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Zapopan: una historia entre siglos
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Zapopan: una historia entre siglos

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Zapopan, una historia entre siglos reúne las reflexiones de veinte especialistas con un enfoque multidisciplinario. Los autores, de una manera sencilla pero con el rigor académico que los distingue, acercan al lector a la visión que las nuevas generaciones de estudiosos del pasado ofrecen a través de estos trabajos.
Elaborado con elementos de un presente que ya no está, en el que no tenemos ninguna influencia o protagonismo, se perciben los sutiles impactos que moldean nuestra identidad. Nuestro pasado tampoco existe salvo cuando lo evocamos; lo inventamos toda vez que hablamos de él, cuando participamos en nuestras festividades, cuando reconocemos el orgullo de ser oriundo de Zapopan y estar conscientes de lo que significó esta antigua villa en la historia contemporánea de Jalisco.
Los principales acontecimientos, monumentos, festejos, personajes, ideas y recuerdos se dan cita aquí. Se tocan lindes nunca antes avizorados, pues resulta que al interior de las fronteras de nuestro municipio se hallan los restos de culturas milenarias que en nada desmerecen a lo mejor de los registros arqueológicos de México, así como las prácticas culturales más fascinantes de nuestro país.
IdiomaEspañol
EditorialPágina Seis
Fecha de lanzamiento8 ene 2019
ISBN9786079442965
Zapopan: una historia entre siglos

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    Zapopan - Miguel García Audelo

    Mexico

    Nuestro lugar, nuestra identidad

    Zapopan, una historia entre siglos es una obra singular y polifónica que reúne las reflexiones de una veintena de especialistas en diversas disciplinas. Reunidas aquí para dar una visión moderna de lo que fue y es nuestro municipio, el acercamiento al pasado de nuestra localidad ha significado un esfuerzo notable en relación a los precedentes historiográficos de los que se disponen. Si bien en años anteriores se escribieron algunas obras de interés llevadas a cabo por historiadores de acreditada competencia, nunca está de más elaborar una nueva con un enfoque multidisciplinario que nos acerque a la visión que las nuevas generaciones de estudiosos del pasado nos ofrecen a través de los análisis aquí presentados.

    El ejercicio, a veces lúdico o enigmático, ejecutado por arqueólogos, historiadores, arquitectos, religiosos, músicos, catalogadores, entre otros profesionales, provenientes de distintas instituciones y lugares de nuestro país -pero apasionados avezados en el pasado zapopano-, dejan ver el curioso juego de luces y voces que implica la composición de un texto histórico. Elaborado con elementos de un presente que ya no está, en el que no tenemos ninguna influencia o protagonismo, se perciben los sutiles impactos que moldean nuestra identidad. Nuestro pasado, que tampoco existe salvo cuando lo evocamos, lo inventamos toda vez que hablamos de él, cuando participamos en nuestras festividades, cuando reconocemos el orgullo de ser oriundo de Zapopan y estar conscientes de lo que significó esta antigua villa en la historia contemporánea de nuestro estado de Jalisco.

    Los principales acontecimientos, monumentos, festejos, personajes, ideas y recuerdos se dan cita aquí. La novedad del recurso y la aportación de una obra de esta naturaleza están en la multiplicidad de posibilidades que cada uno de los artículos plantea de manera sencilla, pero con el rigor académico que distingue a sus autores. Ello permitió a su vez que se tocaran lindes nunca antes avizorados, pues resulta que al interior de las fronteras de nuestro municipio se hallan los restos de culturas milenarias que en nada desmerecen a lo mejor de los registros arqueológicos de México. Los responsables de narrar «El tiempo prehispánico» se deslizan sobre el tiempo de lo remoto, lo ignoto, lo oculto bajo los cerros cuya vegetación es celosa de su secreto arcaico. En este apartado se ofrecen no sólo interesantes perspectivas sobre este particular, sino también los más recientes hallazgos que hasta este año de 2018 se han antologizado en nuestra memoria local, así como la delimitación de toda una era hasta la llegada de los primeros europeos a esta zona y la instauración de la provincia neogalaica por ellos mismos sólo diez años después de la caída del imperio mexica.

    La época novohispana, así llamada genéricamente para denominar el periodo de dominación hispánica, constituye la narración contenida en «Los siglos virreinales». Aquí se plantean las cuestiones fundamentales acerca de cómo, cuándo, dónde, quiénes y el porqué se fundó la villa de Zapopan. Los orígenes de nuestra capital municipal son más que interesantes. Los trabajos revelan que fue conformada por un prisma de pobladores de contrastes tan genuinos que la posicionaron entre las primeras y más importantes no sólo de la Nueva Galicia, sino de todo el virreinato de la Nueva España. Los especialistas que participan en este gran capítulo de nuestro pasado hispánico señalan los orígenes del santuario, la festividad y la devoción aún distintiva de la ciudad respecto a otras con similares características. Dos de los trabajos mencionan puntualmente a los habitantes del Zapopan virreinal. Por un lado, los pueblos indígenas cuyo legado es aún de incalculable valor y su papel en el desarrollo de la localidad de insospechada trascendencia. Por el otro, el Zapopan criollo, resultado de los asentamientos y fusiones culturales efectuadas a lo largo del tiempo. A más de un lector le parecerán familiares algunos de los apellidos inscritos en los padrones y cabe la posibilidad de estar incluso emparentados. Tal es el alcance de la perspectiva. Por último, se vislumbran los efectos de una forma especial de tenencia y aprovechamiento de la tierra y sus recursos: la hacienda. Los artículos dedicados a este tema dan cuenta adicional de los factores de relación entre hacendados y campesinos, estructura que se mantuvo hasta muy entrado el siglo pasado y hasta el aspecto exterior de su construcción.

