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Escritores en terapia
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Libro electrónico164 páginas1 hora

Escritores en terapia

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Esta obra se gestó en el taller literario, «Terapia de Escritores», que dicta en el Rojas (UBA) la escritora Gabriela Saidon. Son 13 escritores que aportan sus sentimientos, deseos, y sobre todo coraje, para emprender la aventura de editar un libro.
 
"Este libro sale de ahí, de esa cantera. Trabajamos con consignas, y al mismo tiempo con libertad creadora. Se trató de soltar, de dejar salir lo que hay adentro. Este libro es también resultado de esa idea que se volvió práctica: publicar es soltar el texto. O los textos: aquí van a encontrar diversidad de relatos cortos (sobre la brevedad trabajamos denodadamente en los talleres), la mayoría en prosa, algunos en verso. Y una noticia breve de cada participante: lo que cada cual quiso contar de sí. Los títulos también son obra de les autores, en un trabajo coordinado de edición."
 
"El grupo es 'desparejo', y uso esa palabra con toda intención: está constituido por personas diferentes, de edades y generaciones distintas, de lugares diversos, profesiones e intereses incluso contrapuestos. Y es eso, precisamente, lo que enriquece el trabajo. Hay quienes llegaron a los talleres con experiencias de escritura previas (incluso con algún libro publicado) y quienes empezaban a experimentar con la creatividad. Quienes ya tenían una biblioteca de ficción importante y quienes no. Nos unió el deseo de la escritura y la pulsión y la necesidad de contar historias, más o menos íntimas, más o menos autobiográficas. Ecléctico sería, tal vez, el adjetivo exacto" (frases de Gabriela Saidón).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 nov 2023
ISBN9786319026634
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    Escritores en terapia - Gabriela Saidón

    Prólogo

    Gabriela Saidon

    Este libro surgió de una serie de talleres que dicté en El Rojas (UBA), un espacio que nos albergó en pandemia y que siguió en modalidad virtual, lo que permitió que el heterogéneo grupo que se conformó en 2020 siguiera tejiendo lazos.

    Vivimos en distintos puntos del país, viajamos y volvemos, y en cada reinicio de clases nos reencontramos. Los grupos suelen ser bastante grandes y cambian las personas, pero hay un núcleo muy fuerte en el que las afinidades y el vínculo afectivo se fortalecen cada vez más.

    El primer taller fue ABC de la escritura creativa y su hija, Terapia de escritura, nació de ese huevo, cuando vimos que estaban dadas las condiciones para ir un poco más profundamente con los textos y las historias que cada cual traía a los encuentros. Historias muy íntimas, recuerdos felices y dolorosos se convertían en material literario, como arcilla moldeada con cuidado y con amor. Fue notable cómo cada cual, delante de personas hasta entonces desconocidas, pudo abrirse y mostrar sus costados claros y oscuros.

    Este libro sale de ahí, de esa cantera. Trabajamos con consignas, y al mismo tiempo con libertad creadora. Se trató de soltar, de dejar salir lo que hay adentro. Este libro es también resultado de esa idea que se volvió práctica: publicar es soltar el texto. O los textos: aquí van a encontrar diversidad de relatos cortos (sobre la brevedad trabajamos denodadamente en los talleres), la mayoría en prosa, algunos en verso. Y una noticia breve de cada participante: lo que cada cual quiso contar de sí. Los títulos también son obra de les autores, en un trabajo coordinado de edición.

    El grupo es desparejo, y uso esa palabra con toda intención: está constituido por personas diferentes, de edades y generaciones distintas, de lugares diversos, profesiones e intereses incluso contrapuestos. Y es eso, precisamente, lo que enriquece el trabajo. Hay quienes llegaron a los talleres con experiencias de escritura previas (incluso con algún libro publicado) y quienes empezaban a experimentar con la creatividad. Quienes ya tenían una biblioteca de ficción importante y quienes no. Nos unió el deseo de la escritura y la pulsión y la necesidad de contar historias, más o menos íntimas, más o menos autobiográficas. Ecléctico sería, tal vez, el adjetivo exacto.

