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Taeb y el Heredero: La esperada continuación de la trilogía Taeb
Taeb y el Heredero: La esperada continuación de la trilogía Taeb
Taeb y el Heredero: La esperada continuación de la trilogía Taeb
Libro electrónico883 páginas2 horas

Taeb y el Heredero: La esperada continuación de la trilogía Taeb

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Aunque ya no es el niño de siete años que encontró el arco mágico, Taeb no se siente preparado para abandonar el lugar al que al fin puede llamar hogar. Sin embargo, es imposible escapar al destino y él lo comprobará cuando un viejo enemigo se alce contra el orden que rige los Siete Reinos, con la promesa de destruirlo todo. Lo único que puede salvar el mundo de los Ob-lumais es encontrar al Heredero del arco, misión que Taeb deberá asumir antes de que alguien con oscuros objetivos se le adelante.
La esperada continuación de la trilogía Taeb 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 may 2023
ISBN9786287631212
Taeb y el Heredero: La esperada continuación de la trilogía Taeb

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    Taeb y el Heredero - M P Toro

    Taeb

    Mi mundo estaba ardiendo. Mi hogar se quemaba sin que yo pudiera hacer nada más que verlo reducirse a cenizas. Todo por lo que luché y cuánto conseguí siete años atrás estaba siendo destruido. Lo más aterrador eran los cuerpos sin vida de mi madre y hermana. Sus ojos vacíos y muertos, enfocados en el lugar en el que yo me encontraba, me recordaban que todo esto era mi culpa. Ya nada podía salvarlas, ya nada podía salvarme a mí... Tardé mucho en encontrar quién debía empuñar el arco y salvar al mundo de la magia. Comprendí en ese instante que, al demorar mi búsqueda, condené a mi reino a la destrucción y a mi madre y a mi hermana a la muerte. Grité de dolor e ira...

    Desperté de un salto en mi habitación. Estaba a salvo en mi hogar, solo era una pesadilla. Me levanté y salí en completo silencio. Me encaminé hacia los jardines, buscaba la fuente en la que las hadas solían reunirse a bailar. Me quedé observándolas saltar de un lado a otro, un movimiento que tal vez parecía desordenado y aleatorio a simple vista, pero para cualquier observador que prestara la suficiente atención, la forma en la que las hadas saltaban tomaba sentido y revelaban una hermosa danza. Me quede allí y, luego de unos minutos, una de ellas notó mi presencia y se acercó. Se posó en una de mis alas. Sonreí al recordar su dedicación y cuidados cuando, hace siete años, Aestor me hirió al tratar de quitarme el arco.

    El arco, el arma más poderosa dentro de toda la historia del mundo de la magia, me eligió como su portador. Lo que me permitió quedarme en la tierra de la magia y ganarme la protección del rey Belenus, el rey de reyes. Sin embargo, todo tenía un precio, y a cambio de los grandes regalos que el arco me había dado, yo debía encontrar a quien sea digno de usarlo, al heredero del poder que el primer herrero legó. Aún no iniciaba mi búsqueda, porque no quería alejarme de casa. Aún no...

    —No deberías estar aquí, Taeb, a tu madre no le gusta que salgas del palacio solo —dijo una voz conocida y me volví para encontrarme con Desse.

    —Entonces es una suerte que estés aquí. ¿No es así, maestro? —respondí y sus ojos verdes se encontraron con los míos, pude sentirlo entrar en mi mente. Me concentré en mi hada y alcé una barrera que protegería mis pensamientos.

    No sirvió de nada.

    —¿Pesadillas? —preguntó con aire incrédulo—. Te has descuidado en tus estudios, podrías evitar que malos sueños interrumpieran tu descanso si dedicaras más tiempo a aprender.

    —Ni así podría evitarlas —respondí—. Sueño que Amarok es quemado hasta que solo quedan cenizas y veo a mi madre y a mi hermana muertas. Pero lo peor es saber que yo habría podido evitar que sucediera, saber que de haber cumplido con la misión que me fue encomendada nada de eso habría pasado —repuse —. Debo partir y cumplir con mi tarea, de otro modo, todo lo que amo será destruido por una amenaza que aún no se ha manifestado, pero que sé que existe y espera el momento de atacar.

    —Es muy pronto, no sabes cómo defenderte —dijo Desse y yo asentí de acuerdo. Ya no era el niño que siete años atrás había encontrado el arco. Desde entonces, había crecido y aprendido mucho, pero no lo suficiente para defenderme en un mundo lleno de peligros, como lo era el mundo de la magia.

    —Pero tampoco puedo esperar más —susurré. El llamado del arco era cada vez más fuerte y el mensaje no podía ser más claro: si no me apresuraba a cumplir con mi misión, el mundo de la magia sería destruido.

    —Al menos espera hasta mañana, nuestro mundo es más peligroso en la noche y no querrás irte sin despedirte de tu hermana y madre —repuso Desse y, de nuevo, asentí. Luego ambos regresamos al palacio.

    —¿No puede ser de otra forma? —preguntó Daewim después de escuchar mi despedida, supe de inmediato que ella quería acompañarme y contaba con que nuestra madre le ordenara hacerlo.

    La reina del Cuarto Reino no dijo nada. Su mirada permanecía clavada en su regazo, mientras consideraba las opciones que tenía. Enviar a Daewim no era una opción, el malvado ente que la había mantenido prisionera le había robado el tiempo que necesitaba para preparar a su heredera. Doscientos años no eran suficientes para transmitir todo el conocimiento necesario, todos éramos conscientes de ello.

