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Donde Termina El Silencio
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Libro electrónico365 páginas4 horas

Donde Termina El Silencio

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Información de este libro electrónico

¿Qué yace en la mente de una niña inocente que no logra conciliar el sueño? Desde la temprana edad de tres años, Esperanza sufre interminables noches sin dormir, mientras transita un largo camino de lucha en contra de su pervertido padre, Héctor, y su madre habilitadora, Carmen. Incapaz de depender de las dos personas más importantes de su vida

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ago 2021
ISBN9781735026855
Donde Termina El Silencio
Autor

Angela Ruiz

"Nací en el sur de California, pero mi alma acompaña mis raíces en México. Soy de primera generación en los Estados Unidos por parte de mi padre y de segunda generación por parte de mi madre. A los nueve años comencé a escribir creativamente y desde entonces no he parado. Mi objetivo es escribir hermosas historias que abrirán mentes y expandirán mundos, incluido el mío." - Angela Ruiz, hija

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    Donde Termina El Silencio - Angela Ruiz

    Donde Termina El Silencio

    Donde Termina El Silencio

    Una Memoria

    Angela Ruiz

    Mary Ruiz

    LETTEREVOLUTION

    Inspiración de la Portada

    Esta fotografía es la inspiración para la portada. Mi mamá, Esperanza, en su adolescencia en la década de 1970, posando con el padre de sus amigas en su caballo frente a la casa de su abuelita Elena en Purépero, Michoacán, México, donde siempre se sintió segura.

    DONDE TERMINA EL SILENCIO

    ANGELA RUIZ & MARY RUIZ

    DEDICACIÓN

    A mi mamá, papá, hermana, hermano, pareja, tíos, tías, primos, sobrinas y sobrinos (los que vendrán); a mis hijos, que llegarán algún día, a mi familia extendida y a todo el mundo.


    Pero sobre todo, a mi mamá.


    Ella sabe cómo iluminar el mundo, y lo hace viniendo desde la oscuridad.

    Querido(a) lector(a),

    A medida que leas este libro:


    Si estás enojado(a) y tienes ganas de romper la página, rómpela.


    Si tienes ganas de gritar, grita.


    Y si tienes ganas de sostener el libro cerca de tu corazón, sosténlo.

    ÁRBOL DE FAMILIA

    Índice

    PREFACIO

    DONDE TERMINA EL

    Silencio Impuesto

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Silencio Manipulado

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Termina el Silencio

    Capítulo 16

    FOTOS DE FAMILIA

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Epígrafe

    Lectura Adicional

    Agradecimientos

    PREFACIO

    Abril 2018


    El tiempo pasa, y no sé cómo comenzar. 1:00 p.m., 1:23 p.m., 1:53 p.m., 2:23 p.m.

    Largos periodos de silencio marcan el paso del tiempo. No me he movido de mi asiento.

    Mi diario está abierto frente a mí, mientras muevo la cabeza al ritmo de la misma canción una y otra vez, girando mi bolígrafo. Esto es todo lo que he escrito.

    Estoy escribiendo una historia, llena de emociones tan distanciadas y ocultas que solo se puede encontrar escondida en las profundidades de la vida privada de las personas y sus historias. Pero, en las raras ocasiones en que nos sumergimos en los oscuros abismos y exploramos su profundidad, la luz brilla sobre ellos, revelando la complejidad de su verdad, y dejamos de tener miedo. Empezamos a comprender nuestras preocupaciones, culpas y miedos más profundos, y los convertimos en nuestros aliados.

    Profundizando en la esperanza, vendrá a nuestra mente el acceso a una vida de amor, luz, perdón, empatía y compasión. Cuando nos sumergimos en lo profundo, nos percatamos de las posibilidades de nuestra propia conciencia.

    La cuestión es que no se vuelve más fácil contar o leer estas historias.

