Monseñor Quijote
Por Graham Greene y Antonio Ortuño
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Fue llevada a la pantalla bajo la dirección de Rodney Bennett.
Graham Greene
Graham Greene (1904–1991) is recognized as one of the most important writers of the twentieth century, achieving both literary acclaim and popular success. His best known works include Brighton Rock, The Heart of the Matter, The Quiet American, and The Power and the Glory. After leaving Oxford, Greene first pursued a career in journalism before dedicating himself full-time to writing with his first big success, Stamboul Train. He became involved in screenwriting and wrote adaptations for the cinema as well as original screenplays, the most successful being The Third Man. Religious, moral, and political themes are at the root of much of his work, and throughout his life he traveled to some of the wildest and most volatile parts of the world, which provided settings for his fiction. Greene was a member of the Order of Merit and a Companion of Honour.
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Comentarios para Monseñor Quijote
252 clasificaciones15 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5In Graham Greene's third last novel,a priest and a former communist mayor follow their ancestors Don Quixote and Sancho Panza on a journey across Franco's Spain. His protagonists also pay homage to the Italian duo Don Camillo and Peppone. With wit and panache he explores the constricted world of church, local police and the peasant community at the verge of modernity as well as his classic themes of catholicism and communism.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5A tale of innocence and friendship. Father Quixote of the parish of El Toboso believes himself a descendant of Cervantes' fictional hero. His closest friend is the recently deposed Communist Mayor of the town, who Quixote naturally calls 'Sancho'. Father Quixote is troubled by doubt on particulars of the faith he is required to have, but at his core is convinced that Jesus and God are, above all an expression of love. He is a naive traveller in a modern (early 80's) world, but will oppose that which he feels is wrong.I first saw the movie adaptation starring Alec Guinness and Leo McKern in the late 80s and found it a wonderful production. The novel is likewise. Both characters come to accept the others' beliefs without adopting them, and both come to reject sterile dogmatism. I found the interplay between the characters sometimes amusing and always engaging, and the end moving. The final paragraph I think describes me.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5This is a fantastic book. It’s the third that I’ve read by Graham Greene (The others were The Tenth Man and Our Man in Havana.) and my favorite thus far. Greene has a very engaging style which has captivated me more than many of the books I have read recently. Monsignor Quixote tells of a priest who, against his will, has been promoted to the rank of monsignor and, like his ancestor, don Quixote himself, travels through Spain with his companion, the communist mayor whom he calls Sancho. However, this description only scratches the surface of this book. In it one also finds insightful discussions of faith, belief, and life in general. This novel has the perfect combination of somber reflection and humor. I had trouble putting it down!
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5This proved a lively tandem read with the Mrs. A priest is taking a sightseeing drive through Spain and winds up in the company of a communist politician. Atrocity studies are compared, as if Torquemada and Stalin can be discussed over a quaint lunch. What, they can? My mistake. This is My Dinner With Andre on a more political bend. Given its fluidity, I'd recommend it to just about anyone, despite it being second-tier Greene.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5An enjoyable, but overrated, Greene. Gently humorous and ironic on Catholicism and atheism.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5autumn-2013, spain, catholic, picaresque, amusing, fraudio, published-1982, philosophy, teh-demon-boozeRead from August 01 to September 04, 2013rosado> walkies> Read by Cyril CussackThe descendents of Quijano and Sancho go travelling. Wonderful soft adventure, gallons of wine, and the talk is of purple nylon socks, Marxism, Roman Catholicism and onanism. Many -isms, yes, but gentle philosophical fun.Loved it but you wouldn't necessarily think it was from Greene's nib. Highly recommended if you are looking for a modern-day tilter.1 like
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5A lovely book. I have tried several Graham Greene's over the years but this is the only one I really enjoyed.
- Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Vooral te smaken als variante op het klassieke Don Quichote-verhaal. Meer fabel dan novelle. Opvallend is de milde toon. Thema: tolerantie. Contrast met Don Camillo en Peppone, van Guareschi.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5My favourite Graham Green book. The picaresque travels of a Spanish priest, who sets off in the footsteps of his namesake Don Quixote, with a communist mayor as his Sancho Panza, and his much-loved old car as Rosinante.I'm in two minds whether to let this book go, but I can always get another copy when I am ready to re-read it again.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5I first read this novel several years ago, shortly after its first publication in paperback - indeed, I note from the flyleaf that I actually bought it on my twenty-first birthday. My recollection was that it was a humorous novel, charmingly reminiscent of Giovanni Guareschi's "Don Camillo" stories. I can only assume that I was very easily amused back then.There are certainly amusing passages, but I now find these to be woefully outnumbered by tedious and contrived references to Cervantes's classic.Greene could certainly write with great humour when the context required it (as is all too evident in "Travels With My Aunt", perhaps my favourite of all his novels).The resemblance to the world of Don Camillo is certainly marked, and cannot have been inadvertent. In Greene's novel, as with Guareschi's stories, the dynamic of the novel revolves around a wise but lightly unworldly village priest and his protracted disagreements itch the local Communist mayor. However, I now rather suspect that I might find Guareschi's stories somewhat trite these days, too.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5A charming story about the nature of faith and doubt, and the divide between ideas and the institutions meant to enact them. Monsignor Quixote is a worthy successor to his ancestor.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Most of the Graham Greene I have read over the years has been serious stuff. Monsignor Quixote by contrast is a sometimes delightful, sometimes serious little story that very gently pokes at things. Serious, but told in a somewhat comic way. Our modern Man of La Mancha sets off with Sancho in Spain, circa 1980. He doesn't dream the impossible dream. He's not sure where he's going. Various places flit through his mind. Father Quixote, newly appointed a Monsignor, sets off perhaps to find himself, rediscover his beliefs and faith and have some interesting conversations with his companion Sancho. Some of the conversations work better than others that get a little tedious, with it mostly being communism vs the Catholic Church, or elements of faith and belief, but overall, "Good stuff."
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5A modern take on Don Quijote, this brief novel by Graham Greene turns out also to be v ery amusing. Placing Don Quijote's descendant as a priest in small town, post-Franco Spain, Greene updates the story by emulating some of the adventures of Don Quijote. The priest, who becomes a Monsignor by an unexpected event, travels accompanied by the town's mayor, who was defeated in the last election, and who the priest calls Sancho, of course. Leavinig their town, not surprisingly named El Toboso, in Monsignor's reliable old car, a Seat 600 (the Spanish equvalent of the Italian Fiat cars that we'll probably see in American roads shortly now that Chrysler is owned by Fiat). Naturally, the monsignor has named hils old car Rocinante- what else?Their adventures are humorous and most emjoyable are the numerous discussions between Quijote and the Mayor, who also is a Communist. Entertaining as they are, their amicable discussions on a variety of topics related to religion, morality, etc. are interesting to read although, as one would expect from a short fictional work, most issues are touched only superficially.But Greene's aim seems to be mostly greared towards making fun of the Catholic church's rigid hierarchy and some of its extreme misguided values and practices, contrasting them with Communism. But somehow he manages to give the impression of a moral equivalence between both systems.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5A road movie of a book. Inspired by Cervantes Don Quixote and probably by jack Kerouac's road novels. Well wriitten and a novel that manages to be both extremely amusing and provocative. It has a racy readable style all of its own. It is difficult not to read this in one sitting. Spain comes to life, the countryside and the people. However it feels outdated today and must have felt outdated even when it was published in the 1980's. It is a curious mix of an innocent abroad in a world that has sinister overtones, but these never intrude into the life and thoughts of Monsignor Quixote. A balancing act that is superbely managed by the author. An excellent read
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Greene at his most sublime, his most readable (although really he's always readable) and his most approachably erudite. He takes this story: 'A priest and a Communist go on a road trip in Spain' and makes it into something approaching a pot boiler - you really can't wait to see what happens next.
Vista previa del libro
Monseñor Quijote - Graham Greene
EL CABALLERO DEL CRUCIFIJO
[...] usted ha sido mi amigo por mucho tiempo, Sancho, y quiero comprenderle. Das Kapital siempre me ha derrotado. Este pequeño libro es diferente. Es la obra de un hombre bueno. Un hombre tan bueno como usted lo es, y tan equivocado también.
—El tiempo lo dirá.
—El tiempo nunca puede decir nada.
Nuestras vidas son demasiado cortas.
Monseñor Quijote
Reescribir el Quijote, con todo y lo desproporcionado que los siglos han vuelto tal propósito, que equivale ya a reescribir la Ilíada o el Popol Vuh, ha sido una vieja ambición de numerosos y variopintos literatos. Incurrió en ella, en vida de Miguel de Cervantes, el elusivo Alonso Fernández de Avellaneda (seudónimo tras el que se ha querido adivinar la mano de dos docenas de ingenios
de principios del siglo XVIII, desde la de algún soldado sin importancia hasta la del mismísimo Lope de Vega) con una continuación apócrifa que, esencialmente, tuvo el mérito de alentar al creador original a retomar su novela y redondearla (y Cervantes lo hizo con tal habilidad que se le sigue leyendo con provecho más de cuatrocientos años después).
