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Las Crónicas de Cronos Extravío
Las Crónicas de Cronos Extravío
Las Crónicas de Cronos Extravío
Libro electrónico489 páginas7 horas

Las Crónicas de Cronos Extravío

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Ésta no es la historia de un personaje, es la historia de un mundo.
Cronos es un planeta paralelo, al que van a parar todas las cosas perdidas en el nuestro, incluso personas.
Es el caso de Irene, en éste primer tomo. Ha pasado por una experiencia traumática, un terrible accidente que le deja secuelas físicas y emocionales. Decide hacer un viaje, pero su avión se extravía a la altura del triángulo de las Bermudas, y llega a Cronos. Si no se adapta al medio, aún es posible retornar los objetos o seres durante los primeros días, pero en el caso de Irene... sucede algo inesperado, revela ciertas cualidades especiales, con lo cual es obligada a permanecer allí. Se revela que en este mundo donde cohabitan tanto humanos como seres mágicos, ha surgido de manera inadvertida, un tercer grupo, los volubles, humanos con magia.
Y como en todas partes, si algo se desconoce, la reacción mas sencilla es temerlo y querer controlarlo. Irene se ve envuelta en una historia que no le pertenece, pero de la que acaba formando parte.
De un lado tenemos al consejo que controla el vórtice por el cual llegan los objetos terrícolas, por otro lado a los volubles, que claman por su libertad y el derecho de decidir sobre sus propias vidas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 mar 2019
ISBN9788417037604
Las Crónicas de Cronos Extravío
Autor

Yaiza Gayo

Yaiza Gayo, nacida en España, pero de linaje de América y Europa, lo que influye en su estilo literario. Es una joven autora novel que ha venido para quedarse. Amante del género histórico y fantástico, presenta la primera parte de una mágica y emocionante historia, la saga Las Crónicas de Cronos.

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    Las Crónicas de Cronos Extravío - Yaiza Gayo

    Prólogo

    Perdidos

    1603 — EN ALGÚN LUGAR DEL OCÉANO

    Olor a muerte. Engonga no sabía que la muerte podía oler. Lo había aprendido en ese barco. En la base se podía distinguir el olor a orín, a vómito y a madera podrida. Pero bajo todo aquello, como si rascaras con la uña una costra de porquería, se olía la muerte.

    Trató de frotarse las manos pero las cadenas se lo impedían, tenía hambre y frío y el mundo daba vueltas, como si el suelo bailara bajo sus pies. No sabía decir si era de día o de noche, estaba mareado y había vomitado bilis hasta quedarse seco. Las ratas le mordisqueaban los dedos de los pies y el grueso metal que le rodeaba el cuello le dejaba la carne viva. Lo único que lo había mantenido cuerdo hasta entonces había sido la sonrisa blanca que su hermano le dedicaba, aunque fuera triste, aunque sus ojos lo delataran y solo brillara en sus labios. Mva estaba a su lado y su sonrisa era la esperanza. Solo que un día, un día como tantos otros en esa pesadilla, dejó de sonreír.

    No sabía cuánto tiempo había pasado desde ese momento, se le antojaban meses, quizás años. Después, él mismo calló gravemente enfermo, la piel le ardía, y comenzó a oler la muerte con mayor intensidad. Lo rodeaba como un manto, como una caricia de su madre, como la sonrisa de su hermano, y el… respondía a su llamado, se dejaba ir. A su alrededor no veía más que hombres llenos de cadenas. ¿Qué podía haber peor que aquello? Ya estaba aquí, suspiró, lo iba a llevar con ella, basta de sufrimiento. Sintió aflojarse sus ataduras. De pronto unas manos húmedas y grasientas lo rodearon por los tobillos y por los hombros. Miró y entendió, unas manos blancas. Erradicar la enfermedad antes de que se extendiera a los demás. Casi sintió remordimiento de no haber propagado la peste que lo aquejaba antes, al menos salvaría a sus hermanos de aquella muerte en vida y de lo que estaba por venir. Lo arrojaron por la borda, por unos breves instantes se sintió liviano como una pluma, un pájaro en el aire, planeando, libre. Después vino el impacto… tragó agua. Sintió pánico y alivio a un tiempo, iba a reunirse con su hermano. El mar le lamió las heridas, le refrescó el cuerpo febril y el alma rota, se alegraba de que lo hubieran arrojado aún vivo. Mejor morir así, y no rodeado de heces y espanto. A su alrededor, las burbujas ascendían a la superficie, y en ellas vio el rostro de los que había amado, su casa, el fuego de las noches oscuras… caía y caía sin llegar a tocar el fondo, y en mitad del océano, se sintió solo, y perdido… muy perdido.

    1914 AUSTRIA, EUROPA

    —No te inquietes no voy a hacerte daño—. Pero sus ojos decían otra cosa, la guerra había cambiado a todos los hombres, sacando a relucir lo peor de ellos mismos.

    —Quédese donde ésta—.

    —¿Y qué vas a hacer? No tienes a nadie.

    Buscó a tientas entre los cadáveres, cadáveres de sus familiares y amigos, que habían muerto protegiendo a los suyos, protegiéndolos de soldados mercenarios como éste. Encontró un arma, no sabía usarla, y sin embargo disparó… y le alcanzó. ¿Y ahora qué? ¿Quién soy? ¿Dónde estoy?

