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Cinco: La Gran Profecía
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Libro electrónico313 páginas4 horas

Cinco: La Gran Profecía

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Mil años les separan, pero una antigua profecía hará posible que sus destinos queden unidos para siempre. Ella, una joven estudiante de medicina, surfista, huérfana e independiente. Él, un príncipe heredero, guerrero, cazador y el mayor de cinco hermanos.   Entre ambos, un terrible demonio venido del inframundo, cuya intención es asolar la Tierra y acabar con ellos junto a su temible ejército.  Todo envuelto en un halo de magia y misterio propiciado por brujos, magos y hechiceros que acaban de encontrar a su reina; aventuras de caballeros entre un siglo y otro, con un toque de romanticismo.   
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2022
ISBN9788411144537
Cinco: La Gran Profecía

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    Cinco - Alicia Carrera García

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Alicia Carrera García

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1114-453-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A mis padres, Juanma y Mari, porque mis logros han sido posible gracias a la educación, el amor, y el cariño que me habéis dedicado. Porque habéis trabajado mucho por y para los cuatro, sacrificándoos vosotros.

    Porque os quiero tanto, aunque nunca os lo diga, os envío un beso bien grande de todo corazón. Uno para ti, mamá, y espero que te llegue otro a ti también, papá, allá donde te encuentres después de esta vida.

    AGRADECIMIENTOS

    Fue el poeta cubano José Martí quien señaló que: «Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante la vida para dejar su legado: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro». Árboles he plantado bastantes a lo largo de los años; he tenido dos maravillosos hijos a los que adoro: Ijan y Brenan; y escribir mi primer libro ha resultado más difícil de lo que imaginaba, con enormes y numerosas piedras interfiriendo en el camino, pero el resultado ha sido más gratificante de lo que jamás hubiera podido llegar a imaginar, y lo que espero que esté por llegar.

    Dice el refranero popular que es de bien nacido ser agradecido y este espacio de agradecimientos es una excelente oportunidad que se me brinda para hacerlo.

    Gracias en primer lugar a mi madre, Maruchi, porque siempre me aconseja y me apoya incondicionalmente, aunque no me guste lo que me diga en ocasiones. Es un poco bruja y acierta en sus predicciones: «Ya verás como al final…». No falla nunca.

    Gracias mil a mi marido, Chus. Solo le llamo Jesús cuando estoy enfadada con él. Me ha soportado estoicamente estos dos años y pico de trabajo, tirando él de la casa y de los niños, apoyando y haciéndome volver a la realidad de vez en cuando. No sé qué haría sin él. Perdóname por el daño que te causé en el pasado y créeme, aunque sé que lo haces, cuando te digo y te repito que te amo con locura.

    Mi gran amigo Jorge. Él es el culpable de que esta historia se pusiera en marcha. Durante una estancia en su casa, en la República Checa, me animó a comenzar una novela. Él sabía que hacía años que la idea me rondaba la cabeza pero nunca me atrevía a dar el primer paso. Jorge me lanzó al vacío pero tendiéndome su mano desde el principio hasta el final. Muchas gracias, Jorjuco, por estar siempre ahí y quererme tanto. Ya sabes que es recíproco.

    Aida, nuestra Tata, mi buenísima amiga tan lejana en ocasiones pero tan cercana al mismo tiempo en nuestros corazones, poniendo el punto racional a mis ideas y emociones, corrigiendo mis escritos a pesar de su escaso tiempo. Gracias, Aiduca, por tu ayuda y por formar, al igual que Jorge, parte de nuestra familia. Te quiero mucho.

    Mi lectora cero, mi Suave favorita, mi queridísima amiga Bego. Se leyó el manuscrito en tres días y me corrigió un montón de fallos. Gracias por tu celeridad, tu sinceridad y por preguntarme tantas y tantas veces que cómo llevaba la novela. Has sido un pequeño faro en la oscuridad del camino. Me has infundido ánimos y has entendido mis bajones, estando siempre ahí animando. Gracias por todo y por tu amistad. Te quiero un montón. ¡Siempre Suaves!

