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Discursos desde la juventud contemporánea
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Libro electrónico151 páginas10 horas

Discursos desde la juventud contemporánea

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Es la primera novela de Álvaro Bley. En la lectura de este libro transitamos por 11 momentos claves y reconocibles en la vida de muchos jóvenes del Santiago de hoy, donde la desidia, la ironía y el fracaso que siente Sebastián, el protagonista, en muchas áreas de su vida, tales como el amor, el fútbol, la educación, las ciclovías, el trámite del pase escolar, el sexo, los carretes, los amigos y otras, nos llevan a conectarnos una vez más con grandes temas universales. Una novela lúcida y ágil, narrada en un lenguaje cotidiano y oral, que le toma el pulso a la vida contemporánea.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 may 2017
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    Discursos desde la juventud contemporánea - Álvaro Bley

    uso.

    COSA 1

    PASEAR

    PERROS

    DE NOCHE

    En esa situación que alguien te manda un mensaje de texto así como Wena Seba. Oye, qué vai a hacer hoy día?, y uno que no tiene muchas ganas de hacer algo, entendiendo el algo como salir de tu casa y juntarte con otra gente a conversar y tomar copete; quizás jugar a algo pa que todo no sea tan típico. Y en más o menos dos minutos uno piensa en los alcances que tiene salir a hacer algo: gastar plata comprando algo para tomar, esperar con frío la micro que pase de ida y de vuelta —sabiendo que de vuelta la cosa siempre es más difícil— y toparse con gente que lo más probable es que me pueda desagradar. En el peor de los casos juntarse con más gente, pero no mucha, a ver videos en Youtube. Pésimo. Pero así es la cosa, así es la juventud, así soy yo también. Entonces respondo sin demorarme más de 10 minutos el mensaje de texto, pa no desesperar al que me mandó el mensaje: hola, por ahora nada, tú tení algo?. Espero que me diga que no, así los dos no tenemos nada, somos dos personas que no tienen ese algo que hay que tener un viernes por la noche, por lo que se saben fracasados y están destinados a quedarse un viernes en la casa. Y así me quedaría en mi casa, vería una película que ojalá me sirva de algo en la vida y así me acuesto con ganas de un sábado prometedor. Esperanzador, mejor dicho. Tener un viernes descansado para hacer un buen sábado. De levantarse más o menos temprano, comprar cosas, ordenar lo que hay que ordenar, arreglar lo que hay que arreglar, estudiar lo que hay que estudiar, dormir un poco de siesta y estar muy dispuesto a carretear bacán ese día. Y el domingo alcanzar a levantarse para ir al estadio. Va a empezar el campeonato del segundo semestre y hay que estar ahí. Igual todavía no tengo panorama para el sábado, no tengo ese algo, aunque sé que puede pasar algo bueno. Pero todavía es viernes.

    Entonces estoy en esta situación de que no me responde y ya me voy haciendo la idea de estar echao en el sofá viendo una película, cuando se devuelve el mensaje de texto. Seba, carretiemos con la Nona. La Jaz le pidió el auto a su mamá, así que te podemos pasar a buscar por ahí. ¿Vai?.

    Para mí el Jazz era un estilo de música, que se toca así como pum pum pum pum puuuuum, dum dum dum, tssss, dum tss puuuuh. Algo así, pero nunca iba a decirle Jazz a una persona. El Jazz nunca fue una persona. También hay alguien llamado Chick Corea, que con ese nombre nunca me pude imaginar a una persona. Nunca supe cómo es. Lo pude haber buscado en Google, pero tampoco lo hice, porque nunca se me ocurrió, nunca tuve la necesidad de saciar la incógnita. El punto es que Jazz ya no sólo es todo eso, sino que también Jaz es la polola del que me mandó el mensaje de texto. En verdá se llama Yazmín, pero encuentra que su nombre es muy chulo y se autodenomina Yaz. En un momento de su pubertad descubrió que la música jazz se escribe con jota, entonces en el nickname de messenger se puso Jaz, así con jota y quedó para siempre como jaz con jota. O simplemente Jaz. Y la Nona es una amiga de la Jaz, no la más amiga, pero sí bien cercanas. Son compañeras de la u y se conocen bien, se caen bien y se invitan a carretear.