    ACTUALIDAD

    Irene miraba fijamente a través de la diminuta ventana del avión. Nubes y océano hasta donde alcanzaba la vista. Que minúscula se sentía en relación a la inmensidad del mundo.

    —¿Pasta o pollo? ¿Zumos, refrescos…?

    Las azafatas interrumpieron sus ensoñaciones, se paseaban por el avión repartiendo grandes sonrisas a diestro y siniestro, ofreciendo los diversos productos desde el ruso hasta el mandarín; siempre perfectas e impecables. Aquello parecía un mercadillo ¿desde cuándo las azafatas se habían vuelto dependientas aéreas? Irene empezó a arrepentirse de haberse embarcado en éste estúpido viaje, después de todo, por mucho que cambiara de lugar, seguiría teniendo que soportarse a sí misma y a sus recuerdos. Estaba rota y un viaje no podría repararla. Una azafata le sonrió y ella en respuesta le obsequió su mirada más fulminante. No quería rodearse de tanta perfección y amabilidad, lo único que conseguían era recordarle su propia realidad.

    Estaba siendo un viaje interminable, ya llevaba varias horas soportando llantos de bebés, malos olores presuntamente provenientes del asiento delantero y que implicaban a un hombre de flatulencia ligera, y por si fuera poco tenía los riñones molidos por unas constantes e irritantes patadas en la parte posterior de su asiento. Además como guinda del pastel, le había tocado sentarse al lado de una anciana que le había mostrado todas las fotos de sus cien nietos y no dejaba de hacerle insidiosas preguntas personales.

    —¿Sabes? Tengo un nieto que es más o menos de tu edad, es encantador, haríais una pareja adorable— rio encantada. seguramente visualizando en su cabeza la boda y los bisnietos que completarían la colección— creo que tengo una foto de él por alguna parte, voy a mirar en la cartera—

    Suspiró, siempre podía ser peor, solo había que ver al hombre de tres sitios a su derecha, cuyo acompañante roncaba sonoramente y había regado su hombro con un perfecto hilillo de baba. Se levantó, necesitaba despejarse un poco.

    Intimó un poco más de lo estrictamente necesario al salir de su asiento con los otros pasajeros, y recorrió el estrecho pasillo pisando algunos pies y ofreciendo algún codazo que otro. Llegó al baño, milagrosamente vacío. Se refrescó un poco la cara y se observó un momento en el diminuto espejo.

    No era guapa, era objetiva. Se daba cuenta de que de nada servía convencerse de lo contrario, el golpe sería menos duro desde un nivel realista. Era desgarbada y flacucha. Cabello castaño, ojos negros, nariz que denotaba una gran personalidad según dicen de las narices grandes tipo Cleopatra, algunas pecas y el mentón generoso. Se miró fijamente, tenía unas grandes ojeras oscuras. Al menos compensaba su falta de encanto físico con inteligencia, o eso le gustaba creer. A lo largo del tiempo había logrado una gran suma de amigos, estaba en el grupo de ciencias, en teatro, en los debates y en el conservatorio, no era popular precisamente, pero tenía una nada despreciable vida social, a base de aparecer hasta en la sopa y pertenecer a ese grupo social llamado clase media. Bueno, todo eso hasta el día del accidente. Después, los supuestos amigos habían desaparecido, uno tras otro, y en su soledad fue cuando advino la claridad y se dio cuenta de cuan vacía estaba su vida.

    Un accidente de coche. Alejó los recuerdos, llevaba varios meses encerrada en su casa sin salir, ¿por qué? Todavía no lo sabía, esperaba que éste viaje la ayudara a entenderlo. Aunque tenía miedo, de descubrir cosas de su interior, dolores enterrados que no quería sacar a la luz. El miedo le atenazaba el cuerpo, la paralizaba, la volvía pequeña y minúscula. El miedo no la dejaba dormir por las noches. Pero ¿Miedo a qué? Al futuro. Sintió que se le humedecían los ojos. Antes no era así, claro que antes… estaba completa, su hermano aún vivía y ella, tenía dos manos. Evitó mirarse el muñón rosado y deforme en el que terminaba su brazo izquierdo. Aún le costaba aceptarlo.

    Golpearon la puerta violentamente —¿Sale ya, o está intentando meterse en la taza del váter? ¿Hay más pasajeros aquí, sabe? Irene salió de sus ensoñaciones, y murmurando un ligero disculpe, volvió a sentarse en su asiento para esperar otras dos horas más de estrecheces y más fotos de nietos. —Sí que se ha multiplicado su prole— pensó.

