Antigüedades de la Nueva España El imperio azteca a la llegada de los españoles
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Antigüedades de la Nueva España escrito por el médico español Francisco Hernández de Toledo, es uno de los más ricos y apasionantes contextos culturales, históricos, geopolíticos, sociales, económicos y políticos acopiados por los intelectuales españoles enviados por los reyes de la península durante las expansivas ambiciones de la conquista y la colonia.
Lastimosamente debido a un incendio se perdieron muchos de los documentos que acopiaban la extraordinaria investigación del galeno en el actual territorio de México, en los cuales describió con lujo de detalles, datos precisos acerca del quehacer de la vida diaria de las tribus que configuraban el imperio azteca, las relaciones de los reyes mexicanos con sus súbditos, los avances científicos a los que habían llegado y en general la interesante forma de vida colectiva regida por estrictas normas de convivencia.
Enhorabuena recuperamos y reimprimimos este texto, como el número 8 de la colección de historia de los países latinoamericanos, por tratarse de un documento de enorme interés académico, científico e informativo para los hispanoparlantes, porque en sus ilustrativas descripciones aclara a los lectores e investigadores, los rasgos característicos de las etnias y los niveles de desarrollo cultural que habían alcanzado cuando los "conquistadores españoles" irrumpieron violentos y plenos de avaricia, arrasaron las culturas existentes, impusieron una nueva religión y un nuevo orden sociopolítico y expoliaron las riquezas de los nativos.
Francisco Hernandez
Francisco Hernández de Toledo fue un médico, ornitólogo y botánico español nacido en 1517, en La Puebla de Montalbán en Toledo y fallecido el 28 de enero de 1587 en Madrid .Hernández estudió Medicina en la Universidad de Alcalá y ejerció durante varios años en Toledo y Sevilla. Igualmente, ejerció en el hospital del monasterio de Guadalupe, y en el año 1565 y pronto fue transferido como médico de la corte.Por su extensa formación científica, dedicó gran parte al estudio con estilo aristotélico de la naturaleza, gracias a que poseía una sólida formación intelectual y científica y una mentalidad abierta al conocimiento de las novedades. Por sus virtures personales y profesionales, Hernández fue elegido por Felipe II para dirigir una expedición científica a América centrada especialmente en el territorio de Nueva España.En enero de 1570, el rey lo nombró protomédico general de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano y le porporcionó 60000 ducados para organizar el viaje de la expedición que contaba con un geógrafo, pintores, botánicos y médicos indígenas.Hernández partió en agosto de 1571, junto con su hijo, y desembarcó en febrero de 1572 en Veracruz. Durante tres años recorrió la Nueva España, especialmente la meseta central. Las notas de sus observaciones no fueron conservadas. Desde marzo de 1574 y hasta su vuelta a España en 1577, Hernández vivió en la Nueva España donde formó una colección, estudió las prácticas medicinales locales y realizó estudios arqueológicos. Durante estos años formó una considerable colección de plantas secas o no, 38 volúmenes de dibujos y numerosas notas, tres de las cuales están escritas en Náhuatl.Hernández murió antes de ver su obra publicada. Dado su costo, Felipe II encargó al médico napolitano, Nardi Antonio Recchi, la publicación de una versión abreviada. Los originales se conservaron en la Biblioteca de El Escorial pero desaparecieron, seguramente destruidos durante el incendio de 1671. Por tanto, sólo se conocen fragmentos de su inmensa obra. Sucesivos retrasos (el editor murió prematuramente) llevaron a que la obra abreviada no se publicara hasta 1635 y 1651. Una nueva compilación por el médico Casimiro Gómez Ortega, basada en material adicional encontrado en el Colegio Imperial de los Jesuitas de Madrid, fue titulado Francisci Hernandi, medici atque historici Philippi II, Hispan et Indiar. Regis, et totius novi orbis archiatri, opera: cum edita, tum inedita, ad autographi fidem et integritatem expressa, impensa et jussu regio (1790).Hernández describió 230 especies de aves pero la falta de ilustraciones, que se perdieron, hace su identificación muy difícil. Hernández citó de forma sistemática los nombres en náhuatl a partir de los cuales es posible clasificar las aves.