    —Esta es una búsqueda que puede extenderse por mucho tiempo, Daewim, no puedo permitir que te alejes de tus obligaciones —respondió Iris y por fin levantó la mirada. Primero miró a Daewim, que asintió con la cabeza. Sus ojos se fijaron en mí, evaluándome.

    —No necesito que nadie me cuide, madre —dije cuando leí la preocupación en sus ojos grises.

    Ella volvió a apartar su mirada, pensativa. Daewim se cruzó de brazos, molesta y preocupada por la respuesta de mi madre.

    —¿Dónde iniciará tu búsqueda? ¿En nuestro reino? —preguntó mi hermana, su tono carente de toda emoción.

    —Iré a ver a mi padre, tal vez él pueda darme alguna pista —le respondí—. Estaré bien, lo prometo —añadí para a ambas.

    —El maestro herrero te mantendrá a salvo, después veremos qué hacer —dijo mi madre y se levantó del trono, dando por terminada nuestra conversación.

    Horus

    Los gritos a mi espalda cesaron de repente y yo me detuve. Mi corazón retumbaba en medio del silencio que solo podía significar una cosa: Mi padre había perdido la batalla contra aquellos que se rebelaron a su mandato. Me ordenó que huyera cuando se hizo evidente que no podría hacerles frente a nuestros enemigos. Le obedecí porque nada podía hacer para ayudarlo.

    Vi las llamas levantarse y consumir mi hogar y quise regresar. Pero la lógica, que mi padre tanto se empeñó en enseñarme a utilizar, me impidió hacerlo. ¿Qué podía hacer yo, un Ob-lumai muy joven para transformarse, contra los enemigos que lograron vencer a mi padre y a toda la corte? Permitir que aquellos que habían atacado y traicionado al reino de Aeran me capturaran no mejoraría en nada la situación de mi padre, si es que aún estaba vivo. No, regresar no era la solución a los problemas de mi reino.

    Mientras miraba las llamas consumir mi hogar, comprendí que solo podría encontrar la ayuda que necesitaba en un lugar. Debía ir a Namiad, el hogar del Rey de Reyes, y buscar ayuda. Solo el rey Belenus, el más poderoso de todos los Ob-lumais podría restaurar el orden en mi hogar y castigar a quienes decidieron rebelarse contra el trono de mi padre.

    Le di una última mirada al palacio que era mi hogar y comencé a descender por la montaña.

    Me sentí más seguro cuando, después de cuatro horas de caminar sin descanso, me interné en los bosques al oeste de mi reino. Los altos árboles me protegerían de los ojos de los enemigos que estarían surcando los cielos incansablemente, buscándome. Porque algunos miembros de la corte se habían unido a los atacantes en búsqueda de más poder.

    Tenía planeado ir primero hacia el norte y luego hacia el este, usando el bosque como escondite. Los súbditos del Rey de Reyes se enterarían de mi presencia en cuanto cruzara sus fronteras y contaba con ello. Me llevarían ante él, así yo podría contarle lo sucedido y pedir su ayuda. Era todo lo que podía hacer para ayudar a mi padre y a los Ob-lumais que eran leales al trono de Aeran.

    Pero no logré mi objetivo. La altura de los árboles me hizo perder el camino, porque no lograba ver el sol por entre las copas de los árboles. Vagué durante tres días sin siquiera saber si aún me encontraba en mi reino y sin saber qué hacer. Saqué el espejo que siempre llevaba en mi bolsillo para comunicarme con mi madre y lo miré indeciso. Sabía que mis enemigos podrían encontrarme en cuanto usara el conjuro que me permitiría hablar con ella. Pero tenía que pedirle ayuda, tenía que contarle lo que había pasado en Aeran.

    Cuando estaba a punto de pronunciar las palabras que me permitirían verla y hablarle, un hibrido pasó volando por encima de mi cabeza y yo me apresuré a esconder el espejo. Mis ojos se encontraron con los del muchacho. Yo era mayor que él, o por lo menos aparentaba serlo, pero con los híbridos nunca se sabe. A diferencia de los Ob-lumais, que debemos esperar hasta transformarnos, ellos pueden dejar de envejecer desde el momento mismo en que cruzan la puerta.

    El híbrido aterrizó a unos pasos de mí.

    Aestor

    El viento soplaba con fuerza aquella noche, estaba agotado y mi cuerpo me pedía a gritos un momento para descansar, pero no me detuve. Agucé mis oídos y continué el camino, siguiendo los cánticos y rezos. Llevaba s iete años en busca de los humanos que recitaban aquel conjuro maldito con el que muchos años atrás lograron esclavizar a uno de los míos. El remordimiento estaba presente, iba en busca de una alianza con aquellos que hicieron mucho daño, pero ya no podía dar marcha atrás.

    En el reino de la magia esperaban mi regreso. Mi padre perdió su rumbo hace mucho y prefirió proteger a los débiles e indignos antes que a los nuestros. Prefirió dejar que un hibrido se quedara con el arma más poderosa que existe en lugar de permitirme tomarla y usarla para protegernos. Escogió la vida de una princesa de un reino menor en lugar de la mía. Los escogió a ellos por encima de mí y el precio de su error será caro y doloroso para todos los Ob-lumais.

    Lo sé, he visto la Puerta caer mil veces en mis sueños. Quise advertirle a mi padre, quise hacerle entender, pero sus oídos fueron sordos a mis palabras y tuve que actuar por mi cuenta.

    Regresaré a mi hogar y lo mantendré a salvo del mal que lo acecha, pero antes, necesito el conjuro que este grupo de humanos ha guardado por tanto tiempo. Son astutos y han sabido evitarme, los encontré gracias al

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