Aún quedan historias por contar
Por Omar Nipolan
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Desde los albores de la civilización, los cuentos, las historias han formado parte de la humanidad, alrededor de un fuego, el narrador de historias mantenía en vilo a sus oyentes con las hazañas y los peligros de sus personajes, los hacía reír o emocionarse con sus aventuras, llorar con sus desgracias y asustarse con sus temores.
El realismo, la magia o la anticipación se presenta consecutivamente en las tres partes en que se divide esta antología de cuentos e historias cortas, que hablan de lo que vivimos en lo cotidiano, de aquellas leyendas o historias que alguna vez nos contaron o leímos y que cuando niños, creímos, de aquello que podría ser, si lo que soñamos se hiciera realidad.
Los protagonistas son en ciertos casos, como cualquiera de nosotros, viviendo situaciones que se mueven desde el borde de lo cómico a lo trágico o a lo inesperado.
En otros momentos, son personajes ya conocidos por todos, transitando por situaciones alternativas a las que la voz popular o los autores han inmortalizado.
Omar Nipolan
Omar Nipolan es un escritor salvadoreño que vio la luz desde 1962, ha sido espectador y a veces actor involuntario de los hechos que han marcado la historia de El Salvador. Ha publicado libros de ciencia ficción, historia y antropología, mitos y leyendas salvadoreñas y mundiales.
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Aún quedan historias por contar - Omar Nipolan
DEDICATORIA
A mi esposa Evelyn, a mis hijos y a mis padres, por el amor incondicional que me han brindado siempre y por ser los máximos impulsores de mi vida, mis proyectos, mis locuras y mis aciertos.
Lo que fui, lo que soy y lo que seré es gracias a ellos, por eso les dedico este libro de historias.
PRÓLOGO
La narración de historias ha formado parte del ser humano desde el momento en que fue capaz de comunicarse verbalmente con sus congéneres.
En la noche primigenia, alrededor de un fuego, el contador de historias tenía en vilo al clan con el relato de los sucesos de la reciente cacería, sus oyentes gemían de pavor ante el relato de la bestia herida que atacaba al cazador caído, mientras sus compañeros terminaban de matar al animal, para alivio de todos.
Estas hazañas eran aprendidas y recitadas de memoria, convirtiéndose así en historias que iban en boca de los narradores que a veces agregaban sus propias invenciones, naciendo así los cuentos.
Desde entonces los cuentos han entretenido, asustado, puesto a meditar, provocado risa o estremecido a la humanidad.
El libro se divide en tres partes, lo que vivimos, lo que creímos y lo que soñamos, con cuentos cotidianos, mitos, leyendas e historias fantásticas que podrían ser realidad.
Espero que los disfruten.
Omar Nipolan
Lo que vivimos
Las historias cotidianas llevan sueños, anhelos, trabajos, sacrificios, triunfos y frustraciones, nos recuerdan que somos seres imperfectos, valientes o temerosos, bondadosos o crueles, sombríos o alegres, pero siempre dignos de amor.
Las siguientes historias hablan de la gente como cualquiera de nosotros que nos enfrentamos a problemas sencillos o complejos con lo que llevamos puesto, sin poderes ni características especiales.
Los fracasos amorosos, pueden ser preámbulos a cambios trascendentales en lugar de tragedias o a situaciones cómicas, la muerte no siempre es un evento siniestro y el celo profesional nos puede llevar por caminos erráticos y peligrosos.
Los primeros cuentos de esta serie, agrupados en Lo que vivimos
, son historias que posiblemente nos hayan pasado o bien, nos pueden pasar a cualquiera de nosotros.
Lazos blancos en la piel
El amor, entregado sin mesura ni razón, la mentira, la traición y la suma de los miedos se mezclaron en su mente, ahogada en dudas y sentimientos encontrados y la golpearon brutalmente, empujándola hasta el borde mismo de la locura.
Se encerró en sí misma, rumiando recuerdos de lo que había vivido, la confianza entregada y cruelmente traicionada, el engaño y la desfachatez con que había mantenido la mentira, las señales que no pudo ver y por último la puñalada que le asestaron ambos, Carlos su esposo y Julia, su mejor amiga
.
Sus amigos, leales compañeros la acuerparon y apoyaron como podían, sin atreverse a reconvenirla o a darle consejos que, sabían, no quería escuchar, la vieron consumirse en un medio de un pertinaz silencio y terminaron por idear un plan para distraerla y sacarla del oscuro foso en el que se estaba hundiendo.
A base de mucha preparación la convencieron de salir de su ensimismamiento, de su auto encierro y lograron que los acompañara al mar, a su querido mar, cuyas olas siempre eran un bálsamo para sus heridas.
Silvia, desde siempre había amado al mar, caminar descalza por la arena, respirar la brisa salada, bañarse en sus aguas o simplemente mirarlo, le reconfortaba, desde que era muy pequeñita y en compañía de sus padres disfrutaba del mar, ellos lo sabían y por eso habían insistido tanto.
El efecto había sido casi instantáneo, parecía la misma chica alegre que habían conocido siempre, el simple hecho de estar en el mar había cambiado su fisonomía, habló con ellos, comenzó a sonreír y hasta hizo un par de bromas, bebió una cerveza, mientras se comía un plato de sopa de cangrejo con crema y luego en la sobremesa, se levantó a caminar, como siempre lo hacía cuando salían juntos.
