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Campos de amapola antes de esto: Una novela sobre el narcotráfico en México
Campos de amapola antes de esto: Una novela sobre el narcotráfico en México
Campos de amapola antes de esto: Una novela sobre el narcotráfico en México
Libro electrónico337 páginas4 horas

Campos de amapola antes de esto: Una novela sobre el narcotráfico en México

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Lolita Bosch, una de las personas mejor informadas sobre la violencia reciente en México, nos cuenta cómo el árbol del narcotráfico creció y se extendió por este país. Apoyada en fuentes que van del testimonio de las víctimas a videos que pasaron fugazmente por Youtube, la escritora examina la transformación de un país a través de las vidas de las personas que dirigieron el comercio de la droga de principios del siglo XX a la fecha. Uno podría pensar que el protagonista es una multitud: los grandes capos, los policías que los persiguieron (o fingieron hacerlo), los políticos corruptos, los empresarios que lavaban dinero, los periodistas asesinados, las personas asustadas, incapaces de habituarse al terror. Pero no: la verdadera protagonista de esta historia contada como una novela es la escritura literaria de Lolita Bosch, a la vez poética e incisiva, capaz de saltar en el tiempo, de sumergirse en el pasado o adoptar el punto de vista de criminales fugitivos, de periodistas amenazados, de madres que buscan infatigablemente a sus hijos, y con ello iluminar el momento actual a fin de mejor comprenderlo. Campos de amapola antes de esto es sin duda uno de los relatos mejor escritos sobre la historia secreta de México.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 oct 2013
ISBN9786074009224
Campos de amapola antes de esto: Una novela sobre el narcotráfico en México

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    Campos de amapola antes de esto - Lolita Bosch

    Otro.

    I. LA LUZ

    Algunos recomiendan que abandonemos la ciudad, que la dejemos a solas con sus verdugos. Pero no me voy a ir de aquí. Ni aunque los ajustes de cuentas se hayan puesto en boga y la muerte tenga numerosos admiradores que la honran ofreciéndole cabezas en hieleras o cuerpos columpiándose bajo los puentes. No me voy a ir de aquí porque espero que algún día la ciudad regrese a mis brazos. Me quedo aquí –como mis hermanos, amigos, vecinos o el resto de la gente que ni siquiera tiene la oportunidad de escribir como lo hago en este momento– pero no para contemplar la agonía de nuestra ciudad o los signos del oprobio en su cuerpo mancillado. Haré lo que tantos hombres y mujeres hacen para cambiarla y para cambiar este mundo: cultivar un jardín, barrer la acera de su casa, sonreírle a quien pasa, empujar al niño inmóvil en el columpio, escuchar música, abrir un libro, ofrecer un vaso con agua, correr por el parque Sinaloa.

    ALFONSO OREJEL

    EL PASADO

    Nuestro país es una ficción que nos hiere.

    DARWIN FRANCO

    El 11 de marzo de 2009 el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, alias el Chapo, apareció en el lugar 701 de la lista de archimillonarios de la revista Forbes con una fortuna conocida de mil millones de dólares. Tras la publicación de la lista con el nombre del narcotraficante más buscado del mundo, la editora de Forbes consideró oportuno hacer una aclaración: No está disponible para entrevistas.

    No está disponible para entrevistas.

    Aunque sí publicó cuál era su lugar de residencia: estado de Sinaloa, México.

    Y también el modo en que había logrado acumular aquella fortuna: Self made. La misma información que se reproduciría en 2010, 2011, 2012… Pero antes, pero aquí, ejército, tanques blindados, gafas oscuras, botas con barro, restos de roca, de pesquisa, lucha, perímetro cercado, prisión tomada, trincheras con armas de fuego, con balas, vista colgada de los ganchos del horizonte, de nuevo hacia el horizonte.

    El ejército revisa, teme: surca.

    Porque por debajo nuestro palpita un rumor. Un eco que podríamos estar grabando a cámara lenta, una bolsa blanca de supermercado que un día de otoño el aire levanta melancólicamente en un lugar vacío que nosotros podemos observar en silencio. Es más: que ya hemos visto. Como si todo sucediese en verdad de una manera muy lenta y nadie pudiese detenerlo. Non stop. Como la cercanía de un terremoto sonoro del sur del continente americano. Un rumor que es resonancia, cronómetro, pálpito, y que escampa que un capo se escapa, se escapa, se escapa,

    se va:

    vienen por él en una flota de helicópteros, hombres armados, ruido, tumulto, más ruido, polvo, confusión, bullicio para despistar,

    se lo llevan: se va.