    Respondí el mensaje de texto con un: ya, voy a ir a la rotonda. A qué hora están por ahí?. Respondo eso porque no puedo decir que no. No puedo decir: no quiero, me da lata moverme de mi casa. Nos vemos. No se puede, tengo que tener una excusa buena. Así como que me tengo que levantar temprano al otro día o que se me perdió mi perro y estoy vuelto loco buscándolo. Pero eso no pasó. Me cuesta mentir también, como que, no sé, no puedo nomás. No me queda otra que abrigarme, abrigarme mucho, porque hace frío, y caminar al paradero. Antes reviso el teléfono por si es que me respondió el mensaje. Y sí lo había hecho: ya, como en media hora. Hay que hacer algo por mientras, que no sé lo que es. Veo tele un rato. Están dando Primer Plano, mostrando cómo son las casas de los famosos. La del Chino Ríos es brígida, tiene una piscina que es como una cascada. Miro la hora y salgo, no porque sea tarde sino porque estoy aburrido. Igual pasó el auto de la Jaz justo cuando llegué, así que bien. Nos saludamos con un hola. Cómo estai, en qué andai y todas esas cosas. La Nona me dijo que me había visto el otro día en el metro, pero que estaba lejos y no me saludó. Yo le dije ah, buena y la Nona me respondió que al lado mío había un loco con una moica cuática, así bien pará y no chica así como de flaite.

    —¿Te acordai?

    —Ah, ahora me acuerdo —le dije.

    Y la verdá era que me acordaba, era un punki que le gustaba la ropa, la moda, el diseño. Muy meticuloso en el peinado, en las tachas, en los parches, en los bototos amarrados hasta arriba. Incluso medios limpios.

    Después de un rato sin conversar, donde yo la verdad no tenía nada muy interesante que decir, y entonces no dije nada, caché que el auto estaba funcionando con la radio apagada. Y me levanté de mi asiento de atrás pa ir pa adelante y hacer algo al respecto. Ahí caché que el auto no tenía radio. El que me mandó el mensaje de texto me dijo que a la mamá de la Jaz le habían robado en el auto. Le abrieron el auto y le robaron la radio.

    —Flaites de mierda —dijo la Jaz.Yo no sabía qué pensar sobre los ladrones. Pensé mucho en mi vida con respecto a su existencia y no llegué a ninguna conclusión. Por lo tanto no tengo opinión con respecto a ellos y tampoco voy a pensar sobre ellos. Ojalá no me roben a mí y ojalá que no roben más. La Jaz me preguntó qué opinaba de los ladrones, así como pa poner un tema polémico, ya que estábamos muy callados. A la Jaz le encanta generar discusiones y a su pololo no le gusta que ella haga eso. Cuando pelean, lo hacen por ese tema. Yo sólo le digo que no debe ser bacán robarle algo a alguien, por lo que creo que la vida de los ladrones no debe ser bacán. Ella me responde hablando fuerte, sin gritar, pero con un tono alto y me dice que se mueran todos los flaites culiaos. Yo le respondo que no sé si esa sea la mejor opción. Nunca me han gustado mucho los genocidios. Pero intento evitar el tema, no quiero que se forme un clima tenso dentro del auto. Después de un rato de silencio la Jaz iba a decir algo, pero justo llegamos a una boti, así que la Jaz no pudo decir nada. Paramos ahí pa comprar unas chelas.

    —¿Te motivai con unas piscolas? —me preguntó mi amigo, el que me mandó el mensaje de texto, que se llama Roni. O sea, no se llama así, le decimos así. Le decimos Roni. Yo le dije que ya, asumiendo que ya emprendí el viaje a un viernes carreteado y que mañana me voy a despertar tarde y con dolor de cabeza. Que después voy a tener que dormir siesta y que el fin de semana que planifiqué toda la semana se va a resumir a dolores de cabeza, siestas y estudios apurados de cosas atrasadas. Todo por estar comprando un pisco y una Coca-Cola. Si me pongo racional habría que preguntarse si lo que estoy haciendo vale la pena. El punto es que no alcanzo a preguntarme mucho, porque ya estoy sentado en la parte de atrás del auto con una bolsa negra arriba de mis piernas. De ahí le pregunté al Roni por el Marco. Le dije ¿Qué onda el Marco?, considerando que igual más o menos siempre carretiamos con él y hoy día no estaba. Me dijo que le había preguntado qué iba a hacer hoy día y que le había dicho que iba a ir a una disco gay, pero no se acordaba cuál, que era como la Miel o Limón, o alguna de estas discos con nombre de algún ingrediente natural. Así que filo.

