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Deseos sin Posesión
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Libro electrónico199 páginas4 horas

Deseos sin Posesión

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“Yo soy puta”. Comienza en este modo la confesión de Roxana María, hija de la profunda provincia cubana al final de los años ’70. Nacida en una familia mitad católica y mitad brujera, la niña María sueña en convertirse en una artista. Pronto deberá enfrentarse a un padre autoritario que la quiere médico y después a la vida que la empuja siempre más a satisfacer su indomable curiosidad hacia el género masculino. “No soy ni médico ni artista, soy puta” le grita al padre durante una de las numerosas discusiones.
Adolescente rebelde e inquieta se aleja de casa para conocer sola cómo está hecho el mundo y vivir la vida a su manera. En La Habana asistirá al ambiente rico e internacional de los turistas extranjeros, al regresar a su pueblo un año después, es una mujer-niña llena de experiencia que está por convertirse en madre. Su vida libre y fuera de control alimenta en el pueblo una mala fama, las malas lenguas llegan a acusarla hasta de haber introducido en el pueblo el SIDA.
Su hermana homosexual la hará acercarse a la comunidad gay que vive marginada en la sociedad. “Los maricones son amigos de las putas”, en nombre de esta gran amistad Roxana retará a todo el pueblo organizando el más grande espectáculo de transformismo nunca antes visto por aquellos lugares, donde desfilarán y cantarán vestidos de mujer todos los gay de la provincia di Matanzas. A los 30 años Roxana entrará en la religión Yoruba, sin embargo algo durante la semana de ritos de iniciación va mal y la religión se convierte en maldición. Puta para el pueblo y santera sin benedición, Roxana sigue coleccionando experiencias sexuales con decenas de hombres, sino también con Álvaro Y Margarita con los cuales hizo el amor en tres por primera vez.
 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 ene 2017
ISBN9788822889676
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    Deseos sin Posesión - Roxana Maria Villar

    Roxana Maria Villar, Mariangela Capovilla

    Deseos sin Posesión

    UUID: 58086f78-f539-11e6-85d0-0f7870795abd

    Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com).

    Índice

    Canto Inicial

    La niña María

    Agua Negra

    Dicen que Dorita es Mala

    Miss Gay

    Espíritu Cubano

    Hombres

    La Glorieta

    Canto Final

    Roxana

    Agradecimientos

    para Norma

    Canto Inicial

    Yo soy puta. La multitud de hombres que he conocido invade mis recuerdos, todavía logro distinguir los detalles de sus cuerpos, estoy llamando sus nombres. Me desnudo frente a ellos. Como las moléculas de agua mantienen la memoria de lugares pasados, las células de mi cuerpo se abandonan a nuevos placeres gritando al recuerdo de momentos vividos.

    La verdad es que necesito pedir disculpas.

    A cada respiro de mi corazón desfilan los rostros de aquellos a los que debo invocar el perdón. Madre, padre, hermanos. Mi amor por ustedes es infinito y sin embargo les he hecho sufrir. El desprecio hacia mí se convirtió en desprecio hacia ustedes. Ahora sé que en lo íntimo de sus casas, los que me hirieron no son mejores que yo. Creyeron que destruyéndome habrían elevado su miserable condición. Pero se equivocaron. No soy una derrotada en busca de rescate. Es verdad que fuerzas ocultas han guiado mi vida a menudo sin que yo conociera el sentido, pero nada ni nadie ha sido capaz de arrastrarme al fondo del abismo hasta el punto de no regreso.

    Y ahora que puedo ver más allá de la pasión de los hombres, conozco toda la verdad, hasta la carga del mal olor de un perro que se pudre debajo del despiadado sol de los trópicos. Las existencias terrenas de mis detractores se relajan en la cálida luz del día como ramas de un árbol fuerte, pero cuando el sol se pone, sus vidas se mezclan en parcelas escondidas, como raíces que se hunden en el fango.

    No tengo nada para dejar en testamento. No poseo nada, aparte estas palabras que colman mi vida. Una vida de pasiones y miedos animales. Un juego de espejos, donde el destino mezcló con extrañas alquimias lo dicho y lo no dicho, lo oculto y lo ordinario, amor y sexo. Donde el dinero se convirtió en lágrimas y la religión en maldición.

