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Los carmelitas descalzos en la Nueva España.: Del activismo misional al apostolado urbano, 1585-1614
Los carmelitas descalzos en la Nueva España.: Del activismo misional al apostolado urbano, 1585-1614
Los carmelitas descalzos en la Nueva España.: Del activismo misional al apostolado urbano, 1585-1614
Libro electrónico479 páginas10 horas

Los carmelitas descalzos en la Nueva España.: Del activismo misional al apostolado urbano, 1585-1614

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Esta obra explica el establecimiento de la Orden del Carmen Descalzo en la Nueva España. Comienza con una descripción de cómo se configuró la Orden, para entender el arribo de ésta a la Nueva España en 1585, y continúa con el análisis de los procesos de cambio de la provincia carmelitana a partir de las fundaciones que se realizaron hasta 1614.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ago 2021
ISBN9786075392271
Los carmelitas descalzos en la Nueva España.: Del activismo misional al apostolado urbano, 1585-1614

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    Los carmelitas descalzos en la Nueva España. - Jessica Ramírez Méndez

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    LOS CARMELITAS DESCALZOS EN LA NUEVA ESPAÑA

    DEL ACTIVISMO MISIONAL AL APOSTOLADO URBANO, 1585-1614

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    COLECCIÓN HISTORIA

    SERIE FUNDAMENTOS

    LOS CARMELITAS DESCALZOS EN LA NUEVA ESPAÑA

    DEL ACTIVISMO MISIONAL AL APOSTOLADO URBANO, 1585-1614

    pleca_1

    Jessica Ramírez Méndez

    SECRETARIA DE CULTURA

    INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA


    Ramírez Méndez Jessica.

    Los carmelitas descalzos en la Nueva España : del activismo misional al apostolado urbano, 1585-1614 [recurso electrónico] / Jessica Ramírez Méndez. – México : Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2018.

    6.6 Mb : il., mapas, tablas. – (Colec. Historia, Ser. Fundamentos)

    ISBN: 978-607-539-227-1

    1. Carmelitas descalzas – México – Historia – Siglo XVI 2. Carmelitas descalzos (Congregación española) – Historia – Siglo XVII I. t. II. Ser.

    BX3212.A1 R52


    Primera edición: 2018

    Producción:

    Secretaría de Cultura

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    D. R. © 2018, de la presente edición

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Córdoba 45, Col. Roma, C.P. 06700, Ciudad de México

    sub_fomento.cncpbs@inah.gob.mx

    Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad

    del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secretaría de Cultura

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción

    total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,

    comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,

    la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización

    por escrito de la Secretaría de Cultura/

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    ISBN: 978-607-539-227-1

    Hecho en México

    logo_SC_inah

    ÍNDICE

    pleca_1

    Agradecimientos

    Introducción

    DEL NACIMIENTO DEL CARMEN DESCALZO

    A SU LLEGADA A LA CIUDAD DE MÉXICO

    La reforma de los regulares y el nacimiento del Carmen Descalzo

    El proyecto indiano y el envío de los carmelitas

    La Ciudad de México a la llegada de los carmelitas descalzos

    LAS FUNDACIONES

    De coadjutores a desertores

    El apoyo de la jerarquía episcopal

    Después de la provincia, la misión

    De la misión activa al apostolado urbano

    Búsqueda de independencia

    Conclusión

    Fuentes

    Archivos

    Índice de figuras

    Índice de cuadros

    Índice de mapas

    A mi abuelita, mi mamá,

    mi hermano y mi pareja

    AGRADECIMIENTOS

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    Esta investigación ha sido testigo de toda una etapa de mi vida. Por lo mismo, es el resultado del apoyo, colaboración y paciencia de muchas personas.

    En principio quiero hacer un reconocimiento a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM ), porque este trabajo es el resultado de la formación que me dio esta casa de estudios. Agradezco las becas otorgadas por la Coordinación de Estudios de Posgrado de la UNAM , el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, la Casa de Velázquez y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pues en conjunto fueron las que me permitieron realizar esta investigación.

    Igualmente quiero agradecer al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH ) pues es quien edita este texto y el que ha enriquecido mi instrucción en los últimos años. A la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos por las facilidades que me otorgó para la conclusión de este trabajo y de manera puntual a dos de sus áreas, la subdirección de investigación y la unidad de informática. Gracias Julieta García y Ángel Mora por su apoyo.

