El Encuentro: Motecuhzoma y Cortés
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Francisco Antonio García Burgos
Primera novela histórica de Francisco Antonio García Burgos. Oriundo de Tijuana, Baja California, México, es consultor, político y pianista. Autor de ensayos académicos de muy diversos temas como son los relacionados con la política en México y en su ciudad natal, y también con temas eclesiásticos y teológicos. Como pianista ha presentado recitales en diversas ciudades de México y ha tocado en algunas ocasiones con la Orquesta de Baja California. Con esta obra pretende hacer más accesible al público uno de los episodios más importantes en la historia del mundo, el encuentro entre el Emperador Mexica Moctezuma y el Conquistador Español Hernán Cortés.
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El Encuentro - Francisco Antonio García Burgos
Primera edición, 2019
© 2019, Francisco Antonio García Burgos, paco@pacogarciaburgos.mx
ISBN: 978-607-29-1554-1
Cuidado editorial y corrección de estilo: Nancy Rubio Portada, diseño gráfico y formación: Rosa E. González
Conversión gestionada por:
Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2019.
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Impreso en México / Printed in Mexico
A Norma, Paco y Mariel
Al México y a la España de aquel entonces,
cuando todavía no lo eran
Prólogo
El encuentro de Hernán Cortés y Motecuhzoma Xocoyotzin es uno de los más importantes de la historia. Marcó el rumbo que seguiría la llegada de los españoles a Tenochtitlan. Dos cualidades se combinaron para hacer posible ese encuentro en un ambiente pacífico. La primera fue la habilidad de Cortés para construir una alianza con muchos pueblos que, sometidos o no al poderío mexica, optaron por fortalecer al español con la esperanza de que los liberara del yugo —ya insoportable para muchos— que les imponía Motecuhzoma. Esto le otorgó a Cortés una fuerza militar de la que carecía y lo empoderó para ser visto con respeto por los mexicas. La segunda fue la de Motecuhzoma que, fiel a sus creencias religiosas, creyó hasta el final que Cortés era el enviado de aquel que se fue y prometió regresar: Quetzalcóatl. Consideró que el Rey Carlos I de España y V de Alemania era Quetzalcóatl y que Cortés era su embajador, lo cual provocó que tratara a Cortés con suma deferencia y sometiera su reino a la voluntad del Rey, a quien todo le pertenecía según sus creencias. Ambas cualidades permitieron un encuentro pacífico que sólo fue destruido por las acciones de Pedro de Alvarado en la matanza del Templo Mayor.
He escrito esta novela basándome en la Segunda Carta de Relación que Cortés escribió al Rey en octubre de 1520. También refiero algunos episodios de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo.
Como podrá apreciar el lector, se trata de la relación entre estos dos grandes personajes de la historia. No es una historia sobre la conquista, ni un juicio sobre los buenos o los malos. Novelé este encuentro para promover su conocimiento y su valor como lo que considero que es: uno de los más importantes de la historia.
Yo, Hernán Cortés, Capitán General de la Nueva España, Marqués del Valle de Oaxaca, caminaba intrigado por conocerlo finalmente. Su nombre había sido dicho frente a mí en numerosas ocasiones. Algunas veces con temor, otras con respeto, algunas voces lo dijeron con odio, incluso con desprecio, pero todas llevaban en sí la majestuosidad que Motecuhzoma representaba. Me lo imaginaba de mil formas y cada una de ellas me intrigaba más. ¿Sería alto o al menos más alto que los indígenas que habíamos encontrado en nuestro camino? ¿Enjuto? ¿Cómo era su mirada? Su mano, que nadie había estrechado, ¿cómo saludaba? ¿Cómo tocaba? ¿Cómo sentía? ¿Estaría ataviado con los grandes trajes de los señores de estos lugares que ya he visto? ¿O estaría portando vestimentas todavía más ricas?
Desde la primera vez que en la Villa Rica de la Vera Cruz escuché su nombre, algo me cautivó. No sólo por sus rituales sino por el efecto que su nombre producía en sus súbditos y vasallos. Nadie podía mirarlo de forma directa, para hablar con él había que postrarse y él no habla directamente a nadie sino a través de otros. Es el Huey Tlatoani, el Gran Portador de la Palabra, y aun así no se la dirigía a nadie. La mirada de terror con la que su nombre era pronunciado parecía haber visto no a un rey, sino a un monstruo sediento de sangre, pero no para sí, para los dioses, para sus dioses. Para esos dioses que de no ser alimentados con sangre humana dejarían de manifestarse y al día siguiente no habría luz, ni lluvia, ni luna. No, esa mirada aterradora no reflejaba la voracidad de un hombre que quería algo para sí.
Fue la reverencia con la que su nombre se decía, aun murmurando desprecio, como entendí la grandeza de Motecuhzoma. ¡Qué inmenso señorío, con conocimientos tan limitados como los de estos pueblos y con armas todavía primitivas, y lograr ser amo y señor de tierras a miles de leguas de distancia de Tenochtitlan! ¿Qué será este hombre quien a tantos encanta o domina? ¿Será en verdad sólo un hombre?
