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Lee-Zejí, La Flor Mágica
Lee-Zejí, La Flor Mágica
Lee-Zejí, La Flor Mágica
Libro electrónico434 páginas7 horas

Lee-Zejí, La Flor Mágica

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El autor nos lleva de la mano a conocer la vida de un artista plstico al que desde nio estigmatizaron dicindole que naci marcado. En la bsqueda de sta seal, desde su ms tierna infancia, se le presentan una serie de fenmenos mgicos y personajes extraos que lo acompaaran llevndolo por sitios y lugares fantsticos, caminando siempre en los senderos de lo oculto, en el filo de lo real y lo irreal.
En un periodo lgido de su vida, se entera que su alma no es de esta poca, que viene de muy lejos en el tiempo y en la distancia y ha pasado por muchas vidas, para encontrarse ahora con su su gran amor con quien debe cerrar el ciclo Krmico, una Princesa a la que conoci en medio de un mundo maravillosamente fantstico, all en la zona del mundo donde las cumbres de las montaas acarician el cielo. En todo su camino es acompaado por la presencia mgica de las flores eternas, las embelesadoras y deliciosamente perfumadas lee-zejes.
Si la reencarnacin existe, lo narrado ac fue real, sino, ser una novela extraamente mgica.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento20 feb 2013
ISBN9781463335786
Lee-Zejí, La Flor Mágica
Autor

Miguel Ángel Minutti Díaz

MIGUEL ÁNGEL MINUTTI DÍAZ. Nacido en la Ciudad de Puebla, México, el día 11 de enero de 1944. Arquitecto, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Por un tiempo se dedicó a la docencia universitaria en algunas instituciones de estudios superiores de su estado natal y a la fecha, ha realizado varios estudios de posgrado. Su interés por el arte ha sido intenso no solo en el ejercicio de su profesión. Ha tomado diversos diplomados: Apreciación Artística, Arte, Fotógrafo, Artista Pictórico, maneja el óleo y el pastel. Actividades a las que se ha dedicado. Su inquietud lo llevó a incursionar en la literatura. Participó en el III certamen de cuento “El Viejo y la Mar”, auspiciado por la Secretaria de Marina Armada de México, con la obra “Tulí”, en el que resultó ganador del primer lugar. En su escritura maneja el realismo mágico de manera muy interesante y descriptiva. Son obras suyas: “Isaura Victoria”, “Lee-Zejí, La Flor Mágica”, “La Víbora y la Piña”, “La Magia del Cuento” entre otras.

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    Lee-Zejí, La Flor Mágica - Miguel Ángel Minutti Díaz

    Lee-zejí,

    La Flor Mágica

    Miguel Ángel Minutti Díaz

    Copyright © 2013 por Miguel Ángel Minutti Díaz.

    03-2012-060513560600 Registro Público de Derechos de Autor, México.

    Número de Control de la Biblioteca del

    Congreso de EE. UU.:         2012913284

    ISBN:   Tapa Blanda            978-1-4633-3579-3

    ISBN:   Libro Electrónico   978-1-4633-3578-6

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Esta obra aunque se imprima y distribuya en los Estados Unidos, nació en México.

    Fecha de revisión: 18/02/2013

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    420595

    Índice

    I A Manera de Introducción

    II Primera Charla

    III Segunda Charla La Filocatenae

    IV Tercera Charla Ítala

    V Cuarta Charla Los Libros

    VI Quinta Charla La Bola de Cristal

    VII Sexta Charla La hacienda

    VIII Séptima Charla Los Sueños

    IX Octava Charla Hârimâ

    X Novena Charla Don Pepe

    XI Décima Charla Gilda

    XII Undécima Charla El Milagro

    XIII Décimo Segunda Charla El túnel

    XIV Décima Tercera Charla La batalla Final

    XV Epílogo

    Basada en hechos reales.

    Si la reencarnación existe, lo narrado acá fue real.

    Si no, habrá sido una narración extrañamente mágica.

    Con el más grande amor y respeto para los que han sido los pilares de mi vida entera

    Tita y Güicho

    Mis padres

    Maru, Monika, María, Erika y Luis Miguel

    Y los preciosos chiquillos que los acompañan, mis nietos.

    I

    A Manera de Introducción

    El Notario Público dio lectura al testamento de quien en vida fue un gran artista plástico muy reconocido. En ese instrumento legal se repartían muchas propiedades entre los cuatro hijos, así como el dinero de las cuentas bancarias.