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Antigüedades de la Nueva España El imperio azteca a la llegada de los españoles - Francisco Hernandez
Antigüedades de la Nueva España
Francisco Hernández
Ediciones LAVP
www.luisvillamarin.com
Cel 9082624010
New York USA
ISBN: 9780463470961
Smaashwords Inc.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.
Antigüedades de la Nueva España
Proemio
Libro Primero
Descripción General de las Indias
Del parto de las mujeres mexicanas y el doble baño de los niños
Del baño de las niñas
De la casa Telchpocalli
De la casa Calmécac
De los monasterios de las mujeres
Matrimonio de los mexicanos
De las leyes del casamiento
De las mujeres y concubinas de Moctezuma
De los herederos
De los esclavos
De la vivienda de los mexicanos
De la institución Teuhyotl
De la consagración de los reyes de la Nueva España
De la muerte, de las almas, de la sepultura
De la sepultura de los reyes mexicanos
Con que discursos acostumbraban a hablar a los dioses
Del senado regio congregado entre los mexicanos
Castigos y castigados por las leyes
Razones para la guerra y forma de hacerla
Cómo era la ciudad de México a la llegada de los españoles
Del clima de la ciudad de México
De las cosas admirables de la Nueva España
De la naturaleza, costumbres y vestidos de los mexicanos
De los vestidos y ornamentos que usaban en la guerra
De los mercados
Del uso de las cosas conocidas en el antiguo continente
Libro Segundo
Que conocimiento tenían del cielo y de los astros
De los médicos que llaman Titici
De la comida privada del rey y de su recorrido por la ciudad
De la comida pública del rey
Con que lo deleitaban a la hora de comer
De Nototeliztli
De los aviarios, jaulas y arsenales de Moctezuma
De la guardia de Moctezuma y los tributos que se pagaban cada año
Del templo de los mexicanos y del xerolofo
De los sacerdotes mexicanos
Del origen de la gente de la Nueva España
De la ciudad y de los reyes de Tetzcoco
De los otros reyes de Tetzcoco y otras cosas de su ciudad
Ornamentos de la ciudad tetzcocoana
Del principio de los mexicanos
De los reyes mexicanos
De los reyes de Tlatelolco
De la fiesta de Quetzalcoatl
De los cinco soles o edades
De la escritura mexicana, de la numeración y de los meses
Libro III
De los dioses mexicanos
De otros dioses y diosas
Origen del mundo y buenas obras
Lo que debe tratarse después y el cúmulo de los años
De los signos genetliacos
De la fiesta del primer mes y del segundo
De la fiesta del tercer y cuarto mes
De la fiesta del quinto y sexto mes
Del séptimo y octavo mes
Del noveno, décimo y undécimo mes
De los meses duodécimo y decimotercero
De los meses decimocuarto y decimoquinto
De los tres meses restantes
De las fiestas movibles
De la astrología inventada por Quezacoatl
De otra muerte voluntaria de los sacerdotes
Del ayuno teoucanense
De la fiesta de Quetzalcoatl
De una gran fiesta de Texcalla
De la ciudad de Texcalla
Proemio
A Felipe II, óptimo máximo, rey de las Españas y de las Indias
Aun cuando me hayas comisionado tan sólo para la historia de las cosas naturales de este orbe, sacratísimo rey, y aunque el cargo de escribir sobre antigüedades, pueda considerarse como que no me pertenece, sin embargo, juzgo que no distan tanto de ella las costumbres y ritos de las gentes porque aun cuando en gran parte no deban atribuirse al cielo y a los astros, puesto que la voluntad humana es libre y no está obligada por nadie sino que espontáneamente ejecuta cualesquiera acciones, todavía los más doctos de los filósofos opinan que hay concordia entre el alma y el cuerpo y mutua correspondencia entre el cuerpo y los astros; de modo que muy a menudo haciendo a un lado lo honesto y lo justo, sigamos las afecciones del cielo y del cuerpo y rara vez se encuentran quienes en contra de esos impulsos y de esa fuerza resistan firmes y tranquilos.
