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Bernhalia: Historias de la primera tierra
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Bernhalia: Historias de la primera tierra
Libro electrónico275 páginas4 horas

Bernhalia: Historias de la primera tierra

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La primera tierra, un mundo antes del diluvio universal similar al que conocemos pero con características que la hacen diferente y emocionante de descubrir. En este contexto se desenvuelve la historia de los primeros hombres, todos descendientes de Adáhn, su desarrollo, su corrupción, su caída y el juicio que el Creador dictó sobre ellos. Desde

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento15 jun 2023
ISBN9781685744229
Bernhalia: Historias de la primera tierra

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    Bernhalia - Ricardo Isaí Almazán

    Bernhalia_port_ebook.jpg

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Diana Patricia González J.

    Maquetación de forros: Ángel Flores Guerra B.

    Copyright © 2023 Ricardo Isaí Almazán Raudry

    ISBN Paperback: 978-1-68574-421-2

    ISBN Hardcover: 978-1-68574-423-6

    ISBN eBook: 978-1-68574-422-9

    ÍNDICE

    PRESENTACIÓN

    PREFACIO

    LA SEMILLA

    Libro I

    LOS CUATRO REINOS

    Capítulo I

    LA VISITA DE NOAH

    Capítulo II

    LOS REGENTES DE ZHORA

    Capítulo III

    EL CONCILIO DEL ÉUFRATES

    Capítulo IV

    LA REBELIÓN DE LAS BESTIAS

    Capítulo V

    EL ATAQUE DE EZRA

    Capítulo VI

    EL VIAJE A SALEHM

    Capítulo VII

    LA HISTORIA DEL GIGANTE

    Capítulo VIII

    LA TRAMPA DE NIVELET Parte I

    Capítulo IX

    LA TRAMPA DE NIVELET Parte II

    Capítulo X

    EL REGRESO A BERNHALIA

    Capítulo XI

    LAS TRES HERMANAS

    Capítulo XII

    LA DECLARACIÓN DE GUERRA

    APÉNDICE

    Dedicado a Dana, Zoe, Ayelén, Rebeca,

    Mathías y Josué Campis; los hijos de Kerahn.

    Agradecimientos

    Primeramente, doy gracias a mi Dios, quien a través de la prueba me dio el tiempo y la creatividad para escribir esta historia, cuyo fin es darle la gloria.

    A mi familia, quien me apoyó en todo este proceso. En especial a mi hermana Daniela, porque se atrevió a invertir en mí. A todos ellos, gracias.

    A Uziel Campis. Amigo mío, tu apoyo fue incondicional, no solo en la historia, sino en mi vida. A ti, a tu esposa y a tus hijos, gracias.

    A José y Tana Sittner. Amigos como ustedes hay muy pocos dispuestos a apoyar sin esperar nada a cambio. Gracias.

    A Uziel Alvarado. Es increíble cómo Dios nos volvió a conectar para trabajar en este proyecto juntos. Por tu guía y dedicación, a ti y a tu familia, gracias.

    A Daylis, tu increíble creatividad dio otro significado a mis ideas. A ti, a Ricardo, a tu mamá y a tus hermosas hijas, gracias.

    A Fernando Verdi. Tu imaginación dio vida a mis palabras y me llenó de ánimo para seguir adelante. Gracias.

    A todos los que estuvieron a mi lado durante mi época de tormenta, orando por mí, animándome a seguir adelante y a aferrarme a Dios y a su palabra. Esto es parte del fruto de las lecciones aprendidas en ese tiempo oscuro. A todos ustedes, gracias.

    A «la Semilla», por haber cumplido la obra de Dios y darme el regalo más grande de todos. A ti la gloria e infinitas gracias.