    A su único nieto, además de dinero, le dejó por herencia lo que había considerado que tenía más valor: su precioso centro de trabajo, un edificio compuesto de tres partes: La biblioteca, con un acervo de más de cuatro mil volúmenes, que contenía colecciones de arte, novelas, obras de fauna y vida al aire libre, varias enciclopedias y una amplia colección sobre ciencias ocultas, tema que había sido la pasión de su abuelo. Estos libros los conservaba a buen resguardo en anaqueles aparte, porque entre ellos había algunos grimorios y su lectura era peligrosa para aquéllos que no fuesen iniciados. El segundo cuerpo y a manera de vestíbulo, se encontraba la sala de exposición de pinturas y esculturas que su abuelo había diseñado a detalle, con los paneles de exposición de obras pictóricas y bases adecuadas para exhibir las esculturas. Espacio con un estilo marcadamente hindú que era muy de su gusto y que hasta en su obra reflejó. Dos de las mejores obras del abuelo lucían en los paneles principales: un paisaje muy grande en el que pintó un bosque, el remanso de un serpenteante arroyo que sale de una cascada y, un angosto sendero que se interna en el bosque con una gran variedad de árboles, matas y muchas flores que el joven no conocía. Una de éstas destacaba por su hermosura, era blanca y esbelta, y quizá recordaba a una silueta femenina. Al fondo de este espléndido paisaje, las tenues líneas de una cordillera en la que se hacía presente la altura de las montañas. De ese lienzo se despedía un ambiente de gran serenidad y paz, hasta se podría respirar lo limpio de su aire. En otro muro, colgado a media pared y como único cuadro, resaltaba la pintura de un águila real en vuelo. La gran ave muestra en el lienzo sus alas a medio batir, con elegancia y majestuosidad. Tiene la mirada muy dura y penetrante y su poderoso pico ligeramente abierto. Al frente y en postura de defensa, la rapaz enseña sus temibles y aceradas garras; en ellas sostiene un lienzo con una figura femenina insinuada, tenue como niebla matinal. El conjunto inspira miedo de tan solo verlo, por la ferocidad de la cabeza del animal. El cielo está pintado de manera muy dramática, turbulentos nubarrones intentan cubrir al ave. Sin duda el abuelo cuando realizó esta obra, traía el alma atormentada. Contrario al del paisaje que inspira paz, éste contagia temor.

    Su autor se negó siempre a venderlas. Estas obras figuraron en muchas muestras de arte y varias exposiciones. Le fue ofrecido un precio muy elevado por ellas y él con sutileza decía:

    -Gracias, esos cuadros por el momento no están a la venta.

    Esgrimía como argumento que en esas obras estaba la historia de su vida. Nunca nadie entendió el porqué de tan extraña afirmación. Ahora ambos lienzos eran propiedad del nieto que decidió conservarlos en su poder. No quería deshacerse de algo que su abuelo juzgó como muy valioso y personal; él mismo las había contemplado lleno de embeleso desde que era niño. Jamás entendió como es que un paisaje y un águila pudieron representar la vida del autor, simplemente tal afirmación no tenía sentido.

    Completaba al edificio como tercer cuerpo el taller de pintura, en el había todos los aditamentos necesarios para que pudiesen trabajar ahí varios artistas a la vez: mesas, caballetes de varios tamaños, tubos de pinturas, pinceles y demás materiales necesarios; muebles de archivo y anaqueles con los utensilios propios para la creación artística. Ahora el nieto continuaría con su propia labor, había concluido sus estudios en la escuela de Artes Plásticas.

    Ninguno de los herederos manifestó disgusto alguno por el reparto de los bienes de su padre y menos el nieto que, a pesar del dolor, quedó muy agradecido con el obsequio. Nadie más de la familia apreciaría ese edificio tanto como él.

    En los últimos días del existir del artista, su nieto había sido su única compañía. El viejo murió unos instantes antes de que él llegara al parque ese día para llevarlo de regreso a casa. Al medio día, debió entrar el equinoccio de primavera. El abuelo aparentaba descansar sentado en la banca que solía ocupar al pie de su árbol favorito, un robusto y saludable pino. No reposaba, ya había partido. En su rostro tenía una enorme sonrisa y una expresión de gran satisfacción. Le decía a su nieto con frecuencia que el día llegaría pronto y que no debía ponerse triste porque siempre lo acompañaría y constantemente le repetía:

    Despídeme con un mohín de satisfacción cuando te digan que me he ido, porque cuando nací, Morena, mi madre, me sonrió con cariño al acunarme en sus brazos y si ella me recibió así, con alegría debes verme partir. No me hagas pompas fúnebres ni me metas en una tumba para que no tengas que llevar flores a una fría lápida. Incinérame y esparce mis cenizas en una laguna. Hijo: Nací libre y así quiero permanecer.