    Quiero también expresar mi gratitud y cariño hacia mis maestros, pues cada una de sus enseñanzas está reflejada no sólo en este libro, sino a lo largo de mi carrera académica. Leticia Pérez Puente, muchísimas gracias por estar siempre presente en mi camino profesional, por ser mi maestra y mi amiga. Gracias Pilar Martínez López-Cano por guiarme, por los ánimos constantes y por tu atenta lectura en repetidas ocasiones dándome numerosos consejos. Antonio Rubial García fuiste un motor fundamental desde tus clases y desde tus libros, ambos promovieron mi interés por el clero regular.

    Mariano Peset, muchas gracias por invitarme siempre a la reflexión y por los comentarios que hiciste a esta investigación. Agradezco también a Enrique González por los cuestionamientos y por allegarme bibliografía así como documentación inédita. Óscar Mazín, las preguntas, las propuestas bibliográficas y el diálogo con usted me obligaron a repensar aspectos fundamentales. Manuel Ramos, su trabajo ha sido mi punto de partida y su entusiasmo por el estudio de la Orden del Carmen, la invitación a acercarme a este tema.

    Por último, quiero hacer un sentido reconocimiento a las personas por las que este trabajo cobra sentido. Paulina Sánchez Vázquez, gracias por participar en esta investigación con tu paciencia, tus lecturas, tu compañía y, ante todo, tu complicidad.

    María Guadalupe Vázquez Balderas, te agradezco por ser mi inspiración, mi guía y mi apoyo desmedido. Lilia Elizabeth Méndez Vázquez, gracias por enseñarme con tu ejemplo a buscar mis propios sueños. José Carlos Ramírez Méndez has sido mi fortaleza y el motor a lo largo de mi vida. Nahoko Ramírez Méndez for being my new great and lovely sister. Lily Ramírez Sato por iluminar los senderos al ser mi rayito de esperanza.

    Sonia Sosa Rosales te agradezco profundamente el haber participado en este esfuerzo leyéndome, dándome sugerencias, sacrificando tiempos y acompañándome. Formaron parte de esta investigación, desde cerca o desde la distancia, mis queridos amigos Víctor Hernández, Montserrat Fonseca, Berenice Ballesteros, América Granados, Cintia Velázquez, Adriana Rivas; cada experiencia con ustedes está reflejada de alguna manera en estas líneas. Gracias a mis alumnos y ahora colegas Ana Torres y Daniel Alcalá, así como a Alejandra Coyote por su entusiasmo y cercanía. Por último, Rocío Vázquez y Francisco Sánchez les agradezco su cariño y por acogerme en su familia.

    INTRODUCCIÓN

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    Este trabajo explica el establecimiento de la Orden del Carmen Descalzo en la Nueva España desde 1585, el año de su arribo, hasta 1614. En este lapso se enmarca la primera fase de expansión de los carmelitas en el virreinato de la Nueva España. A lo largo de ella, administraron la parroquia de San Sebastián en la ciudad de México y erigieron nueve establecimientos: los conventos de Nuestra Señora del Carmen en Atlix­co, México y Celaya, el convento de Nuestra Señora de los Remedios en Puebla, el de Nuestra Señora de la Soledad en Valladolid, el de Nuestra Señora de la Concepción en Guadalajara y el de Santa Teresa de Jesús en Querétaro; también el Santo Desierto de Nuestra Señora del Carmen en Cuajimalpa y el Colegio de San Ángelo en Coyoacán. Luego de esto, la provincia carmelitana detuvo su avance fundacional para concentrarse en la consolidación de los recintos ya edificados.¹

    Para estudiar el establecimiento de los carmelitas decidí analizar los procesos fundacionales de aquellas casas. Tales procesos están constituidos por todos los requisitos previos al asentamiento de una nueva comunidad: la solicitud fundacional, la aceptación por parte de los órganos rectores, la sanción episcopal, la autorización del consejo, entre otros

    Sin embargo, su seguimiento no se reduce a la simple exposición de los trámites. Al examinar los procesos de fundación se está obligado a mirar la manera como está organizada la sociedad en la que se inscribe, los distintos grupos que actúan en ella, sus intereses y las relaciones que establecen.² Todo ello determina las instituciones y sólo a partir de su análisis es posible comprender la forma como aquéllas, traídas de la Península, se adaptaron y transformaron en las Indias, así como también las aportaciones que hicieron a la sociedad en la que se inscribieron.

    A partir del análisis de estos procesos, resulta claro que la primera fase de expansión de los carmelitas en Nueva España puede dividirse en dos etapas que he designado como la misionera-activa (1585-1605) y la urbana-contemplativa (1606-1614).