    El «México soberano» está dividido en dos partes. Por un lado, «El siglo XIX» que tanta polémica ha causado entre los estudiosos por haber acaecido en él los hechos más controversiales de nuestra historia nacional. Los últimos años del virreinato transcurrieron en una relativa tranquilidad, sólo interrumpida por la disrupción provocada por la revolución novohispana ante la invasión francesa en la península ibérica y la insurgente a Guadalajara. Zapopan, en la inmediación de la capital tapatía, con la guerra viva entre realistas y rebeldes, vio establecerse en sus reales a la institución que por siglos se encargó de evangelizar y pacificar a las naciones indígenas que poblaron el septentrión novohispano: el Colegio de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Zapopan.

    Al finalizar la gesta y principiar la vida soberana, experimentando uno y otro modelo político que terminó en fracaso, la villa se vio arrastrada por la violencia que implicó la formación de un nuevo Estado. Ése es el origen de la infinidad de crímenes y excesos que caracterizaron los caminos del México de aquella época. Aquí se presenta un estudio puntual de ellos realizado en el corazón de la hemerografía de esos años. Por otro lado, en medio del vendaval caótico de la vida nacional, la manifestación del arte a través de la música tuvo especial importancia en la vida cotidiana y devocional del Zapopan decimonono. Por primera vez se ofrece al lector una breve narración de un artista poco conocido y cuya música está por estudiarse. Asimismo, en este siglo se modificó la tenencia y aprovechamiento de las parcelas que otrora tenían otras funciones y otros dueños. El paso del tiempo hizo que cambiaran de manos, se movieran los mojones, se recorrieran las líneas fronterizas y se colocara a las haciendas como un verdadero motor económico de la región. La abundancia y crecimiento demográfico pronto demandó el ennoblecimiento de sus habitantes. Aquí, bajo ésta y otras circunstancias, se refieren los inicios de la educación sistemática de un pueblo que ha sabido aprovechar su cultura para el progreso.

    Finalmente, «El siglo XX» es el protagonista de la profunda transformación que hoy se evidencia en la capital y el municipio de Zapopan. Principia la centuria con la referencia a los orígenes de la industrialización de la vieja villa maicera que poco a poco fue integrando a su infraestructura toda clase de servicios diversificados con el tiempo. Los estudios de este apartado señalan cómo pasó de ser un suburbio rural a ser una ciudad cosmopolita, moderna, atractiva y vanguardista, sin perder por ello los elementos religiosos y de tradición generadores de identidad, como la danza de los tastuanes pertenecientes no sólo a Zapopan, sino a los pueblos aledaños de Nextipac, Santa Ana Tepetitlán, Jocotán, San Juan de Ocotán e Ixcatán. Este proceso es ilustrado por una buena cantidad de antiguas fotografías, las cuales registraron la metamorfosis material en la construcción de sus principales monumentos que hoy son un atractivo turístico de la municipalidad. El recorrido finaliza donde inició: la moderna ciudad de Zapopan a veces exhuma reliquias culturales de una increíble antigüedad. Lo asombroso no es su venerable edad, sino que todo el tiempo estuvieron bajo nuestros pies sin darnos cuenta de ello. Los nuevos datos para el estudio prehispánico y virreinal de Zapopan, más allá de ser una nota indicativa, es una provocación e invitación a las nuevas generaciones para adentrarse en el pasado de un pretérito que aún está por contarse.

    Pablo Lemus Navarro

    Presidente Municipal de Zapopan

    Agradecimientos

    La presente obra fue una iniciativa conjunta de la Dirección de Cultura de Zapopan del Gobierno Municipal de Zapopan y la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Por ello, se agradece bastante el interés de sus respectivos directores, tanto en México como en España, el impulso decidido a la consecución de la misma. En este mismo tenor, Sofía Camarena Niehus, directora del Archivo General del Municipio de Zapopan, Jalisco, apoyó generosamente con sugerencias e indicaciones sobre material utilizado en las siguientes páginas.

    Asimismo, Clarisa Hernández Esqueda e Hilda Monraz Delgado tuvieron decisiva influencia en la conformación del equipo de trabajo indicado en el índice. De igual manera, las activas diligencias de María de los Ángeles Partida Flores y fray Raúl Robledo OFM lograron integrar material valioso para contar una buena parte de la historia gráfica de Zapopan, en tanto Juan Pablo Etchegaray Rodríguez apoyó con una serie de gestiones que facilitaron muchos procesos. Sus esfuerzos, no hay duda, resultaron fundamentales en todo este proceso.

