y esfuerzo?, ¿a quién le importan ahora las miles de horas dedicadas?

    Es cierto que alguien, en algún momento, se podrá acordar que un día me conoció, pero más allá de los amigos y la familia, a nadie le ha importado lo que he hecho y conseguido.

    Sé que no me puedo quejar, he tenido una vida relativamente buena, me he dedicado siempre a lo que más he querido, pero a pesar de ello, ahora… solo quedan recuerdos, y en muchas ocasiones, ni siquiera eso.

    A veces acudía al despacho, donde tengo tantas carpetas de trabajo acumulado, hace años, me sentaba y abría alguna de ellas y la revisaba, mirando y recordando el trabajo realizado.

    Tantas anotaciones apuntadas con evidente emoción, pensando que aquello iba a marcar la diferencia como dicen los jóvenes de hoy en día, y el tiempo ha dejado todo aquello en el olvido.

    Han pasado los años y lo que antes recordaba con orgullo, se transformó en casi una extraña sensación de curiosidad, veía aquellos montones, y no sabía qué contenían, los abría para saber de qué eran, y me invadía un desasosiego, es cierto que todo aquello era mío, pero no recordaba haberlo escrito, ni cuándo sucedió.

    Estaba seguro de que era mi letra, al menos eso no lo dudaba, y que estaba en cada uno de los cientos de cuadernos e informes por allí diseminados, pero poco más era capaz de reconocer del tiempo invertido en aquella labor.

    Era en esos momentos en que me fui dando cuenta de lo que me estaba sucediendo, estaba perdiendo mi memoria, esa que siempre había sido tan buena, ahora era incapaz hasta de reconocer lo escrito por mí.

    Mis papeles, habían dejado de serlo, ya eran los papeles de un desconocido con mi letra, incapaz de ver ningún tipo de orden entre tanta carpeta.

    En más de una ocasión aquello me enfurecía tanto que tiraba las carpetas al suelo, y… no sé… intentaba que aquello no fuese así… pero todo era inútil, y la sensación de desesperanza me invadía, haciéndome creer que la vida no había servido para nada.

    Al rato, cuando conseguía tranquilizarme, recogía papel por papel, y sin saber para qué, los ponía donde creía que era su sitio, sin poder recordar siquiera lo que contenían, únicamente acertaba a clasificarlos en función de la fecha que aparecía en cada uno de aquellos manuscritos en la parte superior derecha, aunque en ocasiones era una labor extenuante, no lo dejaba hasta armar ese puzle, si bien no lograba respetar el orden cronológico de todos, al menos sí podía los papeles de cada año juntos.

    Hace tiempo que no he vuelto por allí, ¡me da rabia!, tantas horas de trabajo entre aquellas cuatro paredes, aquellos papeles que ya no sé ni que son, y ni tan siquiera si sirven para nada.

    En ocasiones me siento delante del televisor, a veces, incluso apagado, y trato de recordar algunos momentos pasados, ocasiones en que los

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