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El Dogok y las Guerras Noxxis
El Dogok y las Guerras Noxxis
El Dogok y las Guerras Noxxis
Libro electrónico743 páginas11 horas

El Dogok y las Guerras Noxxis

Por Daton

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Información de este libro electrónico

Los orígenes del mundo de Legado de Excelsior.
En un planeta desconocido llamado Ádama, ocho errantes obtienen tenebrosos poderes como regalo de la muerte —la Presencia Oscura—. Estos ocho «daraflame», como los ha nombrado la misma muerte, comienzan a afectar y a abusar de diferentes maneras a otros pueblos aledaños, imponiendo su voluntad sobre los más débiles, pues aseguran ser «dioses inmortales». Es entonces cuando Elyón, un ser misterioso y ancestral, interviene en el relato, escogiendo a cinco individuos a quienes otorga su poder para hacer frente a los horrendos crímenes de los daraflame y detener el poder de las sombras. Pero ¿cómo podrían estos individuos vencer a la oscuridad misma cuando todos tenemos luz y sombras en nuestro interior? Una novela de fantasía y acción muy veloz, perturbadora y emocionante, donde el lector se verá inmerso en un completo nuevo mundo que invita a ser descubierto desde sus más remotos orígenes.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 sept 2023
ISBN9788419774705
El Dogok y las Guerras Noxxis
Autor

Daton

Daton o Danilo Járlaz es un escritor y dramaturgo chileno, nacido en Santiago. Es conocido principalmente por ser el autor de la novela Legado de Excelsior (2012), la cual obtuvo el premio Germen otorgado por la Universidad de Santiago como Mejor Historia de Fantasía y Mejor Autor Emergente de ese año. En octubre de 2013, el mismo libro fue seleccionado para ser presentado en la prestigiosa feria literaria Le- Parc en Mendoza, Argentina, por el sello Bubok Editores, donde la primera edición se agotó rápidamente. En 2017, fundó la compañía teatral Teatro Turbulencia, donde ha escrito y dirigido varios montajes teatrales de su propia autoría. En el año 2020, ganó el Fondo Nacional del Libro en colaboración con Ediciones Universitarias de Valparaíso para publicar este libro —El Dogok y las Guerras Noxxis—. La novela ha recibido una excelente crítica y recepción entre lectores juveniles y adultos causando que su primera edición se agotara rápidamente. Hoy la literatura de Daton es difundida en ferias medievales y eventos dedicados al género fantástico donde ha gozado de gran popularidad y aceptación. Daton vive en Santiago de Chile. Es traductor superior bilingüe de la Universidad Arturo Prat y guionista en dramaturgia para el cine de la Universidad de Chile, eso último lo deja para el final porque siempre hay alguien por ahí que le interesa saber esa clase de cosas.

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    El Dogok y las Guerras Noxxis - Daton

    Acerca de este libro

    Los acontecimientos relatados en este libro ocurren en Ádama, un planeta diferente al nuestro. Este tiene dos hemisferios, el del norte es llamado Blúrian y el del sur, Mádigan. Esta historia se desarrolla principalmente en Mádigan.

    A pesar de que existen bastantes similitudes con nuestro planeta (me refiero a la Tierra), notará también marcadas diferencias, como los tres soles de Ádama, por ejemplo, los cuales sirven para reconocer las diferentes partes del día (mañana, tarde y noche), algunos minerales, animales y árboles fantásticos que solo existen en la mente del autor.

    Notará también que, a pesar de que algunos personajes tienen apariencia similar a la humana, no lo son en absoluto. Las diferentes razas de Ádama irán siendo presentadas a medida que avanza la historia.

    Bienvenido al mundo de Ádama. Que disfrutes la lectura. Gracias por leer.

    En una de las pocas copias originales de este libro se encontró el siguiente escrito a mano:

    Para Bénjamin Blend:

    Si vas a enfrentarte a los espectros de los nimrod, por tu propia seguridad, primero tienes que leer este libro, Ben.

    Por suerte lo encontré en lengua común. No voy a pasarte un libro de brujería nimrod, tranquilo, no está en lengua tenebrae.

    Este compendio contiene la historia de los orígenes de los ocho dioses nimrod. La historia es oficial para este pueblo, es más, la consideran un relato sagrado. Es un texto muy antiguo llamado El Dogok. Te advierto que los primeros relatos te resultarán algo explícitos y repulsivos, pero debes continuar la lectura hasta el final. Es breve. Te servirá para entender su cultura.

    Luego hay otra historia más extensa y mucho más interesante, si me permites decir. Esta historia realmente ocurrió, pero los nimrod jamás lo han querido reconocer del todo. Lo consideran un libro apócrifo hasta el día de hoy. Me refiero a las Guerras Noxxis. Ya verás porqué.

    Léelos ambos y luego podremos comentarlos.

    Yo voy a ayudarte, Ben.

    Voy a acompañarte, aunque tengamos que llegar hasta el maldito corazón de la oscuridad.

    Te lo prometo.

    M.Z.

    El Dogok

    Capítulo 1

    La Presencia Oscura

    La muerte es tan solo una transformación.

    El agua turbia tocó los labios de los Herederos de la Sangre.

    Bebieron del torrente de la oscuridad, derramado en sus manos.

    Y, roto el pacto enorme, tenían que morir.

    Al instante, la oscura figura se deslizó desde el pozo, como un espectro nauseabundo, hacia el exterior.

    La muerte deseó entonces poseer un cuerpo visible en el mundo perecible. Había acechado por el este de Mádigan y encontró un cuerpo que codició. Susurró a su oído y supo que el miedo había invadido a su víctima. Esta gritó de pánico y, dejando caer un cántaro lleno de agua que cargaba, huyó.

    ¡Papá! ¡Papá! ¿Dónde estás?

    Pero nadie escapa del poder de la Presencia Oscura.

    Ingresó a la fuerza en sus carnes y luchó por acomodarse entre sus huesos y músculos, lo que costó trabajo, pues todo lo que conseguía era que el cuerpo al que asediaba se sacudiera con brutales espasmos. No lograba poder controlar sus miembros.

    Sube… sube…, en su cabeza podrás controlarlo todo.

    Y así lo hizo. Entonces los músculos por fin obedecieron a sus deseos; sintió los dedos, las manos, los pies. Era diferente a ser un espectro, como acostumbraba. Ahora tenía que estar en un espacio específico y reducido, pero sus sensaciones habían aumentado. Era lo que quería.

    Dejó de gritar por fin y notó que sus pensamientos ahora podían ser expresados de forma audible. Abrió los ojos por primera vez y todo se percibió de forma diferente. No era lo que acostumbraba a sentir, pero le agradó.

    Llegó hasta una aldea cercana en medio de un valle y se hizo una máscara con la que solo se podían ver sus ojos y su boca. Con esta cubrió su rostro. Entró en el campamento y les arrancó la vida a todos los que encontró.

    Los últimos que quedaron le rogaban misericordia. Al ser testigos de cómo desataba sus terribles poderes sobre ellos, le rogaban como si la conocieran de antes. ¿De antes? ¿Quién iba a conocer a la muerte desde antes si era la primera vez que se dejaba ver?

    Sus poderes se habían incrementado, era lo que quería. Entonces desolló los cadáveres que había ejecutado, hechizó sus huesos y los cubrió con rocanagra (el mineral precioso). Y por esta razón los nimrod lo llaman «la roca de la muerte».

    Vistió a sus súbditos con la hermosa piedra oscura y les otorgó los poderes de las tinieblas. Así nacieron los grandes gólems de rocanagra, con dos agujeros que emitían un rojo y siniestro resplandor en sus cabezas pétreas, y midiendo más de dos metros cada uno. A estos les ordenó que construyeran un palacio donde poder habitar. De esta manera fue construido el Palacio Siniestro.

    Entonces los asesinatos que había realizado la Presencia Oscura en aquella aldea comenzaron a propagarse por los alrededores y hubo gran temor en toda la región.