    La primera etapa muestra los esfuerzos de los carmelitas para fundar cinco conventos, los cuales eran un requisito para constituirse como provincia y, con ello, ganar cierta independencia de sus autoridades metropolitanas. Así, entre 1585 y 1593, fundaron conventos en la ciudad de México, Puebla, Atlixco, Valladolid y Guadalajara; con ello, los carmelitas descalzos consiguieron conformar su provincia en la Nueva España, a la que llamaron San Alberto. A partir de este logro se concentraron en desarrollar su actividad misionera (1594-1605), de tal forma que, además de Valladolid y Guadalajara, fundaron el convento de Celaya perfilándose hacia la frontera chichimeca. Asimismo, esos años fueron en los que se embarcaron a las Californias e intentaron ir de misión a Nuevo México y Filipinas.

    La segunda etapa, la urbana-contemplativa (1606-1614), estableció las características con las cuales se consolidó la provincia de San Alberto. A partir de entonces ya no hubo más iniciativas de activismo misional, las nuevas fundaciones se hicieron en centros urbanos como Querétaro o en lugares de recreo como San Ángel o Cuajimalpa. Precisamente, el Santo Desierto ejemplifica el viraje de la provincia: cuando se ideó la fundación del yermo en 1602, se estableció que su objetivo principal sería preparar espiritualmente a los frailes para ir de misión; no obstante, en el momento en que logró fundarse e iniciar su edificación en 1605, el concepto misional activo se había modificado por el de la intercesión. Fue así como el yermo consolidó su actividad como un lugar de misión pasiva. Si bien en ambos casos eran necesarios los ejercicios de oración y contemplación, su cometido era distinto. En el primero, después de un tiempo, el fraile saldría del yermo para convertir infieles; en el segundo, la actividad del carmelita consistía en orar por la conversión y salvación de esos infieles, lo que evitaba el trabajo directo con ellos.

    Como las actividades y fundaciones de los carmelitas en el virreinato estuvieron determinadas por la manera como estaba organizada la sociedad, sus grupos e intereses, era necesario atender las aspiraciones de los provinciales. Por lo menos en el periodo de 1585 a 1597, fray Juan de la Madre de Dios, fray Pedro de los Apóstoles y fray Eliseo de los Mártires se destacaron como superiores que buscaron el establecimiento, la expansión y labor misionera de su provincia. En sus periodos de gobierno se realizaron la mayoría de las fundaciones —tanto en las grandes ciudades, como en aquellas que comenzaban a asentarse—. Además, intentaron enviar misiones al septentrión novohispano y las Filipinas.

    Contrario a ellos, los visitadores peninsulares que posteriormente fueron nombrados provinciales —fray Martín de la Madre de Dios (1603) y fray Tomás de San Vicente (1606)—, así como fray Juan de Jesús María (1609) se distinguieron por hacer de San Alberto una provincia eminentemente contemplativa. Como veremos, fray Tomás de San Vicente cerró dos casas que consideró propiciaban el quebranto de la clausura. Por su parte, fray Juan de Jesús María transformó el cometido del desierto; de ser un espacio para forjar el espíritu de los misioneros, se convirtió en uno de repliegue —un concepto entendido como el refugio hacia la interioridad mediante la oración.

    Igualmente resulta visible cómo la tendencia de los provinciales muchas veces estuvo condicionada por la actitud de los prepósitos generales.³ Lo anterior porque, aunque los carmelitas que se encontraban en el virreinato lograron crear una provincia aparte de la metropolitana, en la práctica permanecieron subordinados a ésta. El periodo de gobierno de Nicolás de Jesús María Doria (1585-1593) se caracterizó por su rechazo a la labor activa de la descalcez carmelitana. Por ejemplo, no envió a más carmelitas a las misiones del Congo o las americanas para que se extinguieran. En cambio, cuando fray Elías de San Martín (1593-1600) fungió como prepósito general, permitió que la provincia de San Alberto gozara de mayor libertad de acción y se configurara en torno a su cometido misional. Pero eso cambió al tomar el cargo fray Francisco de la Madre de Dios (1600-1607). Fray Francisco era discípulo de Nicolás de Jesús María Doria —gran opositor del activismo misional de la descalcez carmelitana—, por lo que siguió sus pasos. De hecho, en gran medida se debe a su generalato que los carmelitas no hayan podido realizar su obra de conversión en la Nueva España y se hayan constituido como una provincia urbana y contemplativa.

    Con todos estos condicionantes y la propia situación en el virreinato, durante los primeros años en éste (1585-1605), los carmelitas aceptaron una doctrina como coadjutores dependientes de un secular; se constituyeron como una competencia para las antiguas órdenes en las ciudades, intentaron realizar trabajo de conversión en lugares apartados, y finalmente se establecieron en las villas españolas de reciente creación, en las que se pretendía asentar el poder episcopal.