Cayó igualmente Alphonse Daudet, con su Tartarín de Tarascón, personaje en el que quiso fundir el idealismo caballeresco del hidalgo manchego con la sensatez campesina de Sancho Panza, su escudero. Lo hizo, especulativo y socarrón, Borges, con ese ejercicio de sátira a la vanguardia llamado Pierre Menard, autor del Quijote
, en que nos presenta a un plumífero francés empeñado en repetir palabra por palabra la magna obra cervantina como si fuera propia. Lo hicieron también Unamuno, Azorín y Rubén Darío con reelaboraciones éticas y estéticas que, acaso, perfilaron parte de la visión contemporánea que tenemos del libro. Esto por mencionar solamente algunos de los interpretadores más sonados. Porque, en cierta medida, todo narrador a partir de 1605, año de la publicación de la primera parte del Quijote, tiene una deuda, asumida o no, con Cervantes. Incluso el ingrato de Nabokov, que jugaba a abjurar de él.
El listado de escritores en quienes se ha detectado la sombra cervantina por la crítica es, pues, inmenso. Vaya: el propio Shakespeare escribió alguna pieza (perdida, por desgracia) de inspiración quijotesca. Sumemos a Swift, Sterne, Wordsworth, Coleridge, Chateaubriand, Heine, Goethe, Stendhal, Dickens, Schopenhauer, Twain, Hoffmann, Pushkin, Melville, Dostoievski, Flaubert, Thackeray, Chesterton, Kafka (se me termina el aliento), Auden, Mann, Bulgakov y hasta al cómico y cineasta Terry Gilliam, entre cientos o miles más: todos se cuentan entre los acólitos del Caballero de la Triste Figura. En México, sin escarbar demasiado, se reconocen influencias directas en Fuentes (cuya ambiciones cervantinas fueron expresas y bien conocidas), Del Paso, Pacheco... En fin.
Graham Greene, así sea con esa discreción británica tan suya, no puede estar ausente de la lista.
***
Supe de Monseñor Quijote por primera vez en el año de 1983, siendo un niño. Mi abuela compró un ejemplar en el supermercado.¹ Unos días después, animada por ella, su hermana (tía abuela mía) hizo lo propio. Ese par de señoronas muy españolas y muy católicas, que por entonces tenían 70 y 78 años, respectivamente, se enamoraron del texto de Graham Greene y se dedicaron durante varias tardes (se aposentaban, recuerdo, en unas mecedoras a tomar el fresco) a discutirlo. Hablo de lectoras asiduas (ambas poseían bibliotecas de tamaño bastante respetable) pero no especializadas y tan imparciales que lo mismo se les veía en las manos a García Márquez que al tremebundo José María Pemán. No eran fanáticas de Greene ni por asomo: en sus estantes no estaban ni El americano impasible ni El poder y la gloria. Las historias de espías o de sórdidas crisis latinoamericanas no las atraían en lo absoluto. No: ellas llegaron al libro por la promesa de una historia española, y se quedaron por el trasfondo religioso y, me temo, por la engañosa semejanza argumental de Monseñor Quijote con el Don Camilo de Giovannino Guareschi, historia sentimental italiana sobre la agridulce convivencia de un cura y el alcalde comunista de un pueblo en la Italia de provincias.
Digo engañosa
porque, amén de la amplia superioridad de la prosa y alcances intelectuales de Greene sobre los de su colega italiano, Monseñor Quijote no es un endoso lineal a la fe religiosa del autor, sino un cuestionamiento abierto a su teoría y práctica (cuestionamiento que está en la raíz misma de las preocupaciones de todo buen escritor católico, desde san Agustín hasta Waugh y desde santa Teresa a Vicente Leñero).
Como muchos intelectuales católicos del siglo XX, Greene tuvo una relación ambigua con el que se supondría que debería de ser su gran enemigo: el comunismo. Sus vaivenes, dudas, admiraciones parciales y reniegos perpetuos ante el materialismo dialéctico y el socialismo real
forman parte de la columna vertebral de algunos de sus libros y ocupan, en Monseñor Quijote, un papel central, que descubrí cuando leí la novela, tiempo después de que muriera mi tía y yo heredara su ejemplar, ya en los años noventa.