    A medida que leas este libro, sentirás que te golpean el estómago, una y otra vez. Sin embargo, escribo para que se escuche la verdad. Escribo para que mi madre continúe sanando. Escribo para mí misma; para poder sanar, y que mi familia pueda sanar, y que todos los afectados por mi abuelito puedan sanar también. Escribo para aquéllos que han sobrevivido al abuso sexual, a la violación, la violencia física, el abuso mental y aún más. Espero que este libro te ayude a encontrar aún más fuerza de la que ya vive dentro de ti. Que sepas que no estás solo(a) y que la belleza de la vida está por todas partes. Podrá parecer imposible, pero con esfuerzo, concentración y mucha práctica, podrás ver tu fuerza. Aunque a veces puedas sentirte esclavo(a) de tus propios pensamientos cíclicos, siempre podrás aprender a dominar los patrones de tu mente. Según el médico y experto en trauma Gabor Maté, en su libro In the Realm of Hungry Ghosts (En el Reino de los Espíritus Hambrientos), Puede que no seamos responsables del mundo que creó nuestra mente, pero podemos asumir la responsabilidad de la mente con la que creamos nuestro mundo.

    Usa ese poder. Apóyate en el potencial humano para ser tu propio sanador. Apóyate en los demás — el apoyo de alguien más es vital. Pero al final, nadie más que tú puede mantener tu propia luz brillando.

    Así que me siento, envuelta en mi propia desesperación, insegura de cómo manejar mis sentimientos. Solo sintiendo. Sin estar segura de cómo entender lo que se mezcla y ebulle desde mi interior. ¿No debería este estado alimentarme como escritora, a pesar del vacío negro y desgarrador que brota aparentemente de la nada? Mantengo mi respiración constante. Solo respiro. Entonces, súbitamente, un pequeño aliento me salva, goteando una tranquila y envolvente ola de paz. La felicidad me sobreviene cuando una sonrisa aparece en mi rostro, enviando un mensaje de tranquilidad a través de mis venas, directamente a mi corazón.

    Recuerdo el principio. La pureza de mi ser. La ingravidez de mi luz. Recuerdo que soy libre. Siento mi esencia, justo a mi alcance —flotando sobre mí, a mi alrededor, debajo de mí y a través de mí. Como ocurre a menudo a lo largo de la vida, la comprensión de que siempre estoy aquí para mí parpadea ante mis ojos. La comprensión de que existo, aún en la oscuridad y a pesar de ella. De que soy, y seré siempre, permitiéndome hundirme en el amor de mi propia luz.

    Cierro los ojos y las lágrimas brotan, cayendo lentamente. Sonrío cuando siento el dolor en mi pecho, dándole la bienvenida, permitiendo que me invada, para pagar mi deuda a ese dolor que claramente también me ha formado. Le doy voz a la oscuridad, reconociendo su ser, y así se lava y purifica, convirtiéndose, transformándose, retorciéndose, bailando hacia la luz.

    DONDE TERMINA EL

    Silencio Impuesto

    1

    En 1920, en el hermoso pueblito de Purépero, Michoacán, México, la revolución llegaba a su fin. Emiliano Zapata, líder y héroe de la revolución campesina, acababa de ser asesinado. La tumultuosa energía de la guerra comenzaba a calmarse; a regañadientes, hombres y mujeres regresaban a la vida previa a la revolución. Los hombres viajaban a caballo, llevando a la ciudad los cultivos desde el campo, levantando polvo detrás de ellos al trotar por los caminos de tierra, listos para reconstruir luego de perder a su paladín inveterado.

    Una tarde de verano en que el sol brillaba, el olor a tortillas frescas se filtraba desde las casas de adobe, llenando las calles con la dulzura del maíz.

    Contra la puerta de entrada de su casa, una hermosa joven de 14 años esperaba nerviosa con una blusa blanca cosida a mano y una falda larga de color azul profundo. Su cabello estaba recogido en un moño suelto de color marrón oscuro, y su piel clara acentuaba sus penetrantes ojos verdes. Era salvaje, feroz, y sin embargo, muy dulce. Su amor por la vida era contagioso. Se llamaba Elena Esperanza Sánchez Valenzuela.

    Elena tenía dos novios, Enrique y Héctor, aunque eran más que nada amigos por correspondencia, dado el contexto cultural y su edad. Después de pensarlo un poco, Elena tomó una decisión: quería estar con Enrique, y por lo tanto, necesitaba terminar con Héctor. Apoyándose en la puerta de madera, vio que Héctor se acercaba.

    —Hola Elena, te ves hermosa, —la saludó Héctor.

    —Hola Héctor. Gracias, qué bueno que viniste —contestó Elena. Mientras escuchaba a Héctor contarle sobre las trivialidades de su día, movió su rostro hacia el sol. Empapada en la luz del día, dejó que la calidez colmara su alma, previendo la angustia que estaba a punto de causar en el hombre que tenía ante sí. Pero le aguardaba una vida de descubrimientos y emociones, y en ese momento la invadían sus sentimientos por Enrique.