    Hace un tiempo se escuchó en toda la región un mensaje desesperado, golpe seco de martillo, de hacha, estruendo, bala. El capo mandó asesinar a un abogado y a un funcionario de prisiones. Ésa fue su advertencia y debe leerse así: O me cambian de presidio para que me pueda escapar o me los llevo a todos por delante. A todos.

    No quiero insistir. Ya les dije.

    Y es que aunque tengamos la sensación de saber avanzar por esta senda rocosa, sendero escarpado, vereda, atajo, huellas: en verdad, aquí, todo lo que está sucediendo debe leerse siempre de otro modo.

    Todo significa siempre otra cosa / Todo esconde algo.

    Aunque nosotros a veces no podamos saberlo porque no lo entendemos. E inventamos maneras recurrentes de contárnoslo. De decírnoslo los unos a los otros. De comprender, habitar. Seguir vivos.

    Aunque el ejército haya querido romper con espectacularidad de circo la lentitud con la que lo estamos registrando todo, todo el rato: elefantes pisoteando el asfalto, trapecistas atravesando el techo, maestros de ceremonias dirigiéndose a las multitudes expectantes, desconcertadas, alerta, columpios, túneles del tiempo, coreografías de funcionarios y de presos, leones.

    Y ha sido esta espectacularidad que actúa como torbellino la que ha arrugado una bolsa blanca que hemos podido ver cómo planeaba a cámara lenta en un lugar vacío (acuérdense de este momento, este momento), una bolsa arrugada que ha cogido aliento, ha cogido fuerza, prensa, protagonismo, espectáculo e interviene así:

    apostado,

    detenido,

    robusto,

    atento,

    tanques blindados, gafas oscuras, botas con barro, perímetro cercado, vista colgada de los ganchos del horizonte, de nuevo hacia el horizonte. Todo el rato con la vista sujeta allá.

    Porque ahora el ejército revisa, teme: surca.

    Y un comandante fornido, bigote oscuro, cejas arqueadas, harto de tanta violencia, con el sobresueldo de alguien que no sabemos ni si exista ni quién sea, o con una actitud definitiva, difícilmente creíble, remotamente honesta –y no obstante posible– lo dice ante las cámaras de televisión del país, con escándalo, cara descubierta, representación, prensa:

    de aquí no sale nadie,

    porque esto se nos está yendo de las manos, se nos escurre, perdemos. Y hay que ponerle remedio. Ya estuvo bueno. Éstas son las nuevas leyes (tos seca: movimiento rítmico al contar como si supiera ver algo impreciso en el aire y recortarlo meticulosamente). Digiriendo la inercia como si la inercia fuera un hueso roído. Porque él, aquí, es un hombre de la ley

    y quiere que su tos signifique otra cosa:

    1 (Aire sesgado): los detenidos no podrán ser visitados por sus familiares todos los días,

    2: los detenidos sólo verán a sus abogados dos horas a la semana,

    3: los detenidos usarán única y exclusivamente la ropa que les proporcione la administración del penal,

    4 (dedo corazón): los detenidos no tendrán comidas especiales,

    5: los detenidos sólo podrán ver la televisión si se comportan educadamente,

    6 (manos cosidas la una a la otra, mecánicamente ajenas): los detenidos no podrán usar teléfonos celulares,

    7: los detenidos tendrán sólo una hora de patio diaria,

    8: los detenidos recibirán visitas de sus amigos cuatro horas por semana. Ni una más,

    9: ni pensar en ver a los parientes encerrados en el mismo penal,

    10: ni en reunirse con quienes son como ellos.

    Ésta es la nueva ley. Así queda. Y lo dije a cara descubierta, conste.

    Conté del uno al diez delante de todos ustedes.

    Tajante: para que no se confundan.