    Se esparció el rumor de que quien llegara hasta el altar de la Presencia Oscura y se inclinara ante su trono heredaría poderes extraordinarios. Debido a esto, con el tiempo, muchos intentaron aventurarse para conocerla en persona y verla con sus propios ojos, pero sus gólems de rocanagra mataban a los osados forasteros que se acercaban y arrojaban sus cuerpos al abismo, como quien se deshace de desperdicios, cosa que aumentaba el temor entre los relatos de los viajeros.

    Sin embargo, ocho forasteros pudieron hacer frente a los gólems de rocanagra. Pudieron engañarlos y se abrieron paso hacia el Palacio Siniestro, donde moraba la Presencia Oscura. Al llegar hasta su trono se inclinaron y le dijeron:

    —Déjanos servirte y nuestra alma será tuya en vida y muerte. Danos tu poder y te entregaremos lo que deseas.

    Entonces la Presencia Oscura no pudo evitar reír a sus anchas al escucharlos y preguntó a los ocho viajeros:

    —¿Y qué creen que desea la Presencia Oscura?

    Si osaban a responder una mentira, se bebería sus vidas ahí mismo.

    —Deseas devorar las almas de Ádama. Eso anhela la Presencia Oscura —respondieron los viajeros.

    Y se sorprendió la Presencia Oscura en gran manera, pues eso era realmente lo que anhelaba.

    Vio el interior de los ocho que se inclinaban delante de sí y notó que sus corazones eran más corruptos que los mismos gólems de rocanagra. Esto le agradó aún más.

    —Hábiles y dignos han demostrado ser al llegar hasta aquí, al desafiar a la muerte y saber incluso lo que deseo. No tomaré sus vidas si me traen un sustituto. Denme entonces lo que ya saben que anhelo, sustitúyanse por otro y jamás podré tocarlos.

    Entonces los ocho, aún inclinados, le rogaron diciendo:

    —Grandes poderes les han otorgado los saráfiels a sus hijos los sáfiels. Danos pues tu poder a nosotros y podremos servirte bien.

    Y le pareció bien a la Presencia Oscura dar, a cada uno de los ocho, una gema de rocanagra como colgantes, las cuales hechizó con ocho poderes diferentes, y les dijo:

    —Si invocan mi poder y me entregan sus vidas, el poder de las gemas de rocanagra será suyo. —Y los ocho que se habían inclinado, asintieron.

    Una de las ocho gemas de rocanagra tenía dos aros rojos y brillantes rodeando su superficie que el resto de las gemas no poseía, y la Presencia Oscura le dio esta gema diferente al que primero había hablado frente a su trono:

    —Desde ahora nadie más te llamará Ahimot, sino que Ogtus será tu nombre. —Y la Presencia Oscura se quitó solo delante de él la máscara que siempre llevaba y le mostró su rostro a Ogtus. Y los ojos de Ogtus se abrieron de par en par, impresionado de lo que veía—. Ahora sabes mi secreto, pero a nadie lo digas, porque si lo haces me llevaré tu vida —le juró la muerte. Ogtus asintió con la cabeza y la reverenció—. Ahora ¡vayan! Y no olviden mi regalo, ustedes serán mis daraflames, mis ángeles de la muerte. Derramen la sangre que necesito y no me beberé la de ustedes —dicho esto, se desvaneció frente a ellos en una bruma de tinieblas.

    Nadie pudo ver el rostro de la Presencia Oscura, salvo Ogtus, quien guardó el secreto y no lo reveló a los otros siete. Por esa misma razón, desde ese mismo día, Ogtus recibió una máscara igual a la que usaba la Presencia Oscura y cubrió su rostro con ella. Solo mostraba su rostro a personas en las que confiaba, pero si alguien en quien no confiaba lograba verlo, le daba la más horrenda de las muertes.

    —¿No nos dirás tu nombre, Presencia Oscura? —se atrevió a preguntar uno de los ocho daraflames mientras la bruma de tinieblas aún flotaba en el aire.

    —Ya les he dado uno —se escuchó en un siniestro susurro, antes de esfumarse por completo. Entonces todos miraron a Ogtus, que no supo qué responder.

    Salieron los ocho daraflames del Palacio Siniestro, y los gólems de rocanagra los miraban con temor y desagrado, pues ahora que llevaban los colgantes de rocanagra, al parecer no podían dañarlos. A pesar de esto, los ocho daraflames no querían provocarlos y se alejaron del Palacio Siniestro lo más rápido que pudieron. Sin embargo, uno de ellos, mientras huía, miraba hacia atrás y lloraba con amargura.

    Una vez lejos, se miraron entre sí con desconfianza, entonces uno de ellos habló diciendo:

    —Peligroso es que estemos todos juntos. Nuestro poder podría perjudicarnos. Por lo tanto, tome cada uno un compañero y siga con él un camino diferente. —Y a todos les pareció una buena idea.

    Se cambiaron todos los nombres diciendo:

    —Para que no nos encuentren nuestras antiguas familias, cambiemos nuestra identidad, porque luego de haber estado frente a la muerte, ninguno de nosotros volverá a ser el mismo.

    Y se pusieron los siguientes nombres:

    Kebos,

    Radabat,

    Kashimir,

    Oseres,

    Toter,

    Azuruma y

    Atizedrel.

    Y Ogtus dijo:

    —No soy digno de llevar este nuevo nombre, pues es el que nos ha dado la muerte cuando le hemos pedido el suyo. Conservaré Ahimot y si alguien me reconoce de nombre, lo entregaré a la muerte.

    Pero ninguno de los otros daraflames le permitió hacer esto, puesto que todos habían escuchado decir a la muerte que Ogtus era su nombre ahora.

    —Te mataremos si dejas el nombre —dijeron todos, y Ogtus, no queriendo contrariarlos, conservó el nombre para sí.

    Entonces Ogtus dijo a Radabat:

    —Muéstrame qué poder te ha otorgado la muerte.

    Pero Radabat respondió:

    —Pronto sabrás de mi poder, Ogtus, heredero de las sombras, pero no seré yo quien te lo diga —y dicho esto tomó de compañero a Kashimir y se alejó con él del lugar en el que estaban. Y Kashimir miró con deseos lujuriosos a Azuruma, que era una mujer muy hermosa, pero no opuso resistencia alguna en seguir a Radabat. Y Azuruma vio con la mirada cómo se alejaba y también lo deseó.

    Entonces Ogtus dijo a Oseres:

    —Enséñame qué poder te ha otorgado la muerte.

    Y Oseres respondió:

    —No te apresures, Ogtus, heredero de las sombras, pues aunque te lo diga, es mejor que tus ojos lo vean a su debido tiempo —y dicho esto tomó de compañero a Toter, y se fueron juntos por un camino diferente al que habían tomado Radabat y Kashimir.

    Y quedando solo Azuruma, Atizedrel y Kebos, Ogtus les dijo:

    —Supongo que ustedes tampoco me dirán los poderes que han recibido de la Presencia Oscura.

    Entonces Azuruma, que era muy bella, se acercó hasta Ogtus y le besó con pasión al mismo tiempo que, con su mano, acariciaba con lascivia sus genitales. Y el joven daraflame se encendió en deseos lujuriosos y deseó hacer suya a Azuruma ahí mismo, pero ella, retrocediendo luego de besarlo, negó con la cabeza, lamiéndose los labios:

    —Si así lo quiere el destino, volverás a verme, Ogtus, heredero de las sombras. Pero ahora debo irme —respondió Azuruma, y tomando a Atizedrel, una mujer tan hermosa como ella, se alejó del lugar por un camino diferente al de los demás.

    Entonces Kebos, el único que había quedado, se arrodilló frente a Ogtus y dijo:

    —Déjame acompañarte y mi poder será tuyo, pero si no deseas mi presencia, te ruego que me entregues a la muerte ahora mismo, porque no sé dónde ir con lo que se me ha otorgado —suplicó con los puños en tierra. Ogtus lo miró un instante antes de responder, como si se compadeciera de lo que Kebos decía.