    El joven recordaba las palabras de él con mucho cariño y en más de una ocasión lo hizo prometerle que acataría sus deseos.

    Llegado el momento estos deseos se cumplieron tal cual. Todos los familiares trataron de que no hubiera lágrimas a pesar de que fue difícil contenerlas y como él les dijera, Quizá no merezca lágrimas, piensen prefiero dejar tras de mí, mil sonrisas. Y siguiendo sus instrucciones tampoco hubo servicios funerarios religiosos ni se mandó labrar una lápida con su nombre. Él amó mucho a las flores y no las quería en su tumba, dijo que eran el símbolo de la vida y no compañeras de la muerte. Sus cenizas fueron esparcidas en una laguna en la que un viento suave y fresco se dejaba sentir, como en el pueblo donde nació el abuelo, al pie del gran volcán.

    En un mueble de la biblioteca y bajo llave, el nieto sacó un estuche, que por respeto a la intimidad del anciano el joven nunca tocó ni preguntó por su contenido. Era una gran caja de madera de teka hermosamente labrada, con incrustaciones en oro y marquetería, motivos de corte oriental por demás raros y extraños. Ahora con él en las manos y con un cierto temor, tomó asiento y se dispuso a abrirlo y conocer su contenido. Ese objeto había sido de la total intimidad de su abuelo y el nieto sentía que al ver el interior, quizá profanaba un gran secreto.

    Con respeto y veneración, porque despertaba mucho su curiosidad, levantó la tapa y dentro encontró un pliego de papel doblado cuidadosamente, lo abrió y vio que era un dibujo a lápiz muy bien hecho de lo que fue la obra maestra del pintor, el bosque y el río. Boceto que seguramente antecedió a la pintura al óleo sobre el lienzo de enormes proporciones. En esta preciosa obra el abuelo escribió un título: Hârimâ… desde el más allá. El joven no entendió el porqué de ese extraño nombre. Al fondo del dibujo y finamente trazados, se insinuaban los picos de una elevada cordillera eternamente nevada. En el cielo y dibujada con toda claridad un águila en vuelo frontal. En el sendero cerca del arroyo, las huellas dejadas por un reptil enorme al serpentear en bandas continuas horizontales y ondulantes y, sobre una elevada roca, en pose de acecho, un gran leopardo de las nieves de enorme y abultada cola anillada. Lo que más destacaba de este animal eran sus ojos que miraban atentos y vigilantes, en los que se veía una fiereza muy bien lograda. Estaba trazado todo con la maestría y las líneas firmes que caracterizaban la obra del artista. El chico no había visto antes ese dibujo y a partir de ese momento pasó a ser su preferido. Le extrañó que en la pintura final, la que engalanaba la sala de exposición, no figuraran esos animales ni las huellas en el sendero y que en el lienzo si luciera la extraña y bella flor que en el boceto no veía. Pensó que seguramente el abuelo había coqueteado con la idea de pintarlos y de último momento decidió no hacerlo. No encontró una mejor explicación.

    Sacó de la caja el otro objeto misterioso: un grueso libro delicadamente encuadernado, escrito a mano con aquella bella escritura llena de alamares que su abuelo usaba. Con mucha curiosidad el chico empezó a leer:

    ***La Princesa Himâ***

    "Hoy, como todos los días, mi nieto me dejó en el parque al filo del medio día, en la banca en la que me gusta tomar el sol y más cuando se acerca la primavera -decía la clara letra elegantemente dibujada-. Mi memoria no ha sido muy buena. Ocasionalmente me llegan recuerdos de todo lo que fue mi vida y como destellos luminosos aparecen escenas desde que era yo un niño travieso, el consentido de mi madre, Morena, a la que amé con toda la intensidad que es capaz de amar un chiquitín.

    Aquí sentado en esta banca, en este rincón del hermoso parque al pie de ese elevado pino al que considero mi amigo y que tan buena sombra me da, estos últimos días he entablado grandes pláticas con una linda joven de origen hindú que acá conocí. Su nombre es Himâ y con ella empecé a hablar sobre mi vida. Escribo ahora todo lo que con ella platiqué para que mis palabras no queden en el olvido. Mi memoria me puede jugar una mala pasada y por eso he decidido dejar en este manuscrito, lo que hablamos en nuestras entrevistas a manera de narraciones, porque así fueron las charlas con ella y temo mucho que mis recuerdos se pierdan. He sentido que desde que conversamos, mi mente se ha rejuvenecido y no deseo que se pierda ese mágico existir de mi vida. Mi biografía artística está muy documentada y mi obra pictórica es de sobra conocida. Lo que con la joven charlé y que acá narro, fue mi pasión: el estudio del fenómeno paranormal, del ocultismo y de las vidas pasadas o futuras, de mi mundo mágico y que hasta ahora muy pocos conocen.