    El destino de éste viaje era Florida, tenía pensado hacer una búsqueda interior, un viaje por los Estados Unidos. En realidad, cualquier destino le hubiese ido bien, con tal de alejarse por un tiempo de su familia, eligió éste por la influencia de alguna película lacrimógena sin duda, pero tanto igual le habría dado un paseo por la China. Se sentía culpable por pensar así, ya que lo único que querían ellos era ayudarla. Sus frases de ánimo, parecían sacadas de un libro barato de autoayuda, sus favoritas solían ser —piensa que podría haber sido mucho peor, eres afortunada— o —la vida tiene mucho que ofrecer— pero ante tales afirmaciones la rabia no hacía sino aumentar, obviamente que podría ser peor, podía estar muerta, podía haber perdido las piernas, pero tenía diecinueve años, una mano de menos y mucha culpa de más. Sentía las miradas cuando salía de casa, su futuro como pianista estaba truncado, ¿qué podía ofrecerle la vida ahora? Era fácil hablar, pero ninguno estaba en su situación, y su genuino interés era como un hierro caliente para ella. Sentía la mano fantasma, y su casa, en la que hasta ahora había sido feliz, se había vuelto una cárcel de memoria y reproches silenciosos, así que cuando les propuso el viaje a sus padres, ellos suspiraron alegrados de que tuviera una motivación y aceptaron. En otras circunstancias, un viaje así, sola, les hubiera alarmado.

    Les habla el capitán de éste vuelo MNCE160 estamos atravesando una pequeña zona de turbulencias, les rogamos permanezcan en sus asientos.

    —Mm, lo que faltaba ahora para mejorar mi estado de ánimo— murmuró.

    El avión se sacudía violentamente. No era la primera vez que viajaba, pero estas turbulencias, parecían un poco más fuertes de lo habitual. Los pasajeros más sensibles comenzaban a ponerse blancos y a buscar nerviosamente las bolsas de papel. La mujer que se encontraba delante de ella comenzó a respirar enérgicamente. — Son solo turbulencias, no hay nada de qué inquietarse.— dijo despreocupada Irene, aunque más para convencerse a sí misma que a la pobre señora que ya híper ventilaba.

    Y de repente hubo una sacudida. —No parecen, uh, uh, solo turbulencias uh… — replicó casi gritando.

    Otra sacudida, y ahora no solo estaba nerviosa la señora, muchos pasajeros comenzaban a alterarse y a gritar, alguno ya encendía su teléfono para llamar a algún familiar, pese a que la luz de seguridad indicaba lo contrario. Las azafatas intentaban tranquilizar a los pasajeros, pero en sus caras se reflejaba la inseguridad. Irene se encontraba extrañamente tranquila.

    El capitán les insta a mantener la calma, pero les advertimos que el avión está perdiendo altura a una gran velocidad. Permanezcan con los cinturones abrochados y…

    La comunicación se cortó, las luces de cabina se apagaron, dejando solo la débil iluminación de las luces de emergencia. ¡Vamos a morir!— Gritó alguien en la parte trasera. Y ahí ya se desató el pánico, el avión daba sacudidas, giraba dejándolos cabeza abajo. Maletas rodando, gritos, mascarillas de oxígeno… mientras el avión perdía altura lo único que pensó fue— Ojalá hubiera leído las malditas instrucciones de seguridad.

    1

    Cronos

    Así que es cierto, cuando uno muere se ve una gran luz— pensó Irene— demasiado brillante a mi gusto, resulta molesta. Espero que haya más comodidades en el más allá. Y se oyen voces, ¿serán los ángeles? Sentía la lengua pastosa con un regusto dulzón, un jarabe, dulce pero que en el fondo se nota que es medicina. Recibió un fuerte pellizco.

    ¡Ay! ¿Será que me he portado mal en mi vida y ahora voy camino a terribles sufrimientos? Tembló ante la posibilidad de pellizcos eternos y luces molestas por toda la eternidad.

    —No responde señor, pero su ritmo cardíaco ha cambiado, sus constantes son acompasadas y sus pupilas se dilatan, deberíamos llamar a la doctora—. Se escucharon sonidos de pisadas.

    —Mmmm… esto no parece el cielo— hizo un gran esfuerzo por abrir los ojos a la gran claridad, como cuando uno duerme demasiadas horas y al despertar, no sabes si te encuentras en tu cama o te han abducido una familia de extraterrestres. Abrió los ojos, y quiso volver a cerrarlos,… definitivamente aquello no era el cielo. Otra vez no, por favor. Se encontraba en una habitación de paredes blancas y a su alrededor había un grupo de personas observándola atentamente, a juzgar por su aspecto podría imaginarse que era una habitación de hospital, solamente que había algo en el ambiente diferente, podría ser la ausencia de máquinas y la típica televisión, a pesar de que tenía una sonda introducida en la nariz.

    Una gran sonrisa apareció en su radar de visión, una mujer de unos cuarenta años, de pelo corto y oscuro, y grandes gafas de pasta de color violeta la acompañaba— ¡Ah! Pasajero número veintitrés, por fin ha despertado, es la última. Ahora podremos por fin, volver a enviaros a vuestro planeta.

    No entendió nada ¿Vuestro planeta? Estaba demasiado atontada para reflexionar si era una broma, ¡Dios mío, sí que había sido abducida por extraterrestres! ¿Qué opciones tenía? ¿Salir corriendo? No, el cuerpo no le daba para eso. ¿Gritar? ¿Y quién la iba a escuchar si estaba en Marte? ¿Para que servían los estudios si no te preparaban para escapar de unos marcianos mutantes?, la cabeza le daba vueltas, los pensamientos iban a mil por hora, ¿cuáles eran las opciones? No era una heroína de película, viéndolo con perspectiva, parecían amigables, nada de dientes afilados ni mirada amenazante, de hecho una de aquellas señoras se parecía a su vecina, barajó la posibilidad de que la señora del segundo C la hubiera secuestrado o de que le estuvieran gastando una broma pesada, optó por la opción más diplomática, dialogar con ellos en son de paz.