    Y todos vemos aquel hastaaquí de las autoridades a los narcotraficantes como si hubiera sido en directo, impresionados: un militar de bigote oscuro, cejas arqueadas, manos cosidas, desafiante, le grita a los presos sus nuevos derechos en el patio de un penal: del 1 al 10. E inmediatamente hay quien considera que estas medidas son excesivas y la Comisión de Derechos Humanos de Jalisco solicita que se relajen las restricciones extremas en los penales, que se suavice el trato. Que seamos decentes. Y entonces el subsecretario de Seguridad Pública del Estado dice sí, okey, seremos decentes, pero que ante lo ocurrido resulta conveniente reforzar la vigilancia de Puente Grande con un operativo especial que entrará en vigor el viernes 19 de enero de 2001 a las 10:30pm. Esto es lo que creo que conviene hacer ahorita y yo soy quien manda aquí. Y el nuevo operativo se implementará con el tercer cambio de turno del día. Con tiempo para que suceda esto:

    9:45pm.

    Tres cuartos de hora antes de que entre en vigor el operativo especial que ha sido anunciado, escuchamos por última vez al Chapo Guzmán. Marca desde su teléfono celular el número 17803… y del otro lado alguien apodado el Chito escucha, cuelga y dice, un poco al aire, un poco a sí mismo, El señor está listo. Vámonos: El señor está listo. Vámonos,

    mientras el Chapo espera.

    El Chito se sube con dos acompañantes a un Golf blanco por el que acaba de pagar 106 mil pesos tras esta advertencia: compra el coche, págalo al contado, ponlo a nombre de tu hermano y espera instrucciones. Do not think / Do not talk. Si no lo haces exactamente así, algo va a pasarte a ti, algo puede pasarle a tu familia. Y ahora el Chito viaja con dos amigos en el Golf blanco que está a nombre de su hermano, lo estaciona tratando de no llamar la atención, se baja, se seca el sudor de las manos en las perneras de sus jeans, hace un amago por acicalarse el pelo, tose un poco / como si fuera tímido, como si fuera sumiso / saluda cabizbajo a un joven de aspecto elegante que lo espera en un lugar acordado, le da las llaves del Golf blanco y el joven elegante le da a él las llaves de un Cutlass 97 de color gris,

    mientras el Chapo sigue esperando.

    El Chito encuentra en el asiento del copiloto del Cutlass 97 una bolsa de color negro, supone que con dinero. Pero no pregunta. Y tampoco mira. Y antes de irse se despide de sus amigos y les dice: Váyanse a sus casas. Si las cosas no salen bien los llamaré por teléfono y entonces van por mí: Váyanse a sus casas. Si las cosas no salen bien los llamaré por teléfono y entonces van por mí. Sin advertirles qué está a punto de hacer. Sin que nadie sepa nada. Solo. Seguido de cerca por el joven elegante al que le ha dado las llaves del Golf blanco que está a nombre de su hermano, mientras el Chapo se encamina a la cocina del penal donde alguien lo esconderá en un carrito de ropa sucia con el que abandonará la prisión de máxima seguridad de Puente Grande por una de las pocas entradas traseras de carga y descarga.

    Entonces el Chito llega con el Cutlass 97, luces apagadas, a la entrada trasera del penal de Puente Grande. Y cuando el Chapo sale se reencuentra con su hijo César Guzmán que lo espera en el Golf blanco que está a nombre del hermano del Chito. Y es ahora cuando el Chito no quiere ni mirar ni saber pero no logra resistirse a la curiosidad, la ternura, la satisfacción, el terror. Y observa por el espejo retrovisor cómo padre e hijo se abrazan, se hablan, se preguntan, se quieren. Se encuentran.

    Se van.

    Las autoridades argumentan casi de inmediato que han estado sucediendo demasiadas cosas, que hay que cambiar de estrategia y que queda suspendido el operativo especial que iban a implementar a las 10:30pm con el tercer cambio de turno del día. Advierten de un posible percance. Y dedican toda la noche a buscar al Chapo dentro de la prisión. Revuelven. Miran las cocinas, las duchas, su celda de lujo, las de sus familiares, el patio, los talleres, la capilla. Pero nada. Y finalmente, a las 8h de la mañana del día siguiente salen a la calle, levantan sin darse cuenta una mano para cubrirse los ojos y protegerse del sol tras una noche en vela, hablan con la prensa, dan la voz de aviso, alertan, protestan, suspiran: la noche pasada debido a un inexplicable fallo de seguridad se escapó de este penal el señor Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, alias el Chapo. Podemos confirmar que no está escondido dentro, agazapado, sino que ya se ha ido. Que ahora su celda está infinitamente más vacía. Y que aquí: en este penal de Puente Grande, que a partir de hoy todos conoceremos como Puerta Grande, se queda el amigo y compadre del Chapo: Héctor el Güero Palma. Que ahora está infinitamente más solo. Radicalmente alone