    A Nuria y Víctor, mis abogados, asesores y buenos amigos. Gracias por estar siempre disponibles, tendiendo una mano más allá del deber de vuestro trabajo.

    Bernardo, de Eggo Digital, por su desinteresada pero intensa hora y media de consejos.

    Rosa Diego Güemes, escritora, mi panadera y vecina del pueblo de al lado. Gracias por tus recomendaciones y por tus ánimos.

    David, de Magenta Publicidad, por su buen hacer y su paciencia conmigo.

    Frank Garmasín, por dibujarme una portada y mi logo brujeril. Muchas gracias, artista.

    Gracias a todos y cada uno de mis profesores de lengua castellana, literatura, latín y griego. Entre todos fueron sentando la base de mi amor por las letras, mi pasión por la lectura y el arte de escribir.

    A mi familia, por quererme, aceptarme y apoyarme. Mis hermanos, David, Francisco y Diego, os quiero muchísimo. Mis sobrinos: Carolina, Lucía, Nico y Valeria. Mis suegros: Angelines y Aurelio. Mis cuñados: Paula, Cristina, Pedro e Ismael. A la gran abuela Pilar. Mis tíos y primos. Muchas gracias. Tengo mucha suerte de formar parte de dos familias maravillosas.

    PRÓLOGO

    Desde lo alto de la cima del monte Temon, podíamos divisar muy a lo lejos, como si de hormigas se tratara, a uno de los ejércitos que esa jornada se iba aproximando a las inmediaciones del castillo de Briatacán. Los emisarios que el príncipe Nicco envió en todas las direcciones hacía semanas habían cumplido su cometido, y las misivas mágicas explicando a los diferentes reinos y señores de la guerra la situación también habían surtido efecto. Los tres, Nicco, el duque Gejor y yo, oteábamos el horizonte en busca de alguna señal de Horcet el Destructor, príncipe del Inframundo, nuestro terrible enemigo. Después de pasar cientos de años olvidado en el abismo del recuerdo de los humanos, había regresado para apoderarse del mundo tal y como lo conocíamos. Según había predicho la Gran Profecía siglos atrás, las desgracias y el sufrimiento se habían ido sucediendo tras su despertar. Fenómenos atmosféricos jamás vistos azotaban la tierra e incluso el cielo, y manejaba el agua a su merced produciendo grandes calamidades que asolaban a todos los reinos.

    La gran batalla contra Horcet y su maléfico ejército se estaba preparando entre los homas, los humanos y los mágicos: magos, hechiceros y brujos en sus dos géneros. Las bases de nuestros ejércitos se hallaban afincadas entre Briatacán y la fortaleza de Ávialer principalmente, pues gozaba de mejores defensas al ser el hogar de los mágicos.

    —Creo que hoy poco más vamos a esperar, majestad —interrumpió nuestros pensamientos el duque Gejor, mientras yo contemplaba un amanecer teñido de rojo, tan rojo como la sangre que esperaba no se derramara en esta guerra.

    —Soy de vuestra opinión, amigo. Lady Lía y yo nos quedaremos un rato más a solas. Podéis regresar a castillo —y dicho y hecho, el joven nos saludó con una reverencia, montó en su cabalgadura y comenzó a bajar por el camino de la empinada ladera hasta que le perdimos de vista en la frondosidad del bosque de Narf—. Os entregaría mil monedas de oro por conocer ya mismo vuestros pensamientos —me dijo sonriendo una vez que estuvimos a solas. Le miré con ternura al tiempo que aspiraba el aroma a hierba mojada por efecto de la tenue helada que había caído durante la noche. En breve el invierno llegaría con sus nevadas y nos sería muy difícil ascender a lo alto del monte.

    —Ja, no queráis saber tanto.

    —Me apetecía ya estar a solas con vos —confesó al tiempo que cogía mi mano y me la besaba.