    Siempre fue mi deseo escribir acerca de tantas situaciones y aventuras extrañas de mi vida y sin embargo nunca antes lo hice. La inocente amistad de Himâ, me ha empujado a tomar la pluma y plasmar aquellos episodios. Lo hago como si yo hubiese sido un testigo que vio el acontecer de los hechos de su propia vida y se atrevió a narrar la de otro.

    A lo largo de mi existir, fui un asombrado espectador de tantos mágicos acontecimientos. Aún ahora, tras muchos años de brega y en el ocaso de mi vida, no logro asimilar lo que pasó. La tenue línea que en mi memoria separa los sueños de los recuerdos y a veces confunde a mi realidad y a mi existencia misma. Si la reencarnación existe, lo narrado acá fue real y si no, habrá sido una aventura extrañamente mágica".

    Así inició el joven la lectura de aquel manuscrito que contenía las charlas que su abuelo sostuvo con Himâ. Él la describió como una hermosa joven de origen hindú que le hizo compañía en el parque varios días. Eso estaba escrito en aquel libro empastado en piel y que en su portada tenía, en medio de extraños símbolos mágicos, las figuras de tres animales exquisitamente cincelados: un águila, una serpiente y un leopardo de las nieves.

    II

    Primera Charla

    Esa tibia mañana de mediados del mes abril –así empezaba la narración el abuelo en su manuscrito- en el parque, un joven vestido con ropa deportiva paseaba con su abuelo quien para sostenerse mejor y dar seguridad a sus pasos, se ayudaba de un bastón con un remate de cuatro extraños soportes: una garra de águila, la pata de un gran felino, el crótalo de una serpiente y un pedazo de trapo envolviendo una bola de cristal. Las figuras, según decía él, eran símbolos mágicos.

    El anciano caminaba lento arrastrando los pies. Atrás en su vida habían quedado la gallardía y la rapidez de su andar. La fuerza de sus brazos ahora era casi nula y sin embargo, en los días de su juventud con ellos manejó a los martillos y cinceles, a los pinceles, a los dibujos, a los colores y a las formas que por tantos años plasmó en piedras, lienzos y papeles porque así fue como expresó su arte. Con ellos logró que su espíritu hablara.

    El abuelo de joven, fue muy parlanchín y ahora que era un anciano había llegado el momento de callar. Él habló por muchos años y ahora con avanzada edad que tenía debía mostrar sabiduría y cordura porque… el tiempo de recordar y guardar silencio ha llegado -repetía con mucha insistencia-. De su padre aprendió que es mejor no abrir la boca, a decir una tontera.

    Los días transcurrían con él ensimismado, siguiendo sus silenciosos pensamientos y recuerdos que lo llevaban al pasado, a tantas aventuras vividas, a tantas creaciones artísticas, a sus pinturas, a sus dibujos y sus esculturas; traían a su mente a muchos de sus amigos que ya habían partido de este mundo. Dice que desde hace mil años se siente muy solo porque todos están ahora en donde deben estar y que él pronto les hará compañía.

    Con una seña leve, el abuelo indicó al joven que lo ayudara a sentarse en una banca de aquel hermoso parque, bajo la sombra de los altos y frondosos pinos donde dice que un viento fresco acaricia su rostro y le da paz y tranquilidad.. Ahí el trinar de los pájaros es muy claro, musical y lleno de libertad. Los ruidos propios de la gran ciudad en medio de tanta vegetación desaparecen.

    El aire en ese lugar del parque es fresco como el de las altas montañas y mece a los altos pinos haciendo bailar a su sombra. Nadie de los que antes llevaron al abuelo a tomar el sol entendió nunca que quería decir con eso porque el anciano jamás practicó el alpinismo, no subió nunca a ningún monte alto pues prefería la selva y el bosque a la montaña. Huía siempre del frío, y sin embargo constantemente insistía en que ese aire fresco era como el que descendía de las elevadas cimas, las que mencionaba con mucha frecuencia.

    En sus fantasías el abuelo añora la rara belleza de esas alturas, lo puro y nítido de su atmósfera, lo cristalino de las aguas de los arroyos que bajan de las cumbres y que vierten sus torrentes a los valles a los pies de la cordillera. Él siempre describe ese paisaje con mucha viveza. Realmente quien escuche su narración podrá ver en su mente a aquellos lares.