Me acerqué a la obra con curiosidad. No había leído nada más de Graham Greene en aquel momento. Conocía, sí, el Quijote (decir ahora, en esta época de glosas y desmitificaciones
, que uno lo ha leído suena a pedantería) y desconocía cabalmente aún a Unamuno, cuya figura y exégesis cervantinas fueron cardinales para Monseñor Quijote. La novela, al menos en su parte anecdótica, narra las peripecias del padre Quijote y un compañero al que apoda Sancho
, un político rural ateo y filocomunista (es España, sí, pero Franco ha muerto y no es indispensable que un alcalde sea de derechas), a bordo de un viejo automóvil convenientemente bautizado como Rocinante
. Dichas aventuras reproducen, con las modificaciones y ajustes de rigor, episodios arquetípicos del Quijote original. Pero me topé, en aquella primera lectura, con una historia que consta, además, de profusas discusiones sobre las esferas materiales y espirituales, sobre el culto, la política, el mundo y los hombres que lo pueblan, pero también con una prosa de agilidad sorprendente que permite navegar sin entregarse al tedio por las aguas de la reflexión y la ideología.
Hay en Monseñor Quijote una sensación permanente de travesura intelectual. Jorge Ibargüengoitia destacaba la capacidad de Graham Greene para construir divertimentos
literarios, es decir, historias escritas por el simple placer de hacerlo, como una suerte de reposo entre la redacción de sus obras más serias
. Ese espíritu lúdico, esa íntima libertad que el escritor consigue cuando escribe con un guiño, casi para sí mismo, es patente en las páginas de esta novela. En ellas se encuentra el amor profundo de Greene por la cultura, el paisaje y la tradición de España, y se encuentra también su fe católica (que comenzó como una obligación, por su matrimonio con Vivien Dayrell-Browning, a quien conoció discutiendo sobre teología, y que se convirtió, con el tiempo, en una suerte de cálida y firme certeza) y está la inagotable capacidad del británico para abordar la tensión entre dos hombres de ideas y temperamentos opuestos pero unidos por alguna impredecible coyuntura (el padre Quijote y el alcalde Zancas en Monseñor Quijote o los inolvidables Fowler y Pyle en El americano impasible).
Borges,² a quien ya he citado antes, se dijo maravillado ante Chesterton, por el mero espectáculo de un católico civilizado, de un hombre que prefiere la persuasión a la intimidación y que no amenaza a sus contendores con el brazo seglar o con el fuego póstumo del a [...]. También, el de un católico liberal, el de un creyente que no torna su fe por un método sociológico
. Algo de eso, mucho de eso, hay en el padre Quijote, un buen hombre que, pese a sus inevitables accesos de cólera y melancolía, procura resistir y oponerse a las corrientes del siglo
que amagan arrasarlo todo. Al modo de su antecesor
manchego (como tal lo identifica explícitamente Greene desde la primera página) y al modo del encendido y épico Unamuno, el padre Quijote encuentra en el pasado más un consuelo que un peso en los hombros.
Acá está, pues, en una nueva traducción que la hace más cercana al lector mexicano, esta aventura tardía de dos hombres, uno católico y otro comunista, uno Quijote y el otro Sancho, felizmente despojados de odios y ajenos a los vericuetos de la posmodernidad, cuyas dudas no los paralizan sino les sirven para mostrar su humor, y su entrañable humanidad, con una serie de diálogos veloces y a veces desconcertantes que evocan a los personajes de Beckett o Ionesco, sus antípodas morales. Porque monseñor Quijote, el personaje, ascendido a su pesar y amistado con quien debería ser su adversario, es, esencialmente, un tipo capaz de encontrar el sentido de la vida justo donde otros lo perdieron. Y que, tal como su ilustre antecesor halló en la caballería la lanza y yelmo ideales para luchar contra la confusión y el fariseísmo de su época, encuentra en la desacreditada fe un púlpito para arrojarle al presente las preguntas del pasado.
ANTONIO ORTUÑO
¹ La traducción la hizo originalmente el vasco Jaime Zulaika para Argos Vergara en 1982. Un año después, el sello Emecé la publicó en Argentina y Edivisión (un sello del grupo Diana) en México. Esta misma versión fue puesta a circular nuevamente por Seix Barral en 1989. Existe otra traducción, firmada por Leonardo Domingo, que publicó en España el sello Edhasa en 2002.
² Modos de G. K. Chesterton
, contenido en el volumen recopilatorio Borges en Sur 1931-1980 (Emecé, 1999).
