Epidemias en el obispado de Guadalajara: La muerte masiva en el primer tercio del siglo XIX
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La obra consta de cinco capítulos. En el primero se aborda el impacto que tuvo la epidemia de sarampión durante 1804. En el siguiente se estudian las rutas de contagio y mortalidad que generó el brote epidémico de viruela en 1815. En el tercer capítulo, se analiza la trascendencia que tuvo el agente patógeno del sarampión entre 1825 y 1826. En el cuarto, se tratan los estragos de la viruela durante la epidemia de 1830 a 1831. Finalmente, en el quinto capítulo, se documenta y explica el terror y la sobremortalidad que ocasionó el cólera durante 1833 y 1834.
Mediante la consulta y la sistematización de una gran cantidad de registros de entierros y de informes de mortalidad, el autor nos ofrece un texto rico que señala las rutas de propagación de las epidemias y compara feligresías de distintos tamaños, con distintas ubicaciones geográficas y condiciones económicas.
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Epidemias en el obispado de Guadalajara - David Carbajal López
Universidad de Guadalajara
Mtro. Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla
Rector General
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Vicerrector Ejecutivo
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Secretario General
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Rector del Centro Universitario de los Lagos
Dra. Rebeca Vanesa García Corzo
Secretaria Académica
Mtra. Yamile F. Arrieta Rodríguez
Jefa de la Unidad Editorial
Primera edición, 2017
© David Carbajal López
ISBN 978-607-742-797-1
D.R. © Universidad de Guadalajara
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Av. Enrique Díaz de León N° 1144, Col. Paseos de la Montaña, C.P. 47460
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Hecho en México
Epidemias en el obispado de Guadalajara: la muerte masiva
en el primer tercio del siglo XIX de David Carbajal López
se editó para publicación digital en julio de 2017 en
Editorial Página Seis, S.A. de C.V.
Teotihuacan 345, Ciudad del Sol,
CP 45050, Zapopan, Jalisco
Tels. (33) 3657-3786 y 3657-5045
www.pagina6.com.mx • p6@pagina6.com.mx
Coordinación editorial: Felipe Ponce
Cuidado del texto: Mónica Millán
Cubierta: Cecilia Lomas
Fotografía de cubierta: Catedral de Guadalajara,
anónimo, siglo XIX, litografía.
Introducción
El objeto de estudio de la presente obra consiste en la comprensión y explicación de los efectos que tuvieron las epidemias de sarampión de 1804, de viruela de 1815,¹ de sarampión de 1825-1826, de viruela de 1830-1831² y de cólera de 1833-1834³ en las parroquias del obispado de Guadalajara. El objetivo consiste en mostrar el impacto diferenciado que generaron los distintos brotes epidémicos en la jurisdicción eclesiástica tapatía durante la transición entre la época colonial⁴ y el periodo independiente. Existen dos razones para estudiar las afectaciones que las referidas cinco epidemias ocasionaron en la feligresía del obispado de Guadalajara: la primera es que las parroquias se constituyeron con unidades generadoras de reportes y registros de defunción, la segunda se debe a que la jurisdicción eclesiástica tapatía permaneció sin cambios en su extensión territorial durante nuestro periodo de estudio, a pesar de la transición en las estructuras de gobierno acaecidas durante el primer tercio del siglo XIX.
Las investigaciones sobre los estragos que han ocasionado las epidemias en la población novohispana y decimonónica mexicana se han realizado con base en el estudio de las medidas preventivas tomadas por las autoridades civiles y eclesiásticas, por los cuidados curativos brindados a los enfermos, por el número de víctimas y por las rutas de contagio y propagación de los distintos agentes patógenos que en diferentes periodos han propiciado lapsos de sobremortalidad. Dichas investigaciones se han enfocado en el impacto que ha generado una epidemia en alguna ciudad,⁵ o en las afectaciones que ha ocasionado un virus en diversos momentos en una misma parroquia.⁶
Durante el primer tercio del siglo XIX, durante la transición entre la época colonial y el inicio de la vida independiente, la población novohispana mexicana mantuvo entre sus rasgos más sobresalientes una alta tasa de mortalidad; derivada de la violencia organizada,⁷ de la permanencia del sarampión y de la viruela⁸ y de la irrupción del cholera morbus⁹ en nuestra nación. En tal contexto, el sarampión, a pesar de ser considerada una enfermedad benigna que afectaba primordialmente a los infantes, se mantuvo arrebatando vidas. La viruela, por su parte, a pesar de existir la vacuna antivariolosa, permaneció con altos niveles de muerte. En tanto, el vibrión colérico, nuevo agente patógeno llegado a estas tierras, llevó a los sepulcros a grandes cantidades de feligreses del obispado de Guadalajara.
