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Mi Adorada Mentirosa
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Libro electrónico112 páginas1 hora

Mi Adorada Mentirosa

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Las sierras de Córdoba en Argentina, son escenario y testigo de esta historia de amor, que demuestra una vez más, que el destino es una sincronía inconsciente de deseo y búsqueda, enmarcado en una esperanza que hace frágil la adversidad.
Una joven es sorprendida por una vida inicialmente infértil. La muerte de sus padres, la pérdida de su granja, su recorrido en un sendero fundido con la soledad, son el inicio de este relato.
Sin embargo, el encuentro con dos desconocidos se convierte en un pañuelo que seca sus lágrimas y heridas, en un continuo de asombros, donde su vida comienza a beber de un oasis de aguas frescas, que jamás probó.
La historia de amor aquí relatada no solo refleja un final quizás esperado, por el contrario, es la construcción de un almanaque donde el futuro es un presente sin interrupciones de fascinación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ago 2022
ISBN9789878728711
Mi Adorada Mentirosa

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    Mi Adorada Mentirosa - Carmen Reyes Ojeda Cárdenes

    Prólogo

    Cierto día de niña, encontré entre las pertenencias de mi madre, algunos dibujos y un manuscrito, el cual parecía ser el borrador de una novela. Años después, me cuenta que había escrito esa historia luego de un viaje a Córdoba (años antes de mi nacimiento). Entonces tuvo el deseo de transcribirlo y comenzó su tarea en una máquina de escribir. Recuerdo que yo había colaborado con algunas ilustraciones, las cuales, al terminar de pasarlo, adjuntó, para luego realizarle una sencilla encuadernación. Pero, nuevamente esa historia volvió a guardarse por un largo tiempo. Hasta que, pasados otros años, ella tomó la decisión de que viera la luz. Es así que, a más de 40 años de su escritura, y gracias a la perseverancia e incansable deseo de cumplir sueños de mi madre, Mi adorada mentirosa se encuentra hoy en tus manos. Te agradecemos y esperamos lo disfrutes.

    Ana Nari

    Prólogo de Agostina Torre

    El verdadero y honesto amor pude ser, -si no es que lo es-, uno de los vínculos más fuertes e irrompibles que los seres humanos, no solo tenemos la dicha de conocer, sino también de vivir.

    Nos aferramos a él y a su esperanza, incluso en los momentos mas dolorosos y oscuros. El amor todo lo puede y nosotros todo podemos en él. Nos transmite esa esperanza que veces damos como perdida.

    A veces, por desconocimiento o imprudencia, no podemos darnos cuenta de que una batalla perdida, no significa la total derrota. Si no, por el contrario, esta puede convertirse en una lección para prepararnos para la siguiente y así sucesivamente.

    No es una simple historia de un amor que triunfa, por el contrario, permite adentrarnos en una especie de lucha interna y externa, que nos permite comprender como es que nosotros podemos decidir afrontar nuestras propias catástrofes, si buscando un horizonte con el sol guiándonos hacia un nuevo y próspero porvenir o, quedarnos atrapados en nuestras propias penumbras atormentándonos por lo que pudo haber sido, pero jamás luchamos por conseguir.

    En otras palabras, esta historia nos devuelve la esperanza de lo que a veces damos por sentado perdido, demostrándonos que, hasta incluso la prueba más difícil, puede ser superada si es que nosotros estamos dispuestos a dar nuestro último suspiro por aquello que realmente amamos.

    Gracias por compartir y demostrármelo una y otra vez, Abu.

    Te amo y Dios te bendiga.

    Agostina Belén Torre.

    Introducción

    La lluvia caía incesante, las sierras de Córdoba se llenaban por espesas nubes y el peligro se cernía sobre la mediterránea ciudad Argentina.

    La copiosa precipitación pluvial había hecho crecer de manera increíble el caudal de los ríos los cuales impetuosos arrasaban lo que hallaban a su paso, después de haber salido de sus cauces naturales. Los más perjudicados, como ocurre en estos casos, eran los pobladores ribereños, que indefensos ante la furia de la naturaleza se habían limitado a huir tratando de llevar en su precipitada fuga, los bienes escasos que poseían.

    En el caso de Carmencita, fue aún peor que aquellos humildes pobladores, y también las casas más humildes convertidas en ruinas por las insensibles fuerzas de la naturaleza, la derruida imagen actual de la vivienda contrastaba notoriamente con su aspecto anterior.