    Respiró hondo y profundo, cerrando los ojos por un segundo más para canalizar el poder del astro solar, imaginando que sus rayos le daban la fuerza que necesitaba. Cuando finalmente abrió los ojos, se encontró de inmediato con la mirada de Héctor.

    —Héctor, no creo que debamos seguir juntos. Quiero terminar. — espetó Elena. Esperó una respuesta durante lo que pareció una eternidad, sin romper el contacto visual.

    El cuerpo de Héctor se aceleró. En su interior se desencadenó una explosión de ira que de pronto lo embargó de calor acelerando su corazón. Sus ojos se entrecerraron con desprecio, mientras la confusión y la ira inundaban su cuerpo. En un destello de rabia, reaccionó, lanzándose hacia adelante y agarrando a Elena por el cabello.

    Instantáneamente, la arrojó al suelo y comenzó a arrastrarla por el camino de tierra.

    Con su mano desocupada, desenfundó su arma y la presionó contra el costado de la cabeza de Elena, tirándola hacia adelante con alarmante facilidad. Elena gritó, se acurrucó y se quedó flácida. Paralizada por la reacción, esperaba que el peso de su cuerpo dificultara los movimientos de Héctor, pero pareció que solo alimentaba su fuerza, ya que la atacaba con mayor violencia, rabia y determinación a cada nuevo paso. Elena agarró los antebrazos de Héctor, mientras su cabeza y cuello se zarandeaba a causa del ataque violento, su cuero cabelludo escociendo y sus rodillas raspando contra los guijarros y rocas del camino accidentado.

    Con cada impacto, se le abrían cortes en las piernas, brazos y torso, provocando que la sangre emergiera lentamente de su cuerpo. Ella gemía mientras él continuaba arrastrándola lejos de casa. Su respiración se volvió pesada y tensa, pero a pesar de la fuerza del agarre de Héctor, no se rindió. Gritó y pateó cada vez más fuerte, hasta que finalmente, sus alarmantes gritos provocaron que los vecinos salieran corriendo de sus casas.

    —¡Atrás! ¡Haganse para atrás o le dispararé en la cabeza! —Héctor apuntó furiosamente con el arma a todos los que salieron, —¡Si no se casa conmigo, la mataré! —rugió, su voz profunda y apasionada reverberando por las calles.

    Los vecinos gritaban frenéticamente, enfurecidos y asustados. Temerosos de que matara a Elena, o fuese secuestrada, violada y obligada a casarse, le suplicaron a Héctor que la dejara ir.

    El cuerpo de Elena palpitaba con horror y odio mientras observaba su entorno. Todo se redujo a un susurro borroso y solo escuchaba sus propios suspiros de pánico cuando él apretó el arma con más fuerza contra su sien. Sus ojos se abrieron, mirando los rostros familiares llenos de agonía, que suplicaban a Héctor para que cooperara; suplicándole por su vida. Su destino de pronto se le presentó como ante una encrucijada: muerte y violación o casarse con un hombre malvado.

    Sintió el violento sacudida de su cuerpo cuando Héctor la jalo violentamente a levantarse, mientras las lágrimas corrían por su rostro. Mirando a la multitud reunida, Héctor contempló sus opciones: dejarla ir y obligarla a casarse más tarde cuando disminuyesen la tensión e indignación; tomarla ahora, violarla y casarse, o matarla en ese momento en las polvorientas calles.

    Sabiendo que su poder masculino no estaba amenazado, Héctor dejó ir a Elena, pero no sin asegurarse de que cumpliría con sus exigencias.

    —Si no te casas conmigo, te mataré a ti y a tu familia —le susurró maniáticamente al oído, presionando su cuerpo contra el suyo. Ella hizo una mueca mientras él la besaba en la mejilla y la liberaba… por ahora.

    Elena corrió hacia los vecinos más cercanos, colapsando en sus brazos, sollozando, ensangrentada y magullada. Una vez que la consolaron, corrió calle abajo, hacia su madre, donde se derrumbó, de nuevo.