La tesis de este trabajo sustenta que los picos de mortalidad variada registrados en los distintos curatos del obispado tapatío durante el periodo 1804-1834 se debieron al número de feligreses de cada parroquia, a las condiciones económicas, alimentarias, sanitarias y de vivienda de los fieles, a los apoyos de las autoridades eclesiásticas y civiles, a las medidas preventivas tomadas por pacientes y médicos, a la presencia o ausencia de hospitales, al conocimiento o en su caso desconocimiento del agente patógeno, a la cercanía o distancia de las principales vías de comunicación y a los desplazamientos de los feligreses entre los distintos curatos.
La metodología empleada durante la investigación se basó en el conteo global anónimo del número de víctimas que cobró cada agente patógeno durante las cinco epidemias en cuestión. La información recopilada fue procesada y trasladada a cuadros y mapas con la finalidad de comparar la cantidad de vidas que arrebató cada brote epidémico, los grupos de edad más afectados y las rutas de propagación de la enfermedad en las distintas parroquias del obispado tapatío.
Las fuentes empleadas en la obra son las cartas que los párrocos remitieron a sus autoridades centrales del obispado, en las que informaban sobre el número de enfermos y víctimas que cobraba la epidemia en turno, así como los registros de entierros de las más de 125 parroquias que conformaron el obispado de Guadalajara durante el primer tercio del siglo XIX (véase mapa 1). Las actas de defunción se consultaron en algunos casos en los propios archivos parroquiales, en los microfilmes resguardados tanto en el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara como en el Archivo General de la Nación y en el portal de Family Search. Es importante resaltar que, en ocasiones, el número de víctimas registradas en los libros de entierro difiere de los reportes realizados por distintas autoridades eclesiásticas y civiles a causa del subregistro o por las circunstancias de emergencia en que entraba una feligresía durante el punto más álgido de la epidemia.
La obra consta de cinco capítulos. En el primero se aborda el impacto que tuvo la epidemia de sarampión durante 1804. En el siguiente se estudian las rutas de contagio y mortalidad que generó el brote epidémico de viruela que asoló a la feligresía del obispado tapatío en 1815. En el tercer capítulo, se analiza la trascendencia que tuvo el Morbillivirus, agente patógeno del sarampión, entre los parroquianos durante el bienio de 1825-1826. En el cuarto, se tratan los estragos que causó la viruela durante la epidemia de 1830-1831. Finalmente, en el quinto y último capítulo, se documenta y explica el terror y la sobremortalidad que ocasionó el cólera durante 1833-1834, tras su primera incursión a territorio mexicano.
Mapa 1. Curatos del obispado de Guadalajara, 1804-1834
Mapa_1.TIFElaboración propia.
1 Un primer acercamiento a esta epidemia la tenemos en David Carbajal López, «Morir de viruela en tiempos de insurrección. La epidemia de 1815 en el obispado de Guadalajara», en Aires de libertad. Miradas sobre el proceso emancipador hispanoamericano, coord. por Sandra Olivero Guidobono (Sevilla, España: Padilla Libris Editores & Libreros, 2013), pp. 53-80.
2 Este brote epidémico ha sido abordado en David Carbajal López, «La epidemia de viruela de 1830-1831 en el obispado de Guadalajara», en El impacto demográfico de la viruela en México de la época colonial al siglo XX, vol. 2, La viruela después de la introducción de la vacuna, ed. por Chantal Cramaussel y Mario Alberto Magaña (Zamora, Michoacán: El Colmich, 2010), pp. 19-35.
3 La sobremortalidad causada por el vibrión colérico es estudiada en David Carbajal López, «La epidemia de cólera de 1833-1834 en el obispado de Guadalajara. Rutas de Contagio y mortalidad», Historia Mexicana 60, núm. 240 (abril-junio de 2011): pp. 2025-2064.
4 Cabe mencionar que durante nuestro periodo de estudio se presentó una epidemia de tifo exantemático que asoló al obispado de Guadalajara durante el bienio 1814-1816, la cual no abordamos en esta obra. En la jurisdicción eclesiástica tapatía el tifo se manifestó en 1814, desde «Zapotlán hasta el Mazapil, y desde Lagos hasta Acaponeta, no hay partido que no haya sufrido el terrible azote a excepción de Colima, Autlán y Mascota». En la ciudad de Guadalajara «desde el 11 de mayo hasta el 04 de octubre habían muerto 569 párvulos y 899 adultos de un total de 6 180 epidemiados». Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, «Contestación del Ilmo. Sr. Cabañas al oficio del gobernador D. José de la Cruz, fechado el 14 de septiembre de 1814», en Colección de documentos históricos inéditos o muy raros —referentes al Arzobispado de Guadalajara, comp. por Francisco Orozco y Jiménez, tomo 4, núm. 4 (Guadalajara, 1925), pp. 379-380, en el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (AHAG).
5 Por ejemplo, Lilia V. Oliver, Un verano mortal. Análisis demográfico y social de una epidemia de cólera: Guadalajara, 1833 (Guadalajara: Gobierno de Jalisco, 1986).
6 Un caso ilustrativo es David Carbajal López, «Las epidemias de viruela en Bolaños, 1762-1840», en Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad 29, núm. 114 (primavera de 2008): pp. 21-43.