    Finalmente, se extiende un agradecimiento a todas las instituciones de donde provienen los investigadores que colaboran aquí, tal como son la Universidad de Guadalajara, El Colegio de Jalisco, el Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social CIESAS-Occidente, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente, la Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica, Xalisco-Estudios Históricos y Patrimonio Cultural A.C., la Facultad de Filosofía y Letras e Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como el Archivo General del Municipio de Zapopan, el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara y el Archivo Histórico Franciscano del Convento de Zapopan. Sus repositorios, académicos y personal consultados, fueron de invaluable ayuda.

    Nuevas miradas sobre el Zapopan prehispánico. De la dependencia a la autonomía regional durante el Formativo tardío, Clásico y Epiclásico

    J. Erick González Rizo

    XALIXCO A. C./Callicanto

    La arqueología del poniente del valle de Atemajac —área ocupada por el actual Zapopan— ha sido objeto de estudios arqueológicos desde hace más de siete décadas, con las primeras excavaciones sistemáticas en el sitio de El Iztépete por José Corona Núñez (1950); posteriormente seguirán los trabajos de Otto Schondube, Javier Galván y Bety Bell en El Grillo (1976-1978). En los años ochenta diversos sitios del área del Colli —Los Padres, El Tizate y Santa Ana Tepetitlán— fueron delimitados y registrados por Galván y Schöndube. De dichas investigaciones se ha logrado perfilar algunas características esenciales de dichos sitios zapopanos, pero también se ha logrado definir toda una fase del desarrollo prehispánico de Jalisco: la fase Grillo (400/450-900 d. C.). Dicha fase representó el surgimiento de diversos centros urbanos en los valles del centro de Jalisco y áreas vecinas del Occidente de México. También puede considerarse uno de los periodos de mayor esplendor de las sociedades del valle de Atemajac; sin embargo, la etapa que la precede, denominada como fase Tabachines, aún es poco comprendida. Dicha etapa se extiende por prácticamente ocho siglos, desde el IV a.C. al IV d.C., desde el Formativo Tardío hasta el Clásico Medio. Este periodo es, en términos arqueológicos y antropológicos, una especie de edad oscura, poco comprendida y con un aparente paisaje rural en el Valle de Atemajac. Mientras que, curiosamente, durante la misma fase Tabachines, los valles vecinos de Tequila experimentaron un auge sociocultural sin precedente. Este trabajo pretende abonar a una mejor comprensión de esta disparidad cultural entre ambas áreas, tan cercanas entre sí en cuanto a lo que a geografía se refiere.

    El Sistema Teuchitlán

    El apogeo de La Tradición Teuchitlán inicia en los siglos inmediatamente anteriores al comienzo de la era cristiana; es decir, hacia el año 150 antes de Cristo, cuando inicia la construcción del complejo ceremonial de Los Guachimontones, Teuchitlán, Jalisco, con sus círculos y juegos de pelota monumentales que hoy constituyen la parte abierta al público del sitio arqueológico. En una tercera etapa (200-400 d.C.), decae la influencia de la Tradición Teuchitlán, comienzan a desaparecer las tumbas de tiro y se implementan nuevos estilos arquitectónicos como Patios Hundidos y Basamentos rectilíneos. Se abandona el recinto Guachimontón, pero el asentamiento ya más disperso permanece.

    Mucho se ha debatido en cuanto a la naturaleza sociopolítica de la Tradición Teuchitlán; se ha propuesto que la Tradición Teuchitlán se puede considerar un «Estado segmentario». Según Heredia y Martínez, «el Estado segmentario se conforma por partes que comparten un ritual en común pero que mantienen autonomía política dentro de sus zonas administrativas». Si bien, aún no ha concluido dicho debate teórico entre los investigadores, lo que es evidente —partiendo de la evidencia arqueológica disponible— es que en la Tradición Teuchitlán no existía sólo un gobernante central o rey, sino que la estructura de gobierno estaba basada en los lazos rituales comunitarios, que a su vez inhibían la competencia abierta entre individuos o linajes por el poder; dicho tipo de organización social y política es conocida por los arqueólogos como «Corporativa». Partiendo de lo anterior se ha sugerido que el área nuclear de la Tradición Teuchitlán desarrolló una estrategia sociopolítica más del tipo corporativa (con escalas regionales de acción grupal), basada en los lazos rituales en común.

    Como podemos apreciar en lo anterior, el modelo de Estado Segmentario hace hincapié en la ritualidad como eje del aparato estatal; sin embargo, no explica del todo el funcionamiento económico de dicha sociedad. Hasta el momento las investigaciones se han centrado en comprender la relación entre los diferentes asentamientos del área nuclear de la Tradición Teuchitlán, donde tenemos una gran densidad ocupacional, una extensa área continua con hasta cuarenta recintos con arquitectura cívico-ceremonial (edificios circulares y juegos de pelota) cuyas distancias promedio de cada uno se encuentran entre los 400 y los 800 metros.

    Además del recinto principal de Los Guachimontones, en Teuchitlán, en toda la zona Valles de Jalisco y fuera de ella, existen numerosos sitios arqueológicos que comparten la peculiar arquitectura en círculos concéntricos. En la zona Valles destacan algunos sitios por la monumentalidad de su arquitectura: Santa Quitería, Ahualulco y San Juan de los Arcos, clasificados por los arqueólogos como sitios tipo «B»; es decir, se trata de los asentamientos que probablemente seguían en jerarquía política después del asentamiento principal de Los Guachimontones (es el único de tipo A). Otros sitios de importancia política serían Peñol de Santa Rosalía en Etzatlán, Huitzilapa en Magdalena y Navajas en Tala. Sitios arqueológicos como Llano Grande en Magdalena y Cerro del Tepopote en Zapopan, fungirían como puntos claves de control fronterizo para la zona nuclear de la Tradición Teuchitlán.

