El grial. Mitos y simbolismos de la Búsqueda. Las grandes figuras: Arturo, los caballeros de la Mesa Redonda…
Por Xavier Coadic
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El grial. Mitos y simbolismos de la Búsqueda. Las grandes figuras - Xavier Coadic
FUTTHARK
INTRODUCCIÓN
«Quien siembra poco recoge poco, y quien quiere recoger hará bien en elegir
un terreno que le rinda centuplicado lo que haya puesto en él.
En tierra que nada vale, la semilla se seca y muere.
Chrétien quiere sembrar el romance al que da inicio en tan buen lugar
que no pueda dejar de obtener una rica cosecha».
CHRÉTIEN DE TROYES
Cuando iniciamos nuestro trabajo en común sobre el Grial, teníamos una referencia en mente: la obra del historiador Patrick Rivière, publicada por la misma editorial.[1] Por lo tanto, no podíamos «rivalizar» con una obra de este tipo, recomendable para todos los amantes del tema. Nuestra ambición, en definitiva más moderada, se basa en una triple pregunta.
• ¿Por qué la mística del Grial, a través de la leyenda artúrica o de la reciente publicación del thriller El Código Da Vinci, continúa estando tan viva?
• ¿Cuál es la fortuna crítica de una búsqueda eterna de la que Chrétien de Troyes se convirtió en un maravilloso poeta?
• ¿Existen una o varias respuestas históricas, validadas, arqueológicas y fiables sobre la existencia del Grial? ¿De qué se habla?
Conocíamos la reputación de cada uno y habíamos tenido ocasión de cruzarnos al azar de las colaboraciones editoriales. Esta investigación común nos ha aproximado: uno ha aportado su enfoque a través de los textos, el otro ha acudido al encuentro de aquellas personas que, como Jean Markale, Xavier Accart y Run Futthark, han pasado muchos años explorando todos los recovecos del tema. Desde aquí les agradecemos calurosamente su sinceridad y gran disponibilidad. Nos demuestran que el Grial es una aventura humana y espiritual, espléndida, pero seguramente indefinible. ¡Bonita paradoja en un momento en que importantes investigadores tratan de demostrar lo que es el Grial!
Xavier Coadic
Éric Garnier
PRESENTACIÓN
La historia del Grial y de su búsqueda pertenece ya al ámbito del mito, o incluso de los mitos. Parece comprobado que la fuente sagrada de origen más antiguo se remonta al caldero sagrado de Odín, que alimentaba a los gloriosos soldados caídos en el campo del honor y que las valquirias llevaron al Walhalla para participar en un banquete sagrado. Un banquete que sólo terminará para el combate final, o Ragnarok, que anuncia el final de los tiempos.
El texto más conocido es el de Chrétien de Troyes, Li Contes del Graal (El cuento del Grial o Perceval). Nos muestra a un joven aprendiz, Perceval, un necio que no sabe leer ni escribir, que asiste a una comida en el castillo de un rey enfermo. Ve un cortejo compuesto por un grial (nombre común que designa una fuente) y una lanza que sangra. Como no se atreve a preguntar lo que significan, no llega a detener el maleficio que se cierne sobre el rey y su castillo. A partir de este acontecimiento «fracasado» comienza la búsqueda del joven caballero, pero no será el único en llevarla a cabo: otros caballeros lo harán a través del libro y de sus numerosas secuelas.
Como todo mito, tiene lugar una evolución constante. La existencia, esencia y utilidad de esa fuente sagrada cambian y se concretan a lo largo de los escritos.
Sustancialmente, el Grial cristiano representa, a la vez, al Cristo muerto en la cruz, el vaso de la Santa Cena y, por último, el cáliz de la misa que contiene la sangre del Salvador. Así pues, la mesa en la que descansa el vaso es, según estos tres planos, la piedra del Santo Sepulcro, la mesa de los doce apóstoles y, por último, el altar donde se celebra el sacrificio diario. Estas tres realidades —la Crucifixión, la Cena y la Eucaristía— son inseparables y la ceremonia del Grial es su revelación, dando, en la Comunión, el conocimiento del personaje de Cristo y la participación en su sacrificio salvador.