    mientras el Chapo y su elegante hijo César se alejan del penal en el Golf blanco que está a nombre del hermano del Chito y el Cutlass 97 se va por el otro extremo de la calle sin que nadie se despida de él. No goodbye.

    Los tres hombres se alejan. Se alejan.

    Se van

    Y ocho horas más tarde el Chapo y su hijo César se instalan en el hotel Mi Ranchito de Xicotepec de Juárez, Puebla. Kilómetro 180 de la carretera México-Tuxpan. Un lugar con carpas en los jardines, internet inalámbrico, tres hectáreas y media de bosques privados y una casa de muñecas de madera blanca para los hijos y las hijas de los huéspedes. Estanque para pesca. Cancha de paddle. Piscina con agua caliente. Un andador de ochocientos metros. Aire libre.

    Aire.

    Libre.

    Y entonces brota como una imparable y desbordante inercia narrativa la nueva leyenda del Chapo. Nuestra nueva planta carnívora. E inventamos tantas cosas sobre él que ya no nos sorprende cuando otras versiones de la fuga cuentan que en verdad salió vestido de policía con la complicidad de todos los funcionarios. Que el Chito está muerto. Que hay quien dice que le abrió la puerta el mismísimo presidente y que pactó su libertad durante dos sexenios: del 2000 al 2012. No le hace: sabemos que no todo puede haber sucedido. No Todo. Aunque el Chapo ya se haya convertido en un mito capaz de casi cualquier cosa. Y aun así el núcleo, la bolsa, el cubo milimétrico en el que todo encaja es que el Chapo se ha ido y el Güero Palma se ha quedado solo.

    Y que pocos días después el Chito se entrega.

    Tal vez ésa era su otra parte del trato, tal vez recibió una amenaza o tuvo miedo. No sabemos si alguien se lo advirtió o si encontró instrucciones en la bolsa negra que había en el asiento del copiloto, junto al dinero.

    Pero se entrega.

    Aunque esto no signifique algo preciso. O cuando menos: no una sola cosa.

    Porque lo que acaba de suceder no termina ni modifica ni explica absolutamente nada.

    Tal vez ni siquiera haya sucedido exactamente así.

    Y no obstante, después de lo ocurrido, aunque nos cueste entenderlo, aunque siga pareciéndonos alguien inverosímil, aunque no sepamos pensarlo, el Chapo Guzmán continúa siendo alguien posible.

    Un ser humano rabiosamente real.

    Uno de los nuestros.

    II. EL TIEMPO

    Ésta fue una de las primeras ejecuciones del narcotráfico que vi. (…) Informe oficial: ocho balazos, Smith & Wesson. Dos costillas rotas, desgarrado el ano. Aplastados los dedos. Moretones por todos lados. La ropa fue tirada en el mismo solar. Medio quemada. Nada en los bolsillos. Ni siquiera etiquetas en el traje. Se las arrancaron. Terminaron archivando el asunto. Nadie reclamó el cadáver. Lo mandaron a la fosa común. Me imagino: ni siquiera los enterradores debieron persignarse. Total. No lo conocían.

    Ya ni le busques, reportero, me dijo cierto día un fiscal. A ése lo mataron por traidor. Se lo echaron los narcos. Para completar: era uno de los mejores traficando, pero seguramente se le pegó la plata y a cambio le dieron plomo.

    JESÚS BLANCORNELAS

    EL DEDO

    Esta historia empieza sin libertad: con la detención de un hombre. Se llama Benjamín Arellano Félix pero le dicen Patrón. Y cada tercer día le manda a su esposa 30 mil dólares que pasan por las manos de tres sicarios que cumplen órdenes estrictas de no dejar rastro: primero el Popeye, luego el Chupitos y finalmente la Mojarra. One, two three: hombres al servicio del Patrón, dispuestos a todo. Y aun así a Benjamín Arellano Félix le siguen la pista, lo detienen en Puebla y esta historia empieza sin libertad:

    con la detención de un hombre.

