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Tiempo latente. Profecías y ciclos de los mayas
Tiempo latente. Profecías y ciclos de los mayas
Tiempo latente. Profecías y ciclos de los mayas
Libro electrónico111 páginas4 horas

Tiempo latente. Profecías y ciclos de los mayas

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La profecía maya señala que a partir de 1992 correría la cuenta regresiva hacia el 2012, para efectuar cambios que conduzcan a otro nivel de conciencia o avanzar hacia la desaparición. Tiempo latente nos habla sobre la filosofía de este antiguo pueblo, de su profunda visión de la vida y el Universo, y de cómo entender profecías aún vigentes.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2014
ISBN9781940281537
Tiempo latente. Profecías y ciclos de los mayas

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    Tiempo latente. Profecías y ciclos de los mayas - Gabriela Orozco

    Antes de todo tiempo y de todo límite, entre la quietud, el silencio y la oscuridad, surgieron las primeras células, madres de toda especie. Ahí, desde el abismo de la Nada, donde habitan los secretos de la creación, de la existencia y de la muerte, Tepeu, Gucumatz y Hurakan hicieron brotar la luz, la tierra fértil, los montes, los animales.

    Los dioses moldearon a las bestias como guardianes de esta magnífica creación terrestre, pero no pudieron otorgarles el don de la palabra para que éstas los veneraran. Así que, desdeñados por sus propios creadores, su destino fue el salvajismo y la brutalidad y se convirtieron en alimento para la máxima creación divina: el hombre.

    Varios fueron los intentos: el barro, la madera y el maíz, este último finalmente constituyó nuestros huesos y vísceras y nos dio la fuerza para cumplir con el objetivo de nuestra existencia: domesticar frutos y animales, encauzar las aguas para el sustento de todo ser vivo, tener expresión y sentimientos, aprender e impartir conocimiento, que nuestras palabras tuvieran razón y orden, conocer el rumbo de los vientos, ver, caminar, palpar, estar dotados de inteligencia para conocer lo que hay encima de la tierra y lo que tiembla en lo oculto.

    Todo este conocimiento nos fue otorgado para engrandecer a la Tierra y venerarla como un tesoro, pero ¿qué hemos hecho con este conocimiento?, ¿dónde y cuándo lo perdimos?, ¿por qué insistimos en destruir los dones y los frutos que nos fueron otorgados por nuestros dioses y nuestros abuelos Balam?

    La Tierra es nuestra casa; en ella se reúnen los árboles y las flores, el conejo y el águila, el jaguar y la nauyaca, el lagarto y el manatí, sin duda, partes de la conciencia divina, pero ninguno con el don del conocimiento.

    Somos los hermanos mayores, los que podemos conservar, prever y crear a semejanza de los dioses.

    Te preguntarás: Entonces ¿por qué me siento perdido, por qué no encuentro mi sitio, por qué busco inútilmente la misión que me corresponde, por qué me siento despreciado, por qué odio, por qué miento, por qué destruyo?.

    Tú que eres el nieto predilecto de los Balam, en tu sangre llevas el espíritu del guerrero, del chamán y de los príncipes, ¿cómo puedes menospreciarte? Mira de lo que eres capaz: Piensas, comprendes, actúas ante los dioses para propiciarte un mejor destino; has aprendido a conocer el devenir y manejarlo, conoces las fortalezas y debilidades de las bestias, describes el movimiento de los astros, regulas tu propia vida. No eres nulidad ante los dioses, te has hecho de tu propio lugar en la Tierra.

    Has aprendido que eres parte de la naturaleza, sí, pero que también puedes acomodarla para su manutención y tu beneficio, has encontrado el significado de tu creación, te has hecho cómplice de la tierra, del aire, del fuego y del agua —dioses ancestrales—, de hacerlos crecer y utilizarlos.

    ¿Qué más quieres? ¿Con qué mentiras has sido envuelto que necesitas de artificios para ser feliz?

    Es cierto que es cómodo y divertido manejar un automóvil, lucir un lindo traje, entrar a un lujoso restaurante, pero ¿de eso dependerá tu vida? Te esfuerzas por intercambiar dinero por cosas que almacenas en tu casa y que con el tiempo se deterioran y terminan por convertirse en basura. Son placeres momentáneos, monumentos estorbosos a tu vanidad creada por siglos de consumismo. Todos estos objetos no son sino cristales brillantes que satisfacen tu necesidad de acumular, como si fueras más valioso por tener más cosas.