    Los secuestros o robos de novias no fueron infrecuentes durante la primera mitad del siglo XX, en México y en todo el mundo. De hecho, con nuevas formas continúan sucediendo hasta el día de hoy, y no solo en México. Pero allí, en ese entonces, un hombre literalmente secuestraba impunemente a la mujer con la que deseaba casarse y la violaba. Luego le proponía o mejor dicho, le imponía matrimonio, y lo más seguro es que ella, sintiéndose acorralada por su captor y la moral conservadora imperante, terminara por acceder a la demanda. ¿Por qué? Ciertamente no porque estuviera perdidamente enamorada. Más bien, porque vivía bajo un régimen machista, en el que se les hizo creer a las mujeres que después de ser violadas ningún otro hombre querría tocarlas. Las novias vírgenes eran apreciadas.

    Las mujeres tenían muy poco poder; sus voces se silenciaban con regularidad; sus sentimientos rara vez se consideraban. No se ha avanzado lo suficiente para cambiar la dirección de la marea, pero éste fue el apogeo de la cultura machista y las mujeres asumían que tenían dos opciones: someterse y vivir, o rebelarse y luchar arriesgándose a una violación brutal y/o la muerte, amén de la deshonra y desgracia para toda su familia.

    Elena no era de las que se sometían fácilmente, por lo que se decidió por luchar discretamente pero con entereza, a sabiendas de que la lucha se prolongaría toda su vida.

    Al día siguiente, como era costumbre, el padre de Héctor, el señor Madero, acudió a la casa de Elena, acompañado de un sacerdote, para pedir su mano en matrimonio. La madre de Elena, la señora Sánchez, abrió la puerta lentamente, con sus tres hijas temerosas detrás de ella. Los saludó bruscamente y los dejó entrar de mala gana, sintiendo que no tenía otra opción. Con la tensión circulando en el aire, el padre de Héctor comenzó:

    —Estamos aquí para pedir la mano de Elena en matrimonio con nuestro hijo, Héctor.

    La madre de Elena inmediatamente se llenó de resentimiento, ya que era consciente de los brutales acontecimientos del día anterior, pues había tranquilizado a su angustiada hija hasta que se quedó dormida. Habló con respeto pero con firmeza, y le dijo al señor Madero que su esposo estaba trabajando actualmente en los Estados Unidos y que le tomaría algún tiempo darle una respuesta.

    El señor Madero asintió con la cabeza, entendiendo que el hombre de la casa tenía la última palabra. Salió de la casa de los Sánchez con el sacerdote, sabiendo que él y su hijo tendrían que ser pacientes para obtener una respuesta.

    La madre de Elena envió una carta a su esposo lo más rápido que pudo, triste y nerviosa pero sin ocultar ningún detalle. Él, al recibir la carta y enterarse de que su hija fue secuestrada en contra de su voluntad, abusada despiadadamente, y ahora el mismo abusador le pedía su mano en matrimonio, comenzó a idear un plan que le permitiría ganar tiempo a su hija y su familia. Aún así, sabía que su hija podría estar destinada a una realidad brutal sin importar su respuesta.

    Finalmente respondió: Elena no puede casarse hasta que yo regrese. Le daré su mano en matrimonio a Héctor, pero deben esperarme. Esto no era lo que él o su esposa querían para su pequeña, pero se sentía impotente, atrapado en los confines de una sociedad conservadora y temiendo por la seguridad de su familia.

    El padre de Elena tardó cinco años en regresar a México. Se negó a volver antes, retrasando la inevitabilidad del temido matrimonio de su hija. Al final, sin embargo, la elección sería de ella. Tenía 19 años cuando su padre finalmente regresó a casa.

    —Mija, no tienes que casarte con este hombre, —le dijo a su hija, aferrándose a su esperanza.

    Ella lo miró con lágrimas en los ojos y miedo en el cuerpo:

    —Sí, tengo que hacerlo. Héctor ha dejado claro que me matará a mí y a toda la familia si no lo hago.

    La rabia del padre de Elena contra Héctor creció. Miró a su hermosa hija, asustada y desesperada. Seguía siendo su niña pequeña. Decidido a sacar a Elena de este arreglo, propuso otra opción.

    —No; podemos huir del país, de noche, e irnos a los Estados Unidos.

    Nunca te volverá a ver. No tienes de qué preocuparte.