    PRESENTACIÓN

    Dicen que los libros son como los hijos: engendrarlos es un proceso emocionante e inquietante, lleno de temores y anhelos, de risas y llanto, de incertidumbre y crecimiento. Yo no soy famoso y aún no he escrito un libro, pero he engendrado cuatro hijos y, al ser amigo del autor, he podido atestiguar cada uno de los sentimientos antes descritos en la realización de esta obra. Puedo asegurarte, lector, sin temor a equivocarme, que lo que tienes en tus manos es el fruto de un largo, doloroso y a la vez intrigante proceso de aprendizaje en el que el autor ha atravesado su propio Paso de Leviathán, su Prisión de Zhora y su Bosque prohibido, al igual que seguramente tú y yo también los hemos atravesado. El autor así, de manera velada e indirecta, revela su gran pasión en esta vida: transmitir la importancia y trascendencia de lo que cree, sin importar la manera en que deba ser comunicado y, en el proceso, utilizar todos los recursos literarios, creativos y artísticos para deleite del lector, ya sea un inocente niño o un conocedor experimentado.

    Ricardo Isaí es un artista, un creativo, un soñador, y usualmente los soñadores logran mirar lo que nadie más logra ver. Recuerdo el día en que muy emocionado me contó la idea de escribir una historia de mitología y fantasía épica basada en el relato bíblico del diluvio. Lo vi demasiado entusiasmado para atreverme a decirle lo que en ese momento pensaba (que probablemente ese sueño nunca vería la luz). Me alegro no haber expresado con mis labios lo que en ese momento pasaba por mi mente, aunque de igual forma no importa cuántas veces le digas a un soñador que está soñando, no será tan fácil hacerlo despertar, es más probable que termines cautivado por su sueño. Tuve el privilegio de recibir de manera anticipada la primera versión de esta obra antes de entrar a su etapa de edición final. Ricardo Isaí eligió a mis hijas para ser sus primeras críticas, a quienes les regaló la primera parte impresa. No pudieron dejar de leerlo hasta terminarlo, cautivadas por el relato. Expectantes esperaron tener en sus manos la siguiente parte con su conclusión. Estoy seguro de que, al igual que a mis hijas, la trama de este relato te atrapará, te transportará a las mismas entrañas de Bernhalia y te llevará a ver el tradicional relato como nunca lo habías visto.

    Si eres un ortodoxo como yo, te aliento a acercarte a esta historia de ficción como lo que es: una fantasía épica. No permitas que ningún paradigma religioso te lleve a desacreditar esta obra por no entrar dentro de tu marco hermenéutico o teológico. Aunque cabe mencionar que el autor, al ser un amante de la verdad y creyente del relato de las Sagradas Escrituras, ha sido muy cuidadoso de ser fiel a dicho texto para que su mensaje central pueda ser ilustrado y resaltado en este trabajo. Así que permite que la narrativa te atrape y adéntrate en las profundidades de Bernhalia. Si de alguna forma tu corazón es movido a buscar una perspectiva más trascendente de esta vida después de leer esta obra, estoy seguro de que el autor quedará más que satisfecho.

    Y a ti, mi amigo, el autor (compositor, escritor, creador, visionario), gracias por seguir soñando para que esta obra pudiera ver la luz. Si soñar te lleva a regalarnos estas historias, por favor, no despiertes.

    Félix Uziel Campis Flores

    Octubre 2020

    PREFACIO

    LA SEMILLA

    Escucha la historia, recuérdala bien, guárdala en tu mente y corazón;

    desde el principio y por la eternidad siempre existirá el Creador.

    Con tan solo hablar, cielo y tierra Él creó y vida en ella sembró;

    del polvo de la tierra la humanidad formó y en el mundo colocó.

    Disfruten de la vida, todo bueno es, no hay oscuridad a que temer;

    solo deben cuidar no desobedecer: dijo el Creador a su creación.

    El único mandato que no debían quebrar los protegía del mal,

    pero el ser humano no quiso escuchar; se rebeló y entró la oscuridad.

    Y el corazón del Creador se entristeció, su hermosa creación se corrompió;

    hoy viven sin su luz, en terrible oscuridad, pero El Elyón tiene un plan.

    Ellos jamás podrían las tinieblas derrotar, así que prometió enviar

    a uno que es capaz de vencer a la maldad; a la semilla deben esperar.

