Enfrentando la tormenta: Resistir y confiar es la clave
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Dios permite esas visitas de una "tormenta" porque sabe que por medio de ella cada uno de nosotros puede crecer de gloria en gloria. Si logramos resistir y confiar, saldremos transformados por el poder de Dios y así le daremos gracias por permitir la visita de una maestra en nuestra vida.
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Enfrentando la tormenta - Sebastián Escudero
ENFRENTANDO
LA TORMENTA
SEBASTIÁN ESCUDERO
ENFRENTANDO
LA TORMENTA
RESISTIR Y CONFIAR ES LA CLAVE
EDITORIAL CLARETIANA
Índice
Portada
Portadilla
Legales
Prefacio
Enfrentando la tormenta
Introducción
Primera Parte
Resiste
1. Dios tiene el control
2. El cuarto para los doce
3. No claudicarás
4. Testigos hasta el final
5. Detrás de esa tentación
6. Combate mortal
7. Preparados para el combate
8. Más que vencedores
Los más que vencedores
Segunda Parte
Confía
1. Tomando envión
2. Un enfoque correcto
3. Caminando sobre el mar
4. Dios nunca se equivoca
5. La perseverancia es la clave
6. El doctor Tiempo
7. Estoy aquí
Epílogo
logo ClaretianaEditorial Claretiana es miembro de
Claret Publishing Group
Bangalore • Barcelona • Buenos Aires • Chennai • Colombo • Dar es Salaam • Lagos • Madrid • Macao • Manila • Owerri • São Paulo • Warsaw • Yaoundè
Diseño de tapa: Equipo Editorial
1ª edición, 2da reimpresión libro papel, febrero de 2018
1ª edición libro digital, marzo de 2021
Todos los derechos reservados
Queda hecho el depósito que ordena la ley 11.723
© Editorial Claretiana, 2015
ISBN 978-987-762-084-9
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto451
EDITORIAL CLARETIANA
Lima 1360 – C1138ACD Buenos Aires
República Argentina
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E-mail: contacto@claretiana.org
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Sin duda alguna, dedico este libro a la mujer que me enseñó a enfrentar la tormenta. Gracias mi hermosa Turquita
. ¡Qué alto privilegio es ser tu hijo!
Ninguna palabra de este libro la hubiese podido escribir si no fuera por todo lo que me enseñaste y me sigues enseñando desde tu nueva mansión.
Nos queda pendiente un abrazo en la eternidad; mientras tanto te sigo amando como siempre.
A mi gran compañero de toda la vida, mi hermano de sangre Hugo. Gracias por ser siempre el apoyo y el sostén que tanto necesito.
A mi amada comunidad de La Visitación por dejarme formar parte de ustedes y bendecir tanto mi ministerio día a día.
Al cuerpo misionero Mensajeros de Jesús, ya que no me imagino mi vida sin ustedes. Se convirtieron en esa familia que tanto anhelé tener.
A la Familia Eclesial Mensajera de Jesús, especialmente a mi madre en la fe: hermana Ramona Taborda. Gracias por valorar y apoyar tanto mi ministerio.
A Gabriela Castro y a Omar Aguiar por haberme ayudado con la revisión de este texto. Les agradezco y los quiero profundamente.
A mis alumnos, a quienes tengo presente con sus rostros uno por uno; mil gracias por motivarme y animarme tanto, los amo.
A ti, Señor Jesucristo, no existe el modo de demostrarte cuán enamorado estoy de ti. Hoy, al fin, puedo darte gracias por todas y cada una de las tormentas que permitiste para mi crecimiento. Eres bueno y sabio, gracias por estar aquí siempre.
PREFACIO
El sábado 31 de enero del año 2004, volvía de predicar en un geriátrico, cuando recibí la llamada desesperada de mi cuñada quien me decía que fuera urgente para el hospital, porque mi mamá había empeorado, y mi hermano se había desvanecido luego de hablar con los doctores. A los pocos minutos llegué al hospital. Mi hermano se estaba rehabilitando de una descompostura. Le pregunté directamente a él qué noticia le habían dado los médicos. Y con sus ojos llorosos me dijo: El cuadro clínico de la `Turca´ (así la llamábamos cariñosamente a mi mamá) es irreversible. Le quedan solo unas horas de vida
.
Acababa de comenzar la peor tormenta de mi vida.
ENFRENTANDO LA TORMENTA
La imagen de la tormenta me daba miedo desde que era un niño. La sola palabra tormenta
me ha sugerido siempre un cielo oscuro, con viento arrasador, relámpagos y truenos encontrados en las nubes. Un verdadero caos en la naturaleza.
Cada vez que hablamos de tormenta en el sentido simbólico del término, estamos refiriéndonos, de algún modo, a un caos que también nos acecha a nivel personal: crisis, soledad, tristeza, muerte, desilusión, fracaso… todos estos términos, y muchos más, pueden ser contenidos en esa sola expresión.
En este sentido, si bien no me considero una persona que ha tenido una vida desgraciada, ciertamente debo reconocer que he sido bastante visitado por distintas tormentas en mi historia personal. Quizás en mi infancia está contenido el mayor período de tempestades. Podría hablarte de la tormenta de planear la muerte de mi padre a los siete años, por escuchar cómo la golpeaba a mi mamá en la cocina; o de aquella que me impulsó a intentar suicidarme tres veces cuando tenía diez años por sentir un odio enfermizo hacia mi persona. También te puedo hablar de la tormenta al ser rotulado, a los once años, como alguien que podría ser irremediablemente un delincuente, un depravado o en su defecto, un homosexual, y entregarme a partir de allí a una vida desordenada y oscura; o de aquella tormenta, a los diez años, que me llevó a llorar toda la tarde debajo de la cama recordando una y otra vez las mismas escenas de burla y de violencia.
Han sido muchas las tormentas en mis veintisiete años de vida. Pero quiero hablarte de una de ellas, la más difícil que tuve que enfrentar en mi joven historia.
El 9 de enero del año 2004, mi mamá me pidió si podía acompañarla a retirar unos estudios médicos que se había realizado unas semanas antes, a causa de un intenso dolor en la zona uterina que le aquejaba hacía cerca de un año.
El doctor la hizo pasar a ella primero a solas a su consultorio. Luego me pidió que entrara yo, y me contó, al cabo de un prolongado discurso médico, que lo que mi mamá tenía era un cáncer de útero.
En ese momento, no se me movió ni un pelo, primero porque sabía del poder de Dios para sanar cualquier tipo de enfermedad; no me asustaba ningún cáncer. Segundo, porque no existía la posibilidad en mi cerebro de aceptar que podría llegar a perder a mi mamá.
Mi mamá, a quien con mi hermano llamábamos con cariño Turca
, era la luz de mis ojos. Cumplía mil roles distintos en mi vida: madre, amiga, compañera, confidente, maestra, etcétera. Ningún hijo ha tenido una madre más maravillosa que ella en este mundo, salvo Jesús, por supuesto. Aun con sus defectos, es el ser más lindo que he conocido en mi vida.
El viernes 30 de enero de ese mismo año, nos pidió a mi hermano y a mí si podíamos acompañarla a cobrar su pensión.(1) Mientras esperábamos en la fila comenzó