Libro electrónico175 páginas2 horas
En mitad de la noche
Por Fiona Harper
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Información de este libro electrónico
Una granja en el campo, el calor del fuego y unas maravillosas vistas… Era el lugar perfecto para una velada romántica. Y, sin embargo, Adele y Nick Hughes habrían preferido estar en cualquier otro lugar. Su matrimonio estaba acabado y ninguno de los dos creía que hubiera la menor posibilidad de recuperarlo. Pero allí, en aquel romántico escenario, se dieron cuenta de que no podían resistirse al deseo que siempre habían sentido el uno por el otro…
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En mitad de la noche - Fiona Harper
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Fiona Harper
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
En mitad de la noche, n.º 2144 - julio 2018
Título original: Break Up to Make Up
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9188-622-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
Adele contuvo el impulso de salir del baño corriendo y gritando. Cerró los ojos, respiró hondo y les ordenó a sus manos que dejaran de temblar. Cuando sintió que su corazón se calmaba un poco, volvió a abrir los ojos.
Nada había cambiado. Su bañera estaba habitada por ocho patas y un cuerpo gordo y peludo. Dio unos pasos atrás, sin apartar la vista de las largas patas.
En cuanto el borde de la bañera le ocultó la visión del bicho, tanteó la estantería que había encima del lavabo. La pasta dentífrica y el cepillo de dientes volaron cuando asió el vaso en el que descansaban. Lo único que necesitaba en ese momento era algo plano y no demasiado flexible. Posó la vista en todas partes casi sin poder ver nada. Se obligó a buscar con más lentitud.
Sobre el cesto de la ropa estaba la revista que había leído la última vez que se había dado uno de sus baños rituales. El mismo que debería estar disfrutando en ese momento de no ser por la intrusa. La crispó que le estropeara los planes para esa noche.
Agarró la revista y marchó hacia la bañera, tratando de que sus piernas no vacilaran a medida que se acercaba. Alzó el vaso invertido y esperó que no le resbalara de la mano. Hasta las yemas de los dedos parecían sudorosas. Dos pasos más y se hallaría lo bastante cerca.
En ese instante el vaso se encontraba a sólo unos centímetros de la criatura. Todo pareció quedarse quieto. Hasta la araña… como si percibiera que se aproximaba. Y entonces fue un torbellino de velocidad. Directamente hacia ella por el costado de la bañera.
Adele no se detuvo a pensar; simplemente, lanzó el vaso y la revista en la dirección de su atacante y salió corriendo del baño. Y mientras el sonido del vidrio al fragmentarse reverberó en sus oídos, cerró de un portazo y se apoyó en la superficie. Por si trataba de mover el picaporte.
Se dijo que su fobia la volvía irracional. En ese punto debería haberse alejado de la puerta, pero un ruido procedente del interior del cuarto de baño hizo que apretara con más fuerza el pomo.
Si al menos…
No, no iba a desear que estuviera allí.
No necesitaba a ningún hombre para capturar una araña. Y menos a ese hombre.
Olvidó el pomo al suspirar y pasarse los dedos por el pelo.
«Puedo hacerlo», pensó allí en el silencio. «He de hacerlo. Nadie más va a hacerlo por mí».
Se volvió para encarar la puerta del cuarto de baño y se imaginó vestida con uno de sus trajes de trabajo y no el albornoz, el pelo recogido como de costumbre a la altura de la nuca, sin caerle sobre los hombros y la cara. Todo era una actitud mental. Con determinación se podía hacer cualquier cosa.
La habían enviado a uno de esos estúpidos seminarios de entrenamiento cuando trabajaba para Fenton & Barrett. Había fingido que prestaba atención, pero en realidad había estado pensando cómo iba a abrir su propia empresa de consultoría empresarial. Desde entonces, había hecho realidad sus sueños y, desde luego, podía emplear el mismo truco en ese momento.
