Capturando El Momento Con Una Fotografia
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Miré a mi alrededor, contemplando sobre las paredes de mi habitación aquellas fotografías enmarcadas.
Quizás fueran un centenar o quizás más, no lo sé, pues hace tiempo que perdí la cuenta, eso sí todos ellos tenían un marco que trataba de que fuese diferente.
Cada una de esas fotos era un recuerdo, o al menos así había procurado que fuese, un momento, un instante, una imagen del presente que se convirtió en pasado en un instante.
No sé cómo podría llamarse aquello, quizás una obsesión, pero tenía la necesidad de aquello, de inmortalizar a las personas, de dejar su recuerdo vivo, de que con el tiempo alguien los pudiese ver y saber lo que había hecho, pero aquello era solo una ilusión.
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Capturando El Momento Con Una Fotografia - Juan Moisés De La Serna
CAPÍTULO 1. MI PRIMER EMPLEO
La vida pasa deprisa, aún si no lo quieres
solo mira hacia atrás, y verás el pasado.
Ese pasado que te sigue, allá a donde te dirijas
todos los días avanza, quitándote años de vida.
Ese pasado que no cesa, por quitarte lo amado
las caricias y besos, que un día compartiste.
El pasado se lo llevó, ya ni sé dónde encontrarlo
en alguna imagen suya, que en su retrato queda.
El pasado ha acallado, sus palabras de cariño
sus besos mañaneros, y su caricia al anochecer.
El pasado ya silenció, que sin avisar llegó
y mi vida entera cambió, cuando a él me arrebató.
Tantas palabras ni dichas, tantos besos por entregar
tantas caricias necesitadas, y todo en el pasado va a quedar.
Promesa nos hicimos juntos, de la eternidad viviendo
y nada de ello se cumplió, cuando se presentó el pasado.
A nadie parece importar, lo que el pasado robó
de mi vida me va a separar, y ya sin ella me dejó.
Las fotos van a quedar, ahí donde el recuerdo
empieza a flaquear, por culpa del pasado.
AMOR
Era una mañana helada, de esas que dan ganas de quedarse en la cama hasta que la luz del sol te moleste tanto que no puedas por más que levantarte.
Miré a mi alrededor, contemplando sobre las paredes de mi habitación aquellas fotografías enmarcadas.
Quizás fueran un centenar o quizás más, no lo sé, pues hace tiempo que perdí la cuenta, eso sí todas estaban enmarcadas, con marcos blancos, negros, azules…, realizados con madera, latón, plata… tratando que fuesen únicos y diferentes del resto.
Cada una de esas fotos era un recuerdo, o al menos así había procurado que fuese, un momento, una imagen del presente que se convirtió en pasado en un instante.
No sé cómo podría llamarse, quizás una obsesión, pero tenía la necesidad de aquello, de inmortalizar a las personas, de dejar su recuerdo vivo, de que con el tiempo alguien los pudiese ver y saber lo que había hecho, pero aquello era solo una ilusión.
Si bien todo empezó en una pequeña empresa de fotografía, de esas que se ponían al lado de las comisarías de policía para retratar a aquellos que iban a renovar su documento de identidad o su pasaporte, esas que fueron sustituidas por máquinas automáticas, que por un precio inferior te hacen también unas fotografías de menor calidad, pero que dan la misma utilidad.
Yo no sabía de aquel negocio, pues era el primer trabajo que tenía, a pesar de que mis padres me habían insistido que me centrase en mis estudios y que disfrutase de mi experiencia como estudiante, yo no quería suponer una carga para ellos, me refiero a más de lo que ya era, pues con mucho esfuerzo me conseguían pagar la universidad.
Si bien siempre me han dicho que lo importante en la vida era lo que conseguías, al puesto que llegabas y cuánto dinero ganabas, y es por ello que desde el principio me esforcé en que este trabajo, mi primer empleo, el jefe quedase contento conmigo.
Llegaba casi una hora antes y era la última en irme del lugar. Si bien el salario no era lo que se dice muy alto y tampoco me pagaban aquellas horas que echaba de más, por lo menos me permitía poder ayudar, aunque sea un poco a mi familia, en aligerar el coste económico de mis estudios, así que sin quererlo ni proponérmelo me introduje en el mundo de la fotografía, o mejor dicho del retrato.
Aquello no tenía nada de complicado, únicamente había que pedir a la persona que se sentase sobre la silla que ya estaba preparada e iluminada y con posterioridad se le pedía que sonriese, eso es todo lo que tenía que hacer antes de tomarle la foto, luego recogía sus datos y le indicaba que pasase después de una hora para que me diese tiempo a revelar la fotografía.
Una actividad a la que dedicaba unas cuantas horas al día siendo mi principal ocupación la de cualquier estudiante, es decir, acudir a clases, tomar apuntes, hacer tareas, entregar ejercicios y estudiar.
Al principio ni siquiera le prestaba atención aquello que hacía, Por favor, siéntese ahí
, Por favor, sonría
, Espere un momento
y Listo
, pero todo cambió un día en que vino una señora con semblante serio y medio azarosa.
―Buenos días, señora, ¿Qué necesita? ―dije con una amplia sonrisa.
―Vengo a por una fotografía.
―Sí, por supuesto, por favor dígame el número del recibo.
―¿Qué número? ―preguntó extrañada la señora.
―Sí, cuando se toma nota de la orden se le da un recibo con el número de pedido ese es el que la estoy solicitando.
―No sé nada de números ni tampoco he dado ninguna orden ―contestó contrariada por aquello.
―Entonces lo que usted quiere es hacerse unas fotos o encargar que revele algún carrete ―contesté con una amplia sonrisa.
―No, no, yo lo que quiero es recoger unas fotos ―indicaba aquella mujer menuda la cual se mostraba algo agitada.
―Bueno, dígame el nombre de a quién están las fotos y yo busco el número de pedido ―dije extrañada por la situación.
―Eso sí lo sé, pero no es para mí.
―¿No son sus fotos? ―pregunté sorprendida.
―No, bueno, sí ―contestó con tono dubitativo.
―Señora, si es la foto de otra persona tiene que ser esa persona quien la recoja.
―A eso me refiero ―indicó mientras ponía su bolso encima del mostrador y empezaba a buscar algo dentro.
―Explíquese por favor, porque no lo estoy entendiendo.
―A ver, mi marido ha fallecido ―afirmó mientras cerraba el bolso.
―Le acompaño en el sentimiento.
―Gracias, pero ya ha pasado casi un año de aquello.
―Entonces, ¿Qué tiene que ver con las fotos?
―¡Ah, sí!, le digo. En las semanas posteriores al fallecimiento estaba tan dolida porque me hubiese engañado que rompí todas las fotos que tenía de él ―dijo con tono casi colérico.
―¿La engañó? ―pregunté sorprendida por su reacción.
―Sí, no se puede llamar de otra forma. Él me prometió amor eterno, que viviríamos el resto de nuestra vida y que envejeceríamos juntos, y mírame ahora. Me ha abandonado, me ha dejado sola, y mi vejez no voy a tener con quien compartirla.
―Bueno señora, no considero que eso sea un engaño ―comenté algo contrariada por lo que escuchaba.
―¿Cómo que no?, delante del juez y delante de Dios lo juró.
―Pero no creo que su marido hubiese decidido engañarla ―traté de hacerla razonar usando sus mismas palabras.