    —No necesito tu poder, y si lo necesitara, muerto o vivo, tomaría el tuyo sin tu consentimiento —respondió Ogtus.

    —Entonces tómalo y borra mi existencia, porque gran traición hemos cometido contra la sangre —dijo Kebos sin levantar el rostro.

    —Ninguna traición has cometido, Kebos, daraflame de la venganza. Has muerto y vuelto a nacer al recibir la gema de rocanagra. Ya nada queda de quién solías ser. Ponte de pie —ordenó Ogtus. Kebos así lo hizo y le juro lealtad.

    —Hasta la muerte te serviré, Ogtus heredero de las sombras —juró Kebos con vehemencia.

    —¡Necio! —respondió Ogtus— Nosotros no moriremos. La muerte no puede morir —afirmó Ogtus con seguridad.

    Entonces Kebos levantó la mirada y se llenó de horror y miedo al ver los ojos de Ogtus tras la máscara que le había dado la Presencia Oscura. Eran sin duda los ojos de la misma muerte.

    Porque la muerte había sido complacida en él.

    Capítulo 2

    Ogtus y Kebos

    En la cultura nimrod, Ogtus es el dios de la muerte.

    Reconocido como el más poderoso de los ocho daraflame.

    Kebos es el dios de la venganza y el poder.

    Aconteció que Kebos tomó mineral de acadio y se forjó con las manos una maza que era casi de su mismo tamaño. Mientras la forjaba, Ogtus lo miraba trabajar sentado en lo alto de una roca. Entonces un susurro siniestro le habló diciendo:

    Ogtus, heredero de las sombras, destruye las cumbres que te rodean y ve hacia el oeste de Mádigan, porque allí están las vidas que me entregarás.

    Aún no terminaba de hablar aquella voz, cuando Kebos se volteó hacia él con su maza de acadio terminada:

    —¿Qué es lo que demandan las tinieblas? —preguntó Kebos, poniendo la maza sobre su hombro. Ogtus se sorprendió al escucharlo.

    —¿Acaso tú también los has escuchado? —quiso saber Ogtus. Kebos negó con la cabeza.

    —No. Pero sé cuándo te hablan —respondió Kebos.

    —Destruye todas las cumbres que nos rodean. Deja el paso inaccesible al Palacio Siniestro. Muele todo lo que nos rodea con tu maza de acadio y vámonos de aquí.

    —¿A dónde iremos? —preguntó Kebos.

    —A buscar lo que me pertenece —respondió Ogtus fulminante.

    —Así se hará —dijo Kebos sin más reparos.

    El daraflame blandió su nueva maza por primera vez y un devastador poder tenebroso emergió de él. Aumentando cien veces su tamaño corporal, molió las colinas y desintegró los roqueríos; pronto todo se redujo a planicies llanas y desérticas. Todo fue reducido a arena.

    Y mientras Kebos destruía todo, escuchaba la risa de la muerte en sus oídos. El daraflame no se detuvo, pero escuchar esa risa dentro de su cabeza era una tortura.

    Entonces Ogtus llamó a ese lugar la Prisión de Similot, ya que la muerte le había dicho: «Aquí haré prisioneros a todos los que me entregues».

    Este también fue el nacimiento del Desierto de los Muertos al este de Mádigan.

    Al acabar la destrucción de las colinas, nadie pudo volver a encontrar el Palacio Siniestro, no se supo más de los gólems de rocanagra ni de la Prisión de Similot. Sin embargo, viajeros que han sobrevivido al Desierto de los Muertos afirman haber escuchado a lo lejos, entre las llanuras, una risa siniestra que se esconde entre las tormentas de arena. Cuando algún viajero queda abandonado en el desierto, se cree que es atormentado por la misma risa que escuchó Kebos cuando destruía las colinas. Todos los que la escuchan terminan enloqueciendo.

    Kebos volvió a su tamaño original. Se sentó exhausto con la maza de acadio entre las piernas; temblaba. Notó que su arma ahora se había reducido a una barra muy afilada, parecía una espada más que una maza.

    Y estaba Kebos desnudo, pues al agigantarse de tal forma, sus ropas se habían desintegrado al liberar su poder tenebroso. Y pensó Kebos en forjarse una espada, pero Ogtus lo detuvo.

    —Déjalo así. Necesitas descansar —dijo Ogtus quitándose la capa para ponerla sobre los hombros de Kebos. Al hacerlo, Kebos se desmoronó y perdió el conocimiento.

    Ogtus cargó con su compañero y lo llevó hasta una aldea cercana que se veía en muy mal estado. Una columna de humo negro procedente de la aldea se elevaba hasta el cielo, podía verse desde muy lejos. Al llegar, Ogtus preguntó a los aldeanos qué era lo que acontecía, estos al ver su máscara le temieron en gran manera. Sin embargo, respondieron diciendo:

    —Drakers, el pueblo de guerreros que se transforman en dragones, junto a su líder, un dragon krane. Nos atacan y se llevan nuestro mineral yawfen y lo poco que nos queda de rocanagra. Matan a nuestro pueblo y huyen con el botín.

    —¿Cuántos dragon krane han atacado? —preguntó Ogtus.

    —Solo uno, pero cuando ataca, otros drakers asaltan nuestras arcas, se llevan el mineral y matan a filo de espada a quien se cruce en su camino —dijo el aldeano, como si recordara horribles momentos.

    —Dame un lugar donde mi compañero pueda recuperarse y el dragón morirá hoy —aseguró Ogtus.

    Entonces el aldeano se apresuró a llevarlo hacia su casa, que estaba en el centro de la aldea. Allí, Ogtus pudo ver de cerca el caos y la destrucción que los ataques draker habían provocado. Muchas viviendas estaban en cenizas y ruinas, y había varios cuerpos mutilados y quemados por las calles e incluso sobre los tejados. Entonces algo acaparó toda la atención de Ogtus: se trataba de una fuente que estaba en el centro de la plaza principal llena de un agua ennegrecida y muy turbia. Ogtus la observó con mayor cuidado.

    —¿Qué le ha ocurrido a esa fuente? —preguntó Ogtus al aldeano, apuntando con la mano, pero este lo apremió diciendo:

    —¿La fuente? ¿Tu amigo desfallece y tú te preocupas de una fuente? —le contestó el aldeano. Entonces Ogtus se enfureció y, cambiando el tono de su voz a uno en verdad espeluznante, dijo:

    —¡RESPONDE AHORA, ALDEANO!

    El campesino cayó a tierra, temblando, y notó que no estaba frente a un forastero ordinario.

    —Mi… mi señor —contestó entre balbuceos— es… es la fuente de la suerte de nuestra aldea, pero… pero el dragon krane ha escupido su veneno en el agua, corrompiéndola, y así ha quedado —explicó muy asustado.

    Ogtus sonrió complacido, aunque su máscara no lo dejaba ver, su mirada siguió en la fuente como si se tratara de un gran tesoro. El aldeano huyó de su presencia, pues no soportaba más el miedo, pero a Ogtus no le importó.

    —Estás de suerte, Kebos —dijo Ogtus a su inconsciente compañero llevándolo hasta la fuente. Al llegar al borde, acarició el agua turbia y se saboreó los dedos. Los aldeanos de los alrededores los miraban, aterrados, desde sus casas.

    —Perfecto —dijo Ogtus, como si el encontrar esa fuente fuese precisamente lo que necesitaba en ese momento. Al instante, le quitó la capa a Kebos, dejándolo desnudo una vez más, y lo arrojó dentro de la fuente, y arrojó también lo que había quedado de la maza de acadio. Los aldeanos, al ver lo que había hecho, ahogaron un grito de horror. Ogtus puso las manos sobre la superficie del agua y comenzó a hablar en una lengua que los aldeanos jamás antes habían escuchado. Aunque no comprendían lo que decía, una seguidilla de escalofríos inundó a todos los que lo escuchaban.