Esa gente había hablado de visualización. Se concentró, y en su mente la criatura del baño se convirtió en una frágil mariposa de colores brillantes.
Cualquiera podía recoger una mariposa, ¿verdad?
Abrió de golpe la puerta y marchó hacia la bañera. El fondo estaba cubierto de vidrio roto, pero la criatura que buscaba se hallaba a mitad de camino del lateral.
–Mariposa –murmuró mientras extendía la mano y cerraba los dedos sobre ella. La distancia desde el borde de la bañera hasta la ventana de pronto se estiró hasta adquirir la extensión de un campo de fútbol. Trató de caminar despacio, pero después de un paso y medio, corría–. ¡Mariposa! –gritó cuando las patas empezaron a retorcerse en su mano–. ¡Araña, araña, araña, araña! –chilló al abrir la ventana con la mano libre y tirar a la cosa horrible por el hueco. Luego tembló y se frotó la palma contra el albornoz una y otra vez.
Se dijo que en ese momento sí que necesitaba el baño que había planeado darse. Pero antes de poder realizarlo, tenía que quitar todos los fragmentos de vidrio. No había nadie para cazar las arañas ni nadie que quitara un fragmento que pudiera olvidarse, de modo que más le valía hacer un buen trabajo.
Tenía la cabeza metida en el armario que había bajo el fregadero en la cocina cuando sonó el timbre. El sol acababa de ponerse y aún había suficiente luz como para no tener que encender la eléctrica, pero estaba lo bastante oscuro como para no poder encontrar el recogedor y el cepillo.
El timbre sonó otra vez y se golpeó la cabeza con la parte superior del armario. No tenía un timbre que se pudiera olvidar. Era uno de esos insistentes que rechinaba como un viejo timbre de bicicleta.
Lo único que había querido ese sábado por la noche, después de pasar todo el día en la oficina, había sido sumergirse en un denso baño de espuma y leer cuatro capítulos de su libro. Se dijo que no era mucho pedir.
Se frotó la coronilla y con pasos silenciosos fue hacia la puerta, que abrió sin importarle estar aún con el albornoz puesto.
Iba a soltar un seco «Sí. ¿Qué quiere?». Pero las palabras murieron en sus labios. Apoyado contra la pared, con un brillo divertido en los ojos y un hoyuelo en cada mejilla, se encontraba el hombre más desesperante que había tenido la desgracia de conocer.
Sabía que se había quedado boquiabierta, pero no parecía capaz de cerrar otra vez la boca. Él sonrió y los hoyuelos se acentuaron.
–Hola, Adele.
–¡Nick!
En los últimos minutos, el sol había bajado aún más por el horizonte suburbano y el destello que proyectaba la luz del porche hacía que, en contraste, él pareciera cálido y dorado.
Parecía tan… real. No como el Nick al que le había estado gritando mentalmente en los últimos nueve meses. En su recuerdo, lo había hecho más bajo, más juvenil y mucho menos atractivo. Pudo sentir la química familiar crepitar ya en su cerebro.
La miró a los ojos y ella sintió que perdía algunas neuronas más.
Nick enarcó una ceja.
–El mismo.
Adele movió la cabeza, sin saber siquiera por dónde empezar. ¿Qué hacía allí? ¿Cuánto tiempo llevaba en el país? Y, lo que era más importante, ¿qué hacía ante su puerta, como si nunca hubiera pasado nada?
–¿Puedo pasar?
Tuvo ganas de cerrarle la puerta en las narices, de decirle que podía perderse y que, si era imprescindible, se pusiera en contacto con ella a través de su abogado, pero descubrió que asentía. Siempre había conseguido que hiciera lo que él quería. Y aunque tenía buenas intenciones, de forma extraña era ella la que siempre terminaba lastimada o teniendo que ordenar el caos.
Había sido una mala idea dejar que Nick Hughes entrara en su vida.
Y aún peor había sido casarse con él.
Adele fue por el pasillo seguida por él. En cuanto llegaron a la cocina, se volvió para mirarlo.