    Así, al no tomar a su cargo doctrinas indígenas como titulares y de manera permanente, al emprender actividades de evangelización y de retiro, podría calificárseles, en una lectura superficial, como una corporación que en el virreinato promovió el proyecto de Iglesia secular. En éste, los seculares se encargarían de la atención de los fieles en parroquias y doctrinas, mientras que los frailes se dedicarían a la oración o la conversión en zonas de misión. Por ello, tomando algunas de esas características, la historiografía tradicional los ha visto ajenos a las tramas políticas del virreinato o, si no, con intereses distintos a los de las primeras órdenes y, por ende, como aliados de los obispos.

    No obstante, hacia 1606 los carmelitas privilegiaron su fortalecimiento en las ciudades ofreciendo servicios pastorales a la población blanca, extendiendo sus estudios, sus conventos y su participación política y económica en general. Entonces, al igual que las primeras órdenes, la carmelita intentó alejarse de las estructuras de la Iglesia secular, dejando de ser una provincia que promoviera el activismo misional para convertirse en una urbana.

    PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

    Los años setenta del siglo XVI en el virreinato de la Nueva España se han descrito como una década de cambios. Muchos de ellos enmarcados en el interés de la monarquía para lograr un mayor control de sus súbditos. Entre esas transformaciones destacan el nombramiento de Pedro Moya de Contreras como primer arzobispo del clero secular;⁴ la contundente avanzada hacia el norte novohispano y la elaboración de las ordenanzas de población; el establecimiento del tribunal de la inquisición y del juzgado general de indios,⁵ así como el de la alternativa criolla en las provincias mendicantes.

    De todas las novedades ocurridas a finales del siglo XVI , me interesa destacar la concerniente a las órdenes regulares: en 1572, los jesuitas inauguraron la llegada de las nuevas órdenes⁶ que, además de ellos, eran los franciscanos descalzos, mercedarios y carmelitas descalzos. Las llamo nuevas para distinguirlas de los franciscanos, dominicos y agustinos, que fueron las tres que en principio se establecieron en la Nueva España y, por tanto, llamaré primeras, viejas o antiguas. Las nuevas se diferenciaron de estas últimas en la manera de concebir su apostolado, dedicándose mayoritariamente a actividades como la misión, la educación o la contemplación.⁷

    La división entre viejas y nuevas órdenes es útil para analizar los procesos desarrollados en el área central del virreinato novohispano, pero no lo es para los del resto de los territorios españoles en América. Por ello incluyo a los mercedarios entre las nuevas pues, aunque a mediados del siglo XVI ya estaban asentados en el istmo centroamericano,⁸ no lograron establecerse en la ciudad de México sino hasta el último tercio del siglo XVI .⁹ Además su reforma en la metrópoli a finales de esa centuria la hizo equiparable a los nuevos institutos en algunos aspectos.

    La introducción de esas órdenes respondió a la política religiosa de la monarquía hispana, la cual, desde la segunda mitad del siglo XVI , tuvo por objetivo la reforma del clero regular y del secular. El regular desempeñaría las actividades con las que había surgido: una vida hacia el interior del convento, de contemplación y oración, al tiempo que se le reencaminaría hacia la misión y evangelización de los desconocedores de la fe cristiana. Mientras tanto, el clero secular sería educado de manera formal para encargarse del adoctrinamiento de los neófitos y de la vida parroquial.

    Aunque se promovían las actividades misionales para que el clero regular las realizara, el trabajo de las primeras órdenes era insuficiente. En ese sentido existe una clara diferencia entre los años cincuenta y los setenta del siglo XVI. Entre 1530 y 1570, franciscanos, dominicos y agustinos se desempeñaron en la avanzada hacia zonas que se estaban descubriendo dentro del virreinato. Por esta causa, el gobierno temporal y el espiritual apoyaron las fundaciones de esas órdenes, se crearon fuertes lazos entre ellas y las comunidades indígenas, y se hizo extensivo el trabajo evangelizador con constantes asentamientos en lugares apartados.

    No obstante, a partir de la década de 1570 los mendicantes buscaron consolidar los conventos erigidos, fundar nuevos, mayoritariamente en las crecientes villas de españoles o de poco peligro, y así evitar las labores de penetración y pacificación. Poco a poco, el establecimiento de nuevos conventos en los pueblos de indios se fue espaciando y, en algunos casos, su promoción fue sólo un pretexto para realizar alguna edificación conveniente para la provincia regular. Fue por ello que el rey expidió diversas cédulas en las que criticaba la actitud de los religiosos al hacer sus fundaciones para su consuelo y placer, y no para evangelizar en los lugares más apartados.¹⁰

    De hecho, en la avanzada hacia el norte del virreinato y Filipinas, sólo los franciscanos hicieron del trabajo misional entre los infieles una constante, mientras que dominicos y agustinos fueron minimizando la tarea conforme corría el siglo XVI, prefiriendo el trabajo en las ciudades.