    Pero ella sí que estaba preocupada. El conflicto que se agitaba en su interior se traslucía en su rostro, en sus ojos. Purépero era el único hogar que conocía. Luchó con la propuesta de su padre y la idea de huir solo con su familia inmediata. Dejarían atrás una comunidad muy unida de tías, tíos, primos y abuelos, para no volver a verlos nunca más. Tendrían que empezar de nuevo. Elena estaba preocupada por la seguridad de su familia extendida. La voz de Héctor no dejaba de resonar en su mente: si no te casas conmigo, te mataré a ti y a tu familia.

    Decidió casarse.

    Sus padres discutieron con ella hasta el cansancio, tratando de entender la decisión de su hija. La prepararon con toda la sabiduría que pudieron reunir antes de la boda, buscando sombríamente un vestido y organizando el tradicional espectáculo de dos días. Elena comenzó a aceptar su destino. Un comienzo violento con su futuro esposo, en el que creyó que sería su último encuentro, establecería la cadencia para el resto de su relación.

    El 15 de junio de 1926 Elena y Héctor se casaron. La tristeza brotaba del alma de Elena. Frunció el ceño todo el camino hacia el altar, y durante todo el evento, con Enrique siempre presente en sus pensamientos. Héctor celebró con entusiasmo y codicia, con orgullo mal entendido.

    Al contemplar la celebración que tenía ante sí, Elena lamentó la pérdida de la vida tal como la conocía, preparándose para el tumultuoso camino que tenía por delante. Sabía que tendría que trabajar duro para ser feliz al lado de su nuevo marido; pero no tenía idea de qué tanto.



    Elena estaba embarazada de su primer hijo cuando Héctor se fue a trabajar a los Estados Unidos, sin regresar durante nueve años. Mandaba dinero cuando podía, o cuando tenía ganas, pero éste se perdía, se lo robaban o tardaba años en llegar. En aquel entonces era común dejar a la familia para ir a trabajar a Estados Unidos con la promesa de un salario más alto y una vida mejor para todos sus seres queridos, pero no necesariamente durante tanto tiempo. Sin embargo, muchos hombres tenían dos familias, una en cada país. Como muchos tabúes de la época, rara vez se hablaba al respecto, pero se sabía y se sufría en silencio.

    En Purépero, Elena entró de parto, sola. Dio a luz a un niño, y sin importar nada, fue nombrado como su padre. Así nació Héctor Madero II.

    A pesar de la dureza de su vida, siendo madre soltera con poco apoyo económico y cuñadas que la trataban terrible, Elena ascendió hasta convertirse en la curandera del pueblo, y en una destacada sanadora. Adaptó recetas de plantas y hierbas transmitidas de generación en generación, y aprendió de los médicos viajeros, cultivando casi todo lo que necesitaba en su propio patio. Estaba asegurando su lugar en la vida, estableciéndose financieramente para poder mantener a su hijo sin un esposo cerca. El pequeño Héctor era su amor, y para distraerse de sus penurias, le cantaba canciones de la revolución, canciones con resquicios de esperanza. Se cantó a sí misma a través de la maternidad, aferrada a los destellos de luz que convertían sus pedazos rotos en tesoros.

    Cuando Héctor regresó a México, su hijo de nueve años era una mezcla de alegría y nervios por conocer a su padre por primera vez. A pesar del abrazo de bienvenida, el pequeño Héctor descubrió que su destino comenzaba a asemejarse al de su madre. Héctor exigió al pequeño Héctor amarlo y respetarlo desde el principio. Sembrando el machismo en la mente de su hijo a través de golpizas regulares, Héctor sembraba una bestia violenta que se quedaría para siempre en el interior de su hijo, impactando a cada vida que tocaría más adelante.

    La conmoción de ser el hombre de la casa durante sus primeros nueve años en contraste con la experiencia de la humillación y el maltrato físico en el papel como hijo de su padre, disminuyó al pequeño Héctor. Sus ojos y oídos, expuestos al abuso diario de su padre hacia su madre, agregaron una capa de trauma al centro de su ser. La base de amor que él y su madre construyeron durante su infancia fue destrozada por el cruel padre, que desperdició cada gramo de su calidez y afecto mutuo.