    Ahora que el Patrón viste de negro, mira la televisión y parece sentirse seguro, arrojado, tranquilo. Y también ahora que tres oficiales deben esperar a que se ponga los calcetines y se abroche los zapatos para llevárselo. Uno le apunta con determinación a la cabeza, otro lo apresura y el tercero vigila la puerta. Todo en un radio de unos cinco metros cuadrados. Pero Benjamín no parece sentir la tensión, el tiempo cortado, la bolsa de plástico sin aire en la que se está convirtiendo su vida, el hombre que no ha aprendido a planear cuando cae y que se desliza hacia el hombre que será, el mineral en el que vivirá a partir de ahora. Y se abrocha los zapatos sin prisa, sentado en un sofá de cuero negro, sin sentirse intimidado, como si todavía fuera el dueño del tiempo

    –él, dueño del tiempo / nosotros no.

    Tiene junto a su pistola cuatro millones de dólares en efectivo. Y en el video que al cabo de unas horas emitirán todos los canales nacionales de noticias, incluso da la sensación de que sonríe.

    Casi de que se burla.

    Tal vez se enorgullezca de estar siendo detenido como un hombre bravo, una leyenda mexicana, el líder autoritario del Cártel de Tijuana que desde prisión escuchará las proezas que le cantarán Los Tucanes:

    Aunque se encuentre encerrado

    y aunque ya no esté Ramón,

    la frontera sigue siendo

    el negocio del Patrón.

    El poder de un hombre grande

    no lo quita la prisión.

    Almoloya: uno de los tres penales de alta seguridad de México: circuitos cerrados de televisión, control de accesos, alarmas, detectores de metal, drogas y explosivos, radiocomunicación, sensores de presencia y telefonía.

    Jaulas.

    Y eso que hace apenas unos meses Benjamín Arellano Félix era todavía un hombre libre y mandaba dinero a su esposa Ruth (30-3-3 = 30 mil dólares cada 3 días a través de 3 sicarios). Ella había regresado con sus hijas a México tras una residencia de diez años en los Estados Unidos sin que el Federal Bureau of Investigation (FBI) ni la Drug Enforcement Agency (DEA) ni ninguna autoridad ni ningún investigador ni ningún miembro de la prensa las molestara con nada.

    La familia su rutina, nosotros la nuestra.

    La esposa de Benjamín Arellano Félix había vivido durante todos aquellos años por el estado de California como si fuera un lugar sin vigilancia. Tal vez incluso con protección. Y algunos fines de semana iba a visitar a su suegra, Doña Alicia, cuya residencia oficial estaba ahora registrada en una casa de Beverly Hills, Los Ángeles, a donde los otros hijos de la familia también llegaban de visita: Ramón, Francisco Javier, Eduardo… Aunque ellos no cruzaban por la frontera de México como Ruth, como usted, como muchos de nosotros. Sino que atravesaban por donde querían con bandas de sicarios envolviéndolos como si fueran nubes. Porque los hijos de Doña Alicia son los hermanos Arellano Félix: líderes del Cártel de Tijuana. Read it again: Lí-de-res-del-Cár-tel-de-Ti-jua-na. A quienes todos conocemos con el sobrenombre de los Aretes.

    Excepto en casa. Aquí no.

    En casa ni sobrenombres ni cuernos de chivo ni sicarios armados con cara de perro ni nubes inexplicables envolviéndolos a su paso. Aquí eran los diez hijos de Doña Alicia* y sus amigos eran nuestros amigos y todos juntos, Doña Alicia, sus hijos, Ruth, las hijas de Benjamín y el resto de familiares, amigos y compañeros que llegaban a hospedarse a la casa familiar de Beverly Hills celebraban fiestas, comuniones, bodas, encuentros. E incluso, a veces, cuando querían estar solos, quemar dinero, airearse, no pensar, ser otros, los hombres de la familia se daban un respiro e iban a Las Vegas y se hospedaban en el Hotel Río. A una cuadra de la Avenida Flamingo. (Las mujeres no.)

    Todo en familia. Siempre.

    Todo a la vista.

    Todo en los States.

    Hay más violencias. Menos obvias pero omnipresentes.