    ¿Eh, perdón, como dice de vuestro planeta? — su voz sonó como el graznido de un pato afónico, no se le había ocurrido nada más ingenioso, definitivamente el lenguaje no era su mejor baza como creía.

    —Perdón por la informalidad. Entiendo que está usted muy confusa. Soy la doctora Olsen. Han sufrido un pequeño percance con su nave, digamos que han atravesado… un portal espacio-temporal. Algo difícil de resumir. Se encuentra en la sede del Tiempo, en ciudad d’Or, en el planeta Cronos, concretamente en la unidad de accidentes aéreos y otras naves. Estoy aquí para atender todas las cuestiones que tenga para hacerme, aunque tenemos que darnos prisa— miró rápidamente un gran reloj en su muñeca— Vuestro regreso está programado para ésta tarde y no puede posponerse más o no podréis volver a casa.

    —Vale, esto supera a la teoría de los marcianos mutantes, me va a estallar la cabeza.—

    —Entiendo señorita— haciendo omisión deliberada del comentario de los marcianos.— le aclaro todo esto para que pueda comprender su situación actual y no se sorprenda de ciertas cosas que pueda ver, de todas formas, es una pura formalidad, usted y el resto de pasajeros serán sometidos a un borrado de información— Oh no, no hace falta preocuparse, que cara ha puesto— se rió, tranquilizadora, e hizo sentir mejor a Irene. —Es un procedimiento muy sencillo que dura unos segundos, inhalar un gas, totalmente indoloro, y os ahorrará muchos problemas al regresar, ya sabe, explicaciones que dar, recuerdos confusos, un espanto. Y bien… ¿alguna pregunta?

    Miles de preguntas, entre las de si todo esto era un sueño, pero el dolor del pellizco se había sentido bastante real, todavía le escocía.

    —¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué planeta es Cronos? ¿Pertenece a nuestro sistema solar? ¿Cómo es que habla mi idioma?

    —Vaya, ¡cuántas preguntas a la vez!—volvió a reír— Bueno, Cronos no pertenece a vuestro sistema solar, pero parece ser que tenemos cierta conexión con vosotros en el planeta Tierra, porque aquí vienen a parar todas las cosas perdidas, desde objetos cotidianos de vuestro mundo, personas, animales, hasta otras cosas más… especiales, dejémoslo ahí. Vuestro avión entró desde un punto exacto de vuestra Tierra conocido como triángulo de las Bermudas, ya hemos tenido casos similares antes. Y respondiendo a su última pregunta, podemos comunicarnos con ustedes, porque en Cronos se habla la primigenia lengua de oro, una lengua perdida en su mundo, de la que nacieron todos vuestros idiomas actuales, así que tenemos habilidad para comunicarnos con vosotros. Bueno, creo que con ésta información queda saciada su curiosidad. Ahora que está despierta, le traerán un pequeño refrigerio, en un par de horas mandaré a alguien a buscarla—. En ese momento su mirada se endureció y dejó de parecer tranquilizadora y amable, como si se hubiera quitado una máscara— Es muy importante que sea puntual, lleva más de siete días en coma, eso ha retrasado todo el proceso y después de una semana en nuestro mundo no podrán regresar, una adaptación del cuerpo al medio.

    Volvió a sonreír, conciliadora, como si no hubiera pasado nada extraño y dijo— Siéntase libre de merodear un poco por las instalaciones, le hará bien estirar las piernas. Sus compañeros se encuentran en el patio, donde se halla su nave ya reparada, impacientes claro está, han tenido varios días de ventaja sobre usted. La doctora se levantó grácilmente y se marchó.

    Casi de inmediato apareció un joven llevando una bandeja con frutas extrañas y un plato que humeaba con un olor delicioso, que le hizo la boca agua. Las tripas le rugieron como un león. Irene se sonrojó un poco y el joven sonrió con amabilidad, retirándole la sonda y dejándola sola. ¿Debía comer comida alienígena o lo que fuera aquello? A lo mejor no me sienta bien— pensó, pero el olor era demasiado apetitoso y siete días de ayuno, le estaban pasando factura. Al primer bocado, creyó desmayarse nuevamente, pero ésta vez de placer, estaba exquisito, la mejor comida que hubiera probado nunca, las frutas eran una explosión, dulce, ácido, una sabía a caramelo y se fundía en la boca como el chocolate. ¿Serían frutas perdidas en la tierra o eran nativas de éste mundo?, a cada bocado que tomaba sentía recobrar las fuerzas. En cuanto se sintió llena y con más impulso decidió ir a investigar un poco, como lo había comentado la doctora. Al salir de la habitación se encontró con un largo pasillo. Caminó sin rumbo fijo, hasta que llegó a una puerta, podía dar media vuelta, pero le habían dicho que podía merodear así que la traspasó. Al otro lado se encontraba una gran sala, con cintas transportadoras por las cuales circulaban todo tipo de objetos, desde cámaras de fotos, calcetines, cepillos de dientes, maletas y juguetes. De dónde venían no se veía, pero circulaban en la cinta y trabajadores a ambos lados iban clasificándolos en diferentes grupos a medida que avanzaban. Otros se llevaban las distintas cajas una vez estaban llenas, parecía un trabajo eficiente y bien organizado, como un eje bien engrasado. Se quedó allí unos diez minutos, absorta en la contemplación de aquella extraña labor cuando apareció un guardia.

