Cuentos de Amador
Por Karlos Kum
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Cuentos de Amador - Karlos Kum
Cuentos de Amador
Copyright © 2013, 2023 Karlos Kum and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728374955
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Al águila y la pantera, por razones evidentes...
...Y a toda esa gente que anda luchando en las
calles y en las plazas desde el 15 de mayo de 2011,..
O desde antes. A todastodos.
A menudo me frecuenta un tiempo que no existe.
Ángeles Sánchez Portero
Todos los que me daban consejos
están más locos cada día.
Por suerte no les hice caso
y se fueron a otra ciudad,
en donde viven todos juntos
intercambiándose sombreros.
Pablo Neruda
Prólogus
Dicen que al principio fue la China. Luego, un poco antes,... la aldea.
Era miércoles.
Amador
Tuvo desde muy pequeño una inclinación natural por vivir que espantó a sus padres y desconcertó a las autoridades escolares. Aprendía con hambre de náufrago y obtuvo siempre las mejores calificaciones, aunque compadreaba con lo peor de cada clase, aprendiendo también en la escuela de la vida.
—Ya no sabemos qué hacer con él. Participa en todas las bataholas y si en alguna falta es porque lidera otra mayor o está conspirando en algún dislate mayúsculo. A este chico parece que se le esté acabando siempre el tiempo—le dijo un día el maestro a su madre, que en su sencillez no supo dilucidar entre tanta palabra culta si aquello era digno de elogio o de castigo. Para no equivocarse le cayó al chamaco a los cogotazos y luego a los besos, lo sacó de la escuela y lo metió de monaguillo confiándole su educación y su cuidado al viejo párroco del pueblo.
Amador se tomó aquel nuevo mundo de misterios impuestos e hipocresías innombrables con el mismo buen humor con el que estudiara en su momento las tablas de multiplicar, y devoró las Escrituras con la misma pasión con la que leía en secreto a Copérnico o a Poe. El padre Anselmo intentó durante años meterle en vereda y sacarle a bastonazos aquellas insultantes ganas de vivir. Soportó estoicamente a aquel imberbe indomable que le derrotaba sin proponérselo en debates teológicos que hacían que se tambaleara su propia fe, hasta que un miércoles de ceniza el muchacho se descolgó con una blasfemia que hizo al cura recular boqueando al sentir como nunca el aliento del diablo en la cara:
—Dios no está en las iglesias, Padre. Dios está en la vida. Me lo imagino más en las tabernas que entre tanto muñeco de cera.
Después de aquello, Amador no volvió a pisar una iglesia. Lo apadrinó el Licenciado Villuelas, boticario, veterinario y comunista a partes iguales, con quien aprendió los rudimentos de la sanación y estudió en profundidad las obras completas de Carlos Marx y Federico Engels. Acompañando al doctor, conoció las mejores haciendas y las más humildes periferias, y con el tiempo los vecinos empezaron a reclamar sus consejos igual para el parto difícil de una vaca que para mediar en el reparto justo de una herencia. Abrió una escuelita donde enseñaba a leer y escribir a los muchachos descarriados mientras plantaba en ellos la semilla de la inquietud por la vida. Estuvo preso cuando la huelga de los mineros y lideró la reconstrucción del pueblo cuando llegaron las grandes inundaciones. Cantó con su guitarra en todas las bodas y supo dar consuelo en los funerales. Jugaba al dominó con el sargento Meléndez pero no se calló nunca su opinión: Después de los curas, son ustedes el peor invento del ser humano. Sin ejércitos no habría guerras. Es así de sencillo, mi estimado amigo
. Se le conocieron mil amores de parranda y solo una compañera. Nunca se sintió solo ni demasiado acompañado y la única enfermedad que nunca llegó a comprender fue el aburrimiento.
—La vida es un regalo al que no hay que buscarle sentidos ni razones. A la vida hay que agradecerle todo, aceptarle los misterios y hacerle el amor sin preguntar —le decía a quien quisiera escucharle.