    Sin embargo, para comprender la naturaleza sociopolítica y económica de la citada tradición cultural no se han tomado mucho en cuenta los agentes periféricos de la misma: los enclaves teuchitecos. En específico, fuera de esta zona más central del estado de Jalisco, hubo diversos enclaves políticos de la Tradición Teuchitlán, entre ellos: Bugambilias-El Palomar, (en los límites de los municipios de Tlajomulco y Zapopan); La Coronilla, (Zapopan); El Molino, (Jocotepec); todos ellos en áreas aledañas como la cuenca de Chapala y el valle de Atemajac. Pero también los hubo en zonas mucho más alejadas, dentro y fuera del actual estado de Jalisco; hablamos de sitios arqueológicos como Los Braziles en el área de Ixtapa-Puerto Vallarta, la zona de Bolaños en el norte del Estado; Cerro de Tepecuazco en la zona de Jalpa, Zacatecas; Cerro del Muerto, en la Piedad, Michoacán; Comala en Colima y el enclave teuchiteco más lejano: Tacuichamona, Sinaloa. Curiosamente, muchos de estos enclaves eran accesibles por vía fluvial desde la región Valles: Los Braziles por medio del río Ameca, Pochotitán vía el río Bolaños, La Coronilla y Cerro del Muerto por el Lerma-Santiago.

    En conjunto, de enclaves y área nuclear, se puede deducir que la Tradición Teuchitlán —a la que denominamos en este trabajo como Sistema Teuchitlán— era un sistema político expansionista, pero las investigaciones son aún muy prematuras para poder entender la naturaleza de esta expansión, aunque hay algunos indicios que apuntan a una intencionalidad eminentemente económica; por ejemplo, el comercio de obsidiana de la zona Valles se extendía por el noroeste hasta el suroeste de los Estados Unidos y Guerrero, y la obsidiana negra con trazas rojas u obsidiana meca era un artículo o bien de prestigio de exportación regional muy relevante.

    Baste señalar que la presencia e influencia de la Tradición Teuchitlán se extendió hacia zonas tan alejadas como el bajío guanajuatense, donde se pueden localizar sitios con arquitectura tipo guachimontón. Siendo la comarca de Atemajac una zona de paso natural hacia el Bajío, no debe extrañarnos la presencia de sitios relacionados con Teuchitlán en el citado valle. Un sitio guanajuatense con conjuntos circulares es el de La Mesita, en el municipio de León, Guanajuato. Dicho sitio consiste en una plataforma y patio circulares, aunque no presenta altar central. Bien parece ser, pues, una variación local de la arquitectura circuncéntrica de la región Valles de Jalisco. Otros sitios abajeños con arquitectura circular son Peralta y Plazuelas, entre decenas de otros más pequeños.

    La zona que hoy comprende el municipio de Zapopan es clave para comprender la expansión del sistema teuchiteco por el Occidente de México, en particular hacia las regiones sureñas de Zacatecas, El Bajío y los Altos vía la cuenca del río Santiago. Justamente en un cruce clave de caminos tenemos el sitio arqueológico de la Coronilla, el recinto tipo guachimontón más grande del valle de Atemajac. Su posición dominante sobre la confluencia de los ríos Verde y Santiago explica sus dimensiones y relevancia. Desde ahí, La Coronilla tendría un papel hegemónico entre las poblaciones del formativo en el norte del valle de Atemajac. Por lo tanto, el citado valle sería una región semiperiférica del Sistema Teuchitlán desde el punto de vista económico.

    Enclaves Teuchitecos en el valle de Atemajac

    Zapopan es el municipio más rico en asentamientos prehispánicos dentro del valle de Atemajac. Probablemente lo anterior tenga su origen en la riqueza de recursos estratégicos (obsidiana) y naturales (agua, tierras fértiles, flora y fauna), por lo que no debe de extrañarnos que la zona fuera ya atrayente para las poblaciones precolombinas. Con un total de ocho sitios registrados en publicaciones científicas y ante el INAH, todos ellos cuentan con evidencia de arquitectura pública prehispánica; a eso habría que sumar aquellos más vulnerables como áreas habitacionales y agrícolas, que han sido arrasados, o bien, que aún no han sido registrados. De entre ellos destacan la Coronilla y el Grillo, ya que son claves para entender la transición entre el Clásico temprano y Tardío (hacia el siglo V d. C.).

    En el valle de Atemajac, donde se sitúa Guadalajara, los asentamientos del periodo Formativo (1500 a.C. – 200 a.C.) muestran una arquitectura relativamente modesta y poco monumental, a diferencia de lo que sucede, durante las mismas fechas en los vecinos valles de Tequila. Sitios como El Grillo, Tesistán, Coyula y El Iztépete presentan también una ocupación formativa o temprana, aunque no verán su auge en tal era sino hasta la denominada fase Grillo (450/500-900 d.C.).