    —Identificación—

    —Eh, no, yo no— tartamudeó— he venido con un avión—. Fue lo único que se le ocurrió decir.

    La mirada del guardia se endureció echándola de allí de muy malos modos. Contactó con alguien por medio de una especie de radio antigua. —Vaya a esa habitación al fondo del pasillo, alguien irá en unos instantes. No vuelva a entrar sin permiso en zonas restringidas—

    —Por supuesto, disculpe.— Aquel guardia imponía. Se dirigió a la habitación al fondo del pasillo, al otro lado había un hermoso jardín, con flores espectaculares de todos los colores y grandes árboles de color plateado.

    Silbó bajito, contemplando aquella maravilla—Vaya—

    —Bonito eh? — una niña de unos ocho años apareció a su lado— Soy Hebe. Me han dicho que andabas vagando sola por el centro, me han mandado para que sea tu guía. —La miró con amabilidad— Suele ser difícil para vosotros asimilar todo lo que podéis ver aquí, algo completamente comprensible dadas las circunstancias. ¿Te apetece una visita guiada? —Irene asintió, contenta de la compañía —Acompáñame.

    A Irene le pareció extraño que emplearan a una niña, pero bueno… no era precisamente lo más insólito de éste día .Era menudita y vivaracha, con el pelo de color marrón oscuro, no destacaba mucho a excepción de unos sorprendentes ojos grises, que al observar mejor cambiaban de color, en un momento le parecieron azules, en otro violetas, eran profundos, misteriosos, casi diría que hipnotizantes. Hebe le retiró la mirada y al hacerlo rompió el encanto que ejercían sus ojos. Irene la acompañó sin darle más vueltas al asunto.

    —¿Cómo te llamas pasajero número veintitrés?

    —Irene—

    —Oh, un nombre precioso. — dijo ella y por un breve instante Irene sintió que su mirada le traspasaba el alma, una niña curiosa sin duda, continuó con la visita— el pasillo por el que estamos yendo, supongo que ya te habrán comentado, es la unidad de naves, aquí llegan todo tipo de casos como el vuestro, naves del espacio ¿Cómo les decís? aviones, barcos, ésta zona es bastante problemática tanto por el tamaño de los objetos que llegan aquí y por los que los ocupan, suelen ser numerosos pasajeros, complicado de manejar ya te podrás imaginar, hay heridos, mucha confusión… creo que tú lo llevas bastante bien. Hay algunos que se vuelven casi locos y permanecen aislados hasta el momento del regreso.

    En ese momento Irene cayó en la cuenta de lo que suponía una desaparición de ése tipo en el planeta Tierra, pérdida del avión en el radar, familiares preocupados, las noticias…. El estómago le daba vueltas, y se comenzó a arrepentir de haber comido tanto. Como si le leyera el pensamiento, Hebe le dijo. —No te inquietes, esta misma tarde volveréis, no estamos seguros pero creemos que el tiempo es diferente en nuestros mundos, lo que aquí es una semana en vuestro mundo puede ser un instante o un par de días.— chasqueó los dedos— Seguimos con la visita, continuando por ese pasillo llegamos a la unidad de objetos perdidos, los objetos inanimados se adaptan al medio más rápidamente, si no son devueltos en dos días deben quedarse aquí, son clasificados, algo que me parece que ya has podido comprobar por ti misma en tu inspección— le guiñó un ojo— y entonces son enviados al edificio de enfrente, la factoría, donde son modificados para nuestro mundo.

    —¿Entonces como volveremos sin nuestro avión? ¿Qué pasa si ya se ha adaptado?—

    —Los objetos grandes y los seres vivos, tardan un poco más en adaptarse pero en el caso de que ya haya ocurrido se mandaría a la factoría para que se modificara, claro, y supongo que se buscarían una alternativa para vosotros, los pasajeros serían encontrados sanos y salvos, quizás en el mar, sería un misterio para los vuestros en donde quedaron los restos de la nave supongo.

    Irene tembló ante esa posibilidad. Y para distraerse siguió preguntando, ya que para ser tan pequeña esta niña sabía mucho. —¿Y cómo los adaptan?—

    —Bueno, las llaves son fundidas para aprovechar los metales, los zapatos suelen venir sin su par, así que se fabrica el par que falta y se venden en las zapaterías de nuestro mundo, depende, suelen venir objetos de lo más variado, desde paraguas, cámaras de fotos, guantes o dientes postizos.

    ¿Dientes postizos? Eso es asqueroso.

    —Sí, aunque cuentan con gran demanda— las dos rieron.