7 John E. Kicza, «Historia demográfica mexicana del siglo XIX: evidencia y aproximaciones», en Demografía histórica de México. Siglos XVI-XXI, coord. por Elsa Malvido y Miguel Ángel Cuenya (México: Instituto Mora / UAM, 1993), p. 230.
8 Michael B. A. Oldstone, Virus, pestes e historia (México: FCE, 2002), pp. 19-20.
9 Rodolfo Tuirán Gutiérrez, «Algunos hallazgos recientes de la historiografía histórica mexicana», Estudios Demográficos y Urbanos 7, núm. 1 (1992): p. 282.
La epidemia de sarampión de 1804
El 8 de mayo de 1804, el obispo de Guadalajara Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, mientras se hallaba en visita pastoral en la zona alteña de su jurisdicción eclesiástica, emitió en Teocaltiche una circular en la que ordenaba a los 125 párrocos de su obispado¹⁰ que dentro de un plazo no mayor a cuatro meses le informasen «el número de individuos que hayan fallecido de la epidemia del sarampión en sus respectivas feligresías; los lugares de éstas en que no haya prosperado la epidemia; condiciones climatológicas de las mismas y algunos otros datos estadísticos».¹¹
ETIOLOGÍA DEL SARAMPIÓN
La finalidad de esta indicación consistía en recabar datos sobre los estragos que estaba causando o podría causar el virus sarampionoso (del género Morbillivirus, de la familia Paramyxoviridae)¹² en la feligresía del obispado tapatío, ya que «es altamente contagioso, se disemina por la vía respiratoria, de una persona infectada a otra no inmune por medio de gotitas aerosolizadas de secreciones respiratorias».¹³ El sarampión presenta mayor impacto en invierno y primavera,
tiene un período de incubación de 7 a 18 días y se transmite desde antes del período prodrómico hasta 4 días después del exantema. Se caracteriza por exantema que dura de 4 a 7 días; es más grave en los lactantes, niños desnutridos y adultos. Las complicaciones se pueden presentar como consecuencia de la réplica viral o por sobreinfección bacteriana (otitis media, neumonía, diarrea, encefalitis).¹⁴
A dicha solicitud de información sobre los estragos que el sarampión causó en los curatos que conformaban el obispado, las respuestas de los párrocos comenzaron a llegar al obispo Cabañas en septiembre. Uno de los primeros que remitió su reporte fue el propio cura de Teocaltiche, Victoriano Palafox, quien señaló:
A mi parecer han sido acometidas de la actual peste de sarampión en esta feligresía como cinco mil personas, de ellas morirían puramente por esta enfermedad como 40; y por sus resultas, causadas de ninguna dieta y barbaridades que la gente estúpida comete, fallecieron 250; como en los pueblos de visita, por más que se les encargue den cuenta de los que mueren no es posible conseguirlo, no puedo acertivar [sic] el número fijo. Siendo el sarampión una enfermedad que vaga por temporadas, asaltando a diversos pueblos por infección del aire, parece que tiene todo el carácter de epidemia, aunque por su naturaleza no es mortal.¹⁵
El cura Palafox señaló en su comunicado elementos sobre la etiología del virus, pues, con base en el método curativo del sarampión impreso en la ciudad de México en 1804, dicho párroco coincidía con el Real Tribunal del Protomedicato en que «el sarampión, por lo general, es enfermedad benigna, epidémica sí y contagiosa; pero por los desórdenes de dieta, mala curación, y una que otra vez, por la grande inflamación de la garganta y tos sofocativa, suelen peligrar algunos; y otros en la convalecencia por errores en la dieta».¹⁶
Por su parte, el cura de Tecalitlán, José María Gerónimo Arzac, con relación a los alimentos que aliviaban o evitaban los malestares del sarampión, escribió al obispo Cabañas que una bebida muy conveniente para disminuir los estragos de la enfermedad era el «atole, hecho de maíz que les aconseje usasen, trayendo a la memoria haber sido mi medicina, cuando en la otra epidemia adolecí de ella […] Lo que observé también fue que los alimentos cálidos son muy contrarios, principalmente frutas».¹⁷ En el mismo sentido, Julián Peña, párroco de Tequila, comunicaba al titular de la diócesis tapatía que los afectados que morían durante la enfermedad era por su «entrega a la comida y a juntar de las frutas especialmente ciruela y sandía y otras iguales a éstas, de donde resulta indispensablemente que las úlceras interiores se inflaman con la gravedad de los alimentos, se irritan con las frutas insinuadas y contraen la gangrena en que aparece la recaída y mueren».¹⁸ En tal contexto, el Real Tribunal del Protomedicato indicaba que la curación para los afectados de manera leve por el sarampión consistía en
tomar con abundancia agua de cebada con miel y un poco de vinagre, y como el peso de medio real de polvos de nitro, o la misma agua de cebada, en la cual, después de bien hervida la cebada, se echa en infusión las flores de saúco,