    Soy puta como el sol es sol y la tierra es tierra, una, indivisible, indisoluble. Tengo miedo de comenzar mi historia, pero no puedo detenerme. Esta confesión podría costarme cara pero no moriré. No le temo a la muerte. Me atormenta solo el pensar que una prematura partida de este mundo privaría a mis hijos de una madre, emocionalmente inestable pero siempre madre; a mi padre de una hija que es el espejo deformado de una realidad que él hubiera querido perfecta y al género masculino de una amante sabia capaz de provocar la inmensurable felicidad de la carne.

    Dedico lo escrito a los trasgresores, a mis enemigos y a mis amigos, a mis vecinos que me han deshonrado, a aquellos que tienen un yo escondido y no saben sacarlo afuera, a los gay, sobre todo a ellos porque son más profundos sus sufrimientos.

    Espero que lo lean mis hijos y las personas con un corazón grande, porque sabrían darle un mayor sentido a mis palabras, convirtiéndolas en más bellas.

    Los psicólogos dirán que sufro de trastorno de la personalidad, tienen razón, pero aunque si me curaran a son de terapias no lograrían nunca cancelar lo que ya he vivido. Nadie me quita lo bailado.

    Es mejor que los poseídos y los maníacos no se detengan demasiado en los detalles de estas páginas sino que las deshojen distraídamente volando en las partes más picantes y cruentas, porque podrían precipitarse en ellos mismos hasta el grado cero de la animalidad.

    Finalmente doy las gracias a Yemayá, mi santa protectora, yo soy su agua imperfecta y ella la madre de todas las cosas. A ti Yemayá he confiado los hilos de plata que componen la trama de mi vida, téjelos con sabiduría como solo sabes hacer tú, ayúdame a superar los inevitables nudos, muéstrame como se conserva el precioso dibujo y enséñame a honrar cada santo día todo lo que se encuentra al sur de mi garganta.

    La niña María

    aprender

    Nací el 12 de enero de 1977 en Cienfuegos, un lugar del mundo donde hace siempre un calor bestial y que los turistas aman por sus playas blancas, las bellas mujeres, la música y la alegría, sin embargo la noche cubana que me vio venir al mundo tenía poco del calor tropical.

    Me llamo Roxana María y vi la luz en una fría noche caribeña, en una ciudad que habla de fuego a 251 km de la capital cubana. La epopeya de mi vida comienza la misma noche de mi nacimiento, aquel momento cargado de misterio en el que me asomaba tiernamente al mundo tenía ya todos los ingredientes que me habrían acompañado en mi existencia: rapidez, suerte e imprevisibilidad.

    En cada cumpleaños alguien de mi familia recuerda después de brindar el día en que nací.

    La historia comienza siempre en el mismo modo.

    Aquella noche después de una larga carrera en máquina mis padres subieron las escaleras que conducían al segundo piso del hospital. La enfermera de guardia sacudió la cabeza.

    - La sala está llena, lo siento mucho, no hay puesto - mi papá insistió y entonces ella elevó los brazos hacia el techo, era el tercer caso de urgencia en los últimos minutos, pero mi padre no se rindió, para su primogénito un lugar tenía que buscarlo.

    -Entonces compañero venga a ver con sus propios ojos que le estoy diciendo la verdad,- dijo la mujer suavemente pero con un tono más decidido.

    Mi madre pálida y sudada se acostó en una camilla abandonada en el pasillo.

    - Tengo frío Juan, - susurró temblando. A pesar del dolor tenía el rostro sereno, sin miedo. Recordaba su primer parto ocho años antes en el mismo hospital, la incertidumbre de la primera vez, el descubrimiento de un nuevo dolor, el más grande, el más antiguo. Esa vez era diferente, todo parecía más fácil, en el fondo de su corazón sentía que todo saldría bien. Su hija nacería sana, veía a mi padre agitarse.

    - Cálmate Juan, verás que Dios nos ayudará.

    Mi papá la miró con ternura, no tenía deseos de luchar contra el mundo, se quitó la chaqueta y la apoyó delicadamente sobre el vientre de su amada, se volteó y tomó la enfermera de un brazo.

    -¡Vamos por Dios! Verás que una cama aparece para mi hijo en este maldito hospital.

    -Será una hembra Juan, - lo corrigió mi madre con un hilo de voz.