    Para saber más del sitio arqueológico de La Coronilla ve el siguiente enlace

    Es en tal contexto en el que se debe ubicar el sitio de La Coronilla, en el actual municipio de Zapopan. Son pocos los sitios del valle de Atemajac que muestran influencia del vecino Guachimontones: Cerro del Tepopote, La Coronilla y Bugambilias son los únicos con evidencia de arquitectura tipo guachimontón al poniente de valle de Atemajac. Este último, el sitio de Bugambilias o El Palomar, está asentado al pie y en las laderas del cerro de El Tajo o de Santa Ana Tepetitlán, en las inmediaciones del bosque de La Primavera, y se distingue por la presencia de un modesto guachimontón, mucho más pequeño que el de La Coronilla.

    La presencia de arquitectura tipo Teuchitlán en áreas periféricas del valle de Atemajac, como es el caso de los sitios de Cerro del Tepopote, La Coronilla y Bugambilias, parece apuntar a que el citado valle se mantuvo al margen de los procesos de cambio sociocultural que acaecieron en el volcán de Tequila. Sitios como La Coronilla y Bugambilias podrían representar pequeños enclaves teuchitecos en un área (el valle de Atemajac) sobre la que ejercieron influencia, al parecer, mínima. Anteriormente, se ha señalado la posible existencia de una frontera entre las sociedades del formativo de los valles de Atemajac y de Tequila, dada la existencia de sitios fortificados como El Cerro o Peñol del Tepopote en el corredor de La Venta del Astillero. Sin embargo, sitios como La Coronilla y Bugambilias apuntan una influencia menor de la Tradición Teuchitlán en el valle de Atemajac, más allá del corredor de la Venta y, quizá, la existencia de una frontera relativamente flexible. Lo anterior descarta la existencia de una frontera fija o dura entre los grupos sociales y unidades políticas de los valles de Atemajac y Tequila; además, es un posible indicio de que en realidad el valle de Atemajac era un sector semiperiférico del Sistema Teuchitlán.

    De manera particular, el sitio arqueológico de La Coronilla se ubica al norte del municipio zapopano, justo en el área de la barranca de Huentitán. Consta de cuatro estructuras de planta circular, diversas plataformas y terrazas. Sólo una de las edificaciones anulares consta de todos los elementos constitutivos de un guachimontón; es decir, la pirámide circular está rodeada por un patio de igual forma y una banqueta con plataformas rectilíneas que cierra el conjunto arquitectónico. Los edificios fueron construidos sobre la parte superior de un cerrito en la ceja de la barranca, para aprovechar los afloramientos rocosos del mismo. Los lugareños han detectado tumbas de tiro en las inmediaciones. Dada la cultura material del sitio se puede concluir que es contemporáneo a otros de la Tradición Teuchitlán. Sin embargo, así como la mayoría de los materiales apunta al periodo Formativo tardío y Clásico temprano (350 a.C.-350 d.C.), en el sitio también se han encontrado materiales cerámicos pertenecientes a la fase Grillo (350 d.C.- 900 d.C.), como bordes invertidos y ollas efigie —presentes en las colecciones locales—. A pesar de la presencia de materiales Grillo, en la arquitectura no tenemos evidencia de una ocupación de tal periodo, lo cual permite plantear la hipótesis de que en el Clásico tardío La Coronilla no fue abandonada, pero sí perdería importancia política y económica frente a otros sitios de la región, como El Grillo, Tesistán, El Iztépete y Los Padres.

    Por otra parte, en las exploraciones arqueológicas en el sitio de Tabachines, durante los años setenta, se excavó un cementerio de tumbas de tiro y diversas unidades habitacionales. Dichas exploraciones fueron supervisadas por los arqueólogos Otto Schöndube y Javier Galván, quienes lograron rescatar alrededor de 13 tumbas y su contenido. Dicha área excavada es la evidencia de la existencia de una pequeña aldea agrícola en la zona. Dada la ausencia de arquitectura pública en dicho sitio, y a su presunta contemporaneidad con La Coronilla, se puede pensar que este sitio sería un asentamiento subsidiario del segundo.

    Sitios de la fase Grillo en el valle de Atemajac (400/500 -900 d.C.)

    La fase Grillo (450-900 d.C.) es el momento de mayor crecimiento de los asentamientos prehispánicos del valle de Atemajac. Prueba de ello es la presencia de varios sitios, muchos de ellos de carácter monumental, para tal periodo. Dicha fase coincide con el inicio del Clásico tardío y antecede por dos siglos al Epiclásico en el centro del país. En lo general, se considera al Epiclásico mesoamericano (600-900 d.C.) como un periodo de grandes trasformaciones sociales y culturales a nivel general en Mesoamérica.

    En nuestra región, los cambios en la cultura material no suceden en el Epiclásico, sino en el Clásico tardío, donde los restos arqueológicos son radicalmente distintos con respecto a los periodos precedentes: se abandona la arquitectura circuncéntrica, las tumbas de tiro, las formas cerámicas naturistas, así como ciertas formas de trabajo de lítica. A nivel local dicha transición está representada por la irrupción del complejo arqueológico «El Grillo» —de ahí el nombre de la fase—, el cual se caracteriza por las tumbas de caja, plataformas rectangulares con fachadas talud-tablero y espacios abiertos en forma de «U»; tipos cerámicos con bases anulares, soportes trípodes, vasijas efigie, copas miniatura, bateas rectangulares, cajetes de fondo inciso, ollas de borde revertido o «engargolado», decoración al negativo y al pseudo-cloisonnè.