    Era la lengua tenebrae. La lengua de las tinieblas.

    Entonces, mientras Ogtus recitaba lo que parecía ser un conjuro, cientos de espectros llenaron el lugar y una energía negra comenzó a moverse alrededor de la fuente, emitiendo un gemido nauseabundo de almas en pena. El cielo se oscureció y el viento comenzó a ponerse más y más violento. Los aldeanos, siendo espectadores de lo que ocurría, se tapaban los oídos, lloraban y se retorcían de miedo en el suelo. Ogtus, por su parte, había vuelto a adoptar aquella mirada de ojos rojos y horrendos, los mismos con los que había aterrorizado al mismo Kebos.

    Al terminar su maleficio en lengua tenebrae, un fuerte aullido espectral resonó por toda la aldea. Al acto, una enorme serpiente de agua negra se alzó desde la fuente y se postró frente a Ogtus, como si lo reverenciara. Ogtus volvió a hablar en lengua tenebrae, diciendo:

    —Entrégame al daraflame de la espada —ordenó. La serpiente abrió la boca y de su interior emergió Kebos vistiendo una imponente armadura negra que tenía el diseño de muchas serpientes oscilantes en las terminaciones de la vestidura metálica. El yelmo sobre su cabeza tenía la forma de una serpiente con las fauces abiertas, estaba rodeado de espectros por doquier. Kebos abrió los ojos dejando ver sus nuevas pupilas. Estas se habían dilatado completamente, sus ojos ahora emanaban un tenebroso resplandor oscuro. Empuñaba los restos de la maza de acadio, solo que ya no era una maza… En vez de eso empuñaba una temible espada que poseía una hoja con el grosor de un hacha. El arma estaba agujereada en el metal. Por sus orificios cientos de serpientes negras y vivas subían y bajaban una y otra vez, enrollándose en el arma, emitiendo un perturbador siseo. Una gema de color verde oscuro resplandecía en el ojo de la empuñadura. Kebos blandió su nueva y temible arma y exclamó con voz tonante:

    —¡Esta es la Serpentia! ¡La espada de Kebos, el daraflame de la espada!

    Todo el pueblo temió enseguida.

    Entonces un rugido abismal se escuchó desde el cielo nublado y, al instante, un gigantesco dragón gris se dejó ver. Su piel era escamosa y gruesa, como los interiores amorfos de una cueva; sus alas tenían los cartílagos muy marcados sobre la piel, con garras en las puntas; sus ojos eran como dos carbones encendidos y sus zarpas y colmillos como sables filosos. La imponente bestia planeaba sobre la aldea emitiendo ensordecedores rugidos, dispuesto a atacar.

    Los aldeanos, al verlo, exclamaron:

    —¡Estamos muertos! ¡Si el dragon krane no nos mata, estos poderosos forasteros lo harán! —decían, mientras se abrazaban y lloraban de pánico.

    Ogtus vio al dragón planear sobre la aldea sin inmutarse siquiera y supo que el nombre de la bestia era Abun-Huza. La muerte se lo había susurrado.

    Ogtus dio un salto espectacular hacia el cielo al mismo tiempo que la serpiente de agua negra que había vomitado a Kebos se erigía imponente, poniéndose justo debajo del heredero de las sombras, alzándolo sobre la aldea. Ogtus aterrizó sobre la cabeza de la serpiente negra y quedó cara a cara con Abun-Huza, quien le devolvió un rugido de furia, agitando sus enormes alas.

    —¡Eres mío, dragon krane! —dijo Ogtus con una voz que retumbó por todas partes. Al acto, saltó sobre el inmenso dragón, quedando sobre su crin. Entonces la serpiente de agua negra, disolviéndose a sí misma, pareció seguir las manos de Ogtus, adoptando la forma de gruesas cadenas, que aprisionaron el cuello y el vientre del dragón. Luego de envolver a la bestia, las cadenas de agua negra quedaron en las manos de Ogtus, quién había montado a Abun-Huza como si fuera un caballo. El dragón entró en cólera de inmediato, pero nada de su brío, ni el fuego negro que escupió por el hocico, pudo conseguir que se sacara a Ogtus de encima.

    —¡Soy Ogtus, heredero de las sombras! ¡Y tú, Abun-Huza, me servirás de ahora en adelante! —exclamó Ogtus a gran voz. El dragón rugió una vez más escupiendo fuego negro, encolerizado. Entonces Ogtus se quitó la máscara que le había dado la muerte y, abriendo la boca, emitió un rugido que dejó salir de su interior a la misma serpiente de agua negra que había aparecido en la fuente. El enorme monstruo dibujó un arco en el aire hasta introducirse en el hocico del dragon krane en contra de su voluntad. Al tragarla toda, la bestia desprendió un estallido de sombras y su apariencia cambió a un rojo oscuro; desde su nariz, hocico y ojos desprendía un fulgor del mismo color. Luego de unos momentos, dejó de resistirse a Ogtus y se entregó a sus deseos.

    Los aldeanos, al presenciar semejante escena frente a sus ojos, cayeron a tierra y adoraron a Ogtus diciendo:

    —¡Es un dios! ¡Un dios nos ha sido enviado para salvar nuestra aldea! —exclamaban todos alzando las manos, reverenciando a Ogtus y a Kebos.

    Pero entonces, algunos drakers con armaduras escamosas rodearon la aldea en ruinas y gritaron de furia al ver que Abun-Huza, su líder, había sido sometido cual dócil corcel. Ogtus les dio una mirada de desprecio desde los hombros de Abun-Huza. Los drakers atacaron la aldea dispuestos a matar a todos sus habitantes y arrasar con sus edificios, pero Kebos, con su nueva espada, la Serpentia, arremetió contra ellos con tal fuerza y velocidad, que ningún draker pudo dañar nada ni a nadie. Y comenzaron a caer como moscas bajo su acero sin poder hacer mucho para contrarrestarlo. En su desesperación, varios drakers comenzaron a convertirse en dragones para intentar matar a Kebos, pero el poder descomunal del daraflame los aniquilaba haciendo incluso temblar la tierra cada vez que blandía su acero.

    Y mató Kebos ese día a más de quinientos drakers, mientras Ogtus observaba todo desde el cielo, aún montando a Abun-Huza, riendo de placer.

    Al terminar la batalla, Ogtus hizo aterrizar a su nuevo dragón al lado de Kebos, quien acababa de dar el último golpe con la Serpentia. Las serpientes de la espada estaban muy agitadas y salpicadas de sangre draker.

    Entonces los aldeanos, en un estado de éxtasis, se acercaron hasta ellos y continuaron adorándolos.

    —¡Son dioses! ¡Los dioses nos han salvado!

    —Lo somos —respondió Ogtus—, y ustedes pueden ser como nosotros, pero antes, construyan para mí un templo y siembren un páramo donde Kebos y yo podamos reposar. Y ya no serán más una aldea insignificante, sino que esta será la morada de los dioses. Serán temidos por las demás naciones, haremos guerra contra ellos y no podrán contra nuestro poder —afirmó Ogtus con total seguridad. Los aldeanos casi enloquecían de alegría y devoción, entonces Ogtus los hechizó, haciéndolos hablar en lengua tenebrae, y todos comenzaron ese mismo día la construcción de la Acrópolis Nimrod para situar los templos de Ogtus y Kebos.

    Y levantó Ogtus ese día un monte, al cual llamo Askalinor, y ordenó que la acrópolis se construyera sobre este.

    Y llamó Ogtus a los aldeanos nimrod, que en lengua tenebrae quiere decir bajo un hechizo. Y les ordenó que se comunicaran entre ellos solo usando la lengua de las tinieblas.

    Y la muerte fue complacida.

    Capítulo 3

    La Espada de la Muerte

    En la cultura nimrod, cada daraflame tiene un

    arma única, un mineral nimrod característico

    y una bestia tenebrosa como símbolo.