    Despu és de la caída, la tierra y sus moradores fueron traspasados por una terrible maldición. La gloria del Creador abandonó el cuerpo del hombre y, por primera vez, se expuso a la mortalidad de su carne. Su fuerza se marchitaría poco a poco, hasta que sus huesos durmieran entre las sombras y las piedras. La naturaleza que lo cobijó en el inicio se volvería contra él, sus leyes y criaturas lo tratarían como un extranjero en su propio hogar. El paso del sol y las estrellas agotarían la frescura de la tierra, hasta volverla desiertos y sequedales. El mundo que jamás conoció la lluvia ni sus leyes probaría el acero del azadón y de la hoz.

    Todo decaería, pero el polvo debería aguardar para recibir a Adáhn y Evah, hasta que se cumpliera la última sentencia de la maldición. El olvido tendría que refrenar sus fauces para devorar aún por un tiempo, pues perduraría el linaje de los primeros seres humanos hasta que se cumpliera todo designio del Creador para salvarlos. La tierra todavía daría su aliento y vapor para albergar la vida por un poco más de tiempo.

    Los hombres y mujeres vivirían aún muchos años, los más fuertes durarían más de novecientos años y los más débiles, quinientos. Así como el Árbol del Bien y del Mal dejó en ellos el aguijón de la muerte, el Árbol de la Vida preservó en ellos parte de su vigor primitivo para que tuvieran mucha descendencia, por lo cual la tierra se fue llenando de la especie humana más rápido que de cualquier otra. Los asentamientos de hombres pronto se comenzaron a juntar unos con otros; las familias se unieron para formar clanes con el paso de las generaciones. Domesticaron y dominaron a las bestias para su ganado y para su protección. Establecieron límites para las tierras de recolecta de frutos, eligieron a sus líderes y establecieron leyes con las que se gobernarían.

    En la Historia del padre Seth —antiguo manuscrito de la biblioteca de Salehm— nunca se precisó cómo es que llegaron los gigantes a la tierra; sin embargo, es bien sabido en la tradición de los ancianos que, cerca del año 500 después de la creación, los sitios de los clanes comenzaron a ser atacados entre el umbral del día y la noche, sin que los hombres pudieran resistir a sus agresores. De las tinieblas surgieron seres con forma humana, pero de gran estatura, poseedores de gran ciencia, corpulentos, con seis dedos en cada mano y seis dedos en cada pie, de gran fuerza, capaces de blandir hojas del peso de un hombre y de abatir muchas bestias del campo. Lo que sí precisa la historia es que un poderoso maleficio obró en estas criaturas. La maldad que se escabulló en Edén y cegó al hombre llevó su corrupción a las demás esferas de la creación. Belial, la gran serpiente, estuvo detrás de su nacimiento, por lo que sus engendros heredaron su atrocidad y maldad de cuyas características surgió su nombre, gibborim. Aunque el vocablo original expresaba la esencia de los colosos: violenta y rapaz, la lengua común adoptó el nombre de gibbor, que significa ‘gigante’.

    Estos fueron seres de gran renombre, con gran fuerza y con una misión muy clara: corromper y traer violencia a la tierra para evitar que la semilla de la mujer naciera. Conquistarían todo reino de la tierra (humano y natural) para apartar el corazón de los hombres del Creador y profanarían el cuerpo de las mujeres, para que el linaje que naciera de ellas fuera corrupto. El año 620 después de la creación de los cielos y de la tierra fue el inicio de la campaña de conquista de los gigantes. Una a una, las ciudades fundadas por los hijos de Adáhn fueron cayendo en manos de los gigantes. La armada de los colosos se dividió en dos grupos para someter en el menor tiempo posible a todos los hombres, desde el centro hasta los extremos norte y sur del continente.

    Caltio, el gigante que dirigió el ejército al sur del Éufrates era muy hábil con las palabras y, en cada ciudad conquistada, agregaba hombres a su ejército prometiéndoles conocimiento y riqueza. De esta manera, Caltio no tuvo que destruir muchas ciudades, ya que los gobernantes se rendían voluntariamente para conseguir su favor y la promesa de conservar sus vidas. Solo una ciudad del sur no pudo ser conquistada: Salehm, donde se asentó Adáhn, Seth y su hijo mayor, Ehnós. Esta contaba con protección de las bestias del Creador, animales de portentoso tamaño, fuertes y con afilados cuernos. De una sola cornada, estas bestias eran capaces de quebrar a diez gigantes, tal como se rompe la madera cascada.