    A nivel regional, el valle de Atemajac y áreas aledañas se vuelven escenario protagónico de tales transformaciones culturales, probablemente influenciadas por una mayor interacción del Occidente con El Bajío, Los Altos de Jalisco y el sur de Zacatecas.

    Así pues, si bien aún falta mucha información, se puede señalar que el paisaje político en el centro de Jalisco —donde se ubica el valle de Atemajac— durante el Clásico tardío y el Epiclásico estaba políticamente fragmentado, sin ningún Estado que dominará la región. Dicho paisaje contrasta con la época precedente, cuando el Sistema Teuchitlán estaba en su auge. Así pues, tras la caída de Teuchitlán, a nivel regional tenemos la presencia de diversos sitios que son casi del mismo tamaño, así como de estilos arquitectónicos distintos, por lo que puede inferirse que estamos ante entidades políticas autónomas. Dentro de tal panorama, se inscriben los sitios de Zapopan y el valle de Atemajac.

    Discusión: El péndulo fluctuante del poder. La Coronilla y los nuevos centros rectores del valle de Atemajac

    A nivel local, los grandes cambios regionales se tradujeron en movimientos graduales de población en el norte del valle de Atemajac. Durante el auge teuchiteco, el centro rector dominante en el septentrión del valle fue, sin duda, la Coronilla, sitio que controlaría los accesos a los recursos barranqueños, así como la ruta entre la región nuclear del Sistema Teuchitlán y la ciénaga chapálica y el Bajío.

    En el norte de Zapopan, El Grillo se convierte en el nuevo centro rector regional que crece exponencialmente desde la pequeña aldea agrícola que fuera durante la Fase Tabachines; mientras que La Coronilla decae y se convierte a su vez en un sitio menor, subyugado por El Grillo. La extensión del área central del sitio para esta fase es de 14.5 hectáreas. En el sitio se construyeron las cinco estructuras arquitectónicas de carácter monumental o público, cuatro de ellas distribuidas en conjunto a modo de Plaza. Arquitectónicamente, El Grillo es muy similar al Iztépete, con el cual comparte el estilo de talud-tablero en las fachadas de los basamentos piramidales; prácticamente todas sus estructuras arquitectónicas son de barro o arcilla, con uso excepcional de piedra.

    En el sur del actual municipio de Zapopan, los asentamientos de área del Colli experimentan un gran crecimiento, probablemente asociado a la explotación de los ricos yacimientos de obsidiana de La Primavera, así como a la fertilidad de las tierras boscosas. Estamos ante un conjunto de cuatro sitios arqueológicos: El Tizate o Los Cerritos, Santa Ana Tepetitlán, Los Padres y El Iztépete, muy cercanos entre sí, probablemente contemporáneos y que, presumiblemente durante la fase Grillo, formarían un gran asentamiento urbano prehispánico; estos sitios se extienden por más de 156 hectáreas y se componen por lo menos de 11 grupos arquitectónicos dispersos. En conjunto, el asentamiento de El Colli podría haber dado cabida a un mínimo de alrededor de 5 876 habitantes. La mayoría de las estructuras arquitectónicas que se han conservado de este grupo arquitectónico son plataformas y basamentos piramidales, así como una posible cancha de Juego de Pelota en el sitio de Los Padres.

    Las estructuras principales de El Colli son la E1 y E2 de Los Padres y la E1 del Iztépete (hoy restaurada). Es probable que dichos edificios albergaran cuatro estructuras o adoratorios en la parte superior, quizá como símbolo de los cuatro puntos cardinales (como lo propusiera Schöndube para el Iztépete). Hasta no realizarse excavaciones controladas en Los Padres no se podrá descartar o afirmar dicha hipótesis.

    Al noroeste de Zapopan se ubica el sitio arqueológico de Tesistán, sitio que, si bien no ha sido explorado formalmente, sí ha sido reconocido de manera tentativa por los arqueólogos del INAH Jalisco como perteneciente a la fase Grillo. La zona central del sitio poligonal levantada por el INAH abarca 10.74 hectáreas, sin incluir áreas habitacionales o terrazas, que seguramente son más extensas. Dicha área monumental o cívico-ceremonial se compone de siete estructuras arquitectónicas. Su ubicación es estratégica, ya que domina el paso hacia la barranca y hacia la zona de El Teúl, Zacatecas. Además, el sitio se desplanta en un valle de fértiles tierras agrícolas, las mejores del valle de Atemajac, y que le dieron al municipio de Zapopan el mote de «La Villa Maicera». Probablemente fuera el centro de una unidad política independiente que controlaría el noroeste del valle durante la fase Grillo.

