Nerisáe: La Sacerdotisa de la Luna
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La Sacerdotisa de la Luna solo despierta cuando el planeta se encuentra en peligro. Como indica la leyenda, tras su despertar, la mujer elige a veinticinco guerreros de diferentes orígenes a los cuales les confiere el poder de las runas del Futhark para que luchen a su lado. Después de dos centurias, la Sacerdotisa, ha despertado otra vez. Los habitantes de Moredab deben prepararse para su regreso, responder a su llamado y combatir, lo que será el núcleo de una profundidad sin precedentes.
Este libro sumerge al lector en un sendero interno en donde cada capítulo sembrará una pregunta que será respondida por él mismo a medida que avance en la lectura. Cada persona lo transitará de manera diferente y personal.
Esta es una historia fantástica que transcurre en un mundo paralelo. Una historia donde su autora sembró perlas de sabiduría que descubrirá aquel lector que desee y esté listo para encontrarlas.
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Nerisáe - Camila Vázquez Garriga
Nerisáe
imagenCamila Vázquez Garriga
Nerisáe
La Sacerdotisa de la Luna
Índice de contenidos
Portadilla
Legales
Prólogo. El preludio del origen
Capítulo 1. El despertar del cielo
Capítulo 2. Entre unos y otros
Capítulo 3. A la altura de uno mismo
Capítulo 4. Sempiterno
Capítulo 5. Los Inmortales
Capítulo 6. Muerte Nacarada
Capítulo 7. Detrás de la máscara
Capítulo 8. El Núcleo
Capítulo 9. Más allá de la gloria
Capítulo 10. Dabmore
Epílogo
Lugares y mapa
Personajes
Diseño de interior: Laura Restelli
Diseño de cubierta: Rodrigo Broner
© 2023, Camila Vázquez Garriga
Derechos de edición en castellano
reservados para todo el mundo.
© 2023, Ediciones Deldragón
edicionesdeldragon@gmail.com
www.edicionesdeldragon.com
Primera edición en formato digital: julio de 2023
Versión 1.0
Digitalización: Proyecto451
ISBN edición digital (ePub): 978-987-8322-51-3
Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Prólogo
El preludio del origen
Aún recuerdo la calma de ver el viento acariciar las hojas de los árboles. Se respiraba distinto, como si la tierra quisiera susurrarnos incontables secretos. Amaba caminar descalza hasta el lago, sintiendo las distintas texturas del suelo y la frescura del rocío. Los silencios eran sagrados, completos, dorados.
Amanecía antes de que los primeros rayos de sol comenzaran a filtrarse entre las nubes. Me gustaban esos momentos indefinidos, en donde una se encuentra parada entre la luz y la sombra, en el gris perlado de la posibilidad. En donde detenerse a observar es fundamental para decidir qué hacer.
Me gustaba sumergirme en el lago cercano a Tinoan, donde las aguas tibias de los manantiales ancestrales abrazan el cuerpo con parsimonia. De camino a las aldeas comía frutas, me comunicaba con los elementales en monólogos interminables que nunca eran respondidos. O eso creía.
Me pasaba el día completo atendiendo las necesidades de los seres que vivían en la zona, desde dolencias y heridas hasta la simple necesidad de compartir una taza de alguna infusión y observar el ocaso de otro día.
Me habían criado padres amorosos, pero los cielos pidieron su retorno a una edad temprana, por lo que mi crianza estuvo sumamente acompañada por las sanadoras del templo Sajhiv. Me adoptaron, me amaron y me transmitieron sus enseñanzas. Junto a ellas pude estar hasta los dieciséis años, ya que a esa edad se debe elegir entre ser una de ellas para prolongar la estadía o abandonarlas; nunca sentí que aquel fuese mi destino. Mis colores seguían otro arcoíris.
Me instalé en una cabaña pequeña entre Omorat y Tinoan, tentada por la belleza de sus bosques y aguas cálidas. Y me ganaba la vida con mis habilidades curativas a cambio de alimentos y ropas. Forjé vínculos preciosos que perfumaron mis instantes de risas.