    La campaña al norte del Éufrates fue dirigida por Catriel, el gigante más violento que pisó la tierra, quien no tomó prisioneros ni buscó alianzas, sino que mató a cada hombre, mujer y niño de las ciudades que conquistaba. El terror que infundió no solo se debió a sus infatigables ataques, sino también a que en cada asentamiento conquistado mandó a construir empalizadas que rodearan el territorio. Sobre estas mandó colgar a los líderes y gobernantes abatidos en batalla. Fue así como llegó al extremo norte del continente, a una tierra que fue comprada ciento cincuenta años atrás por el décimo hijo de Adáhn, varón sabio y prudente entre sus hermanos. A este hombre se debe el conocimiento de misterios y testimonios que se hallan escritos en el Códice de Yohb.

    Yohb alcanzó la fama entre sus hermanos por una revelación especial que le dio el Creador: del tiempo de la creación y de los juicios venideros. Además, fue bendecido con mucha riqueza y compró las tierras del noreste junto con la península de Bernhalia, buena y fértil para el ganado gracias al vapor matutino, unida al continente por un estrecho paso de tierra, pero sin ríos que propiciaran asentamientos grandes de hombres. La tierra del continente que adquirió fue repartida entre seis de sus hijos y la península la dio por heredad a su hijo mayor y a sus tres hijas.

    Veinte años después de la muerte de Yohb, sus hijos gobernaban sus respectivas heredades y presenciaron los estragos del pueblo gibbor. De cada ciudad que caía en manos de Catriel, huían puñados de sobrevivientes: una familia, un par de hijos desamparados, un esposo en angustia, una mujer embarazada, niños cubiertos de lágrimas. Contingentes de expatriados lograron escapar a las tierras de Yohb, de tal manera que se formó un grupo de hombres dispuestos a enfrentar a los colosos en batalla.

    Sin embargo, la recién formada milicia no era suficiente. Frente al pueblo gibbor, los hombres lucían como langostas. Un solo gigante era capaz de matar con facilidad a veinte guerreros fuertes, por lo que en solo dos meses los colosos arrasaron con casi todas las aldeas y campos de las tierras de los hijos de Yohb. Cayeron todos, incluido el ejército que se organizó para enfrentarlos, en el cual se encontraban los seis descendientes del décimo hijo de Adáhn.

    Fue así como los sobrevivientes cruzaron el camino estrecho hacia la península de Bernhalia para refugiarse y ponerse bajo la autoridad de los señores de aquella tierra, con la esperanza de que sus enemigos no los persiguieran. Sin embargo, Catriel estaba obstinado en evitar que la semilla de la mujer germinara.

    Pronto se reunieron los colosos para marchar al Paso Angosto: la puerta de acceso a Bernhalia. Las hordas de Catriel estremecieron de tal forma la tierra que las aldeas supervivientes del norte de Gemet comenzaron a correr la voz de que los montes estaban traspasando el continente rumbo a las costas. Muchos atestiguaron un poderoso ejército de cedros que removía la tierra y las rocas; pero aquel bosque no hospedaba vida ni verdor alguno, se hallaba vestido de hierro y alzaba sus poderosos brazos hacía el cielo como temibles lanzas.

    Los hombres restantes se reunieron para enfrentarlos en el Valle de Zhora, en el centro de la península, sin esperanza alguna de poder vencer. Los cuatro hijos de Yohb que aún vivían tomaron lugar al frente de la multitud. Se formaron las filas de soldados al sonido del cuerno, retumbaron en el valle las graves notas de un cuadrúpedo sacrificado para el día de la batalla. Bernhalitas y supervivientes de Gemet conocieron el terror al ver a un ejército que los azotaría como el mar lo hace con las rocas de una ribera.

    Fue entonces que recordaron las palabras escritas por su padre: «Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado. ¿Quién es este que oculta el consejo sin entendimiento? Por tanto, he declarado lo que no comprendía, cosas demasiado maravillosas para mí que yo no sabía. Escucha ahora y hablaré; te preguntaré y tú me instruirás. He sabido de ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto y me arrepiento en polvo y ceniza».