No hay bueno ni malo;
es el pensamiento el que lo hace parecer así.
WILLIAM SHAKESPEARE
Al padre Leopoldo Durán,
Aurelio Verde, Octavio Victoria
y Miguel Fernández,
mis compañeros en las carreteras españolas,
y a Tom Burns, quien inspiró mi
primera visita a este país en 1946
AGRADECIMIENTO
Reconozco con gratitud mi deuda a la traducción realizada al inglés por J. M. Cohen del Don Quijote de Cervantes para la colección Clásicos de Penguin.
PRIMERA PARTE
I
DE CÓMO EL PADRE QUIJOTE
SE CONVIRTIÓ EN MONSEÑOR
Sucedió de esta manera. El padre Quijote le había pedido a su ama de llaves que preparara su almuerzo solitario y salió a comprar vino a una cooperativa local ubicada a ocho kilómetros de El Toboso, en la carretera principal hacia Valencia. Era un día en que el calor persistía y vibraba en los campos secos y su pequeño Seat 600, comprado de segunda mano hacía ya ocho años, no poseía aire acondicionado. Mientras conducía pensaba con tristeza en el día en que tendría que buscar un auto nuevo. La edad de un perro debe multiplicarse por siete para que equivalga a la de un hombre, y según este cálculo su auto apenas estaría entrando a la mediana edad, aunque él notaba que sus feligreses ya comenzaban a considerar senil al Seat. «No puede confiar en él, Don Quijote», le advertían, y él sólo podía responder: «Hemos pasado juntos muchos malos ratos y ruego a Dios que pueda sobrevivirme». Tantas plegarias suyas habían quedado sin respuesta en el pasado, que tenía la esperanza de que ésta en particular hubiera logrado incrustarse como cerumen en el oído Eterno.
Distinguía el trazado de la carretera principal gracias a las pequeñas nubes de polvo que levantaban los autos que circulaban sobre ella. Mientras conducía, pensaba con preocupación en el destino que aguardaba al Seat, al que en memoria de su ancestro llamaba «Rocinante». No podía soportar la idea de que su pequeño auto terminara oxidándose entre la chatarra de algún basurero. Algunas veces pensaba en comprar un pequeño terreno para dejárselo en herencia a alguno de sus feligreses, con la única condición de que el heredero reservara un rincón sombreado donde su auto pudiera descansar, pero no había ninguno a quien pudiera confiar el cumplimiento de esta voluntad, y de cualquier forma la lenta muerte por herrumbre era inevitable y quizás incluso la trituradora del basurero constituyera un final más misericordioso. Y, mientras pensaba en esto por enésima vez, estuvo a punto de embestir a un Mercedes negro estacionado en la curva de la carretera principal. El padre Quijote supuso que la figura vestida de negro tras el volante del Mercedes estaría descansando del largo viaje entre Valencia y Madrid, y siguió su camino sin detenerse, para comprar una garrafa de vino en la cooperativa. Fue sólo mientras conducía de regreso que reparó en el alzacuello blanco, como un pañuelo pidiendo auxilio. ¿Cómo era posible, se preguntó, que uno de sus hermanos sacerdotes pudiera darse el lujo de poseer un Mercedes? Pero cuando se detuvo notó la pechera morada que anunciaba la presencia de un monseñor, como mínimo, si no es que de un obispo.
El padre Quijote tenía motivos para temer a los obispos, pues era consciente de lo mucho que desagradaba a su propio superior, quien consideraba al padre Quijote poco más que un campesino, a pesar de su ilustre ancestro.
—¿Cómo puede él descender de un personaje ficticio? –había preguntado el obispo durante una conversación privada que fue puntualmente referida al padre Quijote.
El hombre con quien el obispo conversaba respondió, sorprendido:
—¿Un personaje ficticio?
—Un personaje en una novela de un escritor sobrevalorado llamado Cervantes. Una novela, además, llena de pasajes repugnantes que en los tiempos del Generalísimo jamás habría pasado la censura.
—Pero, Excelencia, si hasta existe la casa de Dulcinea en El Toboso. Está marcada con una placa: el hogar de Dulcinea.
—Una trampa para turistas. En fin –continuó el obispo con aspereza–, Quijote ni siquiera es un patronímico español. El propio Cervantes dice que su apellido probablemente era Quijada o Quesada, o incluso Quijana, y en su lecho de muerte el propio Quijote se llama a sí mismo Quijano.
—Veo que sí ha leído usted el libro, Excelencia.