    Su nieto lo dejó con las recomendaciones pertinentes que le daba día con día. El abuelo había sido su maestro, amigo y mentor. El joven, para ejercitar su esbelto cuerpo, siguió el sendero marcado en el pavimento, hasta completar la distancia que tenía por costumbre trotar diariamente.

    El abuelo se acomodó en un extremo de la banca -decía el manuscrito- con el extraño bastón de cuatro puntas entre las piernas; jugueteó con él, con sus pensamientos y recuerdos. Dejó caer la cabeza sobre su pecho, en la postura que toma la gente de edad, sumido en el extraño sopor de los que ya están en espera… Así como estaba, expectante y pensativo, sentado e inmóvil, no sintió la presencia de una joven que silenciosamente tomó asiento en la misma banca. Vestía a la antigua usanza hindú: un sari blanco, confeccionado en seda muy fina y que la cubría totalmente. Una elaborada diadema de oro con joyas colgantes detenía el transparente velo a su negra cabellera. La más grande de las joyas, un gran rubí rojo como la sangre, colgaba hacia adelante como distinguido adorno en su frente. El raro color de piel morena-olivácea de esta mujer, con la vestimenta y el velo blanco, la hacían lucir más bella aún. Lo enorme y rasgado de sus ojos destacaba más la rara hermosura de su rostro. Entre sus manos la joven sostenía una hermosa y aromática flor blanca muy estilizada, quizá alguna variedad de orquídea, que recordaba vagamente al cuerpo de una danzarina y que esparció en el aire un delicioso perfume.

    La joven permaneció al lado del anciano muy quieta, sin atreverse a interrumpir sus profundas cavilaciones. Con ella llegaron al sitio varias mariposas de alas muy blancas, más grandes que una mano abierta y que con su presencia hicieron resaltar la belleza de la chica. Alguna de ellas se atrevió a volar sobre la cabeza del anciano; otra más se posó en la arrugada mano que sujetaba el bastón. Fue entonces que él se percató que no estaba solo en la banca. Volteó y de manera inquisitiva la recorrió con los ojos muy abiertos, asombrado por la belleza de aquella extraña doncella que vestía como hindú y se hacía acompañar de mariposas de enormes alas blancas. Con curiosidad el anciano inició la charla:

    -Buenos días -saludó- la mañana luce espléndida y fresca. Con el respeto que merece una joven tan bella como tú, déjame decirte que eres igual a una princesa que conocí hace muchos años y quién no he logrado sacar de mis recuerdos. Ella solía vestir con un sari blanco semejante al tuyo y usaba la diadema con la joya color de sangre igual a la que luces en la frente. Varias veces la vi juguetear con una flor como esa que está entre tus dedos y moverla tal como lo haces tú. ¡Ahh! –Suspiró el abuelo-. De verte, me parece tenerla ante mis ojos otra vez.

    La joven lo miró con extrañeza y curiosidad. Cuando ella llegó, él parecía estar dormido, con la cabeza reclinada sobre el pecho y las manos en el bastón. Ella no emitió un solo sonido, permaneció inmóvil, ningún músculo de su rostro se movió. Lo miraba en silencio. Sus delicadas y bellas manos, jugueteaban nerviosamente con la esbelta y extraña flor.

    -¿Entiendes mi idioma? –Preguntó el abuelo-. Pareces extranjera. Según sé, por la India, allá en las aldeas situadas al norte, al pie de las altas montañas donde el aire es igual de fresco que acá, ese atuendo blanco lo usan las mujeres en señal de luto. Ocasionalmente y solo en algunas regiones, es usado por chicas solteras y nobles.

    La joven pasó ligeramente la flor sobre una de sus mejillas con el único fin de esconder su rubor y respondió:

    -Hablo tu lengua. Desde hace algunos años, vivo en tu país con mi familia. Visto así porque esa es la costumbre de donde soy nativa: una villa ubicada al píe del Himalaya, las gran cordillera, allá donde se yergue majestuosa la montaña madre, muy al norte de la India ¿Has oído hablar de esos picos tan altos que los nombran el techo del mundo? En mi pueblo natal, algunas veces usamos el sari blanco las mujeres solteras. También es señal del luto que guardo por la muerte de mi madre. A mí me gusta mucho este sari y su color ¿A ti no?

    -Sí -respondió el abuelo-. Sé dónde está esa cordillera y como es la gente de por allá. Desde luego que me gusta tu vestido blanco como la nieve de las montañas, te hace lucir muy hermosa. Me gusta la diadema que sujeta tu velo y el pendiente que de ella cuelga y más me agradan esas sandalias doradas que calzas muchacha. Ese es un trabajo artesanal muy fino. Vienes de muy lejos ¿Qué hizo que llegaras a México?

