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La estación encantada
La estación encantada
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Libro electrónico123 páginas1 hora

La estación encantada

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A través de sus memorias, la autora, una maestra makarenko orgullosa de serlo, nos conduce por los caminos que recorrió desde que aprendiera a escribir en el patio de su casa hasta que se graduó de maestra en la capital del país. Minas de Frío, Topes de Collantes, La Habana y Villa Clara, son algunos de los escenarios que transitará la adolescente testaruda y rebelde, amante del paisaje y de los libros, en los años difíciles de la Cuba revolucionaria. Una obra que nos acerca a la formación de los primeros profesores responsables de salvar la enseñanza y colmar las aulas. Entre risas y lágrimas este viaje nos confirma que cada meta conlleva un grado de atrevimiento y voluntad que Tula estuvo dispuesta a pagar desde el instante en que dejó la seguridad de su hogar para fraguar un sueño, desconociendo que se adentraba en una aventura que la precipitaría a la madurez física y espiritual, cuya recompensa sería cristalizar el credo de su vida: ser educadora. Su narrativa ligera, matizada con un diálogo ocurrente y una prosa que se torna poesía en los momentos sublimes, convierten esta novela en un testimonio memorable.
IdiomaEspañol
EditorialRUTH
Fecha de lanzamiento30 jun 2023
ISBN9789591025302
La estación encantada

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    La estación encantada - Gertrudis Ortíz Carrero

    Título

    La estación

    encantada

    Gertrudis Ortiz Carrero

    © Gertrudis Ortiz Carrero, 2022

    © Sobre la presente edición:

    Editorial Letras Cubanas, 2022

    ISBN: 9789591025302

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

    Tomado del libro impreso en 2019 - Edición y corrección: Taimyr Sánchez Castillo / Dirección artística: Alfredo Montoto Sánchez / Realización: Luis Eduardo Fariñas / Fotografía de cubierta: Colección privada de la autora / Diagramación: Yuliett Marín Vidiaux

    E-Book -Edición-corrección, diagramación pdf interactivo y conversión a ePub: Sandra Rossi Brito / Diseño interior: Javier Toledo Prendes

    Instituto Cubano del Libro / Editorial Letras Cubanas

    Obispo 302, esquina a Aguiar, Habana Vieja.

    La Habana, Cuba.

    E-mail:elc@icl.cult.cu

    www.letrascubanas.cult.cu

    Reseña del autor y la obra

    Gertrudis Ortiz Carrero (Mayajigua, Sancti Spíritus, 1951). Escritora, narradora oral y pedagoga. Ha publicado, entre otros títulos, las colecciones de cuentos Estoy despierta (1991) y Ofelia del aire (2001); y el volumen de ensayo crítico Cuatro estaciones a la carta, las entradas gastronómicas en las novelas de Leonardo Padura (2014). Cuentos suyos se han editado en antologías de Cuba, Suecia, Barcelona y Brasil. Sus trabajos de crítica literaria y de arte han aparecido en diferentes publicaciones especializadas. En el 2015 obtuvo el Juglar, Premio Nacional de Narración Oral, y, en el 2018, el Premio Juglar Honorífico de la UNEAC.

    A través de sus memorias, la autora, una maestra makarenko orgullosa de serlo, nos conduce por los caminos que recorrió desde que aprendiera a escribir en el patio de su casa hasta que se graduó de maestra en la capital del país. Minas de Frío, Topes de Collantes, La Habana y Villa Clara, son algunos de los escenarios que transitará la adolescente testaruda y rebelde, amante del paisaje y de los libros, en los años difíciles de la Cuba revolucionaria. Una obra que nos acerca a la formación de los primeros profesores responsables de salvar la enseñanza y colmar las aulas.

    Entre risas y lágrimas este viaje nos confirma que cada meta conlleva un grado de atrevimiento y voluntad que Tula estuvo dispuesta a pagar desde el instante en que dejó la seguridad de su hogar para fraguar un sueño, desconociendo que se adentraba en una aventura que la precipitaría a la madurez física y espiritual, cuya recompensa sería cristalizar el credo de su vida: ser educadora. Su narrativa ligera, matizada con un diálogo ocurrente y una prosa que se torna poesía en los momentos sublimes, convierten esta novela en un testimonio memorable.

    Dedicatoria

    A la memoria de mis padres Ana y Alipio.

    A mis hermanos Ángel y Alberto,

    que fueron parte de aquella maravilla.

    Exergo

    El recuerdo puro no tiene fecha, tiene una estación.

    Gastón Bacherlad

    Agradecimientos

    Quiero agradecer a personas diversas que tuvieron que ver con la realización de este libro:

    En primer lugar a Leandro que era solo un niño y dejó de jugar sus videos para prestarme su ordenador, a su familia, sus padres Ámbar y Manolo, que me acogieron y me apoyaron en días difíciles, un sostén inolvidable.

    A Haidesita, que instaló un Word y se brindó para lo que hiciera falta.

    A Maritza Martínez Valdivia, por su confianza, siempre ella conmigo, la primera lectura, la primera opinión y aquel ¡Magnífico! que con letras mayúsculas escribió en el pórtico inicial del libro.