Lo más difícil y que más me apartaba de este trabajo, es que sean los ritos de estas gentes tan varios e inconstantes, que apenas algo firme y continuo pueda trasmitirse y que esto mismo apenas pueda arrancarse a estos hombres, porque o cuidándose ellos mismos u odiándonos a nosotros, esconden en arcanos lo que tienen conocido e investigado, o porque olvidados de las cosas de sus mayores (tanta es su rudeza y desidia) nada puedan contar de notable.
Pero yo, considerando la historia para la cual trabajo con empeño por tu clemencia y liberalidad y que sin esta parte no puede ser considerada concluida en todos sus números y buscando la claridad y recreo para los nuestros que viven en este mundo, y lo que es más, el esplendor tuyo y la conveniencia de estos indios, para la cual consideraba de importancia que conocieras sus ritos y costumbres, me apliqué con cuanto esmero pude y cuidado para que no se considerase que había yo faltado completamente a esta parte y que no había echado algunos fundamentos a una fábrica que tal vez dilataré y aumentaré en los días futuros.
Entretanto, recibe, sacratísimo Felipe, esta semilla de historia, cualquiera que sea, trasmitida, sí no con la facundia que conviniera al menos con la que fue dada por mi fe y afecto no común hacia tu Majestad; cuyo amplísimo imperio en gracia de la república cristiana, Cristo Óptimo Máximo, Señor de todos, se digne proteger y conservar largos años.
Libro primero
Capítulo I
Descripción general de todas las Indias
Esta cuarta parte del orbe, desconocida de casi todos los antiguos y abierta por fin en nuestra edad bajo los auspicios de Carlos César, se divide en Indias Occidentales Superiores e Inferiores. Casi a la mitad se angosta de tal manera en un istmo, que poco falta para que esté partida en dos, y de allí se extiende a lo largo y a lo ancho por el sur y por el norte. El Istmo, no desemejante a un brazo, vuelto hacia el oriente y viendo por su lado oblicuo la parte superior del sur, avanza entre el Océano Ártico y el Austral.
En la parte en que empieza es muy ancho, pero más adelante, aproximando sus litorales, desciende suavemente hasta cierto punto hacia el sur. Enseguida, torciendo hacia el oriente equinoccial, casi con el mismo ancho, procede por un largo espacio. Después de un tracto más largo, durante el cual busca más bien el sol naciente, se hace más angosto y donde es más delgado se le adhieren las Indias Inferiores, semejantes a una pelta amazónica.
Dos, aun cuando pequeñas, sin embargo, celebérrimas ciudades, tienen allí su asiento mirando a mares diversos; Nombre de Dios
al ártico, la cual puedes llamar y Panamá al Austral, distante entre ellas setenta y dos millas.
Esta es la anchura mínima del Istmo, pero la máxima es de mil millas desde Colima, la cual está a veinte grados de latitud, hasta el río de las Palmas, cuya desembocadura está a medio [grado] más remota de la línea equinoccial que lo que está de esta línea la línea estival. Las Indias Superiores, entre el oriente y el ocaso, se enfrentan a Asia y a Europa y tanto se extienden entre éstas cuanto el Promontorio Frígido de la región del Labrador dista de la Sierra Nevada de la Provincia de Quivira, a saber seis mil y novecientas millas según la opinión vulgar. Y la Sierra Nevada está a cuarenta grados del círculo equinoccial y el Promontorio Frígido sesenta y uno y cuarto más o menos.
Por donde más se inclinan al ocaso, por donde principia su lado occidental, proyectan al sur el promontorio de California, poco menor que Italia. La costa de éste no está dividida como la de aquélla por varios salientes, sino que acaba en un solo promontorio bajo el trópico estivo, opuesto al promontorio de Corrientes en la provincia de Jalisco.