    El siguiente pasillo es el que más me gusta, aquí vienen todos los animales, suelen venir desde cachorritos de perro, gatos o animales muy exóticos. Gracias a testimonios de gente que viene de vuestro planeta sabemos que están extintos allí— Hebe parecía triste— supongo que ese es el motivo de que terminen en nuestro mundo. Irene observó aves multicolores, extrañas especies de insectos y hasta una zebra rayada como un tigre.

    Pensó en lo de los testimonios, y en por qué le estaban ofreciendo un tour de cortesía por las instalaciones, ¿no sería acaso más fácil dormirlos a todos y mandarlos de vuelta sin tener que borrar memorias? Se ahorrarían algunos quebraderos de cabeza y muchas explicaciones —¿Ese es el motivo por el cual no nos envían de vuelta de inmediato?— preguntó

    Hebe la observó divertida y rió encantada— muy lista. Esa es una suposición a la que muy pocos llegan. En principio se hace un reconocimiento de la salud de todos, puede haber heridos o fallecidos, no todos superan el cruce entre los portales, pero básicamente sí, aprovechamos cuando llegan terrícolas porque nos dan información de lo que está pasando en vuestro mundo, tecnología, conocimientos médicos, cultura, animales, es importante para nosotros ya que constantemente están llegando objetos. Qué pasaría si alguna vez se perdiera algún objeto peligroso, ¿algún arma de esas que inventáis allí?, nuestro propio mundo estaría en peligro a causa vuestra.

    —Claro, entiendo— Era curioso, pero al saber más información Irene en vez de enloquecerse, se iba adaptando mejor a la situación.

    Bueno, hay más cosas por visitar pero casi es la hora, será mejor que regresemos, creo que ya tienen todo preparado para vuestra repatriación. Triste para ti, pero has sido la última en despertarte así que no has podido disfrutar más tu estadía.

    Ascendieron por un pasillo y llegaron hasta un inmenso patio central, donde se encontraba el avión, encontró rostros conocidos del resto de pasajeros, algunos se veían calmados y otros parecían aterrados pese a haber estado más tiempo conscientes: También había muchos hombres y mujeres con atuendos similares a los de la doctora Olsen

    —Mira allí está mi hermano—

    ¿Cuál de ellos?

    —Allí, aquel chico alto ¡Geras! Y saludando con la mano se reunió con un chico de unos veinticinco años aproximadamente quizás alguno menos, era difícil de decir. —Te presento a mi nueva amiga Irene—

    —Siempre encariñándote con los ajenos ¿eh?, susurró Geras — dentro de poco olvidará que te ha conocido no sé ni por qué te molestas en explicarles nada.

    —No seas antipático, además ella es especial, ¿no lo notas?

    Irene, que no prestaba atención a su conversación se sintió de repente observada— Hola, soy Geras, el hermano mellizo de Hebe. Es verdad que era idéntico a ella, a excepción claro está el ser más mayor y hombre.

    —¿Mellizo?— rió Irene— ¿Y eso cómo es posible? Por lo menos os lleváis quince años.

    Geras la miró con una sonrisa burlona— —Hay muchas cosas que no conoces ajena.

    Se interrumpió de golpe, entraba la doctora Olsen en ese mismo instante, llevaba una gruesa libreta en las manos, con meticulosas anotaciones e iba dando instrucciones al resto del personal.

    —Atención por favor, ya casi es la hora, faltan escasamente cuarenta minutos, los operarios irán asignándoles una numeración a cada uno, si hay familiares agrúpense, intenten recordar en que puestos estaban en el avión y reúnanse también para agilizar el proceso y evitar una confusión innecesaria— su voz sonaba alta y clara, era una mujer eficiente e imponía con su presencia. Los pasajeros del uno al diez pueden ir pasando, los doctores les administrarán un medicamento que permitirá ralentizar sus constantes vitales y que el proceso de retorno sea más fácil para ustedes, un ligero sedante, totalmente inocuo. Una vez en el avión, un operario los someterá en conjunto a una supresión parcial de sus recuerdos, como todos ustedes comprenden puede ser perturbador recordar ésta experiencia una vez que estén en sus hogares.— examinó su reloj— Bien, quedan exactamente treinta minutos, debemos agilizar el proceso, y podrán regresar sanos y salvos a su mundo. —Les dedicó su sonrisa más amplia y reconfortante— Bien, pueden ir pasando los pasajeros de las filas del once al veinte.

    Irene entraría en el último grupo.

    Recuerden sentarse en el mismo lugar y colocarse de forma similar en la que se encontraban en el momento del accidente. —Los pasajeros iban avanzando, nadie empujaba pero todos parecían ansiosos por volver a entrar en el avión y olvidar la experiencia. —Filas del veintiuno en adelante, pueden proceder, nos quedan escasos veinte minutos.

    —Deme su brazo, por favor— le dijo un doctor canoso, de mirada de un gélido color azul, al tiempo que preparaba una jeringuilla de gran tamaño con un extraño líquido de color verde intenso en su interior.

    —Uh, siempre le he tenido un poco de aprehensión a las agujas, ¿va a doler mucho?

    La miró burlonamente. —No se preocupe señorita, es completamente indoloro.