    Entonces los nimrod comenzaron la reconstrucción de su pueblo. Ogtus mandó que esta no fuera más una simple aldea, sino la capital gloriosa de su reinado eterno. Y Kebos la nombró Askal, que en lengua tenebrae quiere decir génesis o comienzo.

    Y mientras Askal nacía de su destrucción, Ogtus volvió a montar a Abun-Huza y, al hacerlo, Kebos, a quien la armadura de la serpiente negra se le había adherido a la piel definitivamente, le preguntó:

    —¿A dónde vas? ¿Quieres que vaya contigo?

    Ogtus respondió:

    —Donde yo voy, esta vez no puedes acompañarme.

    Y emprendió el vuelo sobre el dragón espectral.

    Le agradó a Ogtus la sensación de volar y sentir el viento sobre el cuerpo. Mientras el dragón extendía sus alas, Ogtus alzaba los brazos y se llenaba de un sentimiento único de gloria y poder, lo que había estado buscando desde siempre, antes incluso de conocer a la muerte en persona, era esto. Se sentía libre y dueño de sí mismo con el poder que había recibido. Y ahora quería más.

    Al acercarse hacia donde se dirigía, tomó a Abun-Huza por las cadenas con mayor fuerza, deteniéndolo. Desde el cielo pudo verlo bien. Solo había oído leyendas de lo que ahora veían sus ojos. Leyendas que odiaba recordar, ya que, por ese entonces, solo era Ahimot, el que huía. Ahora era Ogtus, el heredero de las sombras.

    Un abismo enorme yacía bajo Abun-Huza. Ogtus cerró los ojos y percibió desde lejos lo que anhelaba. Su arma estaba ahí abajo. Entonces hizo que Abun-Huza cayera en picado dentro del abismo a una velocidad vertiginosa. No le tomó mucho tiempo llegar a un punto donde un mar de espectros aullaba y se retorcía sintiendo que alguien vivo se acercaba a ellos.

    Ogtus se frustró al notar esto, ya que sus poderes le revelaron una verdad que le dolió reconocer.

    «¿Por qué siendo embajador de la muerte, los muertos aún desean mi carne?»

    Porque estás vivo, Ogtus, heredero de las sombras.

    Sigues siendo mortal.

    Le respondió una voz que no había escuchado antes. Esta vez no era la muerte quien le había hablado. Tuvo miedo, pero lo disimuló.

    Los muertos lo dejaron pasar, pero no porque lo reconocieran como uno de ellos, sino más bien debido al poder que emanaba del colgante de rocanagra que pendía en su cuello. A Abun-Huza nada pudieron hacer los espectros, porque Ogtus lo cubría con su poder.

    El daraflame de la muerte abandonó entonces Ádama y se internó en el Mundo de las Sombras, una dimensión desconocida donde los espíritus antiguos son atormentados.

    Con los ojos cerrados, intentaba percibir la presencia del arma que buscaba, hasta que la encontró.

    Saráfiels antiguos (espectros) que eran atormentados en ese lugar, lo maldecían cuando pasaba cerca de ellos, e invocaban esbirros espectrales para que lo atacaran, pero Abun-Huza devoraba de un bocado a todos los que osaran acercarse. Al ingerir estos espectros, el dragón espectral pareció incrementar sus poderes, aumentando su tamaño.

    Entonces Ogtus llegó a lo profundo del Mundo de las Sombras, del que ningún mortal ha vuelto jamás con vida.

    En un estrado rodeado de fuego negro y muchas cadenas, Apol, el saráfiel dragón y el engañador de los vivientes, estaba encadenado de brazos y piernas, con sus alas abiertas, clavadas en diferentes partes con agujas encendidas, siendo atormentado. Ogtus vio que había otro abismo a sus pies del cual emergían horrendos gritos; supo que, si se sumergía en ese averno, aunque descendiera con el colgante de rocanagra, jamás podría volver. Ese no era un abismo común y corriente.

    Las cadenas negras, hechas de una sustancia que Ogtus nunca había visto, se movían oscilantes, como si tuvieran voluntad propia, al parecer estaban hechizadas y sujetaban a Apol, neutralizando sus poderes, metiéndose dentro de su propio cuerpo.

    Entonces, por fin, la vio. La Espada de la Muerte estaba allí, ensartada en una peña, encadenada detrás de Apol.

    Ogtus dejó a Abun-Huza frente al pináculo de sombras donde Apol yacía encadenado y se acercó con cuidado.

    El saráfiel dragón permaneció inmóvil. Ogtus sintió un silencio que pareció hacerse cada vez más insoportable en un incomprensible instante de desesperación. Las tinieblas a su alrededor parecieron más espesas, e incluso tuvo la sensación de que estaban apoderándose de él sin que se diera cuenta; a pesar de que nadie se movía, tuvo la sensación de que lo acechaban. Definitivamente no estaba a salvo en ese lugar. Tenía que irse lo antes posible.

    Miró una vez más la Espada de la Muerte, ensartada en la peña, emanando aquella oscura aura a su alrededor. Ogtus extendió su mano para tocarla y, al hacer contacto sus dedos con la empuñadura, las cadenas cedieron y cayeron inertes alrededor de la roca sombría que la mantenía cautiva, como si lo que la hechizaba hubiera perdido su poder. Entonces el aura oscura que rodeaba la espada se impregnó a la mano y al brazo de Ogtus.

    Al instante, Apol, el saráfiel dragón, despertó de su sueño y abrió los ojos de par en par, pero no levantó el semblante para ver a Ogtus cara a cara. Mientras, el daraflame heredero de las sombras, con un mínimo esfuerzo, levantó la Espada de la Muerte de la roca y la elevó con ambas manos, triunfante. Al obtener la espada, todos sus miedos parecieron esfumarse. Se volteó entonces hacia Apol y le dijo:

    —Indigno eres de poseer este objeto, saráfiel dragón —afirmó Ogtus con arrogancia—. Has sido avergonzado al ser encarcelado aquí.

    Apol se limitó simplemente a mover uno de sus hombros haciendo sonar las cadenas que lo ataban desde su interior. Pero se mantuvo muy tranquilo.

    —Puedes llevártela, Ahimot. Ahora no me hace falta —contestó Apol con voz rasposa.

    Ogtus se espantó al notar que el saráfiel dragón conocía el nombre que tenía antes de conocer a la Presencia Oscura.

    —¿Cómo sabes mi nombre, saráfiel dragón?

    —Sé muchas cosas de ti que ni siquiera tú mismo conoces —respondió Apol, levantando por fin la mirada— ¿Quieres la espada? Adelante, daraflame. Tómala. Es tuya.

    Ogtus temió a tal nivel al escuchar todo esto, que comenzó a temblar. Envainó la Espada de la Muerte tras su espalda y montó en Abun-Huza, emprendiendo el vuelo de regreso a Askal lo más rápido que pudo.

    Mientras se alejaba del Mundo de las Sombras, pudo oír como Apol carcajeaba de éxtasis en lo profundo de la oscuridad…

    —¡Volveré por tu trono, Ahimot! ¡Volveré a por lo que me pertenece! —decía Apol en lengua tenebrae mientras reía.

    Ogtus deseó devolver la Espada de la Muerte en ese momento, pero sabía que ya no podía regresar. Todo lo que quedaba era salir del Mundo de las Sombras y volver a Askal con lo que había robado. Al salir, sintió que los mismos temores que creyó haber perdido, ahora volvían como si se hubiesen hecho siete veces más poderosos.

    Ogtus tuvo pesadillas con la risa del saráfiel dragón por el resto de su vida.

    Pasados algunos años, Askal se volvió una ciudad cada vez más grande y poderosa. Ogtus la gobernaba siendo considerado un ser divino y sagrado, junto con Kebos, su compañero y guardián. Ambos se habían hecho ostentosos templos en la acrópolis y eran adorados por los nimrod.

