Ser un vampiro en el reino animal no es fácil. Su alimento, ese líquido rojo que llamamos sangre, se halla en el interior de otros animales. Por tanto, el primer reto al que se enfrentan los hematófagos consiste en encontrar al huésped adecuado. En segundo lugar, tienen que acceder al torrente sanguíneo de sus víctimas, el cual fluye bajo una capa de piel, pelos, plumas o escamas. Obviamente, dicha búsqueda debe realizarse con la mayor cautela posible para así evitar cualquier acción defensiva. Todo ello con el único fin de degustar un buen trago de sangre. Pero aquí no acaban los problemas.
La digestión de la sangre tampoco es un proceso sencillo. Su componente mayoritario es agua, mientras que el segundo ingrediente más importante son proteínas. Gran parte de esta fracción proteica corresponde a la hemoglobina, molécula encargada del transporte de oxígeno, la cual contiene hierro. De esta forma, tras digerir la hemoglobina, el metabolismo de un vampiro se enfrenta a la tarea de gestionar una excesiva concentración de hierro. La sangre también presenta un elevado nivel de sal y, por el contrario, en ella escasean vitaminas, lípidos y glucosa.
A lo largo y ancho de la Tierra se han descrito aproximadamente dos millones de especies, de entre las cuales alrededor de treinta mil se alimentan de sangre. Los animales hematófagos han solventado los escollos mencionados anteriormente, desde la localización de una víctima hasta