Pero el Grial representa también, en un contexto que supera la religión cristiana propiamente dicha, otras cosas:
— es la búsqueda de la inmortalidad a través del conocimiento cristiano o pagano. El Grial es lo contrario a la muerte y la esterilidad: puede curar al Rey Pescador, salvar el vasto bosque o descubrir el nombre y, por lo tanto, hacer que nazca el héroe;
— más allá de esta búsqueda de la inmortalidad, es la fuente y el origen del héroe. Permite conquistar el presente, pero también el pasado, y, por lo tanto, engloba el conocimiento perfecto del tiempo;
— sobre todo, el Grial es, para una sociedad, su perfección. Sin el Grial, no hay equilibrio, riqueza ni tiempo. El Grial es un equilibrio adquirido; si desaparece, la sociedad se hunde. La Mesa Redonda es una imagen de una forma perfecta (redonda) que se articula en torno al Grial y que sólo vive si se respeta el equilibrio.
BREVE HISTORIA DE LA EDAD MEDIA
La sociedad feudal
En la época de Clodoveo la Iglesia comenzó a convertir a los campesinos.[2] Las costumbres merovingias eran bastante bárbaras; así, cabe citar las torturas infligidas a Brunehaut, que entonces tenía más de 80 años, a la que ataron a un caballo salvaje que la despedazó.
Por norma general, en esta época se produjo un retroceso de la civilización, al menos con respecto a los romanos. La industria de las armas poco a poco fue desapareciendo. Dejaron de mantenerse las carreteras y ya no se exportaba casi nada al extranjero, al tiempo que desaparecían las escuelas.
Los reyes merovingios desaparecieron tras la subida al poder de Carlos Martel, que instauraría la estirpe de los carolingios. Pipino el Breve, su sucesor, fue el «paladín» de la Iglesia. Expulsó a los musulmanes del Lenguadoc y creó los Estados de la Iglesia. El más ilustre de los representantes de esta estirpe fue Carlomagno, con quien comenzó la creación de un mito que se cantaría en todas las cortes de la Edad Media.
El emperador de barba florida (¡en realidad se afeitaba!) no sólo era un buen conquistador, sino también un personaje de dimensión legendaria. Conquistó un inmenso territorio y dirigió a la perfección un vastísimo reino, pero también consiguió instalar la Iglesia. Sus conquistas formaron el primer «reino cristiano». La apoteosis de su reinado llegó con su consagración en Roma, en el año 800. El hundimiento de su régimen y la fragmentación de su reino tras su desaparición llevaron a la creación del sistema feudal. Los reyes, incapaces de defender sus tierras contra las invasiones normandas o sarracenas, cedieron parte de ellas a señores que se comprometieron a defenderlas. Estas parcelas recibieron el nombre de feudo, del latín feodum, de donde surge feudal.
La jerarquía feudal se parece a una escalera, con el rey arriba del todo y luego, de forma sucesiva, los distintos vasallos, del más poderoso al más débil. Todos son hombres libres, a diferencia de los siervos, que pertenecen a la tierra en la que trabajan.
La sociedad feudal es tripartita. En ella coexisten tres órdenes que, a priori, no se mezclan jamás:
— laboratores: se trata de la clase más baja de la sociedad, la que debe trabajar para ganarse la vida;
— oratores: son quienes rezan y aseguran la salvación de todos;
— bellatores: son los guerreros que protegen al pueblo, al reino y la superioridad de la religión cristiana sobre las demás creencias o herejías (o calificadas como tales).
Los dos últimos órdenes poseen lo esencial del poder y la riqueza. Habrá que esperar al final de la Edad Media para notar la importante expansión de la burguesía.