    Le tomó el brazo derecho y le inyectaron un líquido brillante, verde intenso. Lo observó recorriéndole las venas, por debajo de su pálida piel, retorciéndose como una culebra. Le recorrió rápidamente el brazo, quemándole por dentro, de pronto sintió un agudo dolor en el corazón, una punzada tan intensa que le hizo doblar las rodillas,—

    —Ahj, esto quema… ¿es normal? ¿No dijeron que era indoloro?—

    El doctor la miró nuevamente pero ésta vez de una forma extraña, algo perturbado. —Normalmente es así, es algo extraño que sienta efectos, solo sucede en determinados casos y no creo que sea el suyo. — Recuperó una expresión serena— No se preocupe, seguramente será momentáneo, le pediré a un enfermero que la ayude a subir al avión, debemos darnos prisa. Que tenga un buen regreso—. La despachó sin preámbulos.

    Un paso, dos pasos, tres pasos, a cada movimiento el dolor se hacía más intenso, subió las escalerillas del avión con dificultad, comenzó a ver borroso, le palpitaban las sienes. El asistente que vigilaba que los pasajeros se fueran colocando en orden es sus respectivos asientos, la miró extrañada y le controló el pulso.

    —Algo extraño, muy extraño— murmuró. —Mantenga la calma, me comunicaré con la doctora Olsen—. Se comunicó igual que el guardia por una especie de walkitalki obsoleto — Doctora, el pasajero número veintitrés está reaccionando de manera inusual a la sedación.

    La voz melódica de la doctora Olsen, le respondió al otro lado de la línea.

    —¿De qué síntomas estamos hablando?

    —Señora, diría que no la está sedando, está teniendo un episodio de aceleración del ritmo cardíaco, pupilas dilatadas y dificultad para respirar— parecía alarmado— señora, desde mi humilde opinión, diría que está reaccionando exactamente como un voluble.

    —¿Una ajena? Imposible.

    —Bueno doctora, no es el primer caso—.

    Irene no entendía nada.

    —No puede ser otra cosa ¿Qué debo hacer, señora?

    —Es un caso peculiar sin duda, pero faltan diez minutos para su adaptación, debe regresar. Lo más sensato es que continuemos con el procedimiento, la mandaremos de vuelta a su mundo y allí seguramente se inhabilitarán sus capacidades. Nos desentenderemos del asunto.

    ¿Qué está pasando? Náuseas, se le cortaba la respiración. ¿Qué ocurre? ¿Me van a dejar así? ¿Dónde está la doctora Olsen?— Al mirarse el brazo veía sus venas cambiar de color a un verde más intenso, y retorcerse bajo su pálida piel, como si tuviera un enorme gusano. Por megafonía se escuchó:

    —Comienza la cuenta atrás, abróchense los cinturones de seguridad, unos aerosoles los rociarán con gas del olvido—. Diez, nueve…

    —Debo irme— dijo el chico— No se preocupe señorita, es probable que una vez en su mundo, deje de sentir los efectos del medicamento. Pero Irene podía leer en su rostro que no estaba seguro de que esto sucediera así, cada vez le costaba más respirar, el latido de su corazón se aceleraba, sentía que todo iba mucho más rápido a su alrededor, los ruidos se amplificaban al máximo, la cabeza le iba a explotar, ¡santo cielo! ¿Qué está pasando?

    ¡Espere!— gritó y tomó la mano del enfermero. En ese momento algo muy extraño sucedió, el avión quedó inmóvil, estático, el asistente no se movía, ni un parpadeo, ni el más leve movimiento para respirar. Pararon las conversaciones, los llantos de niños, los taconeos nerviosos de algunos pasajeros, se detuvo un papel al caer. La única que parecía respirar, jadeando y bañada en sudor era la propia Irene. En ese instante varios operarios subieron de manera abrupta al avión y entre ellos la doctora Olsen.

    —Maldición, es ella, es una voluble, debemos sacarla de aquí, si dejamos que pase más tiempo, el avión se adaptará junto con el resto de pasajeros y tendremos que administrar un problema mayor. Sáquenla de aquí y lleven también al señor Wilson.

    Los operarios alzaron en volandas a Irene, llevándola consigo al exterior nuevamente y en el mismo tiempo que pusieron pie en tierra, el avión y sus ocupantes tomaron movimiento nuevamente y con un ligero resplandor el avión despareció de la misma inquietante y misteriosa forma en la que había aparecido. La doctora avanzó hasta donde se encontraba Irene, que yacía al borde del desmayo en el suelo, en el mismo lugar donde la habían depositado. Había perdido todo rastro de amabilidad en su rostro, y la miraba con desagrado. Manténganla bajo observación hasta nuevo aviso, ya decidiremos qué hacer con ella una vez lo hayan discutido los miembros del consejo—.