Pero cerca de mis veinticinco años una capa de interminable dolor sucumbió en Moredab. Los reinos comenzaron a enfrentarse por nimiedades, cualquier excusa era suficiente para una guerra. Las habitantes migraron en busca de estabilidad y paz, pero para cuando nos quisimos dar cuenta, los desastres dejaron de ser solo humanos.
La naturaleza respondió al desequilibrio y su primer grito lo manifestó en el volcán del Hangar, desde Dabmore. La erupción fue tan descomunal que dejó bajo cenizas a media región, generando que muchos pobladores cruzaran a Moredab en busca de auxilio. Una asistencia que no llegó, debido al maremoto que azotó Costa Invernal, el principal proveedor de alimento y asistencia de nuestro territorio.
La escasez, el miedo, el enojo, el hambre, fueron solo el inicio de lo que llamamos posteriormente los Cataclismos del Núcleo
. Durante meses nos hostigaron desastres naturales que no permitían recuperarnos. La cantidad de cuerpos sin vida, la orfandad que comenzó a proliferar, la ausencia de hierbas debido a la destrucción de la flora, evitó que podamos crear ungüentos y medicinas capaces de ayudar. Las infecciones avanzaban violentamente, aparecieron nuevos síntomas que no podíamos tratar. Tanto los sanadores como los chamanes de distintos reinos empezaron a bajar los brazos. No teníamos respuesta ni solución para algo que había superado hasta a la Tierra misma. El planeta Luzhantga estaba pereciendo y nosotros con él.
El clima se había transformado junto con el paisaje; a pesar de mi agotamiento físico y mental, de estar tan desbordada como todos, seguí ayudando a los heridos, pero un pálpito incesante galopaba en mi interior con afán, podía sentir en cada fibra de mi ser que la grieta era sumamente profunda y que aún no habíamos visto el declive final.
Los gritos estridentes hicieron eco entre los valles cuando se desmoronó uno de los riscos más grandes y cayó sobre uno de los refugios que Wixlow había armado; murieron prácticamente todos. Estuvimos desenterrando personas durante todo el día y, metidas en un hueco entre unos escombros, encontré a dos niñas idénticas, que respiraban con dificultad. Las llevé a mi casa con ayuda de un pueblerino. Estaban lastimadas, desnutridas, como todos, e inconscientes. Estuve junto a ellas esa noche cuando se definiría si vivían o no, batallando con una fiebre poderosa y pocos recursos que pudiese ofrecerles. Me dio la sensación de que esa noche duró más que otras.
A la mañana siguiente, su respiración se había acompasado, y tenían un poco de color en las mejillas. Despertó primero una de ellas y buscó a su igual con los ojos. Escuché su suspiro cuando la vio a su lado. Me acerqué con suavidad y me acuclillé para que me mirara.
—Tranquila, ahora están bien, van a estar bien. —Le acaricié el rostro que empezaba a mojarse por sus lágrimas y asintió en silencio, compungida.
Las mantuve conmigo y, huérfanas como eran, encontraron en mí una nueva seguridad. En seguida me ayudaron; salían conmigo a cosechar flores y raíces, atendíamos juntas a los convalecientes, reconstruíamos sitios provisorios, ante la incertidumbre del siguiente desenlace. Contamos recuerdos frente al cálido fuego durante las noches. A todos nos daba miedo dormir, los sueños eran pesadillas ruidosas de lo vivido y el temor a un nuevo desastre relucía en nuestra piel. Mi vínculo con ellas se inició allí, en esos encuentros en donde la risa parecía no ser una ilusión. Me vi en ellas incontables veces, y traté de ser todo lo que las sanadoras Sajhiv habían sido para mí.
Durante el ocaso, mientras volvíamos a casa, se produjo el terremoto más intenso hasta ese momento. El suelo se abrió a nuestros pies, se rajaron los montes y el temblor fue tan atroz que aun en el suelo, sosteniéndonos de un árbol, seguíamos sacudiéndonos. Nos abrazamos con fuerza, y en esa respuesta innata las protegí cuanto pude.