    A mi familia más cercana, y a los más lejanos porque en el espíritu de ellos, en sus alegrías y tristezas, en su resistencia, está mi fuerza identitaria.

    A Isabelita, El Flaco, Yuliett, que conocieron, disfrutaron y fueron optimistas.

    A Riverón, desde Letras Cubanas, pues me enorgullece entrar en el catálogo de la editorial, y por supuesto, a Ruby y Taimyr, por la seriedad y la profesionalidad con que asumieron mis garabatos y ayudaron a convertirlos en letra bella.

    A los amigos de siempre, Luciano Castillo, Hermes Pérez, Valenti Figueredo, los abrazos también me hacen confiar.

    Al testimonio de Raúl y a los que testimoniaron involuntariamente.

    A mis maestros de toda la vida, a la vida…

    I

    ¿Podrías decirme cómo crecer

    o es algo inefable como la brujería?

    Emily Dickinson

    «Yo conocí un caballo que se alimentaba de jardines…».¹ Así empieza un hermoso cuento del escritor venezolano Aquiles Nazoa, que extasiada oí narrar hace mucho tiempo. El cuento deriva en una muchacha que se enamora de un chico que va a la guerra y muere de una herida de bala, y «por donde sale la sangre comienzan a brotar flores». Al final el escritor da vuelta a la noria al poner de nuevo el caballo como protagonista de la historia, que es como el cuento de nunca acabar.

    ¿Amor? ¿Humor? ¿Lirismo? Para mí, muy de veras, es una clase bien impartida de alguna manera, sí, una clase; y Aquiles Nazoa, un maestro avezado que sabe conmover a su auditorio, desde la hermosura de las palabras y el humanismo de la historia. Después vendrían los vocablos nuevos, la reproducción desde el entendimiento, la emoción, el lugar geográfico, el deber para la casa; pero sobre todo no olvidar.

    Creo que he dicho lo que en mi criterio es el lema fundamental, la base de la educación, del magisterio; es decir, hablar, actuar, conmover con palabras y procedimientos que no se olviden. Enseñar es conmover.

    Todavía hoy —y mira que ha llovido, como diría un buen guajiro—, todavía hoy está fresco en mi memoria el día en que mi madre me llevó con ella al lado de la batea en el patio, debajo de la mata de cerezas, evitando que deambulara sola por la casa. Era su día de lavar y quería tranquilidad, yo cerca de sus ojos. Me sentó y puso sobre mis rodillas una tabla, encima un papel y un lápiz. ¡Dios la bendiga! Esa mañana de lunes abrió para mí las puertas del cielo.

    Dejó de ser mamá por algunos misteriosos minutos para ser «la maestra». Increíblemente, yo, la andariega de la casa, no me moví del lugar en toda la mañana. Ella restregó, exprimió, tendió y después contaba que se asustó muchísimo porque se había olvidado de mí que debía tener calambres en los muslos, luego de tantas horas en la misma posición. No tengo memoria de ese dolor.

    Solo recuerdo sus ojos, su infinita paciencia, la dulzura con que enlazaba las palabras: «eme de mamá, de melón, de miel, pe de papá, de pelota…». Ella en el patio y yo sola repasando cada sonido, cada letra, música desde entonces.

    A partir de aquel momento, con los árboles, las flores, las sillas, mi padre, mis primos, la acción repetida a cada minuto, cosa hecha; y batea, lunes, madera, patio, lápiz, papel y mami fueron mis juguetes preferidos. Hace muchos años leí en la Agenda de la mujer y sus maestras:

    La madre es una mediación entre la nada y la vida nueva, esa vida que en su nacimiento es la pionera de un ser. Una persona que todavía no es. La madre llega para darnos su tiempo y su luz. La madre es la mediadora entre el mundo y nosotros y nos enseña algo que no tiene precio: la palabra, la verdad, el amor y la belleza […] Va y viene de lugares extremos, dos veces nos crea la madre.

    También es de la memoria de mi madre que yo era tan pequeñita que me perdía en la arboleda repitiendo: «la eme con la a suena ma; la ele con la e suena le, la…», y las personas que pasaban por la calle preguntaban:

    —Ana, ¿quién está por ahí hablando como un cao?

    Ella me buscaba y me traía cargada para que vieran «el fenómeno». Una y otra vez los vecinos se sorprendían o fingían sorprenderse para reír todos, fue como un juego:

    —¡Pero no me digas que «esa cosa» tan chiquitita habla tan claro!

    Tenía cuatro años y me enfrentaba jubilosa a los letreros de la bodega, de los paquetes, de las revistas que pululaban en casa de mis tías y mis primas, las modistas del pueblo.

    Había tenido una maestra antes de ir a la escuela. Desde entonces, antes del crecimiento físico, cuando aún no lo sabía, estaba creciendo en lo invisible el credo de mi vida: ser maestra.

    En la cúspide de la instalación irregular que formaban los paquetes encima del camión, estaba, amarrada a «como diera lugar», como colofón, mi maletica rosada; ella emprendería el camino a las montañas antes que yo.

    Para llegar hasta

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