    Y tomaban los dos daraflames muchas concubinas vírgenes y las embarazaban para multiplicar a los nimrod de Askal. Y los padres de las familias se sentían complacidos de mezclar su sangre con la de los dioses.

    Ogtus otorgó terribles poderes de las sombras a sus brujos, a los cuales llamó chemarines, estos invocaban el poder de las tinieblas para someter a sus enemigos y proteger de intrusos la sagrada ciudad de Askal.

    Kebos, por su parte, se complacía en entrenar guerreros en el combate. Forjaba espadas de rocanagra y ordenaba a los nimrod extraer, buscar y comercializar este mineral para forjar más armas, y las hechizaba con diferentes maldiciones y conjuros para herir a sus oponentes. Este fue el origen de los necroknight, caballeros espectrales de los nimrod.

    Kebos era tan temible en batalla que incluso sus pupilos temblaban ante su presencia.

    Ogtus decidió comenzar a escribir sus conocimientos y vivencias en un libro secreto. En sus páginas derramó todas sus conclusiones personales e incluso las invocaciones que lograba realizar. Sin embargo, lo dividió en varias partes para que nadie obtuviera sus secretos de una sola vez. Los escondió en diferentes papiros antiguos, nunca nadie supo en cuántos pergaminos diferentes ocultó sus poderes.

    La Espada de la Muerte fue puesta en una recámara en lo más profundo del Templo de Ogtus, en la Acrópolis Nimrod. Al daraflame le aterró la idea de volver a blandir su poder y hasta deseó en secreto jamás haber descendido a buscarla al Mundo de las Sombras, pero lo que ya había hecho, hecho estaba.

    Ogtus le pidió a Kebos que le forjara una nueva espada de rocanagra y acadio que pudiese utilizar. Fue así como Kebos forjó la Espectra, la temible espada nimrod del dios de la muerte, poderosa y letal. Pero Ogtus jamás volvió a usar la Espada de la Muerte que había robado del Mundo de las Sombras. En su corazón la consideraba como una maldición que ya no podía quitarse de encima, un yugo maldito que llevaría sobre sí por el resto de la eternidad. Con el pasar de los años, la recámara donde yacía la Espada de la Muerte se perdió en el Templo de Ogtus y ya nadie sabe dónde está.

    La muerte estaba siendo complacida.

    Capítulo 4

    Oseres y Toter

    Oseres es el dios del fuego negro. Para los nimrod es el

    sostenedor del equilibrio y creador de la existencia.

    Toter es el señor del conocimiento y la clarividencia oculta.

    Oseres y Toter cruzaron el río Hidekel y se establecieron al otro lado de lo que los topógrafos llaman el Ombligo. Había allí un pueblo llamado Polcura, donde vivían drakers pacíficos. Era gente que labraba la tierra, cuidaba de los animales y las bestias del campo. A diferencia de los drakers que habían atacado a Ogtus y a Kebos en Askal, los drakers de Polcura acostumbraban a ser muy amigables con los forasteros extranjeros, les gustaba la comunión con el entorno natural y la meditación. Por ende, recibieron y acogieron a Oseres y a Toter sin mayores reparos.

    Oseres y Toter, a diferencia de Ogtus y Kebos, no eran violentos, pero compartían su ambición por el poder y por la diligencia de agradar a sus dioses.

    Ambos daraflames estuvieron muchos días en Polcura y aprendieron el poder ixin, el cual profesaban e investigaban los draker de Polcura, pues servía tanto para el combate como para sanar. Pero Oseres se sentía insatisfecho con este poder y transcribía sus frustraciones en un libro. Toter lo contenía diciéndole que pronto encontrarían la razón por la cual habían llegado hasta los drakers de Polcura, porque sabían que la Presencia Oscura los había enviado ahí por una razón.

    Aprendieron mucho del poder ixin, pero ambos preferían usar el poder del fuego negro para entrenarse, que era un fulgor frío de las tinieblas. Pero el sifu de Polcura, un líder de la aldea, les rogó que por favor no ocuparan ese poder tenebroso cuando estuvieran presentes otros drakers, puesto que perturbaba la paz de la aldea. Los drakers, aunque eran muy respetuosos de otras creencias, no querían conocer este poder oscuro. Oseres, no queriendo contrariarlos, obedeció.

    Sin embargo, el daraflame vivía con una inquietud que devoraba su alma poco a poco. Entonces, una noche, Oseres despertó debido a que el colgante de rocanagra que le había dado la Presencia Oscura tiraba de su cuello, levitando, como si quisiera llevarlo hacia algún lugar en específico. Se levantó de la cama, se vistió y se alejó de Polcura. Toter, viendo que su compañero se había levantado en mitad de la noche, también se levantó y comenzó a seguirlo.

    Toter usaba el colgante encima de un brazalete de cuero de mozono (oso muy violento que habita en las Montañas Tenebrosas) en el antebrazo derecho, muy cerca de su hombro. Entonces Oseres dijo cuando lo vio:

    —Pon tus dedos sobre el colgante de rocanagra.

    Y Toter así lo hizo. Al instante una flama fría se posó en la palma de su mano abierta. Era fuego negro. Toter lanzó la flama hacia delante. Esta dio dos vueltas en el aire, alrededor de ellos, dibujando círculos, y luego salió disparada hacia los roqueríos.

    —¡Sigámosla! —dijo Oseres.

    El fuego negro los guio hasta quedar frente a una gruta. La flama negra ingresó primero en la caverna, luego lo hicieron los dos daraflame. El fuego los hacía introducirse cada vez más en la oscuridad, llevándolos a un punto donde ya no podían ver nada, pero, de pronto, sus ojos se encendieron en un rojo ardiente y lograron ver en la oscuridad como si estuvieran a plena luz del día.

    Entonces la llama de fuego se detuvo en una gruta cavernosa. Era un lugar abierto que desde arriba formaba un gran triángulo. Al momento, una figura sombría se apareció ante Oseres junto a otros seis espíritus más, y le hablaron diciendo:

    —Nosotros, espíritus de antaño, creamos el mundo y tu existencia —afirmó uno de los espíritus—. Tu corazón no entrará en reposo hasta que comprendas tu génesis.

    —¿Quién eres tú? —preguntó Oseres.

    —Yo soy Oseres, sostenedor del equilibrio y creador de la existencia —contestó el espíritu.

    Oseres se perturbó sobremanera al escucharlo.

    —No… no es posible, ese nombre lo he inventado yo, luego de que la muerte me diera el…

    —¿El colgante de rocanagra? —interrumpió el espíritu.

    —¿Cómo sabes eso? —dijo Oseres, aterrado.

    —No has inventado nada, mortal. El poder de la gema de rocanagra ha traído los pensamientos a tu mente y te ha revelado mi nombre. Has sido escogido para que vuelva a reencarnar en el mundo visible, pero aún no puedo usar tu cuerpo —afirmó el espíritu.

    —¿Por qué no? —quiso saber Oseres.

    —Tu poder es limitado e inferior. Tus ideas infantiles de la existencia, el mundo, la vida y la muerte mortifican tu carne —contestó el espíritu.

    —¿Qué puedo hacer yo para que puedas liberarme de estas cosas? —dijo Oseres con tono suplicante.

    —Sé un verdadero hijo del fuego negro, mata a los drakers de Polcura y, con su sangre, ofréceme sacrificios en esta gruta que hemos preparado, entonces el fuego negro se apoderará de ti y mi poder será completamente tuyo —dijo el espíritu flotando alrededor de Oseres.

    —¿Cómo he de darte la sangre de todos ellos? Pues poderosos son los drakers, y aunque pacíficos, usan el poder del ixin. No podremos vencerlos a todos —dijo Oseres.

    —Ya te han sido otorgados algunos de mis poderes, Oseres. Úsalos y completarás tu poder y el triángulo de sangre estará completo —contestó el espíritu.