Entre estos dos promontorios está comprendido, semejante al Adriático, el Mar Bermejo, más largo que él (como que desarrolla de costa trescientas veinte millas), pero un poco más angosto. En la parte más interior del Seno penetra el río Miraflores (mayor que el Po), llamado de los Estuarios, que descarga los ríos Axa, Tetonteac y Tigua. El lado que ve al sur se opone al Océano Ártico y al Austral.
Por donde la baña el Ártico y lleva sus litorales hacia el norte, opuestos a los litorales de las Indias Inferiores, no se adelanta más al Oriente que las Inferiores y están limitadas ambas casi por el mismo círculo meridiano.
Entre uno y otro litoral penetra el Océano Ártico, y mientras más se adelanta hasta el ocaso (porque los litorales poco a poco se juntan) se hace más estrecho y en la isla haitiana [sic] y Cuba estrechísimo; mayormente cuando llega a la proximidad del Seno Mexicano: aquí los litorales del Istmo y de las Indias Superiores, proyectándose en los promontorios Yucateco y Florido, y la Isla de Cuba, que cierra la embocadura del Seno, tanto lo estrechan, que se le abre una entrada por doscientas cuarenta millas al Seno (esta distancia hay entre el Yucateco y Cuba).
Y aunque haya otra vía entre la misma Isla y el Promontorio Florido, tan estrecha como quieras, [la corriente (?)] está ceñida a esta ley, que, hecho punto omiso de las mareas, fluye entre el Yucatán y Cuba perpetuamente al Seno Mexicano o de Cortés; arcano de la naturaleza todavía desconocido.
El Promontorio Florido está a veinticinco grados de latitud y el Yucateco llega casi hasta el veintiuno. Estos dos dan al Seno Mexicano su figura circular. La Nueva España ocupa las partes interiores de él por Fernando Cortés, de quien debe recibir el Seno su nombre, no de la gente derrotada por los soldados españoles.
El lado Oriental de las indias Superiores mira a Islandia y a las Islas Británicas, sus límites son los promontorios Raso y Frígido, éste dista de Islandia cuatrocientas ochenta millas, de Hiuernia seis mil seiscientas, y otras tantas del Promontorio de Thorcyrolandia. La Sierra Nevada y California presentan los últimos términos del lado occidental.
El espacio entre ellos es de dos mil cuatrocientas millas. Las Indias Inferiores se dirán más propiamente áureas que el Quersoneso asiático. ¿Qué lugar hay tan inerte donde no brote el oro? Casi toda su mole yace en línea recta más allá del Ecuador, hacia el austro.
Porque de esta parte queda una porción pequeña y a no ser por donde se adhieren al Istmo, están rodeadas por el Océano; al septentrión por el Ártico, por el Meridional al orto, al ocaso por el Austral, al cual el vulgo llama de [sic] sur. Del austro por cuatrocientas cuarenta millas, miran el Estrecho Magallánico; ésta es la longitud del Estrecho y a la misma se contraen las Indias.
Las cuales en un ancho frente, desde el Istmo hasta el promontorio que tiene por nombre Anegado, a ocho grados de este lado del círculo equinoccial, se oponen al bóreas y después, como avanzan al austro, poco a poco se alargan a diestra y siniestra entre uno y otro océano, hasta que al llegar al Ecuador prolongan sus litorales mirando al orto y al ocaso.
Después vueltas al septentrión, avanzan más hacia el sol oriente que al occidente, de modo que del Cabo Verde de Guinea, de la región de los Nigritas o Senegales, no distan sino dos mil millas. Pero desde donde más se extienden, excepto en la parte que mira a África, gradualmente retraen las costas (porque del Promontorio de San Agustín al otro Promontorio Frígido siguen un litoral casi recto) y después se acercan más una a la otra y se estrechan más suavemente, hasta que al llegar al Estrecho Magallánico, no disten del quinto orbe más o menos nueve millas (que es la anchura del Estrecho).
Los litorales de éstas miden en circuito cerca de diez y seis mil y trescientas millas. De largo, desde el Promontorio de la Vela (el cual está a doce grados de este lado del Ecuador) hasta el Estrecho Magallánico, colocado a los cincuenta y dos y medio grados más allá del mismo, cuatro mil ochocientas.