    No voy a contar las tramas que eligieron los trece autores y autoras para definir los textos que se incluyen en este volumen. Será tarea lectora descubrir esos mundos tan particulares, tan originales, tan propios. Pero sí quiero nombrarles de a uno, tratar de definir lo que cada cual aportó y sigue aportando al grupo, y al libro. Y los nombro con el mismo criterio utilizado para armar Escritores en terapia: por orden alfabético de nombre, no de apellido, un gesto de justicia poética, por ejemplo, para la primera de esta lista, Adriana Vignolo (siempre la última en la escuela por esa v corta que no eligió), artista plástica, que aportó humor y fantasía y nos mostró paso a paso cómo desplegaba sus alas desde un comienzo, para generar textos que pueden ser mirados con un prisma de distintos colores, voces, animales; Alejandro Moguilner, el médico del grupo, con ese enorme deseo de aprender y esa humildad en la escucha, gran lector y con una profunda intuición lingüística; Andrea Fruttero, siempre generosa, grandísima lectora y escritora con experiencia en la palabra dicha, quien nos ofrendó sus abismos y nos sostuvo los pies para que pudiéramos asomarnos a esos precipicios que la habitan y que la escritura ayuda a curar; Ernesto Szeftel, que llegó hablando del dolor de su viudez, se entusiasmó con la técnica del haiku y alimentó su escritura con los aportes de compañeras y compañeros, con la cabeza y los oídos siempre abiertos; Fabián Llanos, que siempre aportó una voz diferente, poética, entre campera y sensitiva, una voz tan argentina; Hugo Goldin, con su humor a prueba de todo, su rebeldía cariñosa y un gran sentido del uso de las palabras y de la creación de tramas con lo más cotidiano, además de sus aportes como psicólogo social a esta pequeña empresa de terapia escritural.

    Julieta Penedo nos abrió una ventana luminosa a su historia familiar, tan entrelazada con la historia argentina; Luis Pezzi, con sus cuestionamientos a lo dado, las miradas críticas hacia la religión con la religión y sus búsquedas, en el cielo y en la tierra, de relatos que anidan en los recovecos de su memoria; Mariano Sperat, que en su infancia es posible que haya caído en una marmita de poesía y tal vez no lo recuerde, y en eso radica su virtud (como Obélix, el personaje de la historieta Astérix que adquiere fuerza para siempre por haber caído en una marmita de poción mágica); Marysol Lowy, fina observadora de conductas, dueña de un humor fuera de caja y crítica social aguda, y una gran aprendiza de maga con las palabras; Mercedes Spinetta, de apellido ilustre (¡sí, es la prima de Luis Alberto!), con tantas historias para contar y tanto ingenio para hacerlo, tan visual en sus imágenes y profunda en los vínculos que narra; Miriam Cáglayan, con su culto a un erotismo directo a la yugular, sin vueltas, intenso y profundo. Por último, Montserrat Madrazo, para quien la escritura es también un laboratorio de imágenes, de ideas, de sensaciones, de experimentación. Que eso, y no otra cosa, es la literatura.

    Me siento muy orgullosa de haber podido, de algún modo, maternar este proyecto colectivo que surgió de esos lazos, pero también de la idea acertada de que un libro es un trabajo en equipo. Feliz y agradecida de que me hayan convocado para editarles. De que hayan confiado en mí para la tarea, y de que sigan insistiendo en esta increíble aventura del conocimiento que es escribir.

    Adriana E. Vignolo

    Artista plástica, docente, emprendedora y escritora argentina. Actualmente en pareja; madre de dos hijos. Nació en Cosquín, Córdoba, el 31 de enero de 1972. En 1995 egresó como Maestra en Artes Plásticas en la Escuela Provincial de Bellas Artes Emilio Caraffa de la ciudad de Cosquín. En 1998 viajó a Buenos Aires, donde actualmente reside. Trabajó como colorista en dos de las tres últimas películas animadas realizadas por la productora García Ferré. Como docente de arte, da clases en diversos talleres. Se acercó a la escritura en plena pandemia como un juego; juego que se convirtió rápidamente en una necesidad terapéutica estimulada y enriquecida por maestras como Gabriela Saidon y Alicia Beatriz Manzano.