    -Mi familia fue expatriada, mi padre era el gobernante -respondió la joven-. En mi pueblo natal hubo muchas dificultades religiosas, revueltas entre unos bandos y otros… Uno de ellos, enemigo de mi papá, se alzó con el poder en la región y fuimos expulsados. Pudieron darnos muerte mas no lo hicieron. Por eso nos asilamos en México. Aquí la gente no es perturbada por sus creencias religiosas o por el color de la piel y eso nos dejó tranquilos.

    El anciano sonrió mirándola con mucha curiosidad y ternura, la joven lucia tan linda… Extendió su brazo y se atrevió a acariciar el juvenil rostro de ella. Las mariposas blancas de alas enormes que estaban posadas en el hombro y en su cabeza, confundiendo su albeo color con el de su traje, levantaron el vuelo presurosas. La que se había posado en la mano del abuelo, no voló cuando éste acarició aquel rostro que le parecía tan familiar. Ella cerró los ojos y respondió a la caricia con un ligero sonrojo.

    -Dices que mi rostro te es familiar -dijo llena de rubor, aceptando sin oponer resistencia aquella repentina caricia- Es extraño, porque soy la única mujer en mi familia, mi madre murió allá en la aldea durante las revueltas.

    -Sí, te repito que eres muy parecida a la princesa que conocí hace muchos años, tantos que no recuerdo bien cuantos. ¡Oh sí! Aquélla fue una etapa fascinante llena de magia y misterio.

    Ella bajó su mirada y llena de rubor se atrevió a pedir al anciano:

    -¿Me puedes platicar de esa princesa? Debe ser muy interesante porque te hizo emitir un suspiro muy profundo cuando acariciaste mi mejilla.

    -En realidad fueron muchas historias entrelazadas, eslabones engarzados de una cadena, que me llevaron a un final inexplicable –respondió el abuelo- tantas que nunca sabré con exactitud cuáles fueron reales, cómo o cuando fue que empezó la fantasía mezclada con la magia. ¿Acaso todo aquello fue solo un sueño interminable provocado por el aroma embriagador de unas flores semejantes a la que en tus manos sostienes? Los años han hecho que haya perdido un poco la congruencia de mis recuerdos. A veces de tanto pensar en ellos me confundo más. Mi vida entera ha estado tan llena de misterios y de magia…

    -Cuéntamelas -dijo ella con entusiasmo- y con un delicado gesto sin dejar a un lado la flor, en señal de cariñoso respeto, colocó sus manos bajo la del anciano que servía de base a la mariposa de enormes alas blancas y brillantes como la plata.

    -Te las contaré, así sabrás porque eres tan parecida a la imagen que guardo de la joven de mis fantasiosos recuerdos. Dime ¿Crees en la magia? Porque si crees en ella, podrás entender más fácilmente mi narración. No bastará una sesión para narrar lo ocurrido porque a esta edad ya no hablo mucho ni lo hago de prisa ¿Estarás dispuesta a venir al parque en varias ocasiones?

    -Con gusto vendré. Desde luego que creo en la magia, hay poderes del más allá que nos gobiernan -respondió la joven, se acomodó y preparó a escuchar- y por el tiempo que te lleve platicarme tu vida entera, no te preocupes…

    -Siendo así te la contaré. Lo que escucharás está tan lleno de magia que podrá parecerte increíble, pero fue verdad, pon atención:

    Nací en un invierno que fue muy crudo -así inició su fantástico relato el abuelo, comenzando desde su niñez, en medio de profundos suspiros llenos de añoranza-. Mi madrina, la tía Cea, me dijo que nunca en su vida había sentido tanto frío. Ella ayudó a mi mamá con el parto, allá en el rancho de mi padre. Me dijeron que nací de nalgas. No sé si esa era la marca que mi tía Carlota, la hermana de mi madre, insistía que yo tenía. Mi mamá no me dio de mamar. Utilizaron los servicios de una paisana como mi nodriza. Fue de ella de quien recibí mis primeros alimentos.