    Así, hacia el final de esa centuria, ocurrió un proceso de urbanización de las primeras órdenes.¹¹ La población indígena decreció lo que ocasionó modificaciones en el orden social a partir de las políticas de congregación. Esto llevó al enfriamiento del espíritu misional por parte de los regulares y a la disminución de las fundaciones en los pueblos de indios pues, para ese momento, la vida urbana parecía más alentadora. Igualmente, dio comienzo la fase de criollización de las provincias mendicantes —lo cual ató más a sus miembros a las urbes novohispanas— y comenzó el constante enfrentamiento con los obispos. A ello se sumó la disminución del favor virreinal ya que, mientras el vicepatrono intentaba dar seguimiento a los mandamientos regios de atender las zonas de misión, los regulares se negaban a realizarlo.

    Ante esta situación, a partir de 1572, nuevas órdenes —entre las que se contaron los carmelitas descalzos— fueron enviadas a las Indias, inmersas en el ambiente reformista hispano, el cual promovía un trabajo misional entre los infieles. No obstante, como veremos, los carmelitas descalzos no lograron desplazarse a evangelizar las tierras de avanzada.

    Debido a ello Mariano Cuevas, en su Historia de la Iglesia en México de 1921, anotó que los carmelitas descalzos se encontraron en segundo término respecto de las otras órdenes que tuvieron a su cargo la evangelización y estructuración de la Iglesia en los territorios americanos:

    […] en relación al papel que desempeñan en nuestra evangelización, cultura y orientación social, aparecen en segundo término y con eficacia muy inferior a la ejercida por las cuatro órdenes religiosas.¹² Esto se debe a que llegaron cuando ya se había llevado a cabo la tarea evangelizadora y porque el estado de los negocios eclesiásticos no permitía ya que se encargasen de la administración parroquial.¹³

    Para contrarrestar esa opinión, en 1966 Dionisio Victoria Moreno trató de demostrar que en todo momento los carmelitas intentaron llevar a cabo el cometido para el cual habían llegado a Indias: las misiones entre los infieles.¹⁴ Pero debido a la oposición de las autoridades de la Orden en la Península y en el virreinato, no pudieron hacerlo. En su interés por mostrar la participación de los carmelitas en la conquista espiritual del virreinato, el trabajo de Dionisio Victoria resulta abundante en información. Asimismo, contiene la propuesta de ver a los descalzos como agentes políticos, lo cual explicaría sus enfrentamientos con diversos grupos de la sociedad novohispana y, con ello, da cuenta de los factores que impidieron su desempeño como evangelizadores.

    Aun con el estudio de Victoria Moreno, la historiografía tradicional sobre la Iglesia indiana siguió las afirmaciones del padre Cuevas, por lo que, a diferencia del resto de las órdenes mendicantes, se ha destacado la función de los carmelitas como prestadores de pasto espiritual¹⁵ y se les ha aislado de la sociedad novohispana, al tiempo que se ha subrayado su papel místico.¹⁶

    De hecho, al estudiar la vida política del virreinato, se ha establecido una clara distancia de los carmelitas respecto de los intereses de franciscanos, agustinos, dominicos y jesuitas, lo que ha provocado que se les muestre favorables a los proyectos de la Iglesia diocesana. Así lo dice Jonathan Israel:

    No significa ninguna maravilla que los carmelitas se opusieran al marqués de Gelves; pues, al contrario de las demás órdenes mendicantes que operaban en México, casi no poseían bienes inmuebles ni se encargaban de parroquias indígenas, por lo que tendían a desaprobar cuanto los otros frailes hacían. Durante todo el periodo crítico por el que atravesó la colonia en el siglo XVII, los carmelitas apoyaron al clero secular, y en la década de 1640-1650 […], se contaron entre los aliados más cercanos al obispo Palafox.¹⁷

    No obstante, la decisión de alejarse de las tareas doctrinales, aunada a su buena relación con el obispo visitador Juan de Palafox, no significó que la provincia de San Alberto fuera distinta del resto. Como las otras familias mendicantes, la carmelita no estuvo conforme con los intentos de los prelados diocesanos de subordinar la acción pastoral de los regulares a las estructuras de la Iglesia secular porque, como veremos en este libro, varias fueron las manifestaciones de su resistencia.

