Me encontraba en San Salvador, capital de El Salvador, cerrando ciertas operaciones financieras. Precisamente uno de mis interlocutores era el presidente de un banco salvadoreño, que me recomendó que quedara con uno de sus clientes, que definió como «una de las personas más importantes de este país». Le dije que de acuerdo, que le trasladara a su cliente que estaba dispuesto a conocerle. Le esperaría en la cafetería central del Metrocentro, enfrente de mi hotel. El Metrocentro es un centro comercial, el único lugar de San Salvador cercado por seguridad privada y en el que puedes caminar sin tener que mirar para todos lados, pendiente por si alguien quiere robarte o intenta asesinarte para quitarte las zapatillas.
Quedamos a la hora del almuerzo en el único lugar donde se podía tomar una cerveza de importación fría. Se presentó como Manuel Ponce y enseguida pidió una cerveza para mí y comenzó su charla. Todos los timadores te cuentan su historia y te estudian mientras van dando argumentos e inventando cosas, para saber si caerás en sus redes, que son de muy distintos tamaños y formas, y que van modificando según avanza la conversación y ven cómo vas respondiendo. «Mire, don Juan, en el banco me han dado muy buenas referencias suyas, y me han dicho que usted es la persona ideal para mover capitales en el extranjero. Yo soy Manuel Ponce y trabajo con bonos de carbono, le voy a explicar en qué consisten los míos, aunque sé que usted sabe de qué estamos hablando».
Aquel hombre decía que no podía mover su dinero y que solo en una cuenta disponía de aproximadamente 10.000 millones de dólares que quería recuperar
Por supuesto que yo sabía de qué estábamos hablando. Aquello de los bonos de carbono era una de las más grandes, si no la más grande, de las estafas. Tú puedes comprar vertida en la atmósfera y su precio podía rondar en 2021 los 18.000 dólares.