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El árbol que nunca muere
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Libro electrónico127 páginas1 hora

El árbol que nunca muere

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Elena le escribió a su sobrina Elisa: "Y aquí me encuentro, desnudando historias, tramas silenciadas, dolores escondidos, sueños clausurados y tantas cosas que recorren nuestro árbol. Árbol de la vida y de la muerte. Un árbol que nunca muere y por lo tanto siempre está nutriéndose".
Elena convoca las voces y sentires de las generaciones anteriores que laten en su historia para sanar y liberar a la nueva generación de rumbos predestinados.
La autora nos invita a recorrer estas historias, a escuchar las voces en primera persona de los diferentes protagonistas de aquel árbol. Nos ofrece indicios, pistas que el lector deberá develar para unir sus piezas y armar el rompecabezas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jun 2023
ISBN9789878737249
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    El árbol que nunca muere - Mónica Nieva

    CAPÍTULO 1

    Todo el mundo debería conocer su árbol genealógico.

    La familia es nuestro cofre del tesoro o

    nuestra trampa mortal.

    Alejandro Jodorowsky

    d:\Users\Usuario\Documents\LIBRO EL ARBOL QUE NUNCA MUERE\ARBOL DE LA VIDA ROCKO2.jpgC:\Users\Monica\Downloads\ARBOL GENEALOGICO4.jpg

    En el árbol genealógico solo se encuentran quienes son nombrados en los relatos.

    El árbol que nunca muere

    Faltaba muy poco tiempo para que las clases culminaran, se respiraban los aires de finalización de ese ciclo poblado de nuevos descubrimientos. La maestra de jardín nos había propuesto investigar sobre nuestro árbol genealógico, saber quiénes lo poblaban y de qué lugares provenían. Con esa información estábamos preparando nuestro acto de fin de año, donde representaríamos a nuestro árbol con las fotos de familiares y a esos lugares, con sus bailes, vestimenta y cultura típica. Ese fue mi primer acercamiento a España, lugar desde donde se extendían unas de las ramas de mi árbol.

    Era hora de finalizar esa jornada de preparación, cuando la maestra, con su calidez de siempre, me dijo: —Elisa, tu tía Elena te busca.

    Ante su anuncio me desbordó la alegría, me dirigí a mis compañeras y señalándola en la puerta de jardín, les dije entusiasmada con voz potente: —¡Ella es mi tía Elena y me voy a su casa!

    Mi tía sonrió sorprendida por mi reacción me tomó de la mano para esperar a mis hermanos que unos minutos después también saldrían. Fuimos a su casa a merendar y jugar con lo que la caja de juguetes nos sorprendiera. La música y el baile nos acompañaban y hacían de esas tardes momentos inolvidables. También nos inventaba cuentos o los leíamos de sus libros.

    No imaginaba en ese tiempo, que ese mismo año en que yo me acercaba a mi árbol genealógico, mi tía había empezado a redescubrirlo más profundamente, en sus historias, en sus secretos, en sus trampas y tesoros. Así lo decía en su carta que muchos años después leí.

    Querida Elisa:

    Y aquí me encuentro, desnudando historias, tramas silenciadas, dolores escondidos, sueños clausurados y tantas cosas que recorren nuestro árbol. Árbol de la vida y de la muerte. Un árbol que nunca muere y que, por lo tanto, siempre está nutriéndose.

    Y aquí me encuentro, soñando con tu libertad y la de todos aquellos que son parte de tu generación. Generación bendita por estar llena de oportunidades, por poseer senderos sin recorrer, por ser dueña de volar alto.

    Todo un mundo se encuentra detrás de esas rejas que la historia ha dibujado. Lo sabes, lo presientes en tu corazón. Lo anhelas con todas tus fuerzas.

    Eres pequeña para entenderlo. Te resulta aún desconocido aquello que te antecede, que marca rumbos y deseos; que dibuja barrotes y que te separan de tu libertad. Sin que sepas, en un silencio lleno de voces, hay tejidos que intento destejer, nudos que busco desatar. Quiero entregarte hilos nuevos que estarán para que tejas la vida que quieras y desees.

    Tu tía Elena

    Ella estaba desde que vine a este mundo, sus brazos me sostuvieron desde pequeña y su amor latía en cada gesto y palabra. Eso hacía que su llegada siempre fuera una buena noticia que no podía callar.

    Sus palabras revoloteaban hasta llegar a mi alma y la despertaban cálidamente a un mundo por venir.

    Navegando en mi propio mar

    Leí la carta muchos años después de que la escribiera. Estaba acompañada de una fotografía en blanco y negro en la que me había retratado cuando era muy pequeña. Recordé que la misma foto también estaba en un portarretrato en su casa, reteniendo retazos de nuestra memoria.

    Un día me contó la historia de esa fotografía. Era un mediodía de domingo, yo tenía dos años y estaba esperando que mis padres me buscaran de su casa. Me había quedado desde la noche anterior y ya los extrañaba, los esperaba con ansiedad detrás del portón. De pronto me preguntó: —Elisa ¿ya vienen papá y mamá? En ese momento miré a través de las rejas, buscándolos, ella hizo magia con su cámara y el instante quedó plasmado en esa imagen.

    El sol brillaba como ese día, con un esplendor imposible de disimular, en un cielo inmenso dibujado de nubes. Estaba sola, recostada en un sillón de la biblioteca de mi tía Elena dejándome alcanzar por la luz que atravesaba por la ventana.

    En ese instante su carta me había llevado a navegar en mi propio mar, intuyendo a esos tantos seres que también navegaron en sus propias aguas y ahora atravesaban las mías, a veces con el debido permiso, otras simplemente irrumpían

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