    El retrato de Che Guevara colgado sobre la puerta vio una negra gorda de brazos con un blanco flaco alejarse rápidamente por todo el pasillo. Mi madre abandonada en una camilla, sentía que se estaba acercando el momento del parto, miró la ventana abierta que daba al estacionamiento del hospital como pidiendo una ayuda del cielo, la chaqueta ofrecida del marido con tanto cuidado un instante antes le resbaló hacia el piso, de lejos llegó una música, tal vez en el barrio había una fiesta, qué día era de la semana nadie se acuerda, pero ¿qué importa? en Cuba se hace fiesta todos los días. Mi padre y la enfermera eran dos siluetas bajo la luz eléctrica, se movían rápidamente sobre el piso pulido deteniéndose delante de los cuartos, uno estiraba el cuello y la otra negaba con la cabeza, parecían dos bailarines cansados que se pisaban los pies mientras tanto el tiempo pasaba y las contracciones se hacían siempre más fuertes.

    Vine a la luz sobre una camilla en una noche fría en un país donde hace siempre calor, recibida por la auxiliar de limpieza, improvisada obstétrica que oyendo los gemidos de mi madre soltó la escoba y el trapeador para ver qué estaba sucediendo.

    Quizás a hacerme nacer fue el lejano ritmo rumbero, o tal vez las ganas de sorprender al mundo, de hecho está que no me formalicé para nada. Si Jesús se dignó a nacer en un establo, ¿por qué no podía conformarme yo con una camilla al lado de una escalera? La limpia pisos no creía en sus ojos, había visto nacer a todos sus hermanos pero no había asistido nunca a un nacimiento tan prodigioso.

    -¡Prepárate pá lo que viene!, - le dijo a mi mamá -esta chiquilla sabe ya lo que quiere, es una fuerza de la naturaleza.

    Dos ojos grandes abiertos, cabello con cerquillo como si alguien me lo hubiese cortado en el más allá, así comenzó mi existencia en esta tierra, con un prepárate pá lo que viene, y si es verdad que la vida es el arte del encuentro, la suerte conmigo se mostró generosa desde mi primer día.

    Tenía solo pocas horas de nacida cuando recibí una mordida de una enfermera, una mordida en plena regla con dientes y todo. Pobrecita, no logró explicar el por qué de tal gesto. Dijo solo que se había sentido atraída de aquel lugar que la mayor parte del tiempo escondemos entre las piernas. Una fruta jugosa y dulce, que sabe atraer como las flores a las abejas. Sí, pero ella era una enfermera encargada de mi seguridad y yo una recién nacida inocente e indefensa. Y pensar que hasta ese momento, la honesta trabajadora se había hecho notar por su profesionalidad. Los adultos se agitaban sobre mi cuna, no sé por qué, la única ofendida debí haber sido yo pero no recuerdo de haber probado algún resentimiento hacia aquella mujer, al contrario, pensé que si ese lugar hacía hablar tanto de sí mismo en ese tiempo, algo de bueno debería tener. Esa mordida era solo una inesperada bendición.

    Toda esa serie de eventos, el parto en la camilla, la auxiliar de limpieza y su profecía, y por último la mordida de la enfermera, debieron haber producido en mi madre una vaga confusión. Cuando le dieron la hoja en la cual escribiría mi nombre, al lado de la fecha de nacimiento y del peso al nacer apareció un nombre desfigurado, nunca antes oído y aún más desgraciado si se asociaba a una niña dulce y graciosa. Un nombre que conservaba del original sólo un par de vocales y la inicial. La encargada del registro no le prestó mucha atención al hecho pues en Cuba es normal encontrar nombres extraños porque los cubanos somos grandes artistas en componer nombres. Por la calle los Reynaldos, Ernestos y Julios, nombres de la vieja guardia, se cruzan con las miradas de las Yandris, Odelisis, o con las Yunisleidis.

    En mi caso corrí el riesgo de llamarme Rosasa para toda la vida en lugar de Roxana, con un nombre así las cosas habrían sido seguramente diferente porque en el nombre ya está escrito un pedacito del destino de una persona. Tal vez habría terminado lavando platos en alguna cocina apestosa de La Habana o confeccionando tabacos sobre las piernas sudadas diez horas al día.

    - Rosasa la guasasa - me gritaba mi hermano para hacerme enojar, y pensándolo bien no hubiera sido un gran problema llamarme como un insecto, imagino que angustia para mi pobre madre tener que recordar ese descuido cada vez que me llamaba: -Rosasa por favor cierra la puerta, - me habría dicho; -¡Si mima! - habría respondido yo con mi vocecita. -¡Ay que tonta soy!- habría pensado ella desconsolada. Quizás nada de eso hubiera sucedido. Quizás para esconder su imprecisión ortográfica, habría terminado abreviando Rosasa en Rosa.