    —Y a mí, no creáis que no, mi rey —le correspondí dándole un cariñoso beso en la mejilla. Pero, aunque el momento encerraba en sí mismo todo el romanticismo y sensualidad necesarios para disfrutar de un rato a solas, mi cabeza estaba en otro sitio. Nicco lo notó cuando me tumbó boca arriba sobre la manta de lana y yo no continué con su juego.

    —¿Qué os ocurre, Lía?

    —Perdonadme. Sé que nuestro tiempo a solas es poco y muy valioso, pero hace muchas semanas que Jaín y Zahima no saben nada de mí ni de Adia y deben estar muy preocupados. No quisiera que nos ocurra algo y no volvieran a saber nada de nosotras.

    —Deseáis regresar, ¿ahora? ¿Cuando la batalla está a punto de comenzar? —inquirió entre celoso y enfadado.

    —Lo sé y por eso os pido disculpas, pero debéis poneros en mi lugar y entender lo que os acabo de decir. Ellos son también mi familia. La abuela se encargó de la tía Liatana y yo debo ocuparme de ellos, este es el momento —supliqué mientras él se ponía de pie y se alejaba unos pasos. Observé su alta figura, su porte varonil que me embriagaba de amor—. No os estoy pidiendo permiso, Nicco. Os estoy informando de que mañana a primera hora voy a regresar a 2019 y me gustaría hacerlo con vuestro beneplácito y acompañada por una pequeña escolta. Solo estaré fuera unas horas, os lo prometo. Antes de que caiga la noche retrocederé mil años para volver a vuestros brazos y acabar de una vez por todas con esa bestia inhumana.

    —Entiendo —se disculpó, girándose y acercándose de nuevo a mí con el semblante serio, mirándome de frente con sus preciosos ojos azules tan profundos como un mar en calma—. Tiene toda la lógica. Marchad al amanecer y tened muchísimo cuidado. Ya sabéis que ese demonio va a por todas y no soportaría perderos ahora que al fin os he encontrado.

    Comenzaba a levantarse un aire frío y decidí que el suelo, aun con la manta de lana por medio, no era buen sitio para permanecer sentada, así que con la ayuda de su mano me incorporé.

    —Yo no puedo acompañaros. Le pediré a Gejor y a Nebran que encabecen un pequeño destacamento. Imagino que Fisoa, Risctani y Lisbae irán también con vos —continuó diciendo mientras una fuerte ráfaga de aire ondeaba su melena negra y se recogía el cabello con una pequeña cinta.

    —No, solo se lo pediré a Fisoa. Prefiero que Lisbae y Risctani permanezcan uno en el castillo de Briatacán y otro parta hacia la fortaleza de Ávialer junto a Tina y mi abuela. Con Nebran y lady Ulcaí aquí, mi intención es mantener las fuerzas mágicas equilibradas.

    —Buena estrategia. Y ahora, mi preciosa damisela, lo más sensato es regresar a castillo y descansar bien durante el día de hoy.

    —Por supuesto, majestad —le sonreí pícaramente al tiempo que realizaba una perfecta reverencia y me incorporaba sonriendo, momento exacto que él aprovechó para acercarse raudo hasta mí y robarme un beso, como si del mejor de los ladrones se tratara—. Mañana volverán a separarnos mil años, pero mi corazón estará junto al vuestro, no lo dudéis —indiqué poniendo mi mano en su pecho.

    Ahora, solo me quedaba pensar cómo me iba a presentar mañana en casa con ese grupo de guerreros y qué les iba a contar a mis mejores amigos.

    CAPÍTULO 1

    Lía

    Según una definición que leí hace poco en una revista científica en la consulta de mi odontólogo, la palabra amanecer es el término que empleamos para indicar el momento de la salida del sol sobre el horizonte, es decir, la llegada de la luz del día, ese acontecimiento que implica la aparición de la luminosidad natural que nos hace saber que ya ha amanecido y que ha dado comienzo el día.