    La madre se vio obligada a depender del marido, cuando antes dependía del hijo. Para empeorar las cosas, Héctor obligó a Elena y al pequeño Héctor a pasar de vivir con la familia de Elena, que era cariñosa y cálida, a vivir con la suya, que era agresiva y hostil. Lenta e inexorablemente se fueron estableciendo los terrenos de formación del pequeño Héctor. La combinación de conmoción y trauma a una edad tan temprana superpuso una base nueva y malvada sobre los nueve años de amor y generosidad dedicados por su madre; una base de otra naturaleza que cambiaría al pequeño Héctor para siempre. Las raíces podridas arraigadas por el padre comenzaron a estropear su pureza, envolviendo su alma juvenil y eclipsando las raíces de amor genuino de su madre. Un joven lleno de misteriosa oscuridad estaba emergiendo.

    Elena y Héctor tuvieron tres hijos más después del pequeño Héctor, dos hijos y una hija. Los padres diseminaron sus semillas de la única manera que conocían: uno con amor y otro con maldad, y así comenzó.

    2

    Era 1946 y el pequeño Héctor ya no era tan pequeño. Tenía 17 años y estaba aprendiendo a hacer malabarismos con sus fantasías violentas en una realidad en la que vivía fuera del ojo público. El dominio de la cultura machista ayudó a Héctor a ocultar el verdadero villano en que se había convertido a lo largo de los años. Solo era notoria su dominancia masculina, misma que era glorificada por la gente a su alrededor. El mal que surgió silenciosamente en su interior fue introducido a golpes por su padre durante los últimos ocho años. Como su padre, sentía que tenía el derecho a hacer su voluntad en cuerpos que no le pertenecían. Veía con miedo como su padre dominaba a su madre física, mental e incluso sexualmente. Escuchó los rumores que circulaban acerca de que su padre forzaba a otras mujeres jóvenes del pueblo. Soportó el trauma de su padre a través de golpes en su cuerpo y mente en crecimiento.

    Los Madero eran en parte de ascendencia española, y era evidente que el sentimiento de que tenían derecho sobre los cuerpos y las vidas de los demás tenía su origen, sin duda, en la cultura del dominio colonial. Y aunque al pequeño Héctor no le gustaban las costumbres de su padre, llegó a encarnar la visión de éste de lo que debía ser un hombre. A los 17, dividía su tiempo entre su familia en Purépero y asistir a un internado a dos horas de su hogar, en Morelia, lo que le dio dos campos de juego para practicar y pulir sus tácticas de manipulación.

    Sin saberlo, su futura esposa vivía a la vuelta de la esquina de la casa de su familia. Se llamaba Carmen Flores Montel, y a los 13 años pasaba sus días jugando en los caminos de tierra con otros niños del barrio, inocentes y alegres. En el pequeño pueblo de Purépero, las dificultades económicas no eran ningún impedimento para la felicidad. La vida era sencilla, la gente estaba relajada y los niños jugaban en las calles hasta tarde sin preocupaciones.

    Una hermosa tarde, Héctor y su grupo pasaron junto a Carmen y sus amigos. Carmen captó su mirada en el sol poniente y él la miró con admiración, observando su espíritu infantil y juguetón. Se aferró a la sensación de mariposas en el estómago y les dijo a sus amigos: Ella será mía algún día. Definitivamente será mía. Mientras tanto, Carmen estaba completamente ajena a Héctor, y a su adoración por ella. Estaba demasiado concentrada en ayudar a su familia en casa y jugar con amigos. Solo había llegado al segundo grado cuando sus padres la sacaron de la escuela para ayudar a su madre a administrar la casa a tiempo completo.

    Como la octava de 13 hijos y la primera niña, Carmen asumió naturalmente un papel maternal en casa. Fue mientras aprendía a preparar la cena para su familia de 15 personas que nació su amor por la cocina. Le encantaba compartir este espacio con su madre.

    — ¿Qué vamos a hacer hoy, mamá? ¿Tortas de papa? —Carmen sonrió y bsus ojos castaños iluminaron su piel clara, mientras que el cabello castaño oscuro caía sobre su espalda. La madre de Carmen era amable, cariñosa y una gran maestra, que disfrutaba enseñar sus recetas a su hija primogénita. Carmen estaba rodeada de amor.

    Su madrina vivía en la casa de al lado y la visitaba a menudo. Un día, se acercó a ella en la cocina y le pidió ayuda para preparar la comida del bautizo de su sobrino. Carmen accedió con mucho gusto. Mientras ayudaba a su

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