    Como se percibe, ya no se trata de intentar definir la provincia —como en su momento lo hiciera el padre Cuevas y aun Victoria Moreno— en comparación con los grandes logros evangelizadores de las primeras órdenes religiosas o los jesuitas. Lo que se necesita es profundizar en sus transformaciones, problematizar sus particularidades, en las dinámicas de su asentamiento en la Nueva España, el significado de sus fundaciones y, sobre todo, entender cuál fue el papel que desempeñó a lo largo de los tres siglos virreinales.

    Precisamente abonando en ese trabajo pendiente de realizarse, esta investigación tiene como objetivo constatar cómo la provincia pasó de tener un perfil de activismo misional a otro urbano y cómo los conflictos que enfrentaron en sus fundaciones respondieron a sus reiterados intentos para conservar su influencia socioeconómica y sus prerrogativas.

    Según se verá, la sujeción hacia su prepósito general, los intereses de los provinciales, las necesidades de adaptación al virreinato, las posibilidades que éste ofrecía para expandirse y tener una mayor participación económica y política hicieron que, hacia 1606, los carmelitas dejaran en segundo plano su perfil de activismo misional. Fue entonces cuando se conformaron como una provincia urbana que ofreció cuidado pastoral a la población blanca, se dedicaron a fortalecer los estudios de sus miembros y a administrar sus conventos y sus haciendas. De esa manera, al igual que las primeras órdenes, la carmelita aspiró a sustraerse de las estructuras de la Iglesia secular, así como del ordenamiento y reforma impulsados por Trento y la Corona. Dar cuenta de ese cambio, que resulta claro hacia 1606, implica dejar de ver a los carmelitas tan sólo como una corporación aliada de la Corona, distinta a las primeras órdenes evangelizadoras y afín a los intereses del episcopado.

    HISTORIOGRAFÍA

    Para emprender este estudio, me acerqué a la producción historiográfica en torno a los carmelitas descalzos. En ella encontré trabajos que se han centrado en el surgimiento de la Orden, lo que necesariamente los lleva a analizar la Reforma teresiana y, en conjunto, la historia del Carmelo español por ser la cuna de la descalcez.¹⁸

    En general, cabe decir que casi toda la historiografía que ha estudiado a los carmelitas descalzos ha sido escrita por miembros de la Orden. No obstante, la historiografía de autores religiosos, así como laicos, ha visto la Reforma teresiana desde dos enfoques. El primero es desde la mística teresiana, la ascesis y el repliegue interior a partir de los escritos de Teresa de Jesús¹⁹ y San Juan de la Cruz.²⁰ El segundo es el que ha estudiado la Reforma teresiana como parte del espíritu de la época.²¹

    Asimismo, en ese último grupo se ha empatado una historiografía más general que ha atendido las diversas órdenes que se sometieron a la reforma del clero, no sólo como parte del empuje postridentino —en el que se insertan las nuevas órdenes—,²² sino del de la Corona hispana.²³ Igualmente se ha atendido el vínculo entre los dominicos y la reforma del Carmen.²⁴ Al respecto, el texto de José Ignacio Valentí intenta atenuar la participación de Felipe II en la promoción de la reforma carmelitana y da un papel protagónico a los dominicos, ya fuera por el impulso que Pío V —quien venía de las filas de los predicadores— dio a Teresa de Jesús, por los confesores dominicos de Teresa que la incentivaron a la reforma, o por dominicos como fray Diego de Chávez que apoyaron el movimiento de la después santa.²⁵

    Además del surgimiento de la descalcez carmelitana, me aproximé a los textos que presentan procesos fundacionales,²⁶ particularmente de la Orden del Carmen Descalzo. Éstos, como ha ocurrido con los estudios de las fundaciones de la Orden en la Nueva España, sobre todo se han centrado en aspectos artísticos y arquitectónicos.²⁷ De hecho, parece que las fundaciones han recibido mayor atención por parte de los historiadores del arte o arquitectos, que por historiadores.²⁸ Así se entiende el interés por describir, destacar o analizar las características formales de los edificios, mas no el estudio de los procesos fundacionales con todas sus implicaciones que, como ya lo apunté, implica el análisis de las tramas sociales que se constituyen entre los actores involucrados en la fundación.