–¿Qué quieres, Nick?
Era el momento que él había estado esperando, el momento que había repasado mentalmente tantas veces que ya había perdido la cuenta. Y en sus sueños nunca se había sentido nervioso.
Adele se volvió para mirarlo y Nick trató de no encogerse. Había temido eso. Había esperado que, después de tanto tiempo, la encontraría más propensa a hablar. Era evidente que se había equivocado. El tiempo no había causado impacto alguno en el proceso de curación.
Contarle sin rodeos qué hacía allí no iba a funcionar; tendría que ir despacio. Contuvo la súplica que quería escapar de sus labios y, en cambio, sonrió.
–Bonita manera de recibir a tu marido.
Adele entrecerró los ojos.
Él respiró hondo. Tenía que hacer algo antes de que lo pusiera de patitas en la calle. Debía permanecer en el mismo edificio hasta que ella lo escuchara.
–¿Qué te parece una taza de té?
Ella siguió mirándolo, con las pupilas contrayéndose hasta no ser más grandes que unas cabezas de alfiler. Reconoció que no era su mejor esfuerzo, pero tenía el cerebro en huelga después de lo que parecía una semana en un avión, y una taza de té le brindaría otros quince minutos hasta poder convencer a Adele.
–He hecho un viaje realmente largo –añadió.
Ella se quedó tan quieta, dura y fría como el granito de las encimeras de la cocina. Y justo cuando creía que se había solidificado y que permanecería de esa forma para siempre, movió la cabeza y fue hacia la tetera. La vigiló bien. Cuando Adele se hallaba de ese humor, existía la misma probabilidad de que enchufara la tetera como de que se la pudiera tirar a él.
La llenó de agua de espaldas a él mientras repetía su pregunta anterior.
–¿Qué quieres, Nick?
Esperó hasta que se dio la vuelta.
–Necesitamos hablar.
Ella movió la cabeza.
–No. Necesitábamos hablar meses atrás. Ya es demasiado tarde.
–Tengo algo importante que necesito discutir contigo.
–¡Ja!
Se encogió para sus adentros.
–¿Qué significa ese «Ja»?
–Tú no sabes lo que es importante, ¿verdad, Nick? O responsable, o fiable, o cualquier cosa que pueda requerir mostrarse mínimamente serio.
Adele estaba a la ofensiva. Todas sus buenas intenciones se fueron abajo y recurrió a la única forma de defensa que funcionaba. Sonrió levemente.
–Es parte de mi encanto.
Ella no mostró ni un atisbo de sonrisa. Nada salía como él había planeado. Estaba tan cansado que apenas era capaz de pensar con coherencia, por lo que probó lo único de su arsenal que garantizaba una reacción.
Los momentos desesperados requerían medidas desesperadas.
Amplió la sonrisa un poco y la observó para ver si era capaz de percibir un deshielo. Sabía que ella era incapaz de resistirse a sus hoyuelos.
–Para, Nick.
Se encogió de hombros con absoluta inocencia.
–Sé lo que estás haciendo y no va a funcionar.
Sería la primera vez.
Era evidente que Adele había añadido unos centímetros de armadura en su ausencia. Pero siempre había grietas; sólo había que localizarlas. De hecho, era una de las cosas que más le había atraído de ella al principio, esa fachada helada que ocultaba un núcleo abrasador. Fuego y hielo…
Fue hacia ella y la vio retroceder.
–¿Has dicho que querías hablar? Bueno, en este momento estoy ocupada.
–Puedo verlo –la miró de arriba abajo y sintió una familiar oleada de calor al ver una bonita pierna revelada por la separación del albornoz.
Adele se irguió y se ajustó aún más el cinturón del albornoz.
–Llámame al despacho la semana que viene. Estoy en medio de un gran proyecto, pero puede que el jueves tenga algunos minutos para dedicarte. ¿Dónde te vas a alojar?
Nick enarcó las cejas y miró en
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