    2

    Volubles

    Habían pasado tres días desde el extraño incidente del avión, tres días que a Irene se le habían antojado por lo menos cinco, de lo interminables que se hacían. Los efectos de la inyección habían desaparecido, como había predicho el enfermero, e Irene se encontraba en una habitación aislada de todo, no pasaba hambre, cada día recibía tres comidas calientes y bebida en abundancia, pero no dejaba de pensar en lo absurdo de su situación, de lo irreal que se le antojaba todo y recordaba a los animales que había visto en ese largo corredor el primer día, en principio le había parecido maravilloso que los mantuvieran de aquel modo, que magnífico que se salvaran animales en extinción de otro mundo, pero ahora comprendía que estaban en jaulas, como monos de feria, para su observación, ¿por qué no los soltaban? ¡Qué cruel extinguirte en un mundo y acabar en otro para estudio de alguien! se sentía desgraciada, ¿Qué pintaba ella aquí? ¿Qué estaba pasando? No dejaba de recordar a su familia, el avión ya habría regresado a la Tierra, todo seguiría el curso normal, ¿cómo explicarían su desaparición? ¿Pensarían que alguien la habría secuestrado? ¿O peor aún, pensarían que se había quitado la vida, incapaz de soportar su nueva situación? Se le encogió el estómago, desearía rebobinar el tiempo y eliminar la posibilidad de que esa fuera la razón más plausible para sus padres ¿La darían por muerta? ¿La buscarían? Cientos de preguntas. Pensó en su madre, en el dolor de perder a otro hijo. Quizás ya estuviera adaptada al medio, pero encontraría la forma de escaparse y regresar, no se daría por vencida. Irene se dio cuenta con sorpresa que desde el accidente no había tenido ningún aliciente en su vida, y de repente la idea de luchar por algo le daba fuerzas, un motivo para continuar. Sin embargo, los viejos hábitos permanecen y el miedo era aún persistente, sobre todo lo que más le preocupaba eran las palabras de la doctora el día del regreso, una voluble, la palabra volvía a su mente una y otra vez ¿Qué sería eso? ¿Algún tipo de enfermedad contagiosa? La había mirado más que con desagrado, con verdadero asco. Se escuchaban pasos, alguien venía, se abrió la puerta. Era Geras, él y Hebe la habían visitado siempre que sus horarios lo habían permitido, nunca hablaban mucho, parecían temerosos de algo o alguien, pero su compañía había sido como un bote salvavidas.

    —Buenos días—. Él no la miraba con desagrado, como el resto de empleados y doctores que venían de vez en cuando, al contrario— me han encargado llevarte en presencia del consejo, van a tomar una determinación sobre tu caso.

    —Por favor Geras. No entiendo nada, ¿podrías explicarme algo? —le dijo Irene con un sollozo.

    Geras la miró con tristeza. —Mmm, mira Irene me caes bien y mi hermana desde el primer momento sintió mucha simpatía por ti, pero nosotros también estamos en una situación delicada. Si te ayudamos puede ser peligroso para nosotros también.

    Irene sintió que sus ojos se humedecían. No podía evitarlo. La garganta se le hizo un nudo.

    —Mira, te lo suplico, necesito entender que es lo que está pasando. ¿Estoy enferma? ¿Qué es lo que me va a hacer el consejo? ¿Quiénes son? Ya es bastante difícil para mí procesar todo este lío de estar en otro mundo. ¿Puedes imaginar si tú estuvieras en mi situación?

    Geras denotaba nerviosismo, se retorcía las manos y pese a estar solos en la habitación miraba alrededor con agitación. —Bueno, te lo explicaré por el camino. Pero tienes que mantener la mirada baja, no hacer preguntas y disimular como si yo no te estuviera hablando ¿vale? El consejo tiene ojos en todas partes— Irene asintió.— Entiendo que enfrentarse a esta situación debe de ser complicado, sin tener conocimiento ninguno de que son los volubles. No te asustes, no es nada peligroso ni ninguna enfermedad, de hecho… Hebe y yo lo somos. Ahora vamos a ir yendo, si tardamos mucho pueden impacientarse. Recuerda mantener la mirada baja—.

    Geras se colocó a su lado, y a medida que recorrían largos pasillos y subían escaleras le iba susurrando.

    —Éste mundo de Cronos, es el mundo del tiempo. Cómo ya has podido observar, aquí vienen muchas cosas que se pierden en tu mundo, todavía no se sabe muy bien por qué, es algo que se está estudiando. Llegan todo tipo de objetos y seres, hace mucho tiempo llegaron seres que tenían… magia.

    Irene levantó la vista— ¿Magia?

    Un grupo de doctores que avanzaban por el pasillo alzaron la vista y los miraron inquisitivos. Estaba prácticamente segura de que no habían escuchado más que un susurro, pero Geras descompuso el gesto y pareció a punto de orinarse encima.

    ¡Shhh! ¿no te he dicho que no hables? — miró por encima de su hombro con disimulo mientras los doctores se alejaban con paso ligero.

    Irene rápidamente volvió a mirar al suelo.

    —Sí, magia. En éste mundo hay hadas, elfos, duendes, dragones… que existen desde tiempos ancestrales, así como también hay humanos. La convivencia a menudo es complicada y desde hace tiempo lo es más porque ha surgido un nuevo grupo, que no ha venido de ningún lado.

    —Los volubles— dedujo ella.

    —Shhh— La miró enfadado. — Si, los volubles, son…, somos —se corrigió— humanos con magia. No se sabe muy bien quien fue el primero, no somos muy numerosos comparados con el resto de la población, contabilizados seremos un millar, cada uno tiene un poder

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