El restaurante estaba cerca de unos altos acantilados a cuya cima se podía acceder por una larga vereda, y ella tras caminar un poco por el jardín comenzó a subir, mientras sus amigos seguían conversando en la sobremesa, contentos del cambio que habían visto y aprovecharon para hablar del tema.
— Les dije que el mar era la solución
— Tenías razón Rebeca, le ha hecho mucho bien, así no se acuerda del desgraciado ese.
— Mira que el muy cabrón tuvo la desfachatez de ponerle los cuernos con esa perra que decía ser su amiga.
— Yo le advertí que no les tuviera tanta confianza, ya sabía que la perra...
— ¡Ya, basta! — Dijo Mario - El punto ahora es que se recupere y comience a pensar en el divorcio
— Pero, es que ella no quiere, que se casó por la Iglesia y todo eso
— ¡Todo eso un cuerno! debemos convencerla
— Y a todo esto, ¿Dónde está?
Y como movidos por un resorte, se pusieron a buscarla con premura y el miedo reflejado en sus ojos cuando de pronto, la pequeña Dani dijo asustada señalando hacia un lado.
— ¡Ahí va! ¡A los acantilados!
— ¡Dios mío! ¡Se va a lanzar!
Y corrieron despavoridos tras ella, gritando su nombre.
Silvia avanzó con paso decidido a la cima del acantilado recibiendo en la cara el viento que agitaba su pelo como oriflamas de guerra, se detuvo al recibir la refrescante brisa con olor a sal, con olor a mar, con olor a libertad.
Había sido sumamente doloroso todo el proceso de desengaño y toma de conciencia que la había llevado hasta ese momento y lugar, pero había tomado una decisión y no la iba a cambiar por nada, ni por nadie en el mundo.
Tras ella venían corriendo sus amigos muy abajo y sus gritos apenas eran perceptibles por la distancia y el viento.
— ¡Silvia detente! ¡No vale la pena!
— ¡Él no lo vale!
— ¡Silvia, por Dios!
Pero ella no los escuchó y tras un breve instante en que pareció cambiar de opinión, siguió avanzando, deteniéndose al borde mismo donde terminaba la roca e iniciaba el profundo abismo directo a las rocas de coral donde las olas estallaban en blanca espuma, como un suave lecho que la esperaba para cubrirla amorosamente de blanco.
Miró hacia abajo como hipnotizada por el vaivén de las olas que trepaban por el arrecife y regresaban para intentarlo de nuevo, desde hace milenios y pensó que ahí estaría hasta que el mar, la sal, las rocas y la arena eliminaran hasta el último vestigio de su existencia.
Haciendo un esfuerzo miró hacia el horizonte y divisó a lo lejos una blanca nube sobre punto en que el mar se conectaba con el cielo como promesa de una libertad nueva, entonces procedió.
Mario y Julia la habían perdido de vista en el último tramo antes de llegar a la cima y escucharon el grito de rabia de Silvia.
— ¡No! — Gritó Mario acelerando el paso hasta terminar de subir y entonces se detuvo.
Un poco atrás iba Julia, resollando, pero haciendo un supremo esfuerzo llegó hasta donde estaba Mario como congelado y apoyándose en él, se quedó mirando en la misma dirección, mientras recuperaba el aliento con fuertes resoplidos.
Ambos vieron a Silvia de pie al borde del precipicio con su negro y largo pelo ondeando, mirando al mar y sonriendo satisfecha.
— ¿Silvia?
Ella volteó y sin dejar de sonreír les mostró la mano izquierda extendida, en ella faltaba su anillo de bodas.
— ¿Que pensaban? ¿Que yo quería saltar? ¡NO! ¡Solo quería deshacerme del maldito anillo! ¡Ahora estoy bien, Vámonos!
Y juntos descendieron a la playa...
De cómo don Alirio detestó a Wagner
Don Alirio es un viejo amigo de la familia, es un hombre bajito, rechoncho, de pelo ensortijado y canoso, con una traviesa sonrisa perenne (con toda la pinta del Bilbo Bolsón que vimos en las películas) y que tiene como mil y una historias que contar. La siguiente es una de ellas.
Julieta era una muchacha campesina natural de Chalatenango, que es un departamento norteño de El Salvador.
Como particularidad, en Chalatenango se asentó en tiempos de la colonia una gran población española que se fue mezclando con los indígenas y mestizos del lugar, lo que dio como resultado una gran cantidad de gente en la que predominan rasgos europeos.
Por eso en la zona abundan personas de tez clara o casi blanca, al contrario de otros departamentos en los que los campesinos y en general el resto de nuestra población tenemos herencia mestizos, pero más tirando a indígenas que a otra cosa, en Chalatenango los provincianos son en buena parte de raza blanca.
Cuando uno observa a los jóvenes, en los parques o en los mercados, especialmente a las chicas, con su canasto podemos creer que estamos en Polonia o en Ucrania...
Pues Julieta era una de esas muchachas de piel blanca, castaña tirando a rubia, de ojos azules