    El amanecer, el alba, la madrugada, el alborear, la aurora, es mi momento favorito del ciclo del día y de la noche. Dura apenas unos minutos, pero posee una belleza infinita que me embelesa. Esos colores anaranjados que van surgiendo tímidamente de las tinieblas de la noche mientras las sombras nocturnas van tomando sus formas diurnas.

    Recuerdo que en sexto curso de primaria, el profesor Otta, que impartía Ciencias Naturales, nos dijo en una ocasión algo que se me quedó grabado a fuego en la mente: «Trabajar duro por algo que no nos interesa se llama estrés. Trabajar duro por algo que amamos se llama pasión». Eso era exactamente lo que le definía como docente. Jamás he vuelto a tener un maestro tan apasionado, entregado y entusiasta con lo que enseñaba y cómo lo enseñaba. Aprendí tanto y de forma tan intensa que lo mantengo intacto en la memoria. En un tema sobre el Sistema Solar nos comentó que los astronautas que se encontraban en la Estación Espacial Internacional podían disfrutar de la salida del sol cada noventa y dos minutos, un total de quince amaneceres al día. Ahí es nada.

    —Buenos días, preciosa. Hoy es 23 de julio y tienes muchas ganas de vivir.

    Esta retahíla de palabras forma parte de mi día a día. Tras desperezarme, intentar abrir los ojos y despejarme, es lo primero que debo hacer mientras me observo con detenimiento en el espejo con marco de cuero marrón de mi desordenado dormitorio. La chica con el pelo revuelto que me mira desde el otro lado tiene cara de pocos amigos. Hay gente que confiesa que sin el primer café de la mañana no son personas, pero ese no es mi caso. Yo necesito saber quién soy, en qué día vivo y cuál es mi objetivo. Hoy lo tengo claro. Es mi cumpleaños, mi décimo octavo cumpleaños. Me llamo Lía y mi número favorito es el cinco.

    La intensa luz que irradia el sol a las diez de la mañana en verano hace que pestañee varias veces y me ponga la mano sobre los ojos a modo de visera para poder observar el mar. Aspiro profundamente ese aroma salado que inunda mis pulmones y revolotea dentro de ellos como una fuerte marejada. Respiramos desde el instante en que nacemos hasta el instante en que morimos. Se trata de una necesidad vital y constante. Desde pequeña me gusta aspirar diferentes aromas para almacenarlos en un archivo de mi cerebro: mil y un olores del bosque, del mar, de la ciudad; el petricor, que es el nombre dado al olor que se produce cuando cae la lluvia sobre suelos secos; el olor de un libro nuevo o de uno viejo, el olor a hierba recién segada, a un bebé; el de un chocolate caliente con un poco de canela, el aroma de unas pastas recién salidas del horno; menta y romero, leña recién cortada, un café recién hecho. Todos tienen el poder de transportarme a cualquier otro lugar y momento. Evocar unos y otros recuerdos, diferentes personas y situaciones.

    Muchas veces me he preguntado el porqué de mi predilección casi obsesiva por el número cinco y nunca he obtenido una respuesta a ello. El cinco aparece en una infinidad de ocasiones en mi vida, casualidad o no, quién sabe. Por otro lado, puede que sea mi número maldito, un buitre hambriento que se alimenta de mí en fechas fatídicas de mi existencia. El número cinco encierra en sí una belleza que siempre me ha atraído. Es el único cuyo nombre tiene la misma cantidad de letras que el valor que representa, así como la misma cantidad de vocales que tiene el idioma español. La naturaleza también está repleta de cincos: las plantas de las familias de las rosáceas tienen flores con cinco pétalos; las estrellas de mar tienen cinco brazos; hay cinco clases de vertebrados: peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos; cinco océanos, cinco continentes habitados; tenemos cinco sentidos y cinco dedos en cada mano y en cada pie. La distancia entre el codo y el extremo de la mano representa un quinto de la estatura de una persona proporcionada. Según Aristóteles, el mundo estaba hecho de cinco elementos: agua, tierra, aire, fuego y éter. El pentagrama, una estrella de cinco puntas, es considerado por muchas culturas como un amuleto de buena suerte y de defensa ante brujas y demonios.