«Los clérigos dicen misa y deben rezar por los pecados de los demás hombres. Los guerreros protegen las iglesias y defienden a los hombres del pueblo, grandes y pequeños. Protegen a todo el mundo. Los siervos trabajan toda su vida con esfuerzo. No poseen nada sin sufrimiento y proporcionan a todos el alimento y la ropa. Se cree que la casa de Dios es una, pero es triple: en la Tierra, unos rezan, otros combaten y otros, por último, trabajan. Estos tres órdenes son imprescindibles el uno para el otro: la actividad de uno de ellos permite vivir a los otros dos».[3]
La caballería y las órdenes
La caballería particular, opuesta a la caballería de los ejércitos, nació del desmantelamiento del Imperio carolingio, que había crecido demasiado. El poder del rey o del emperador pasó a los condes y marqueses. Estos últimos, también denominados condes de la marca, como Roland de Roncesvalles, se encargaban de proteger las fronteras. Por su parte, los condes dirigían un territorio más o menos grande.
Por el principio del feudalismo, estos condados o marcas se dividían en una multitud de pequeños señoríos poseídos por unos caballeros vasallos de los condes. Eran relativamente independientes, aunque debían asumir con regularidad ciertas cargas ante su soberano. En el conjunto de sus tierras, los señores poseían los derechos de impartir alta, media y baja justicia. En cierto modo eran pequeños reyes, cuyos reinos vivían en semiindependencia y autarquía. Aumentar la superficie de estos pequeños reinos sólo dependía de ellos, mediante el ataque a los señores vecinos.
Estos pequeños señores de sus feudos se convirtieron así en los primeros miembros de una caballería, distinción que no implicaba forzosamente un título de nobleza. Muchos de ellos sólo eran ricos campesinos que podían adquirir caballos y armas. La adquisición de los títulos no resultó automática hasta el siglo XV, cuando se creó la herencia de ese mismo título. En la Edad Media, poseer un título otorgado por el soberano no permitía legarlo a los hijos, quienes sólo podían conquistarlo con su valor o su inteligencia en el combate.
Hasta el siglo XII, los caballeros propietarios de feudos no daban una imagen demasiado positiva de sí mismos, ya que eran más temidos que amados. Fueron las novelas de caballerías las que los presentaron con numerosas cualidades y dieron así origen al título de «noble caballero».
La imagen novelesca de la caballería no siempre se corresponde con la realidad. La mayoría de los caballeros se comportaban generalmente como soldados toscos y groseros que sólo pensaban en conquistar las tierras de los vecinos. ¡La madre de Perceval no quería en absoluto que su hijo se incorporase a sus filas!
El estatus prestigioso de los caballeros se debía, en gran parte, a que montaban a caballo, con un armamento pesado, potente y caro. Sin embargo, parece innegable que su valor en el combate impresionaba mucho a sus contemporáneos. No hay que olvidar que un caballero arrastraba consigo a unas diez personas (escudero, sargento de armas, palafrenero...); así pues, cuando se desplazaba con todo su entorno no pasaba desapercibido.
Durante los siglos XII y XIII los caballeros llegaron a realizar tareas «nacionales», como la erradicación de los levantamientos de campesinos. En esta época, el poder central francés era muy débil, ya que el rey sólo controlaba una ínfima parte del territorio. Algunos de sus vasallos eran más ricos y poderosos que él.
FRAGMENTO DE PERCEVAL
«Pero cuando los vio al descubierto, saliendo de entre los árboles, cuando divisó las relucientes cotas de malla, los claros yelmos y las lanzas y escudos —cosas que aún no había visto—, cuando vio el verde y el rojo relucir al sol, y el oro y el azul y el plata, exclamó maravillado:
—¡Ah! señor Dios, perdón. Son ángeles lo que ahí veo. ¡Qué pecado es el mío! ¡Yo que les he llamado diablos! Ya veo que mi madre estaba en lo cierto. Me contaba que los ángeles eran los seres más bellos que existen, salvo Dios, que es más bello que todos. Pero sin duda es al