Duró un momento que sigue perpetuo en mi interior aún hoy.
Aterrada, mareada, adolorida, no escuché sus gritos, no las escuché llamándome.
—¡Madre! —la voz ahogada de Chisana, me hizo volver y me incorporé, todavía perdida.
—Niñas…— dije mientras las observaba con todo el detalle que pude, buscando heridas, y respiré cuando no vi nada grave—, están bien…
—Tenemos que ir —volvió a hablarme y no entendí.
—¡Escucha los gritos, debemos ir!
Como si una bomba hubiese explotado cerca de mí, solo oía el latido de mi corazón y mi respiración agitada. Apenas me llegaban sus voces lejanas.
Me incorporé con su ayuda y percibí la lentitud de mi cuerpo, no veía heridas sangrantes. Caminé de su mano, trastabillándome y, como estábamos cerca de uno de los centros de asistencia, no tardamos en llegar.
Hoy puedo ver con extrema claridad cómo ese paisaje feroz inició mi génesis. Caí de rodillas frente a esa inmensidad oscura y desgarradora. Las gemelas quedaron enmudecidas a mi lado. Por primera vez en la vida sentí que no quedaba nada por hacer.
imagenLas tinieblas se habían apoderado de nosotros, en el sopor de la irrealidad, porque todo eso no podía existir de verdad. ¿Quién era tan cruel? ¿Merecíamos ese castigo? Y si así era, ¿quiénes habíamos sido entonces?
Días después de la catástrofe, se había apagado cualquier vestigio de esperanza. Moredab siempre había sido una zona con muchos reinos que le daban relevancia a lo dictaminado por los cielos, y comprender que esto era una consecuencia, había excedido cualquier utopía.
Salí del pequeño recinto esa noche, en donde los pensamientos se transformaron en anhelos. Dejé a las gemelas dormidas y caminé hasta el corazón del bosque. Me arrodillé y oré, pedí, supliqué, por redención. Y esa fue la primera de once noches consecutivas.
En la undécima noche, reverenciando lo supremo, me iluminó una luz que se ancló como un halo a mi alrededor. Levanté la cabeza insegura y vi tres pares de pies delante de mí.
Me rodeó una energía diferente a cualquiera que había conocido. Tres hermosas mujeres, altas, con sus manos entrelazadas, me observaban sonrientes. Me animé a verlas en detalle y el fulgor de las tres me obnubiló. Cuando hablaron, fue al unísono, casi como si cantaran.
Mucho puedes hacer, si realmente deseas Ser.
Te ofrecemos la posibilidad, está en tus manos aceptar.
No estarás sola, la Luna tu compañera será.
Solo en la noche se puede observar en profundidad,
lo que estás dispuesto a dar.
Intenté concentrarme en su melodía, pero tuve que dejar de mirarlas para poder responderles.
—Haré lo que me digan —susurré bajando la cabeza.
¿Por qué lo quieres hacer?
¿Para qué te ofreces a hacerlo?
¿Qué quieres hacer?
Muchas posibilidades se esconden detrás de muchas razones.
¿Cuál es la tuya?
—¿Mi razón? —dudé. Y pensé en por qué había estado orando todas esas noches—. Quiero una oportunidad —dije firme y repetí—: Quiero una oportunidad para revertir esto.
Entonces, serás la oportunidad.
Y antes de que pudiese entender a lo que se referían, me rodearon y apoyaron sus manos en mi cuerpo en una caricia etérea. Sentí durante unos instantes un calor intenso en mi espalda antes de que me incorporaran con sutileza. Quedé de pie frente a una de ellas, quien me entregó un cetro con una esfera blanca en el extremo superior. Lo tomé con ambas manos y la miré fijo, algo había cambiado en mí.
La Luna será tu vitalidad.
De ella te nutrirás, ya que eterna serás.
Las runas de tu espalda te conferirán la
compañía que nunca te faltará.
Entre la multitud los encontrarás.
Y la gloria tendrán si deciden accionar.
La jueza serás de la nueva realidad,
que el planeta tendrá que enfrentar.
