La Pingüinita Tragaldabas Y Otras Historias
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As, la primera parte de esta obra habla de la noche, de sus miedos, de sus pecados, de sus deseos.
La segunda lleva a sueos que pueden ser pesadillas y a la vez podran ser vivencias reales de un mundo que parece ser surrealista.
La siguiente no son ms que episodios de la vida misma, tan extraa e inexplicable, cuyo mayor misterio est en que uno termine hacindose adicto a ella.
Y la ltima, relatos de varios tipos, slo como despedida.
El autor invita al pblico a involucrarse con este rompecabezas, aventurndose a ser parte de sus ficciones o realidades, que al final de cuentas, no son ms que un breve reflejo de las diferentes condiciones humanas que han existido desde siempre.
Enrique López Yáñez
Enrique López Yáñez nació en Salvatierra, Guanajuato, México, en 1961. Es físico por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México y se especializó en sistemas de cómputo. Vive en la Ciudad de México. Es autor del libro de cuentos “La Pingüinita Tragaldabas y otras historias” y la novela “Entre los resquicios de un último sueño”.
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La Pingüinita Tragaldabas Y Otras Historias - Enrique López Yáñez
PRESENTACIÓN
Hay algo en todos nosotros que nos obliga a esforzarnos de muchas maneras para lograr un objetivo, que se lleva parte de nuestras vidas, de nuestra imaginación, que no nos deja en paz hasta que nos dice: ya
.
Y dejarse llevar por esa necesidad nos somete a muchos sentimientos: el placer, la alegría, el egoísmo, todo con tal de haber llegado a crear.
Y al final, aún cuando el resultado obtenido haya sido muy modesto, queda todavía una última inquietud: compartir, ofrecerlo a otros, dar un poco de esa parte de vida ofrecida para recorrer este camino árido y difícil que no tiene fin, jugar con la imaginación.
LA NOCHE
- Seduce
LA LAGUNA
Daniel amaba a la laguna desde que era niño. La había adoptado como parte de su ser, de su vida, de su mundo.
Aprendió a vivir con el rechazo de sus amigos cuando decidió quedarse para siempre en su pueblo, como si fuera un cobarde que no se atreviera a ver el mundo.
En esos días, la enorme laguna se cubría de niebla y silencio bajo la luz de la luna. Para Daniel era como si una hermosa muchacha se cubriera de un velo semitransparente listo para ser quitado suavemente y romper una virginidad que todas las noches volvía a renacer.
Daniel seguía el mismo rito desde hace muchos años, subía a su lancha, remaba algunos cientos de metros adentro y dejaba que el bote tomara su propia ruta, al mismo tiempo que el agua respondía, como si platicara con él, al golpear la madera por medio de pequeñas ondas de agua que se concentraban a su alrededor.
Una noche, mientras dormitaba, un fuerte golpe hizo que se incorporara de inmediato. Había chocado con algo pero la neblina no lo dejaba ver. Observó con detenimiento a su alrededor sin suerte alguna. Decidió regresar.
Llegó a la orilla. Por un lado veía el inicio del pueblo completamente vacío. Por el otro, un poco de la laguna escondida por una densa niebla.
En ese momento, descubrió la silueta de una persona junto a otro bote. Se acercó sigilosamente a ella, y cuando se dio cuenta de que era una mujer, tomó confianza y fue a ver si le ocurría algo.
A medida que se acercaba reconoció una belleza extraordinaria en ella. Era morena, fuerte, de cabello largo con una cadera ancha y cubierta por un vestido delgado y húmedo que lo hacía transparente. Se perturbó bastante al descubrir su pecho y su cintura a través de ese vestido. Ella le veía sonriendo. Él no podía fijar la vista, desviaba la mirada, se ponía nervioso. Tímidamente le preguntó si necesitaba alguna ayuda. La mujer sólo lo vio y le señaló el bote con el dedo. Daniel sentía que su corazón estaba a punto de explotar. Veía a la Laguna, la veía a ella. Sentía que eran lo mismo.
La lancha estaba golpeada y Daniel se ofreció a repararla de inmediato. Le pidió que lo esperara un momento, y corrió a su casa por una lámpara y herramientas.
Sin hacer ruido, para no llamar la atención de sus padres, tomó lo que necesitaba y regresó. La neblina había desaparecido. La luna hizo clara la noche y ella ya no se encontraba. Solo permanecía la lancha.
A partir de ese día, la neblina y las lluvias se hicieron su compañía. El sol se escondió detrás de ellas.
En todo ese tiempo nadie reclamó la lancha. Daniel se dedicó a repararla con la esperanza de que pronto regresaría la extraña mujer.
Esas noches con lluvia se le hicieron una eternidad. Trataba de soñar con la laguna, forzaba su mente para ello, y en su propia imaginación, los sueños terminaban creando olas gigantescas que se levantaban furiosas para luego convertirse en unos suaves brazos femeninos que lo cubrían por completo.
Daniel despertaba cubierto de sudor, calentura y solo sentía alivio cuando se incorporaba para continuar con su obsesión, seguro de que la dama volvería pronto.
Su trabajo lo terminó al mismo tiempo que las lluvias se fueron. Estaba seguro que ella estaría ahí y decidió no entrar a la laguna para esperarla en la orilla.
Así pasaron varias noches hasta que la neblina regresó.
Él estaba descansando sobre la lancha cuando la vio, caminaba hacia él, moviendo su cadera lentamente, mostrando su cuerpo moreno a través de su vestido. Él, nervioso, corrió para acercarse a donde ella estaba para decirle que su lancha estaba lista.
Ella solo sonrió y le señaló el interior de la Laguna. Daniel comprendió que quería que pasearan un rato. Al ayudarla a subir sintió su piel suave, firme. Un escalofrío corrió por su cuerpo. Se sentaron viéndose de frente e hizo avanzar la lancha. Remaban sin dirección, ella callada, él observándola. La neblina hizo que ya no pudieran verse a la cara, que sus cuerpos fueran sólo siluetas. El intentó observarla de cerca, hasta que sus rostros se tocaron, hasta que se dio cuenta que no lo rechazaba.
Se abrazaron. La lujuria invadió el cuerpo de Daniel ante el contacto de su piel, de sus labios.
Los brazos de ella le cubrieron el cuello. Lo forzó a que se acostaran sobre la lancha. Daniel empezó a respirar difícilmente. Empezó a sentirse mareado. El contacto de sus cuerpos desnudos ya no le permitió pensar.
Los brazos y piernas de ella lo rodeaban con tal fuerza que hacían sentir a Daniel que se asfixiaba.
Él dejaba que su vida se fuera al mismo tiempo que movía sus caderas tratando de penetrar lo más posible en su cuerpo.
La boca de ella lo besaba con fuerza, le encajaba sus dientes, como si quisiera succionar su alma.
Cada mordida lo hacía gemir. El dolor lo invadía por completo. Estaba inmovilizado. Sentía que era despojado de su cabeza, de sus entrañas, que su cuerpo se hacía pedazos. Gozaba de un placer que jamás había sentido y lo único que quería es que ese momento fuera para siempre. Las imágenes de una boca insaciable se repetían al mismo tiempo que una inmensidad de placer se venía sobre él ante dolorosos espasmos, al sentir que su vida se iba en las entrañas de ella.
Terminaba en la oscuridad, terminaba en