    DIEGO OSORNO

    Probablemente fue por eso que José Patiño, agente del Ministerio Público, pensó que siendo todo tan evidente, tan a la vista, sería más fácil detenerlos en los Estados Unidos que en México –sin potestad, con convencimiento. Y siguió la pista de los Aretes por el sur de California e incluso alquiló un apartamento en San Diego para tenerlos más cerca.

    Rastrearlos. Dar con ellos. Vencer.

    Pero unos agentes de la PGR pagados por el Cártel fueron a avisar a los hermanos Arellano Félix que un tal José Patiño les estaba siguiendo la pista, jefe, cada que se internan en los Estados Unidos con sus armas y sus nubes de sicarios y sus dólares para gastar en Las Vegas. Así que los hijos de Doña Alicia, líderes del temido Cártel de Tijuana, clientes de los casinos de la Avenida Flamingo, visitantes asiduos de Beverly Hills, Nubes Poderosas Cuidadas Por Sicarios Con Cara De Perro, ordenaron a los mismos agentes que les habían advertido de la persecución a la que estaban siendo sometidos que secuestraran a José Patiño, se vengaran y acabaran con Su Vida Para Siempre Segada. Maten a ese cabrón. Y los agentes lo hicieron así: a José Patiño lo interceptaron una tarde en una calle de Tijuana, lo subieron a una camioneta, lo llevaron a un camino apartado, lo golpearon, le gritaron insultos que ya no servían de nada porque estaba a punto de morir y lo atropellaron pasándole por encima la misma camioneta con la que lo acababan de secuestrar. Luego lo metieron en el interior del vehículo y lo lanzaron por un precipicio de la Sierra de la Rumorosa, donde otros agentes lo descubrieron pocos días más tarde.

    Avisados o no.

    No podemos saberlo.

    Benjamín Arellano Félix pensó entonces que debía cambiar la residencia de su esposa y sus dos hijas y las mandó de regreso a México. Just in case. Y atrás quedó la libertad para moverse por la Unión Americana, los parques infantiles para las niñas, el gimnasio particular y la piscina de Ruth. El mundo se estrechaba. Y la esposa de Benjamín se trasladó con sus hijas a casa de Doña Alicia, que recientemente había abandonado también Beverly Hills y se había instalado en Monterrey. Porque en aquella ciudad, pensó Benjamín, nadie va a ir a buscarlas. Porque aquella ciudad, pensó Benjamín: la vigilaba otro cártel / era otra plaza. Ahí los Arellano Félix no gozaban de dominio territorial ni cobraban derecho de piso. Aquélla no era su tierra. Nadie les debía nada. Y en ese tiempo en el que esto transcurre las familias eran todavía tratadas como un limbo de pasto sagrado sobre el que descansar, en el que olvidarnos, bálsamo de seguridad por el que resultaba imposible tener miedo. Antes a las mujeres casi no las mataban. Los niños estaban aparentemente a salvo. Las madres eran impolutas e incluso incautas, y vivían voluntaria o involuntariamente alejadas de esta guerra de hombres. Antes las mujeres miraban hacia otro lado y recibían 30-3-3: 30 mil dólares cada 3 días a través de 3 sicarios. Hasta que el ejército localizó a Ruth, a sus dos hijas y a Doña Alicia, tras una cadena de torpes coincidencias que concluyeron con el arresto de Benjamín Arellano Félix y su encierro en el Penal de Almoloya. Desde donde escuchó, poco tiempo después, el corrido que le escribieron Los Tucanes de Tijuana.

    Sentencia: veintidós años de prisión por portación ilícita de armas de guerra de uso exclusivo del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea Mexicanos, por asociación delictuosa, por delincuencia organizada y por delitos reiterados contra la salud pública. Estados Unidos reclamó de inmediato su extradición. Pero Benjamín Arellano Félix se quedó en México hasta la primavera de 2011: cuando fue trasladado a una prisión de San Diego (Do our justice), frontera con Tijuana.

    Aunque ahora aquí todavía es el año 2002 y en este preciso instante Benjamín Arellano Félix está siendo detenido en México y se inicia,

    sin libertad,

    esta historia:

    cuando hace apenas unos meses cada tercer día le daba 30 mil dólares al Popeye en San Diego para

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