    Entonces los hijos de Yohb caminaron al centro del valle. No desenvainaron sus espadas ni extendieron sus lanzas, sino que cayeron de rodillas. Los cuatro hermanos tomaron sus manos y postraron sus rostros para clamar al Creador que se había revelado a su padre años atrás. Al verlos, Catriel tomó su espada lleno de ira y corrió hacia ellos con las manos ansiosas y su afilado acero listo para matarlos. Tras él, todos los colosos que lo acompañaban alzaron un grito de guerra y siguieron a su general. Pero, justo antes de dar el primer golpe, la tierra comenzó a temblar.

    Una sacudida derribó a todos los colosos y luego un estrépito ensordeció a todos. La tierra crujió como un relámpago, una grieta serpenteó el suelo de un punto a otro del Valle de Zhora. Se partió el piso en dos. De pronto, otra enorme sacudida sucedió, y luego otra, hasta que los peñascos y rocas se agitaron como ramas ante el viento. Las hordas gibbor no eran dueñas de sí mismas. Los gigantes estaban lívidos y cubrían sus oídos para no oír los estallidos de las rocas ni el crepitar de los árboles. Algunos rodaron por los suelos, víctimas del poder del terremoto; otros reptaron, buscando algo a que asirse para no rodar inermes ante la calamidad. El horror se apoderó de los gigantes.

    De un extremo al otro de la península se levantaron grandes montañas que no existían al principio de la creación. Al mismo tiempo, la tierra se dividió en dos en dirección contraria a los nuevos montes. Quedó así dividida Bernhalia en cuatro partes, unidas por el Valle de Zhora, donde los hijos de Yohb doblaron sus rodillas y pidieron ayuda al Creador. Los hombres que estaban presentes perdieron de vista a sus señores por la polvareda y los escombros que cubrieron todo el campo de batalla. Los más fuertes corrieron hacia ellos para unirse a su plegaria; sin embargo, el movimiento de la tierra no les permitía siquiera controlar sus pasos.

    Arrastrándose y dando tumbos unos con otros, los gigantes huyeron por el camino estrecho. Mientras cruzaban, para su sorpresa, escucharon rugir las aguas. Ante ellos se irguió una enorme masa con escamas, coronada de aletas puntiagudas. Leviathán, el monstruo marino, emergió de las profundidades del mar a toda velocidad, elevándose por encima de la superficie y echando por delante sus gigantescas garras. En el acto cayeron sus enormes uñas como pesadas lanzas sobre Catriel y su ejército. Blandió sus brazos y dio zarpadas de ida y vuelta que desbarataron la ofensiva de los gibbor sin que éstos pudieran dañarlo. Por más fuerza y velocidad que imprimían a sus armas, ninguna de sus lanzas podía penetrar la gruesa piel de Leviathán. Desde ese día, el paso que une al continente con la península es conocido como el Paso de Leviathán o Paso Angosto.

    Menos de la cuarta parte de las fuerzas de Catriel logró cruzar a salvo; unos hallaron la muerte en el mar y las fauces del monstruo marino fueron su sarcófago, otros murieron aplastados por los pedazos de riscos que se desquebrajaban al chocar con las montañas que se estaban formando, y un puñado corrió en medio de la cortina de polvo para hallar refugio entre las cuevas del valle.

    Después de varios días, cuando la tierra se calmó y el polvo se desvaneció, los hombres no encontraron a sus señores. En su lugar apareció una gran piedra que marcaba el centro del valle y dividía en cuatro secciones el territorio. Se le conoció como la Piedra de los Reyes, en honor a los hijos de Yohb; Yakohb, Jeminah, Cesiha y Kheren, quienes con ruegos al Creador, salvaron a todas las personas reunidas en aquel lugar. Dieron sus vidas para comenzar un nuevo reino que duraría casi mil años hasta el día de su caída. Desde aquel cruento día para el pueblo gibbor, los gigantes establecieron por ley no cruzar a la península. Solo los hombres podían cruzar,

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