En diferentes religiones, leyendas o mitologías se localizan las puertas del infierno. Son el vínculo físico con el infierno, la puerta que Dante cruzó con Virgilio para descender por los nueve círculos y encontrar a los más grandes pecadores de la historia que arderían permanentemente en el dolor y la desesperación, donde los «suspiros, llantos y grandes gritos resuenan en el aire sin estrellas». Pero, aparte de las licencias literarias y de la superstición, esas puertas existen y hay varias situadas en todo el planeta.
TODAS LAS CIVILIZACIONES HAN CREÍDO EN ESTAS ENTRADAS Y EN TODAS LAS RELIGIONES HAN PREDICADO SU EXISTENCIA como destino del pecador y del hereje. La puerta del infierno se describe y se nombra en multitud de ocasiones tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: «Mas si Jehová hiciere una nueva cosa, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus cosas y descendieren vivos al abismo, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová» (Números, 16, 30, 30); «Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde está la bestia y el falso profeta y serán atormentados día y noche para siempre jamás» (Apocalipsis, 20, 10, 10); «Mas yo también te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mateo, 16, 18, 18).
El infierno en el que creían los antiguos griegos estaba gobernado por el dios Hades, su soberano, y por su esposa Perséfone, Hermes era el encargado de guiar las almas hacia el inframundo. A diferencia del infierno cristiano,