    Historia en tres D

    Capítulo 1: Percy

    Promesa cumplida

    No espero que nadie crea lo que voy a contar, pero estoy tranquilo. Es algo que me ocurrió a mí. Me corrijo: nos ocurrió, a mí, a Lorenzo y a Marisa. Me llamo Percy. Soy gato.

    Lorenzo sabía que iba a partir y me pidió un favor. Lo recuerdo. Su voz resuena en mí cada vez que me siento a mirar por la ventana. Nuestra ventana.

    Está saliendo el sol. Me estiro, bostezo. Tomo fuerzas. ¡A cumplir se ha dicho!, me aliento. Marisa, la hija más chica de Lorenzo, intenta abrir los ojos, pero hay demasiada luz. El resto de la familia duerme profundamente. La mujer parece el único ser vivo molesto por la claridad y mi maullido. Sé que suena un tanto dramático, tengo que apurarla. Se hace tarde. Marisa se levanta mareada. Baja las escaleras a tientas esperando averiguar qué me pasa. Me adelanto y la espero haciéndome el distraído. Ronroneo refregándome sobre la mesa del comedor cuando la veo trastabillar justo en el último escalón y caer pesadamente frente a mí. Me asomo curioso, casi colgado del borde mismo del tablón. La miro, me mira. Creo que está enojada. Por las dudas, me agazapo.

    Desparramada como trapo viejo, Marisa se queja, no de sus huesos maltrechos, más bien parece sorprenderse de que las paredes, el piso, todo lo que toca esté caliente. Presto atención, pero no siento lo mismo, al contrario, tengo frío. Sin embargo, la veo sufrir al respirar, como si el aire la estuviese quemando viva. Me da pena. La ayudaría a levantarse, pero tengo que limpiar mi pelaje.

    Ella, por su parte, medio retorcida, logra incorporarse y abrir la puerta; yo salgo de la casa. Marisa intenta agarrarme y no lo consigue. Su lentitud se ve acrecentada por los dolores que trajo consigo el golpe. Con amplia ventaja, aprovecho la situación y me alejo. Marisa busca seguirme, se desplaza unos cuantos metros antes de poder visualizar mejor el entorno. Su cara se transforma.

    No supe cómo decirle lo del portal. En realidad, me olvidé. Para el caso, es lo mismo. ¡Ay!, me pica. Me distraigo; vuelvo.

    ¡Perdón!, grito con un maullido entrecortado por la culpa y esta picazón molesta.

    Sumida en un duelo que lleva meses, no dudo que piense estar delirando con su propio infierno, pero en realidad es solo otro lugar, otro plano donde no hay casas, ni calles; ni hay más seres vivos que ella, yo y… ¿Tendré pulgas?

    El horizonte se esfumó. La mujer sigue paralizada, asustada. Si la naturaleza le hubiese dado una cola como la mía la tendría entre ese par de extremidades largas y debiluchas. Para peor, no puede verme, sus pupilas siguen demasiado dilatadas. Mi pelaje tampoco le sirve de ayuda al camuflarme con el dorado claro de la arena que cubre la enorme extensión. Marisa está cada vez más tensa. Se retuerce, se aplasta contra el suelo. No, no son pulgas. No pueden ser pulgas, pienso y comienzo a rascar mi costado derecho.

    …La otra sigue, escupe arena, grita, llora. Yo la miro fijamente. No entiendo a estos humanos. ¿Por qué tienen la costumbre de complicarlo todo? No sé. Ignoro su histérica conducta e insisto para que me siga. Parece que no puede. Me alejo sin dejar de observarla. En eso, una mano gigante despeina mi pelaje. No hace falta que voltee, es Lorenzo. Un tanto bruto, el

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