Cuando recibí sus primeros regalos con mensajeros rogándome que me fuera de regreso, mi curiosidad aumentó aún más. No sólo por ver el oro con que formaron los regalos que nos dieron, sino por conocer a este hombre cuyo nombre se pronunciaba como se pronuncia el de un gran señor que domina a hombres, mujeres y pueblos y, sin embargo, parecía temer a un pequeño grupo de hombres blancos que bajo mi mando se adentró en los dominios del Huey Tlatoani. ¿A qué le tenía miedo? ¿Por qué necesitaba que nos fuéramos? ¿A qué se debía aquella imperiosa necesidad? Lo intentó con regalos, con ruegos, con argumentos y también con sangre. No le importó sacrificar a los nobles de Cholula, quienes en obediencia a él intentaron emboscarnos. Aún llevo su sangre en mis manos y mis ropas, pero no podía dejar pasar la oportunidad de enviarle un mensaje a Motecuhzoma: ¡No vamos a regresar! Soy más astuto que tú y te descubrí. ¡Prepárate que voy a tu encuentro!
.
Me imaginaba los fastuosos rituales de los que me hablaban. Algunos parecidos a las cortes europeas, como no ver a los ojos al gran Señor o sólo hablar si te habla él primero, pero había otros muy bien extraños: en presencia del Huey Tlatoani había que postrarse y permanecer postrados, aunque se fuera de noble cuna, a menos que él concediera permiso de levantarse.
Me llegaron noticias de que en esa gran ciudad, para algunos más grande que Sevilla y que Milán, hay muchas pirámides y en ellas sacrifican humanos a sus dioses para después comer sus despojos. El ritual manda quitarle el corazón todavía palpitante al sacrificado y ofrecerlo al dios de la pirámide, al sol, a la luna, a la lluvia… Pobres desdichados: comportarse como animales por no conocer al verdadero Dios, en cuyo nombre y en el de su majestad, el Rey de España, estaba yo por conquistar estas tierras y estos pueblos. Arde mi sangre al pensar en llevar a estos pueblos la Cruz y entregarlos a mi Rey bautizados en el nombre de Dios Nuestro Señor. No hay gloria más grande para mí que estos pueblos conozcan los santos Evangelios, crean en la fe católica y en santa María, la madre de Dios. Serán nuevos rituales y nuevas creencias para las gentes de estas tierras y un pueblo nuevo nacerá para Cristo y para la Corona de España.
—Capitán, los hombres están listos para partir.
—¿Los de Tlaxcala también?
—Sí, capitán.
—Prepárense, salimos a primera hora.
Así iniciamos el último tramo del viaje para conocer a Motecuhzoma. Pasamos en medio de dos volcanes majestuosos: nuestra puerta a un reino maravilloso cuyas sorpresas todavía no imaginábamos. Conforme fuimos subiendo dejamos atrás Cholula, ese pueblo bañado de sangre por la gran necesidad de Motecuhzoma de hacernos regresar y de evitar que avanzáramos a su encuentro. ¿Qué escondía ese gran rey? ¿A qué le tenía miedo si no éramos más que un puñado de españoles? De no ser por Tlaxcala y por otros pueblos que se han sumado a nuestra lucha, Motecuhzoma hubiera podido deshacernos en un abrir y cerrar de ojos. Pero no lo hizo, ¿por qué? A buen tiempo entendí la necesidad de esos pueblos de seguir a un líder que los liberara de la opresión del gran Huey Tlatoani. Por obra de la Divina Providencia entendí que ese líder era yo y que respaldado por Dios y por mi Rey, con recta intención de llevar estos pueblos hacia ellos y hacia mí, podría dirigirlos hacia la libertad.
—Ordena que manden patrullas por enfrente. Si Motecuhzoma no entendió con lo de Cholula, podría intentar la emboscada prometida. Que sean varias patrullas y que me informen con frecuencia. Todos los demás que sean muy cautos.
Don Carlos, emperador de Alemania a España y de España a la Nueva España, fundé la Villa Rica de la Vera Cruz en su nombre, el rey más poderoso del que se hubiera tenido noticia jamás, y ahora, gracias a su Capitán General, Hernán Cortés, tendrá más territorios que cualquier otro reino que Dios haya querido poner bajo los cielos.
Los grandes humos que salían de unos de los montes al que le decían Popocatépetl atemorizaba a muchos de los que haríamos el viaje: se imaginaban criaturas que encontraríamos al pasar por sus faldas. Así que mandé una expedición con diez hombres acompañados de locales para que subieran a ver qué pasaba y darles seguridad a todos de que no sucedería nada, que todo estaría bien y que al otro lado nos esperaba una tierra rica en oro y en mujeres, tierra fértil y poderosa. Al regresar nos dijeron que habían querido subir y que no pudieron llegar hasta la cima porque el frío allá arriba era tal que no se pudo seguir.
—Capitán, reportando la primera patrulla, que revisamos hasta donde empieza el paso entre los volcanes y no hemos encontrado rastros de los mexicas.
—Bien, sigan patrullando. Quiero otro informe en cuanto iniciemos el paso.
Conforme subieron se enfrentaron también a las largas columnas de humo que salían del Popocatépetl. Eran tan fuertes que ni el viento tan violento las hacia cambiar de dirección y subían directo hacia el cielo sin que nadie se pusiera en su camino. A la distancia, en Cholula, alcanzamos a oír los rugidos de la tierra cuando el monte escupía el humo desde