    En aquel hermoso valle vigilado por el gran volcán casi tan alto como las montañas de tu tierra natal, el ulular del viento al mecer de un lado a otro a las casuarinas y a los pinos, aquellos hermosos árboles que a mi papá tanto le gustaban y que marcaban el límite de la casa paterna, nos indicaba que el medio día había llegado sobre todo en los meses más calurosos, a mitad del verano. Ese viento es muy fresco, viene del sur, como éste que sentimos ahora y que parece que baja de las montañas y llena todo de vida y verdor. Así ha sido siempre allá y así será. El sonido que produce el aire al desplazarse es parte de mí, de mi niñez. Cuando lo escucho, esos recuerdos se agolpan en mi mente. Me es difícil decirte qué edad habré tenido desde que empiezan a llegar a mi memoria escenas congruentes, quizá tres o cuatro años de edad ¡Imagínate…! Yo veía a mi madre recargada en una ventana, tan joven, linda y llena de vida. Para mí ella era la representación viva del amor, del cariño y de la ternura. Tal vez yo no rebasaba los cuatro años de edad. Aquella mañana yo estaba vestido de pantaloncillos cortos, arriba de mis sucias rodillas y jugaba en la tierra del jardín de la casa paterna con algo que tal vez fue un carrito que arrastraba por el piso. Tú sabes -aclaró el abuelo- lo que puede hacer con sus pensamientos e imaginación un niño. La mente infantil hace que cualquier objeto sea el más maravilloso de los juguetes. Jugaba sentado en el piso dándole la espalda a la puerta de entrada al solar. Muy entretenida mi madre veía mi juego, quizás asombrada de la gran fantasía que yo desbordaba llevando mi carrito de un lado a otro en medio de tanto polvo. Atrás de mí una gran planta me cobijaba con su sombra, seguramente era una poinsetia, a las que también mi padre adoraba. Esta mata ocultaba a los ojos de mi mamá la entrada de la casa. Alguien tocó a la puerta y ella se estiró para ver quién era y no lo logró, a pesar de estar más de medio cuerpo por encima del piso en donde yo abstraído jalaba mi juguete, la tupida mata llena de grandes hojas verdes se lo impidió. Yo no tuve necesidad de voltear pues sabía quién era y sin dudar se lo dije:

    -Mami es mi tía Carlota.

    Seguí metido en la fantasía de mi juego y mi madre gritó llena de emoción:

    -¡¡Hermana!! ¡Qué gusto que vengas a visitarnos! ¡Hace tanto que no nos vemos!

    La tía no mostró alegría alguna. El mal humor era permanente en ella.

    -¿Cómo supiste que era yo? -preguntó a mi madre-. No me viste llegar. La nochebuena, -así llamada también a la Poinsetia- te lo impedía. Además yo estaba agachada acomodando mis velices. De ninguna manera pudiste verme.

    -Me lo dijo mi niño -respondió mi madre.

    -¿Cuál niño? –Preguntó inquisidora la imponente y adusta tía- Yo no veo ningún niño ¡Ah! ¡Ese! -y con un ademan despectivo, me señaló.

    En mi mente yo ya no estaba más ahí, había salido a un viaje muy largo con ese precioso juguete que tenía en las manos. La sombra de las plantas formaba una linda vereda por donde mi carrito me llevó de un sitio mágico a otro fantástico y desconocido en donde pudiera continuar con mis juegos y mis sueños.

    -Seguramente tú has viajado con el pensamiento en actitud de juego y sabes de qué te habló -dijo el abuelo a la joven interrumpiendo su relato.

    -Si lo sé bien -dijo ella- La imaginación ayuda a jugar a los pequeños, a ver a otras personas, a tener amigos imaginarios, a ir a sitios lejanos y desconocidos. Desgraciadamente al crecer perdemos esa habilidad.

    La tía insistió -continuó el abuelo- en que no era posible que yo le hubiera dicho a mi madre quién tocaba, si yo no podía verla desde el sitio donde me encontraba:

    -Morena -así apodaban a mi madre-. Te lo he dicho antes y lo repito ahora, debes llevar a ese niño a que lo revisen en el templo. Hace y dice cosas que dan miedo, acuérdate que nació marcado.

    Nunca supe cual era esa marca que según ella, yo tenía de nacimiento -aclaró el abuelo-. Mi madre no hacía caso de las recomendaciones de su hermana. De sobra sabía ella que a veces se manifestaban en mí, conductas y actitudes extrañas.

    Siendo un poco mayor, asistí por las tardes de un caluroso verano a las clases de catequesis que en la iglesia del pueblo daba un sacerdote, mi papá había dispuesto que mi hermano y yo hiciéramos la Primera Comunión en la misma ceremonia -ese es un rito religioso muy importante con el que deben cumplir los niños católicos, aclaró el abuelo a la joven-. Ambos estábamos muy emocionados por el acontecimiento. Mi padre me preguntó si yo me sentía nervioso porque iba a recibir a Jesús por primera vez, porque según me explicó eso es la Primera Comunión: recibir al Señor Jesús por primera vez. Él era un hombre de profundas raíces católicas y creía a pie juntillas que todas las ceremonias que su sacerdote le indicaba, deberían ser tomadas más en consideración que la vida misma

    -Papá –pregunté un día muy intrigado- ¿Por qué en mi Primera Comunión habrá fuego?