En sus momentos más tristes, en los tiempos de sus penas grandes, se le podía encontrar en las tabernas pagando rondas de ron e invitando a todos los parroquianos a brindar con él por la tristeza. ¡Si duele es que estamos vivos! —proclamaba entre trago y trago abrazando igual a putas que a borrachos.
El día en que enterró a su madre se le oyó decir necesito ver más mundo
y esa misma noche se fue con una muda limpia y dos panes bajo el brazo, dejando al pueblo algo así como huérfano. Sin él las estaciones pasaron como de puntillas y hasta las putas parecían más tristes. Tardó doce años en volver, y volvió más fuerte, como más joven y tranquilo, como si el tiempo hubiera caminado hacia atrás en su viaje. Traía los brazos garabateados de tatuajes y de la mano a una gitana de ojos grandes que leía las mentes y adivinaba los afanes ocultos. Ella fue su compañera inseparable hasta que una noche sin luna, siguiendo el rumbo de los anhelos de zíngara que los vientos del norte movían en sus ámbitos más íntimos, dejó la aldea para siempre por el camino que daba a los bosques.
Al día siguiente, Amador miró el pueblo y lo encontró sumido en una sorda rutina que lo cubría todo como una pátina milenaria. Reunió a los hombres a los que enseñara a leer siendo aún unos mocosos pendencieros de flequillo despeinado, les riñó por su falta de ánimo, y juntos pintaron de blanco todas las fachadas y plantaron árboles en las avenidas, dándole al pueblo otra vez aquel impulso vital que Amador llevó siempre consigo allá donde sus pasos le guiaron.
Una tarde de agosto alguien le preguntó Y qué... ¿cómo es el mundo?
. Inabarcable —contestó—, está lleno de instantes
.
Cuenta el cuento que al final, cuando la muerte vino a tocarle el pecho con el dedo corazón, que es como la muerte te saca la vida, él la agarró por la cintura y le hizo el amor en su cama. Dicen que así, antes de morir, Amador plantó en el vientre de la muerte la semilla de la vida.
Lunaluz
No había cumplido aún los seis años cuando empezó a percibir que no era como las demás niñas. Su casa, su familia..., su país, se le iban a quedar pronto muy pequeños.
Sus padres no entendieron nunca su hambre de mundo, la inocencia de sus proyectos imposibles ni sus ganas de vivir. Así, más de una vez le desbarataron los negocios infantiles de limpiar las casas y los coches de los vecinos adinerados o vender en la plaza las papayas y los mangos del jardín. La traían de las orejas e intentaban devolver el dinero, avergonzados. La gota que colmó el vaso de la paciencia paterna fue aquella vez que, aprovechando la ausencia de adultos, vendió todos los muebles de la casa y compró otros más baratos, funcionales y modernos. Entonces le cayeron a los gritos, le prohibieron salir durante un mes y cancelaron para siempre sus clases de ballet. Aquello le rompió el corazón. Encerrada en su habitación, mordiéndose en los labios la frustración y la pena, tuvo una certeza. Pronto se iría muy lejos, sola, donde nadie jamás le prohibiera ser ella misma, ser feliz.
Su madre, desbordada por el amor que sentía por aquella chamaca indomable,se sabía incapaz de hacerle cumplir el castigo y cometió el imperdonable error de confiarle sus horas de encierro a la tía Gesina, que viejita y medio ciega, le llenó a la niña la cabeza y los anhelos de fantasmas amigos, hadas consejeras y diosas de todas las cosas. Hacía décadas que la anciana vivía en un mundo habitado por espectros y no distinguía ya entre familiares o espíritus. En poco tiempo enseñó a la niña a comunicarse con los seres sutiles, a leer las mentes y a mover los objetos con la mirada, a la vez que a bordar o a cocinar.Tienes el don, pequeña, vaya si lo tienes
—solía decirle entre el orgullo y la desazón. Cuando sus padres quisieron poner remedio, era ya tarde. Su vínculo con la anciana superaba distancias, atravesaba muros y