    Eres poderoso e inteligente, pero esto no te da el derecho de convertirte en el dictador de la Naturaleza. Fuiste hecho de maíz triturado, amasado con agua y cocido en el fuego. No eres mejor que las manos de tus creadores. Naciste del fruto de la tierra y has sido protegido por el Sol y la Lluvia envuelto en su concierto armónico de calor y humedad.

    Todo esto te fue otorgado como motivo de vida y de agradecimiento, no para ufanarte de lo que no tienes, pues aunque habitas en este mundo nada posees, sólo eres el director de este gran escenario y puedes sacar el mayor provecho de cada uno de los elementos que participan.

    Tú eres uno con lo que te rodea: hierbas, aves, peces, piedras. En este mundo nos reunimos todos para dar vida y equilibrio a este Todo. Si no cumples con tu misión de preservar, cuidar y reunir a los elementos de esta esfera estarás solo, abandonado y perdido, sin encontrar respuestas para tu futuro.

    Todos los seres vivos, los minerales, los astros son un conjunto perfecto. Tú heredaste la perfección y además te dotaron con la inteligencia necesaria para tomar decisiones. ¿Hubieras preferido ser una tuza o un chapulín? Estos seres maravillosos saben cuál es su función y la cumplen a cabalidad. Los dos pueden acabar con sembradíos inmensos, pero ninguno de ellos ha contaminado la tierra o el agua, ninguno ha extinguido a otras especies.

    En las estelas mayas podemos ver la vida humana determinada por fuerzas celestes, por estaciones climáticas que no cambian, calendarios donde los dioses esculpen los tiempos de la siembra y la cosecha, de la fertilidad y de la muerte. El hombre tiene un solo destino: aprovechar estos ciclos. El hombre y el cosmos son uno solo.

    En los códices mayas puede verse al hombre transitando en estos ciclos, no a los dioses. El hombre tratando de observar, de aprender, de surgir, de definirse. El hombre que se sabe valioso, pero nunca superior a la piedra. Depositario, como cualquier ser, del poder otorgado por los creadores.

    Podemos ver en las pirámides mayas figuras humanas venerando a todos los elementos que conforman este planeta. Representan a un hombre lleno de atributos no para destruir, sino para elegir y cambiar su propio destino.

    Fue a partir de la observación de la naturaleza que los pueblos mesoamericanos aprendieron las leyes cíclicas que iba dictando la naturaleza y se dieron cuenta de que era necesario dejarse regir por ellas si querían sobrevivir a los huracanes, inundaciones y temblores.

    El dios superior, el Sol, el principal precursor de la vida, en armónico acoplamiento con la luna, el mar, la lluvia y todos los seres divinos y terrenales que intervenían en la gran danza universal, logró preservar y engrandecer este planeta.

    Nuestros hermanos mayas concibieron el universo como una maquinaria eterna orquestada por las deidades que ejercían su influencia en el mundo de los hombres. Todas las actividades humanas estaban determinadas por estos movimientos: los ritos, las siembras, las guerras, los sacrificios, las cosechas.

    Por ello, el hombre prehispánico registraba detalladamente lo que ocurría durante cada ciclo, esto le permitía no sólo conocer los tiempos agrícolas, sino la constancia de las mareas, la erupción de los volcanes y las conductas humanas. Fue gracias a esta bitácora que logró predecir el futuro y desarrollar asombrosamente la ciencia cronológica y astronómica y, junto con ellas, un oráculo confiable.

    El sabio maya se dio cuenta de que las actividades y los ánimos del hombre también los determinaba la luna, el frío, el calor y los vientos. Por ello también empezaron a realizar ritos de iniciación, sacrificios y fiestas patronales a partir de estos ciclos.

    El sacerdote maya no sólo enmarcaba al hombre dentro de estos periodos circulares, sino que profundizó en las relaciones entre la naturaleza y la mente humana. Aprendió de sus necesidades, de sus miedos, de sus dones y de este deseo constante de erigirse sobre cualquier otra raza o elemento.

    Se dio cuenta de que el hombre no sólo era un elemento más, sino que tenía la capacidad de cambiar los rumbos de los ríos, de construir casas y pirámides, de aliarse con todas las fuerzas para cumplir sus deseos. Sin duda, éste era un don que le permitía sobrevivir a todas las vicisitudes, pero también le daba el peligroso poder de la destrucción.

    En la capacidad de decidir y de crear estaba la bonanza y la muerte. Su saber y su crecimiento le permitirían acercarse al cielo o sumirse con los seres del inframundo.

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