    -¿Fuego? ¿De dónde sacas eso?

    -Papá, es que yo veo lumbre junto a mí y eso me asusta -respondí.

    -Es tu imaginación. En tu Primera Comunión no habrá más fuego que la flama de vela que debes llevar encendida en la mano, según te ha dicho el padre.

    Sus caricias en mi pelo dadas con sus enormes manos, me llenaron de paz y la imagen de las llamas desapareció de mi vista.

    Por fin el gran día llegó, fue un domingo de inicios del mes de septiembre, lleno de luz y de sol, caluroso como es ese mes allá en mi pueblo. Había mucho alboroto porque por primera vez en la historia de aquel templo, se realizaría una ceremonia para la Primera Comunión con muchos niños y niñas, de manera comunitaria.

    Mi madre tenía todo listo para el desayuno que se daría a nuestros primos y amiguitos después de la ceremonia: atole, tamales y un gran pastel que ella misma había horneado, decorado en su cúspide con dos muñequitos hechos a base de azúcar representando dos niños vestidos de traje oscuro, en su Primera Comunión, uno de pelo claro y el otro de cabello negro, pues mi hermano era muy rubio. Nos aseó desde antes del amanecer, nos vistió con trajecitos que mi padre nos mandó hacer a la medida con el sastre del pueblo, de una tela color azul marino muy fina según nos dijo, creo que ahí fue donde conocí el verdadero tono de ese color y nos calzamos los zapatos negros muy brillantes que para la ocasión nos habían comprado. Lucíamos muy bien vestidos para la ceremonia, camisa blanca, un corbatín y un enorme moño de satín blanco que nos prendieron con alfileres en la manga derecha. De la mano con la que yo sujetaba mi librillo de oraciones, colgaba un rosario de plata y en la otra, la enorme vela decorada con otro moño y motivos dorados grabados en la cera.

    La misa dio inicio y yo, embelesado, ansiaba nerviosamente la llegada de Jesús y el gran resplandor que el Sacerdote me dijo que lo acompañaría. Todos los niños nos formamos frente al altar, yo ocupaba el penúltimo lugar de la fila derecha. A mi lado una niña esperaba lo mismo, tan absorta y emocionada, que no se percató que la pequeña flama de su cirio incendió el velo de tul y el tocado de su cabeza que caía sobre sus hombros en forma de capa, dejándola envuelta en llamas. Los asistentes cercanos a la fila, corrieron a sofocar al fuego antes que resultara quemada, vaciándole encima el agua que pudieron sacar de un florero que contenía unas flores blancas, muy bellas y que olían muy bonito, largas y estilizadas, iguales a esa que sostienes en tus manos. La niña se desmayó, nunca supe si por la emoción o por el susto de verse dentro de tanta llamarada. Para su fortuna el agua del jarrón que contenía a las bellísimas flores, llegó en el momento más oportuno y no resultó herida.

    Mi papá presuroso nos quitó a mi hermano y a mí de la zona de la lumbre y del agua que quedó esparcida junto con las flores en el piso. Más tarde muy intrigado me preguntó:

    -¿Cómo supiste que en tu Primera Comunión habría llamas?,

    -No sé papá. Yo me vi desde antes rodeado por fuego y creí que era el resplandor de Jesús por la comunión.

    Nuevamente sus enormes manos acariciaron mi cabello en un ademán de consuelo, porque seguramente él sí se asustó al verme tan cerca de las llamas y pensó que yo estaría igual ¿Cómo podría estarlo si yo sabía que así sería? A mí no me causó ninguna extrañeza ver la lumbre y las flores tan cerca de mí pues las había visto con antelación y en mi visión, las llamas no me causaban daño ni a la niña ni a mi hermano.

    El desayuno y la fiesta siguieron hasta el medio día de ese domingo tan lleno de la luz del mes de septiembre. Mis papás nos dejaron jugar vestidos de gala como estábamos, sin el regaño pertinente:

    -¡Cuídate, no te ensucies! ¡Ja! Mi madre siempre daba esas voces de alarma y cuidado.

    Ese día no hubo llamadas de atención, estábamos en calidad de benditos y cómo no ¡Si habíamos hecho la Primera Comunión! No podían provocar una respuesta agria de parte nuestra porque seguramente caeríamos en

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