    Rosa Villar, un poco anticuado, pero digno. Como una tía vieja de mi papá que se había quedado solterona por una desilusión de amor cuando era muy joven. Había dedicado la primera parte de su vida recordando su amor infeliz, y la segunda parte tratando de olvidarlo. No mencionaba nunca el nombre de su amado-odiado, lo llamaba simplemente su accidente, decidió no desear nunca más un hombre y así fue. Todos los parientes por la parte de mi padre son tercos. Cuando deciden algo, eso es. Quién sabe si con ese nombre yo también me habría quedado solterona. ¡Qué horror!

    Por suerte el riesgo fue evitado por mi papá que montado en su Berjovina rusa se precipitó en el Registro Civil de Cienfuegos para cambiar el nombre. Su primogénita tendría el nombre que tenía que tener, o él no se llamaba más Juan Villar.

    La Berjovina rusa era uno de los grandes amores de mi papá. Por mucho tiempo estuvo en el tercer lugar de la escala de su corazón, después de su esposa y de los gallos de pelea. La Berjovina era como mi abuelo cuando dormía, hacía un ruido impresionante.

    Cada día temprano en la mañana, mientras mi hermano y yo nos preparábamos para ir a la escuela, mi papá abría las puertas del garaje, ponía cuidadosamente las manos sobre el timón, se extendía sobre el tanque de gasolina como si quisiera abrazarlo y empujaba con suavidad su Berjovina fuera en la calle. A veces pasaba con un gesto tierno una mano sobre el tanque metálico, con la misma mano se acariciaba el cabello hasta el cuello. Lo había visto en una película americana hacía años y le había gustado. Sucedía a menudo que al primer acelerón de la Berjovina, el perro del vecino se escapaba y comenzaba a correr ladrando como loco tras la motocicleta.

    -¡Ay, perro de mierda!- gritaba mi hermano, corriendo detrás de Rulfo con la intención de detenerlo.

    -¡Ay, perro maldito!- decía yo corriendo a poca distancia de mi hermano para controlar que no se hiciera daño. Mi papá nunca se daba cuenta de lo que sucedía, debido al ruido del motor y del polvo que se levantaba en la calle. Cuando pasaba la última casa en fondo, la motocicleta giraba a la derecha y desaparecía después de la curva, entonces el perro se detenía en seco, dejaba de ladrar y se volteaba amenazante en nuestra dirección. Mi tío Miguel Ángel que vivía a dos casas de la nuestra, contemplaba el espectáculo cada mañana. Quién sabe cuántas carcajadas viendo un perro perseguido por dos niños y un momento después, dos niños perseguidos por un perro.

    Los recuerdos de mi infancia son muchos. Soy la segunda hija de mi mamá y la primera de mi papá. Cuando yo nací ya estaba mi hermana Yanly y dos años después de mi llegada, nació Joan Manuel, el único varón de la familia. En mi familia somos todos unos personajes. Las personas que se sienten normales, piensan que ninguno de nosotros lo sea. Para la gente de mi pueblo nosotros no somos normales, o por lo menos, no somos como ellos. Pero, ¿qué es la normalidad?, una regla inventada por los que no tienen fantasía . Pues bien, nosotros los hermanos Villar Fernández de las reglas de la sociedad nos ha siempre importado un carajo. Se quema mi familia, se dice en Cuba.

    Con mi hermana Yanly nunca jugué a las casitas, nunca me acompañó a la escuela, nunca vivimos juntas, sin embargo sabía que ella existía, eso no lo olvidé ni por un solo instante. Cuando alguien me pregunta -¿Cómo está tu hermanastra? - yo me ofendo con esa palabra, porque Yanly es mi hermana, punto. Se formó en el mismo vientre y se nutrió de la misma leche, aunque no nos parezcamos ni un poco. Estoy segura que a ella le tocó la leche entera de alta calidad porque creció y se convirtió en una mujer fuerte y ambiciosa. A mí seguramente debe haberme tocado la parcialmente desnatada, buena para la dieta, pero si no añades un poco de azúcar, chocolate u otros ingredientes, no sabe a nada.

    Yanly se babea cuando ve una mujer linda, le gustan los botines masculinos y los relojes grandes. Esta mujer no le teme a nada porque se hizo camino sola. Comenzó a formar parte de mi vida solo cuando yo me fui de la casa. Nos acercamos en el momento que yo me alejaba de la misma familia de la cual ella nunca había formado parte. Esa distancia nos acercó.

    En su infancia existía solo una abuela y una gran sensación de abandono. Por mi parte, nunca me pregunté el por qué una hermana no vivía bajo nuestro mismo techo y no tenía un papá que se ocupara de ella. Tiene ocho años más que yo.

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