    Para atender el paso de los carmelitas al virreinato, recurrí a historiografía que trata las relaciones entre el papado y el rey hispano,²⁹ para luego adentrarme en los vínculos entre la Iglesia y la Corona, para el caso americano específicamente. Hay una vasta historiografía que se ha detenido a estudiar dicha relación desde el punto de vista jurídico —poniendo especial atención en el Regio Patronato— y otro tanto que ha visto la aplicación del patronato en diversos lugares de Indias.³⁰

    Después me aproximé a los textos que han estudiado el arribo de los carmelitas a la Nueva España. Entre ellos —de nueva cuenta— se ha privilegiado el estudio de la arquitectura y la estética de sus conventos, poniendo especial énfasis en su papel de exponentes del arte novohispano.³¹

    Es cierto que una nueva historiografía ha atendido los aspectos económicos de la provincia;³² no obstante, al ser vistos como obligados a cumplir con la contemplación, se ha presentado a los carmelitas al margen de los conflictos y de las pretensiones del resto del clero regular. Por otro lado, se han realizado propuestas para caracterizar a la provincia de San Alberto desde las normas. Así, esos estudios han utilizado las Reglas, constituciones y libros de capítulos y definitorios de la provincia.³³ Si bien es cierto que estos textos son de gran ayuda, hace falta una visión desde las prácticas.

    En ese sentido, se han comenzado a hacer algunos estudios de caso de los conventos, los cuales nos permiten aproximarnos a su realidad concreta. Aunque algunos tienen como objetivo estudiar las características formales de los conventos,³⁴otros han comenzado a analizar las relaciones y problemas que los carmelitas enfrentaron con los diversos actores de la sociedad en la que se insertaron.³⁵ Entre ellos, considero que Una corporación ante las revoluciones hispánicas. El convento carmelita de San Juan de la Cruz de Orizaba, 1794-1834 es excepcional.³⁶ Más allá de ser de los escasos trabajos en torno a la provincia de San Alberto en el siglo XVIII, ³⁷ el autor presenta las relaciones de los descalzos con la sociedad de su época y sus transformaciones internas: su lealtad al régimen en tiempo de guerra, su aceptación de la independencia y su actuar durante el primer federalismo.

    En cuanto a las visiones generales, un primer trabajo de síntesis fue realizado por Ethel Correa y Roberto Zavala.³⁸ Igualmente, aunque no era su propósito, se encuentran anotaciones de cada una de las fundaciones de la provincia carmelitana en el texto de Jaime Abundis.³⁹ Sin embargo, el trabajo más completo en ese sentido es El Carmelo novohispano de Manuel Ramos Medina,⁴⁰ que se caracteriza por el rescate de fuentes documentales, a través de las cuales se atienden todas las fundaciones de la Orden en la Nueva España. En este texto, el autor plantea tres características principales de los carmelitas: ser una orden reformada, su contacto con la población a pesar de su perfil contemplativo y, por último, su cercana relación con el poder, así fueran virreyes u obispos. De esta manera, Ramos Medina presenta a los carmelitas como agentes políticos en su búsqueda por insertarse en el virreinato, y da cuenta de cómo, aunque se trató de una orden contemplativa, esto no les alejó de la población.

    Posteriormente, emprendí la lectura de una variada historiografía en torno a las órdenes regulares en Hispanoamérica y el virreinato novohispano.⁴¹ Cabe decir que en México no existe un estudio dedicado a todas las órdenes regulares que se establecieron en la Nueva España.⁴² Además de las fuentes, a ellas sólo podemos aproximarnos a partir de las historias generales de la Iglesia americana o mexicana,⁴³ así como mediante los estudios particulares.

    Como ya lo han señalado otros autores,⁴⁴ las órdenes regulares que más se han estudiado son los franciscanos y los jesuitas.⁴⁵ El acercamiento a los franciscanos ha sido favorecido por su extensa labor de evangelización, su promoción educativa y su amplia producción escrita.⁴⁶ En el caso de los jesuitas, no sólo está su desempeño en las conversiones y en la educación,⁴⁷ sino su polémica historia en torno a su cercanía con la Corona hispana y su posterior expulsión.⁴⁸ Igualmente han estado presentes los debates en torno a sus métodos y su conformación como clérigos regulares distintos de los mendicantes. Además de las motivaciones ya señaladas, considero que son esas dos órdenes las más atendidas, porque cada una representa un periodo de la Iglesia novohispana: los franciscanos como los primeros evangelizadores y los jesuitas como el estandarte contrarreformista, representante de las nuevas órdenes y de un resurgimiento misional y educativo. Así, probablemente, se les ha tomado como estereotipo para caracterizar esos dos periodos de la Iglesia novohispana.

    Por fortuna, cada vez son más los artículos que se publican en revistas especializadas sobre las otras órdenes. No obstante, siguen haciendo falta estudios de la segunda mitad del siglo XVII hasta la primera mitad del siglo XIX .