La anchura máxima consta de cuatro mil millas y la misma hay entre los Promontorios de Santa Elena y de San Agustín, ambos en latitud austral, a dos grados aquél, a ocho y medio éste; y si de éstos las Inferiores no se proyectasen al septentrión, tuvieran la forma absoluta de la pelta amazónica.
El istmo, al occidente, toca el lado más alto a los ocho grados de esta parte del Ecuador con una cordillera transversal, y debe ser recordado por muchas cosas; porque aquí por cien millas separa los Senos de Viana y de San Miguel. Este, en el Océano Austral, famoso por la hazaña y por el nombre, dista seis grados del Ecuador.
El otro en el Ártico, más famoso, porque en él fue la primera derrota del continente y llevada la primera colonia de españoles y tomada la primera posesión de las Indias Inferiores en nombre de nuestro invictísimo rey católico; y la victoria ilustre de Martín Fernando Enciso y de sus fortísimos conmilitones a la orilla del Río de Darién que no fue de menor momento que la de Otumba en las superiores, y continuada por las hazañas de Vasco Núñez de Balboa en el Golfo de San Miguel, y sobre todo porque en él fue Carlos Panquiaco las primicias de los indios del continente, a Dios Óptimo Máximo.
Capítulo II
Del parto de las mujeres mexicanas y del doble baño de los niños
Cuando la nueva casada en su preñez llegaba al séptimo mes del embarazo, sus consanguíneos después de que habían comido y bebido, discutían acerca de elegir la partera, con cuyo arte y consejo diera a luz más segura y fácilmente. Iban por consiguiente a la que conocían como más perita en la ciudad y más diligente en ejercer su arte, para que cuidase de la salud de la grávida y la ayudase cuando pariera, y se lo rogaban con fervorosas preces.
Respondía ella con razones lenes y blandas que haría en el asunto cuanto pudiera con toda la diligencia y cuidado que comprendiera que fuera conveniente para ellos y para el mimo y salud de la embarazada. Y así después la visitaba con frecuencia y no sólo la llevaba a menudo al baño, que se llama Temazcal en la lengua patria y que se usa mucho entre ellos para las embarazadas y paridas y para los convalecientes de enfermedades, sino que también prescribía la regla de vida que debía observarse con gran cuidado y religiosidad al tiempo de parir; lo que pensaba que había de ser muy benéfico para su seguridad y fácil parto, y después, instante éste, la ayudaba activamente.
Si la primeriza debilitada por el parto como suele a veces suceder, acontecía que muriera, era considerada en el número de las diosas celícolas e inscrita en el catálogo de ellas, y después se la veneraba con el culto debido a las diosas y se la enterraba con solemnes funerales.
Pero si ocurría un parto feliz, la partera le hablaba al niño como si tuviera uso de razón y comprendiera lo que se le decía; procurando alcanzar en primer lugar de los dioses un feliz nacimiento para él y un acceso de buen agüero a esta luz, y preguntaba qué suerte o hado ingénito le tocaría desde el principio del mundo.
Cuando cortaba el ombligo, casi derramando lágrimas le predecía amenazadoras calamidades y le narraba de antemano qué infortunios y labores le estaban reservados. Lavaba al niño con algunas oracioncillas acostumbradas saludando a la diosa del mar y después se bromeaba dulce y agradablemente con la parida para consolarla de los dolores pasados.
Por otra parte los consanguíneos daban las gracias a la partera por su diligencia; congratulaban a la muchacha por la prole recibida y después se volvían a acariciar al niño. Pasados cuatro días del nacimiento y llegado el tiempo en que tenía que ser bañado por segunda vez, y en que debía dársele nombre, preparaban bebida y varios géneros de manjares según su costumbre y lo que fuese idóneo para celebrar la fiesta del lavado.
Además un pequeño escudo, un arco y cuatro flechas de tamaño que conviniera a esa edad y un pequeño manto de aquellos que hacen veces de capa entre los mexicanos. Pero si nacía una niña, hallaba