    En cuanto a mí, nací en una mañana invernal en pleno verano, algo que no se había visto en mucho tiempo. Cayeron más de mil rayos a lo largo de toda la noche, iluminando con sus largas garras huesudas la habitación del hospital en la que mi madre me trajo a este mundo. El granizo dejó incomunicada a la ciudad durante horas, bolas del tamaño de una nuez sembrando el caos por doquier. Cuando tenía ocho años, mis padres y mi único hermano, Divad, fallecieron en un accidente aéreo, un triste 5 de diciembre. Esas fueron las navidades más horribles y extrañas que recuerdo. No es que yo fuera una superviviente de aquella catástrofe, sencillamente no viajaba con ellos para asistir al nombramiento de mi tía Liatana como socia de un gran bufete de abogados. Mi abuela Adia, por parte de padre, me contó tiempo después que a mí no me llevaron porque me puse enferma y me dejaron a su cuidado. Cuestión de suerte ¿o no? En ocasiones me lo planteo, más de las que quisiera.

    Partiendo del hecho de que nunca es un buen momento para transmitir semejantes noticias, la abuela no esperó mucho tiempo para comunicarme la muerte de mi familia. Me daba cuenta de que algo terrible había ocurrido por las reacciones de los adultos. Mis padres y mi hermano Divad no regresaban a casa y eso me preocupó. Yo preguntaba por ellos, pero la abuela y la tía Liatana me miraban con ojos llorosos e intentaban darme largas hasta que, pasados dos días del accidente, Adia se sentó conmigo en el porche de la casa. Se puso muy seria, y muy triste, y me lo contó, tal y como se le puede decir a un niño que se ha quedado solo en la vida. En ningún caso me mintió, me dijo la verdad de la forma más dulce posible, adaptando la información a mi edad. No me facilitó más explicaciones, ni las causas ni los detalles sobre el fallecimiento de mis seres queridos. No lo necesitaba, no con mi edad. Tuve que entender de golpe que la vida en ocasiones terminaba y que jamás iba a volver a verlos. Aquella fría noche de diciembre comprendí que la muerte existía y que podía llevarse en cualquier momento a las personas que más queríamos así, en un pispás, sin ningún motivo.

    La abuela y la tía Liatana tuvieron miedo de que entrara en shock, pero no fue así. Respetaron mis tiempos de reacción y mi duelo. No me obligaron a asistir al funeral, eso fue decisión mía. Necesitaba enfrentarme a los tres féretros para despedirme de ellos y así lo hice, uno a uno. Con ocho años no me costó entender que mi hermano de once reposaba en ese ataúd blanco tan bellamente tallado, dormidito para siempre. No pude verle, pero me abracé a la caja de madera que contenía sus restos y lloré por su ausencia. Durante un tiempo me sentí muy triste, incluso rabiosa ante la pérdida de los tres. La abuela me dejaba llorar y expresar mis sentimientos, me hacía ver que era normal sentirme así. Yo también la veía llorar a ella a escondidas cuando creía que no la veía. «No pasa nada por llorar la muerte de un ser querido, es parte del duelo», me decía.

    Al cumplir los dieciséis recibí mi herencia y con ella el acceso a toda la documentación de mis padres: testamentos, escrituras de las dos viviendas que poseían, partidas de nacimiento, cuentas bancarias, bonos, acciones, todo. Con el dinero que me habían dejado, más la triple indemnización del seguro de la compañía aérea, vivo holgadamente. Rectifico, en realidad soy una persona rica, casi podría decirse que millonaria. Por el momento, son la abuela y tía Liatana quienes lo administran todo en mi nombre, ya que soy menor de edad. Bueno, por lo menos lo hacían hasta hoy.