    De hecho, para los dominicos sólo se tienen dos textos generales que abarcan el siglo XVI .⁴⁹ El caso de los agustinos ha tenido mayor producción, pues contamos con historias generales tanto para la provincia del Santísimo Nombre de Jesús de México, como para la de San Nicolás Tolentino de Michoacán.⁵⁰ Además, a diferencia de los predicadores, los textos referentes a los agustinos han sobrepasado la etapa evangelizadora para entender la transformación de la corporación. Sobre todo a partir de dos estudios realizados por Antonio Rubial respecto de los siglos XVI y XVII .⁵¹

    Para los franciscanos descalzos tenemos la tesis de Marcela Corvera que es una visión panorámica de la Orden del siglo XVI al XX .⁵² También está la de Paulina Zaldívar, que analiza el perfil de los que ingresaban a la provincia de San Diego.⁵³ Para los mercedarios, además del texto de Pedro Nolasco, está el estudio de Carmen León Cázares que llega hasta la década de 1630.⁵⁴

    En general, con las excepciones ya señaladas, los estudios de las órdenes han atendido el periodo evangelizador, hace falta analizar los procesos de cambio de cada una de las provincias regulares, así como de sus casas, para entender su actuar en el virreinato. En ese sentido, la presente investigación intenta ser una aportación al estudio de las transformaciones de estas instituciones que se gestaron en Europa, que luego fueron reformadas bajo la tutela real y pasaron a Indias, y finalmente se entremetieron en las tramas virreinales adaptándose a las condiciones impuestas por la sociedad pero, a su vez, añadieron características y prácticas a la misma. De hecho, aunque este texto se centra en la provincia de San Alberto de Carmelitas Descalzos, recogí las relaciones que se gestaron con las otras órdenes, con autoridades del virreinato y sus pobladores. Así, este estudio puede resultar interesante específicamente para los que investigan la Orden del Carmen Descalzo, pero también para quienes se interesan en temas vinculados con el desempeño y el cambio del clero regular en Nueva España. De igual forma, se aproxima a las tramas socio-políticas y semántico-espaciales del virreinato.

    FUENTES DOCUMENTALES

    Estudiar el surgimiento de la Orden del Carmen Descalzo como parte de las nuevas órdenes, su paso a las Indias y su transformación durante su proceso de expansión en el virreinato novohispano hizo necesario que me acercara a diversos actores que participaron en una variada geografía.

    La propuesta de este trabajo se gestó a partir de una larga revisión de documentos —unos resguardados en diversos archivos y otros ya impresos—, además de las aportaciones historiográficas nacionales y extranjeras. En gran medida, esa diversidad de fuentes consultadas representa la complejidad del tejido de jurisdicciones y del ejercicio del poder implícito en los procesos propios del Antiguo Régimen.⁵⁵

    Después de la revisión historiográfica consulté documentos ubicados en repositorios romanos, españoles y mexicanos. Ello porque la realidad novohispana, que es el centro de este trabajo, se constituyó como un conjunto de relaciones en las que participaban: desde Roma, la Santa Sede como cabeza espiritual de la Iglesia católica; desde la Corona hispana, el rey como monarca, vicario de Dios y patrono; y en Nueva España, los distintos actores que de manera personal o desde sus jurisdicciones formaron parte de los conflictos que se presentan en este libro. Así, los territorios ultramarinos de la monarquía hispana no estuvieron organizados a partir de una cadena de transmisión simple y directa de órdenes, sino como un engranaje de jurisdicciones interconectadas y a veces contradictorias.⁵⁶ El poder se ejerció mediante una organización reticular fundida en todo el orden social.⁵⁷

    Debido a los diversos orígenes de las fuentes, agrupé, por un lado, aquellas elaboradas por eclesiásticos y, por otro, las hechas por seglares. En el primer conjunto distinguí entre los documentos expedidos por el papado, los obispos de las diócesis novohispanas, los de los carmelitas descalzos y los del resto de las órdenes regulares, así como de otras corporaciones eclesiásticas. En el segundo grupo diferencié los documentos expedidos por la Corona hispana, los escritos por las autoridades virreinales temporales y los elaborados por seglares españoles, criollos e indígenas y sus representantes. Estas divisiones me dieron claridad respecto de los intereses que perseguía cada uno de los autores de los textos y su postura frente a ciertos eventos y procesos; también fueron útiles para entender las alianzas y las discrepancias entre ellos.

    Teniendo plena conciencia de los autores de cada uno de los documentos, comencé a organizarlos por los procesos en los que se insertaban. Así, para estudiar la reforma de las órdenes regulares en tiempos de Felipe II me acerqué a las relaciones entre la Corona hispana y la Santa

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