    Conclusiones

    En general, la mayoría de los sitios arqueológicos del valle de Atemajac muestran su ocupación más importante durante la fase Grillo (350-900 d.C.), algunos de ellos como El Iztépete y El Grillo, revelan evidencias de asentamientos durante etapas más tempranas que se remontan al Formativo tardío/Clásico temprano (350 a.C.- 350 d.C.). Así pues, durante los periodos tempranos, la desigualdad evidente entre las sociedades de los valles de Atemajac y Tequila se puede entender en el marco de una relación de centro y periferia, dentro de la cual el Sistema Teuchitlán se expande hacia regiones alejadas, estableciendo una cadena de enclaves entre la zona de Tequila y el Bajío. En esta cadena, la cuenca del río Santiago es crucial y, por lo tanto, también el control de su barranca. De manera que La Coronilla se convierte en un cruce de caminos muy relevante para la expansión de dicho sistema político y económico; a su vez, este sitio ejercería su influencia de manera semiautónoma en la región inmediata (norte del valle de Atemajac).

    Estos cambios socioculturales de la fase Grillo son apreciables en toda la cultura material de las sociedades prehispánicas del valle de Atemajac; en la arquitectura pública, por ejemplo, se manifestaría con el uso de patios hundidos o cerrados, plazas, basamentos piramidales, todos de planta rectilínea. Para este mismo periodo, se extiende el estilo del talud-tablero; pero dicho sistema constructivo es una variante regional más relacionada con el Bajío, y no de origen teotihuacano, como se ha afirmado anteriormente.

    Un rasgo que vale la pena mencionar es la ausencia de canchas de Juego de Pelota en el valle de Atemajac durante la Fase Tabachines (350 a.C.- 350 d.C.); este fenómeno es muy interesante, ya que en la región Valles para la misma época tenemos registradas 61 canchas de Juego de Pelota. Otros sitios o enclaves teuchitecos en áreas más alejadas, como Los Braziles, Comala o Cerro de Tepizuasco carecen también de canchas. De lo anterior podríamos inferir alguna significación política o ritual relevante de este tipo de construcciones para el Sistema Teuchitlán y, por lo tanto, sólo los asentamientos del área nuclear «monopolizaron» este tipo de arquitectura, privando a los sitios periféricos de ella. En la fase Grillo es cuando aparece por primera vez este tipo de edificación en el valle de Atemajac, siendo registrado en el sitio de Los Padres; sin embargo, faltarían más investigaciones al respecto para afirmarlo de manera contundente. Otra posible cancha estaría en El Grillo y una tercera cancha la tendríamos registrada en el área de Tonalá, según menciona la arqueóloga Ericka Blanco.

    Fuentes

    Beekman, Christopher S. «Linajes y casas en el Formativo y el Clásico. Los casos de Navajas y Llano Grande, Jalisco» en Tradición Teuchitlán. Phil C. Weigand, Christopher Beekman y Rodrigo Esparza (eds.), México, Colegio de Michoacán, Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, 2008, pp.167-190.

    Beekman, Chistopher S. «Recent Research in Western Mexican Archaeology» en Journal of Archaeological Research. Vol. 18, No. 1, 2010, pp.41-109.

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    Plan Parcial de Desarrollo Urbano/Distrito 07. S./f. H. Ayunt. De Zapopan, México.

    Chávez, Ubaldo I., et al. Los Padres (Plano topográfico). México, INAH-SEP, 1985.

    —. y Galván, Javier. Los Cerritos (Plano topográfico). México, INAH-SEP, 1985.

    Cortés, et al. El Grillo (Plano topográfico). México, INAH-SEP, 1977.

    Navarro, Urbino y Otto Schöndube. Polígono arqueológico del Iztepéte (sic), México, INAH-SEP, 1980.

    Chávez, Ubaldo I. y Otto Schöndube. Santa Ana Tepetitlán (Plano topográfico), México, INAH-SEP, 1985.

    Anexos

    Figura 1.- Pocito o Xical prehispánico en las inmediaciones del sitio arqueológico La Coronilla. Fotografía de Isaac Chávez Camargo.

    Figura 2.- La tradición Tumbas de tiro (área en azul) y la extensión territorial de la Tradición Teuchitlán (amarillo) en el Occidente de México a inicios de la era cristiana (arriba). Además se aprecia el área central o núcleo de la Tradición Teuchitlán. Elaborado por Erick G. Rizo con información de Beekman (2010:61, figura 4) y Weigand (2010:15).

    Figura 3.- Sitios arqueológicos en el municipio de Zapopán. Mapa del autor.

    Figuras 4 y 5.- Reconstrucciones de la estructura principal del Iztépete. Tercera etapa constructiva (izquierda). Quinta etapa constructiva (a la derecha). Ilustraciones del autor.

    Figura 6.- Guachimontón de Bugambilias, plano interpretativo. Elaborado por el autor con información de Galván (1982, citado en Gómez 2001).

    Figura 7.- Recinto central del sitio arqueológico Los Guachimontones durante su última ocupación entre los siglos III y V d.C. Mapa elaborado por el autor con información de Secretaría de Cultura, y Weigand (2008).

    Figura 8.- Reconstrucción interpretativa del sitio arqueológico de La Coronilla. Mapa del autor.

    Figura 9.- Plano Interpretativo del sitio de Santa Ana Tepetitlán.

    Figura 10.- Plano interpretativo del sitio de Los Padres. Abajo, detalle de las estructuras principales del mismo. Elaborado por el autor con datos de Chávez y Schöndube (1985); Galván (1991); Gómez (2001); Flores y Sáenz (2001); Navarro y Schöndube (1980).