    Sus paredes agrietadas y la falta de puertas y ventanas que fueron arrastradas por la correntada eran mudas testigos de un drama que se había desarrollado allí no muchas horas antes.

    Las cercas donde algunas veces se hallaron los cabritos y las aves de corral. No habían resistido la fuerza de las aguas y sus estacas de sostén se encontraban diseminadas en desorden, nada quedaba allí, ningún vestigio de vida las aguas se llevaron las esperanzas, el trabajo y aún las vidas de muchos sufridos ribereños. Pocos días antes todo era diferente las risas juveniles de Carmencita inundaban el lugar, su madre impasible daba de comer a los animales que en no muy crecido numero tenían pero que igualmente colaboraban con su venta, para incrementar los modestos recursos de esta familia sacrificada.

    El padre don Alberto trabajaba en la calera eran muchas las horas de labor pero la alegría de Carmencita lo tonificaban y en ella había depositado todas sus esperanzas. Por ello con muchos sacrificios le habían costeado sus estudios secundarios y esperaban que pudiera emplearse y seguir con sus estudios de veterinaria en la capital de la provincia. Pero todo había cambiado, el destino no quiso ver coronados los sacrificios de sus padres y la lluvia y el lodo sepultaron sus ilusiones de ver a su hija triunfar.

    Al lado de una roca se oía el llanto de una muchacha por la forma en que lloraba parecía muy joven, de unos 20 a 22 años, pero estaba vestida de una forma muy particular, un pantalón viejo una chaqueta larga y un sombrero raído se lamentaba de una manera muy angustiosa, pobre de mí, que será de mí, sola en este mundo y vestida así.

    Quién podrá mirarme o darme trabajo, vestida así como un linyera o algo parecido. Qué desgracia la mía, tan feliz que era en mi casa con mis padres, nunca pensé que me sucedería esta desgracia tan grande.

    ¡Oh! Dios mío, ayúdame, no me desampares, haz que alguien me vea y me dé trabajo aunque sea para lavar ropa y planchar, pese a no estar muy práctica pero voy a poner toda mi voluntad en hacerlo. Pobrecita de mí, Carmencita se acomodó detrás de la roca y empezó a rezar hasta que el sueño la fue venciendo y a pesar de la angustia que sentía quedó profundamente dormida, cuando despertó sintió el canto de los pájaros y un sol precioso que calentaba su cuerpecito, si no hubiera sido por que estaba sola en el mundo pensaría que era un día muy feliz por el sol tan radiante que lucía. Mientras estaba absorta en sus pensamientos le pareció escuchar voces y percibió un agradable aroma a comida, o era su imaginación o su estómago que le estaba haciendo una mala jugada.

    Empezó a caminar para comprobar si era cierto pero parecía que sí pues cuanto más caminaba en esa dirección con mayor intensidad se percibía el aroma a café.

    Camino más de prisa y por el solo hecho de llegar un poco de comida a su estómago que el pobre no dejaba de hacer ruido del hambre que sentía ya se olvidó de su angustia y de su facha pues realmente no parecía una chica sino todo lo contrario.

    Por su aspecto parecía un linyera legítimo. Pobre Carmencita, qué sorpresa le deparará el destino. Se fue acercando despacio tratando de no hacer ruido por temor a ser vista pues ella quería ver de qué sujetos se trataban. Serán ladrones o criminales y cómo iba ella a saberlo si jamás había tratado con gente de esa calaña de cualquier manera iba acercándose para observar más de cerca los rostros de esas personas.

    Por lo pronto vio a dos, uno de ellos se hallaba sentado con una cartulina blanca y grande en la mano pues parecía que estaba dibujando porque a cada rato miraba para el lado que estaban los árboles y luego seguía trazando con el lápiz en la cartulina este sujeto se veía que era bastante narigón y tenía barba de unos días mirándolo bien tenía un rostro bastante agradable y aproximadamente unos cuarenta y dos años pues con la facha que tenía no se apreciaba bien la edad.

    El otro sujeto parecía bastante más joven unos treinta años aproximadamente o tal vez menos pues con la barba no se apreciaba bien, por eso es que sintió un poco de miedo porque los dos estaban barbudos el más joven estaba agachado cocinando algo por el olor no dejaba duda que era pescado. A Carmencita esto le abrió tanto el apetito que se acercó sin ningún miramiento y poniendo voz de muchachote saludó, buenos días, los dos hombres se dieron vuelta instantáneamente y extrañados y mirando a ese intruso vestido de esa manera respondieron sin poder evitar reír a carcajadas. Buenos días niño,

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