Me observé, las observé, y me reconocí con una energía que no era mía. Tenía poder en mis manos y no comprendía bien todo lo que me decían.
La Sacerdotisa de la Luna serás.
La bendecida de Las Nornas.
La oportunidad de lo atemporal.
El recurso final.
imagenDos de ellas pusieron sus manos en mi frente, sin dejar de sostenerme de forma conjunta, y luego desaparecieron. Me sostuve del cetro para no caerme, me mareé y no podía ver absolutamente nada con nitidez. Frente a mí se mostraron un millar de imágenes. Información que más tarde entendí me indicaba mi nuevo rol como Sacerdotisa y los dones que eso conllevaba. Como si al tocarme la frente hubiesen abierto una memoria que jamás había transitado.
Creo que estuve horas hasta poder recomponerme de ese encuentro. Solo el paso del tiempo, y las memorias enajenadas que me hablaban, me permitieron avanzar como la Sacerdotisa. Cada sendero me mostró lo que podía hacer, cómo debía ser, cuál era mi propósito y qué quisieron decirme ellas al nombrarme como la oportunidad
. Abrí los ojos una y otra vez para salir de ese letargo sin fin, empapada de una realidad que nunca me sería amena. De pie, en la cima de una historia que tendría que reescribir, incitando el deseo de salvación en los reinos que hubiesen perdido la fe y la voluntad.
Tal vez mi perpetuidad estuviese sujeta a la necesidad de esos reinos durante toda mi existencia, o tal vez mi existencia fuese necesaria para perpetuar el equilibrio impuesto por los dioses.
Solo tengo claro que soy una Guardiana de Luzhantga, velo por su vida y la de sus seres, como el enlace entre las raíces y lo divino, habitando un cuerpo que caminará interminablemente por el sendero dorado de la redención.
imagenLa tierra me nombra
imagenEl frío me abandona
imagenLa realidad me succiona
imagenEl despertar me llama
imagenEl tiempo se agota
imagenEl renacimiento de otra Era
imagenQue me ama y odia
Capítulo 1
El despertar del cielo
El renacimiento de la tempestad. El peregrinaje trascendental. La elección. La mirada que atraviesa el alma. La pluma del manuscrito. En la lumbre del encuentro.
COSTA INVERNAL, AL OESTE DE MOREDAB
El joven se quedó tieso ante el grito de sorpresa del soberano. Los presentes guardaron silencio asimilando las palabras pronunciadas por el mensajero. El miedo inundó a los allí reunidos sin la intensidad adecuada.
Comenzaba una nueva era.
Los ojos negros del rey miraban la nada en un intento de procesar la información que cambiaría por completo la vida, tal como la conocían hasta entonces. Imposible
fue la única palabra que repitieron sus labios resecos.
—Hace dos centurias que esto no ocurría —murmuró abatido.
—¿De dónde obtuviste la información? —quiso saber la reina.
—De la Sima Hierática.
El asombro acompañado de murmullos débiles volvió a extenderse por el salón de la corte. Saliendo de su ensimismamiento, el rey Xesao observó con detenimiento al muchacho que había pronunciado las palabras más indeseadas de toda la Costa Invernal. Sus ropas claras y livianas no le ofrecían ningún reparo al frío que estaba instalado en su reino desde siempre. La piel medio azulada de los faranneses era sumamente resistente al clima helado; todo su cuerpo, aunque flaco, tenía una dureza inigualable, lo que los hacía ideales para la vida en la Sima Hierática.
—Todos sabemos —comenzó diciendo con voz grave— que un mensajero farannes es el único que podría tener semejante información. —Hizo una pausa y tomó la mano temblorosa de su mujer, la cual estaba de pie junto al trono, y añadió—: Sería un estúpido si no entendiese lo que esto significa para todos. —Los ojos verdes del mensajero lo miraban sin pestañear—. ¿Cuál dijiste que era tu nombre, muchacho?
—Querot —respondió.
—Deduzco que este mismo mensaje está recorriendo todos los reinos de Moredab.
—Es correcto, la noticia habrá llegado hasta los Confines