    Entonces otro espíritu habló con Toter y dijo:

    —Yo soy el señor del conocimiento y la clarividencia oculta. Ayuda pues a Oseres a traer la sangre de los drakers de Polcura y mi poder se completará en ti, porque también te fue otorgada una gema de rocanagra —dijo el espíritu.

    Entonces Toter, que impresionado contemplaba a los espíritus moverse por todas partes dentro de la gruta, se arrodilló delante de ellos y dijo:

    —Más al oeste, mi señor, están las tribus libres de los sáfiels. ¿Es posible tomar la sangre de ellos en vez de los…?

    Pero Toter no terminó lo que decía y el espíritu con el que hablaba le interrumpió diciendo:

    —¡La sangre sáfiel no nos sirve! ¡Debe ser tomada de un draker o un entederi!

    Oseres y Toter intercambiaron miradas preocupantes, ya que solo ellos conocían sus orígenes antes de conocer a la Presencia Oscura.

    Y los espíritus les mostraron una cuenca en la se había secado un lago subterráneo; la flama negra, que los había guiado hasta allí, estaba en el interior, dibujando círculos.

    —¡Sed! ¡Tenemos sed! Dennos de beber la sangre de los drakers de Polcura y nosotros les daremos nuestro poder completo, el cual se perfeccionará en sus carnes —susurraron todos los espíritus haciendo que la gruta temblara.

    El fuego negro rodeó a los dos daraflames y un frío los entumeció hasta los huesos. Sus colgantes de rocanagra despedían rayos negros, como si fuesen a explotar desde su interior.

    Avanzada ya la noche regresaron a Polcura. Los ojos de Oseres y Toter destellaban un rojo maligno, parecían absortos en sí mismos. El poder que anhelaban para convertirse en dioses los había consumido por completo.

    Entonces uno de los agricultores draker se les acercó, extrañado de verlos a esas horas de la noche en pie, pero Toter no lo dejó siquiera hablar. Utilizando un cuchillo que le entregó uno de los espíritus de la caverna, le cortó la garganta de un rápido movimiento. El granjero cayó con la garganta abierta aferrándose a las piernas de Oseres, como si le pidiera ayuda, mientras se ahogaba en su propia sangre. Pero el daraflame se limitó a ver cómo moría lentamente, como si disfrutara de ello.

    Oseres durmió a los centinelas de la guardia nocturna y Toter les cortó la garganta. Y comenzaron a avanzar sigilosamente por varias casas y Oseres los hacía entrar en un sueño de muerte y Toter los degollaba, liberando la sangre que anhelaban beber los espíritus de la caverna. Y ponía Toter debajo de donde se derramaba la sangre un portal dimensional muy diminuto que conectaba hacia la grieta donde los espíritus se les habían presentado, y la sangre de los que mataban caía en los portales y era llevada hacia la gruta al instante.

    Entonces el sifu de los drakers sintió que los suyos estaban siendo asesinados en sigilo. Él y otros siete se enfurecieron y se transformaron en enormes dragones, pero a diferencia de los otros drakers que Oseres y Toter habían visto, estos no destruían todo a su paso, ni tampoco eran bestias torpes sin control, sino que, sin destruir ningún edificio de la aldea, los dragones tomaron con sus garras a Toter y Oseres y los arrojaron a los campos exteriores, lejos del pueblo, y allí los rodearon. Oseres intentaba paralizarlos y dormirlos con sus brujerías, pero los drakers, transformados en dragones, eran inmunes a sus poderes. Entonces el sifu, con una voz escalofriante y monstruosa, dijo:

    —¿Qué mal domina sus mentes para que lleven a cabo esta atrocidad, extranjeros?

    Oseres, con sus ropas salpicadas en sangre, respondió aún con ese maligno fulgor rojo en sus ojos:

    —Oseres, sustentador del equilibrio y creador de la existencia, demanda beber de vuestra sangre. ¡Ríndanse ante él! —exclamó Oseres con seguridad.

    —¿Y por qué no mejor derramas tu propia sangre para tu dios? ¡Te dimos asilo, comida y te enseñamos nuestra cultura! ¿Y así nos pagas? ¡Matándonos en el silencio de la noche! ¡Como un cobarde! ¡Nosotros no conocemos a tu dios sanguinario! ¡No le servimos ni le seguiremos! —respondió el sifu.

    —¡Precisamente por eso debes morir! —respondió Toter.

    Entonces los drakers se enfurecieron y rugieron, abalanzándose contra ellos, e hirieron a Toter en las piernas, en el pecho y en la espalda; era tal el dolor de los zarpazos de los dragones, que Toter se revolcaba en la hierba mientras gritaba desesperado, arrancándose él mismo el cabello y pedazos de carne de su propio cuerpo con las uñas.

    Lo mismo quisieron hacer con Oseres, pero este, invocando los poderes oscuros, aumentó su tamaño y forma rodeándose de fuego negro, se transformó en un gigante con gruesos brazos y piernas de fuego negro, su rostro solo tenía dos ojos que ardían en un fulgor rojo.

    Y los drakers intentaban hacerle daño con sus garras y colas, hasta trataron de devorarlo con sus hocicos, pero todo fue en vano. Comenzaron a escupir contra él fuego de sus vientres, pero ¿qué fuego podría hacer daño al fulgor oscuro?

    Oseres avanzó hacia ellos haciendo retumbar sus pasos en el campo abierto, la tierra se partía por donde pisaba. Tomó uno de los dragones que lo acechaba y, resistiéndolo con las manos, le arrancó la cabeza provocando un sonido desgarrador.

    Los otros dragones, al ver lo que había hecho, se enfurecieron aún más y se lanzaron contra él, pero el poder del daraflame era tal que pudo resistirlos a todos, estirando sus cuellos hasta arrancárselos del cuerpo.

    Entonces Oseres vio a Toter herido y de su mano lanzó sobre él una descarga de fuego negro. El cuerpo de Toter comenzó a convulsionar y la misma transformación que había sufrido Oseres previamente, ahora le estaba ocurriendo a Toter. Se puso de pie, convertido en un gigante de fuego negro, idéntico al que ahora era Oseres. Los dragones volvieron a atacarle; sin embargo, él no lo permitió y los tomó arrancándoles las alas y las cabezas. Ambos daraflames metían sus gigantescas manos de fuego negro en el vientre de los dragones y desgarraban sus vísceras sin piedad alguna.

    Todos los dragones cayeron ante el terrible poder de los daraflames. Oseres se dispuso a acabar con el último dragón que restaba, quien resultó ser uno de los líderes de la aldea. El daraflame asió de él levantándolo del cuello. Sus escamas, al entrar en contacto con el fuego negro, le arrancaron un rugido de dolor. Antes de ser ejecutado dijo:

    —¿Qué te hicimos, forastero, para merecer este terrible mal que nos has hecho? —quiso saber el sifu sabiendo que su destino final estaba cerca.

    Oseres lo miró con desprecio durante un momento antes de responder. Podía ver cómo bajo la herida carne del dragón, sus pulmones hacían los últimos esfuerzos por respirar.

    —Existir. Eso es lo que has hecho —contestó Oseres con una voz titánica. Pero el sifu no entendió lo que dijo, pues Oseres había hablado en lengua tenebrae. Dicho esto, le arrancó la cabeza en ese mismo momento y tiró el cuerpo muerto sobre la hierba con desdén.

    Sin perder su transformación, los daraflames regresaron a la aldea de Polcura e invocaron un gran portal encima, y todos en Polcura ya habían despertado y lloraban a sus muertos y se enfurecían con el mal que les estaban haciendo los daraflames. Ya todos sabían que esos gigantes de fuego negro eran los extranjeros a los que habían ayudado.

    Una vez más, varios drakers intentaron atacar a Oseres y a Toter, pero incluso transformándose en dragones, ni siquiera lograron tocarlos. Oseres levantó ambos brazos y una fuerza maligna comenzó a extraer la sangre de todos los drakers de Polcura, saliendo de ellos por sus ojos, nariz y boca; incluso de los que no habían muerto aún. Las grandes cantidades de sangre se elevaban hasta el portal inmenso que Toter había abierto en el cielo, este desembocaba en la gruta donde los espíritus antiguos habían aparecido ante ellos.