    De ahí llegamos al carrete, que era un desastre. Un grupo definitivamente mayor por un lado, con más de treinta años sentado en un sofá; por otro lado gente que me parecía haberla visto antes en mi vida, encima de un computador, entre poniendo música y viendo videos en Youtube, y en una silla, al lado de una mesa, un tipo medio flaco y medio alto también, que estaba tomando ron. Se veía un poco viejo. O sea, no viejo viejo, pero mayor que yo y que el Roni. Como 26, 27, 28, por ahí. Me tincó que era buena onda y me fui a sentar al lado de él. Me hice una piscola. Por suerte había hielo así que le puse hielo al vaso y me senté al lado de él. Nadie empezaba la conversa, yo igual quería empezarla, pero no sabía cómo. ¿Cómo se empieza una conversación con alguien que no conozco? Esa es una pregunta que siempre me complicó y que nunca pude responder bien. Que siento que es fundamental en la vida social de las personas, y que al no encontrarle respuesta, mi vida social queda media coja. De repente él me pregunta si soy hermano del Ramiro. Yo le respondí que sí y le pregunté de dónde lo conocía. Él me respondió que lo cachaba de su u, de su escuela, pero que el Ramiro era más chico, entonces nunca había hablado con él. Pero me cachó la cara y pensó que yo podía ser su hermano. Ahí lo obvio pa continuar la conversa era que hubiéramos hablado de mi hermano y su escuela. De que es dos años mayor que yo, que salió de la u y que está buscando pega. Y si es que conocía a la polola de mi hermano que todavía va en su escuela. Pero en una especie de iluminación que me vino, le pregunté sobre algo nada que ver, pero muy apropiado ¿Qué estaríai haciendo ahora si es que no estuvierai acá?

    Él encontró que era buena mi pregunta. Me dijo así como buena pregunta, hueón. Me dijo que seguramente estaría jugando un juego de shooter, que son esos que estai como en un lugar, tipo Irak, que está todo destruido y vai matando hueones y tenís misiones y equipos. Y jugai on line. Y hablai con la demás gente, por micrófono. Yo le dije que yo estaría viendo una película. Íbamos a empezar a hablar de películas cuando apareció el Roni y me dijo que fuéramos a otro departamento, en el mismo edificio, que ahí iba a hacer una mano y que estaba más prendido que el lugar donde estábamos ahora. La verdá es que no era muy difícil que estuviera más prendido, el carrete era un desastre. Si no fuera por un hueón que tenía las expansiones más grandes y deformes que había visto en mi vida —yo cacho que le cabía un velón de iglesia—, no había nada extraordinario que hacer ni que recordar. Le dije al loco que estaba hablando conmigo, que maleducadamente no lo pregunté el nombre, si quería ir al otro lado y me dijo que bueno. Después supe que él era el dueño del departamento donde estábamos en ese momento.

    Llegamos y el panorama no era muy distinto. Sonaba un raggamuffin que obviamente no recuerdo, porque me cuestan los raggamuffins. No alcanzo a reconocerlos, al menos que sea uno bien famoso tipo Sean Paul. Pero a la gente que estaba ahí les gustaba ese tipo de cosas. Bien por ellos, pensé. Le pregunté al loco del departamento, al dueño, si es que le gustaba el raggamuffin y me dijo que sí. Después no hablamos más por un rato, pensé que quizás lo estaba aburriendo. Miraba al Roni que estaba hablando con alguna gente, que iba a la cocina, que volvía y que me hacía señas de que iba bien, pero de que me esperara un poco. De repente apareció alguien que tomaba copete en una taza del demonio

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