—Nunca pasé del primer capítulo, aunque por supuesto que le eché un vistazo al último. Es lo que acostumbro hacer con las novelas.
—Quizás algún antepasado del padre se llamaba Quijada o Quijana.
—Los hombres de esa clase no tienen ancestros.
Así pues, fue en medio de temblores que el padre Quijote se presentó ante la eminente figura clerical del refinado Mercedes.
—Soy el padre Quijote, monseñor. ¿Puedo servirle en algo?
—Amigo mío, ciertamente puede ayudarme. Soy el obispo de Motopo –dijo el hombre, con un fuerte acento italiano.
—¿El obispo de Motopo?
—In partibus infidelium, amigo mío. ¿Sabe de algún taller mecánico por aquí? Mi auto se niega a avanzar, y si hubiera algún restaurante cerca... Mi estómago clama por comida.
—Hay un taller en mi pueblo, pero está cerrado debido a un funeral; murió la suegra del mecánico.
—Que descanse en paz –dijo el obispo en automático, sujetando su cruz pectoral. Luego añadió–: qué tremendo fastidio.
—Pero volverá en unas cuantas horas...
—¡Unas cuantas horas! ¿Hay algún restaurante por aquí?
—Monseñor, ¿querría usted hacerme el honor de compartir conmigo mi humilde almuerzo? El restaurante de El Toboso no es muy recomendable, ni por su comida ni por su vino.
—Un vaso de vino es indispensable en mi situación.
—Puedo ofrecerle un buen vinito local, y si usted se contentara con un simple filete... y una ensalada. Mi ama de llaves siempre prepara más de lo que puedo comer.
—Amigo mío, ciertamente está usted demostrando ser mi ángel de la guarda disfrazado. Vayamos.
La garrafa de vino ocupaba por completo el asiento delantero del Seat, y el obispo, que era un hombre muy alto, insistió en viajar agazapado en el asiento posterior.
—No podemos molestar al vino –dijo.
—Es un vino de poca monta, monseñor, y usted estaría mucho más cómodo...
—Ningún vino es de poca monta, amigo mío, desde las bodas de Caná.
El padre Quijote se sintió regañado y ambos guardaron silencio hasta llegar a la pequeña casa cercana a la iglesia. El padre Quijote se sintió muy aliviado cuando el obispo, que tuvo que agacharse para cruzar la puerta que daba a la sala, dijo:
—Es para mí un honor ser huésped en la casa de Don Quijote.
—Mi obispo no aprueba ese libro.
—La santidad y el buen gusto literario no siempre van de la mano.
El obispo caminó hasta el librero donde el padre Quijote guardaba su misal, su breviario, el Nuevo Testamento, unos ajados volúmenes de asunto teológico, vestigios de sus estudios en el seminario, y algunas obras de sus santos favoritos.
—Si me disculpa, monseñor...
El padre Quijote fue en busca de su ama de llaves a la cocina, que también servía a la mujer de dormitorio, y es preciso admitir que el fregadero de la cocina era su único lavabo. El ama de llaves era una mujer rotunda, de dientes que sobresalían y un bigote incipiente; no confiaba en ningún ser humano pero tenía cierta consideración por las santas, sólo las mujeres. Se llamaba Teresa y a nadie en El Toboso se le hubiera ocurrido apodarla Dulcinea, puesto que nadie había leído la obra de Cervantes a excepción del alcalde, de quien se decía que era comunista, y del dueño del restaurante, e incluso era dudoso que este último hubiera llegado siquiera a la parte de la batalla contra los molinos de viento.
—Teresa –dijo el padre Quijote–. Tenemos un invitado para almorzar y todo tiene que estar listo rápidamente.
—Sólo hay un filete y una ensalada, y lo que queda del queso manchego.
—Mi filete alcanza siempre para dos, y el obispo es un hombre amigable.
—¿El obispo? Yo no le sirvo a ese.
—No es nuestro obispo. Es uno italiano. Un hombre muy cortés.
Y le explicó las circunstancias en las que encontró al obispo.
—Pero el filete... –dijo Teresa.
—¿Qué tiene el filete?
—No le podemos servir carne de caballo al obispo.
—¿Mi filete es de carne de caballo?
—Siempre lo ha sido. ¿Cómo le voy a servir carne de res con el dinero que me da?
—¿No tienes otra cosa?
—Nada.
—Dios mío, Dios mío. Sólo podemos rezar para que no se dé cuenta. Después de todo, yo nunca lo noté.
—Porque usted nunca ha comido nada mejor.