    Estudio la carrera de medicina por vocación, por homenajear póstumamente a mi padre, que fue un reputado neurocirujano, y también por contentar a mi abuela Adia, que me repite una y mil veces que debo ser una mujer de provecho y no conformarme con lo que la vida me ha dado. Se refiere, naturalmente, al aspecto económico, porque en lo demás no puede decirse que por el momento sea exactamente una persona plena y feliz. Echo muchísimo en falta a mis padres y a mi hermano Divad, y eso hace que sea, en opinión del psiquiatra que me trata hace años y el culpable de mis deberes matutinos, vulnerable, introvertida, caótica y, resumiendo un poco mi cuadro psicológico, ansioso-depresiva. Esta es la valoración objetiva por parte de la rama científica. Por el otro lado, está la parte esotérica. Lo cierto es que desde bien pequeña recuerdo percibir «cosas» que los demás no pueden. Al principio me asustaban mucho, pero con el tiempo aprendí a aceptarlo como una parte de mí. Se puede decir que poseo percepciones extrasensoriales. Tengo ciertas capacidades para percibir u obtener algún tipo de discernimiento o información a través de sentidos que no son los que conocemos comúnmente, como gusto, tacto, oído, vista y olfato. Lo que llamamos un sexto sentido. Y hay más, alguna vez he conseguido mover un objeto de un lado a otro y puedo leer el pensamiento de alguien solo con proponérmelo, pero nunca lo he intentado con mis seres queridos. En más de una ocasión he anticipado algo que iba a ocurrir y siempre he acertado. Sé que la abuela Adia es conocedora de estas capacidades, pero jamás ha hablado de ello conmigo. No entiendo por qué es un tema tabú. He sentido ganas de preguntárselo y a continuación leer su mente, pero no me he atrevido porque quizás no quiero escuchar la respuesta que pueda ofrecerme. Prefiero seguir ignorando lo que puedo llegar a hacer e intento controlarme para poder llevar una vida lo más normal posible.

    Mi primera relación amorosa la tuve a los diez años. Se trataba de un compañero de clase en primaria, Jaín. Nuestro amor duró lo que duran dos inviernos para luego transformarse en una gran amistad. Ahora, él y su gemelo idéntico, Zahima, son mis mejores amigos. Vivimos los tres juntos en la casa de la playa que mi madre decoró con tantísimo gusto e ilusión poco antes de fallecer. La preciosa y desconocida playa de Acurma donde se encuentra ubicada está bañada por un mar de aguas verdes y cristalinas. Posee una pequeña lengua de fina arena y una zona esquinada estratégicamente agitada por grandes olas, ideales para practicar nuestro deporte favorito, el surf, que te hace sensible a los olores del océano. Cuando llega septiembre, el aroma del mar es diferente, lo sientes en tu nariz. Este deporte se toca, se huele, se ve, se siente, y ese sentimiento es tan abstracto como la tristeza y la alegría, no desaparece cuando estás con los pies sobre la tierra. El surfista lo es tanto fuera como dentro del agua, y a nosotros tres nos apasiona.

    La vivienda de la playa, la que mis padres eligieron para pasar allí nuestras vacaciones y que nunca llegaron a estrenar, fue construida siguiendo las indicaciones de mi madre, que era arquitecta. Consta de una planta baja más otra agaterada. No tiene una gran superficie, pero está edificada en un enclave paradisíaco y eso la hace única. A sus pies, la preciosa playa, y a sus espaldas, un escarpado monte, el Temon, rodeado de un frondoso y oscuro bosque llamado Narf —repleto de corpulentos árboles, algunos de ellos milenarios— que bordea el único camino polvoriento que da acceso a la finca y que muere allí. Escondida de la mirada de los curiosos, la casa es un refugio donde se respira paz y tranquilidad. Disponemos de cuatro dormitorios, cada uno de ellos con su cuarto de baño completo. En la planta baja hay un aseo, cocina americana con comedor, un enorme salón, una coqueta y surtida despensa, garaje con capacidad para tres coches y un trastero donde guardamos, entre otras cosas, nuestras tablas. Puede decirse que lo mantenemos en orden dentro de nuestro pequeño caos. Nos arreglamos bastante bien

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