    Figura 11.- Reconstrucción interpretativa del sitio arqueológico El Grillo. Elaborada por Iván Villalvazo con información del autor y Google Earth.

    Figura 12.- Plano interpretativo del sitio de Tesistán.

    Figura 13.- Reconstrucción interpretativa del sitio arqueológico Los Padres. Ilustración de Erick G. Rizo, 2017.

    Sitios y materiales prehispánicos: un acercamiento a la arqueología de Zapopan

    Martha Lorenza López Mestas Camberos

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Introducción

    Relatar los fenómenos arqueológicos ocurridos en el municipio de Zapopan no es un asunto sencillo. En primer término, porque Zapopan, como unidad político territorial, no existía hace varios cientos de años; esta división obedece a un fenómeno histórico contemporáneo. En segundo lugar, porque mucho de su actual territorio forma parte de la Zona Metropolitana de Guadalajara y la infraestructura urbana cubre los vestigios dejados por los antiguos habitantes prehispánicos, al tiempo que los sitios arqueológicos que todavía existen sufren frecuentemente vandalismo y deterioro, lo cual no permite su estudio a profundidad. Por último, hay que mencionar que los rasgos culturales de las sociedades pretéritas se distribuyeron por una zona mucho más amplia que abarcó el centro de Jalisco y que rebasa los límites del actual municipio de Zapopan.

    Por los anteriores motivos, el presente artículo se enfoca en el estudio de las manifestaciones arqueológicas que se presentaron en esta municipalidad en relación con la zona central de Jalisco, y pone énfasis en los resultados de investigaciones recientes en las cercanías de la sierra de La Primavera y el oeste del antiguo valle de Atemajac. Los asentamientos que tuvieron presencia en este lugar recibieron los influjos de un rico escenario donde alternan montañas, valles y llanos, todos ellos de escasa extensión y muy cercanos a las amplias depresiones ocupadas por ríos como el Santiago o lagunas como las de Magdalena, Chapala, Sayula, San Marcos y Atotonilco.

    El valle de Atemajac, donde se sitúa el actual municipio de Zapopan, es un área geográfica relativamente de fácil delimitación, pues linda al este con la barranca del río Grande de Santiago, al tiempo que lo circundan una serie de montañas: al noroeste, la sierra de San Esteban; al sureste, la serranía de San Nicolás y los conjuntos montañosos cerro Escondido—San Martín y El Tapatío—La Reina; al sur, el cerro del Cuatro–Gachupín–Santa María; y al oeste, la sierra de La Primavera. En general, dicho valle se encuentra ubicado en los municipios de Zapopan, Guadalajara, Tlaquepaque y Tonalá.

    Los materiales característicos en el valle de Atemajac son tobas de origen volcánico y basaltos en dirección al río Grande de Santiago. Se presentan también espesores irregulares de depósitos piroclásticos y cenizas volcánicas pleistocénicas, producto de la actividad volcánica de la caldera de La Primavera. Hay que pensar que, para el hombre prehispánico de Atemajac, esta estructura montañosa cubierta por bosque de pino–encino representó un elemento importante dentro de su economía, tanto por la explotación de la madera como por la abundancia de yacimientos de obsidiana; ciertos cálculos conservadores hablan de por lo menos 800 minas con huellas de extracción prehispánica, cuyos productos viajaron tanto al interior como al exterior del valle de Atemajac.

    Asimismo, esta región tenía variados nichos ecológicos, los cuales proporcionaban condiciones para la sobrevivencia y el aprovechamiento de recursos naturales que garantizaban el sustento de una amplia población. La agricultura practicada fue resultado de los temporales de lluvia durante la mitad del año, aprovechados con la implementación de terrazas de cultivo en las zonas de pendientes aledañas a los cauces de ríos y arroyos. Además, durante el tiempo de sequías o incluso cuando la temporada de lluvia no era propicia, los recursos bióticos presentes a lo largo y ancho del río Santiago y en el bosque de La Primavera proporcionaban los elementos de subsistencia necesarios, obtenidos mediante la caza, pesca y recolección.

    A pesar de que el valle de Atemajac está rodeado por diversos macizos montañosos, cuenta con pasos naturales hacia distintos puntos cardinales: al oriente, con el valle de Toluquilla, las regiones de Zapotlanejo y La Barca; hacia el suroeste, con las regiones costeras de Jalisco, Colima y Michoacán; al noroeste, por La Venta, se conecta con los valles de Tala–Ameca, Tequila, la cuenca de Magdalena y Tepic. Por el norte, se encuentra la barranca del río Santiago, lo que vuelve la comunicación un poco más difícil; sin embargo, existen dos formas de acceso, una es hacia el oriente, donde este río corre a nivel de suelo en Puente Grande, que comunica con la región de los Altos de Jalisco, la otra es al noroeste, en Ixcatán, por donde hay comunicación con la región de Juchipila y Zacatecas. Por su ubicación de paso y conexión con diversas regiones donde se desarrollaron asentamientos prehispánicos que participaron en una amplia red de interacción, se convierte en una importante zona estratégica en el Occidente de México. Por lo tanto, los antiguos pobladores de Zapopan se desarrollaron en medio y a través de este espacio de flujos e interacciones humanas.

    Los primeros grupos humanos

    Si bien se ha encontrado evidencia de la presencia humana desde hace

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