    Y gritaban los drakers al sentir que su sangre era drenada de una forma tan espantosa, caían muertos, reducidos a un amasijo de huesos y carne. Ni una gota de sangre quedó dentro de sus cadáveres.

    Sin embargo, hubo una familia que pudo huir aquella noche de muerte en Polcura, y aunque los daraflames intentaron matarlos, ni Toter ni Oseres lograron dañarlos, pues un poder superior al de ellos los protegía. Solo la familia Nix-Hui logró escapar.

    Quedó Polcura en silencio después de lo ocurrido. Los gritos cesaron, el movimiento y el ajetreo que había desatado la muerte, ahora se había reducido a cadáveres de dragones muertos por todas partes, junto a cuerpos de niños, hombres, mujeres y ancianos, esparcidos por toda la aldea.

    Oseres y Toter volvieron a su apariencia normal, pero a pesar de su transformación, las heridas de Toter no se habían sanado, por lo que Oseres tuvo que cargarlo de vuelta a la gruta.

    Una vez allí, vieron cómo los espíritus antiguos se agitaban inquietos sobre la superficie de la laguna de sangre que habían llenado los daraflames para ellos. Al llegar, llevando encima solo los colgantes de rocanagra, Oseres y Toter se arrodillaron ante los espíritus:

    —Hemos hecho vuestra voluntad, ahora cumplan lo que han dicho, completen su poder en nosotros —dijo Oseres.

    —¡Sí! —susurró la voz tenebrosa desde lo profundo de la gruta—. Vengan y naden en la sangre que han derramado, beban, porque la hemos embrujado con nuestro poder. ¡Este será vuestro bautismo! —dijo la voz tenebrosa.

    Entonces Oseres arrojó a Toter dentro de la laguna de sangre para posteriormente sumergirse él mismo. Al hacerlo, comenzó a tener visiones de los espíritus antiguos de las tinieblas, formando Ádama y todo lo que en ella había. Oseres veía pasar todo esto frente a sus ojos y sintió que un gran poder tomaba control de todo su cuerpo, entonces, aún sumergido en la sangre, escuchó:

    —¡Aún hay más sangre que debes traerme, Oseres, hijo de las tinieblas!

    —¡Haré todo lo que me ordenes! —respondió Oseres nadando en la profundidad del lago de sangre.

    —Tráeme la sangre de los hijos de Ivi, la entederi, porque su legado planea traer a un rey de gloria que no podremos destruir ni con todos nuestros poderes combinados. Debemos devorarlo antes de que salga del vientre…

    Entonces Oseres abrió los ojos y vio al espíritu con el que hablaba frente a él, cara a cara, casi encima de su rostro, sus manos amorfas con dedos alargados le acariciaban el rostro, sus ojos rojos y perversos estaban sobre los suyos. Entonces el espíritu siguió diciendo:

    —Tráeme sangre, entederi. Dame a beber la sangre de los hijos de Ivi y nuestro poder podrá reinar por siempre en toda Ádama —agregó el espíritu.

    Oseres sonrió complacido, pensó que si ya había matado a toda una aldea de drakers utilizando solo una muestra del poder oscuro, ahora que sus poderes habían sido completados ¿por qué no podría acabar también con todos los entederis?

    Entonces la sombra le besó en la boca y, de esta forma, se apoderó de su cuerpo totalmente.

    Y la muerte fue complacida.

    Capítulo 5

    Azuruma y Atizedrel

    Azuruma es la diosa del placer, los deseos ocultos y la lujuria.

    Atizedrel es la diosa de la prosperidad, la fortuna y la belleza oculta.

    Las únicas dos daraflames femeninas viajaron al oeste vistiendo de púrpura y seda. Ambas eran muy hermosas. Decidieron que, antes de seguir su viaje, debían tomar un baño. Y así lo hicieron, escogieron una de las lagunas subterráneas que se pueden encontrar en los interminables caminos bajo las Montañas Tenebrosas, donde nace el río Hidekel. Allí se desnudaron las dos y tomaron un baño, sin desprenderse de los colgantes de rocanagra que les había dado la Presencia Oscura.

    Y había un hombre allí que las miraba mientras se bañaban, pero Azuruma sintió su presencia y, sin darle tiempo para escapar o reaccionar, lo hechizó. Luego se presentó frente a él, aún desnuda y le dijo:

    —Harás todo lo que yo te diga que hagas, ya no te perteneces a ti mismo.

    —Así será, mi dama, pero le ruego, deme el placer de vuestro cuerpo —rogó el hombre.

    —Si me haces tuya, mi esclavo serás para siempre, ¿estás seguro? —dijo Azuruma.

    —Pues no habrá esclavitud más dulce que esta, mi dama —respondió el hombre. Azuruma sonrió y dejó que lamiera sus pechos y tocara su cuerpo cuanto quisiera. El hombre pareció enloquecer de lujuria, tanto que sangraba por la nariz. Entonces, luego de yacer con él, Azuruma lo embrujó.

    —¿Cómo se llama la aldea de la que vienes? —preguntó Azuruma.

    —Anzares —dijo el hombre.

    —Regresa a tu aldea y di que has visto a las diosas —dijo Azuruma.

    —¿Eres una diosa?

    —¿Acaso lo pones en duda? —preguntó la daraflame sonriendo. Él se dispuso a hacer lo que se le ordenó. Atizedrel le confeccionó una armadura de roca y una espada hecha de yawfen, el mineral sombra-puro.

    —Tú serás, de ahora en adelante, Énodor, el vocero de los deseos de los daraflames —lo nombró Atizedrel.

    Énodor, vistiendo su nueva armadura y empuñando la espada otorgada, reverenció a las daraflames y volvió a Anzares. Una vez allí, anunció a sus habitantes que dos hermosas diosas vendrían pronto a reinar en la aldea y todos se maravillaban al ver cómo vestía y cómo hablaba, ya que lo reconocían de antes. Incluso la esposa de Énodor se acercó a él con sus hijos y le decían:

    —¿Qué es lo que haces? —pero Énodor, apartándolos con amenazas de espada, no los recordaba.

    Y se llenaron de temor en Anzares, puesto que sabían que dos dioses habían llegado a una de las aldeas del norte llamada Burán. Se contaba que los habían liberado de los drakers, que habían domado a un dragon krane como si fuera un dócil corcel e incluso le habían cambiado el nombre a la aldea, y ahora se hacía llamar Askal, de la que había surgido un gran monte de la nada. Y así todos estuvieron de acuerdo en que un poder extraño había hechizado a Énodor y lo había cambiado por completo, incluso su nombre.

    Entonces Azuruma se disfrazó de mujerzuela y se infiltró en Anzares. Visitó el prostíbulo de noche, este se encontraba muy vacío.

    —Quiero trabajar —dijo Azuruma a una mujer gorda que administraba el burdel. Esta la miró de pies a cabeza y respondió:

    —Hermosa y joven eres, pero en este pueblo pocos clientes tenemos y todos los que están en edad del deseo, se han casado y esposas tienen.

    Entonces Azuruma sonrió e insistió diciendo:

    —Eso no debería ser ningún problema. Deme el empleo y este lugar renacerá de su miseria y abandono. —Y tuvo temor la mujer del burdel al escucharla hablar con tanta seguridad.

    —Tráeme tres clientes esta noche y atiéndelos tú, y si ellos vienen aquí a felicitarte por tu trabajo, entonces el empleo será tuyo —dijo la mujer. Azuruma aceptó complacida.

    Entonces Azuruma subió al cuarto piso del burdel y se cambió los ropajes que traía por prendas más provocativas compuestas de telas transparentes. Hechizó los perfumes que usaba y cubrió solo sus partes íntimas, evocando el erotismo a simple vista. Se

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